Quiero
dar las gracias a la comisión organizadora del espacio Noches de la Escuela por invitarme a producir una reflexión acerca
de lo real en la Literatura, algo que para uno resultó, sin duda, enriquecedor.
También espero que los que asistís al encuentro podáis sacar provecho de ella,
sólo entonces habrá merecido la pena haberse hecho cargo de la tarea.
En
principio, quisiera justificar el sentido que tiene mi presencia en esta mesa
para hablar de Literatura. Soy una persona que, como tantos otros, llevó a cabo
un largo psicoanálisis, pero no soy psicoanalista. Sin embargo, sentí la
necesidad de hacer algo con esa transformación subjetiva tan potente que el
análisis produjo. Se me impuso, sobre todo, mantenerla vigente y operativa. Consideré
entonces que la Literatura podía ser el contexto adecuado para dar continuidad
a mi compromiso con el Psicoanálisis, sabiendo, además, de la articulación que tradicionalmente
se había establecido entre ambas disciplinas. Ya en el final de mi análisis comenzó
a configurarse la idea de constituir un espacio literario abierto a todo tipo
de público, y que tuviese como finalidad impulsar y desarrollar ese vínculo histórico.
Comenzamos entonces a celebrar reuniones de trabajo entre Gustavo Dessal,
Alberto Estévez y yo mismo, para establecer el formato del espacio, que
finalmente, y por sugerencia de Gustavo Dessal, se decantó hacia la forma de
tertulia. Por su parte, Alberto Estévez produjo el hallazgo afortunado del
nombre: Liter-a-tulia. Un título que,
por sí mismo, sugiere el enlace entre Psicoanálisis, Literatura y real, con esa
vocal a situada entre la letra y la
palabra. Nos posicionamos, de esa manera, dentro del dominio de la ética, en el
cual ubica Jacques Lacan a la Literatura en el Seminario 7. Con esto quiero significar que ese lugar de
experiencia literaria que llamamos Liter-a-tulia
no es un espacio lúdico, sino que se trata allí de un compromiso con el Psicoanálisis,
convencidos de que la Literatura, como planteaba Ernesto Sábato:
“...
no es un pasatiempo ni una evasión, sino
una forma –quizá la más completa y profunda— de examinar la condición humana”.
(Sábato,
El escritor y sus fantasmas, Ed, C, de
L, Pág. 9).
Suscribo
estas palabras de Ernesto Sábato considerando que en la Literatura estamos
todos escritos de muy diversas maneras, por eso me parece imprescindible e
irreemplazable como lugar de encuentro para todos los que, de una u otra forma,
nos asentamos en el marco del Psicoanálisis. Creo que la ficción es vida, y la
vida, en gran parte al menos, es ficción, pues nosotros también somos personajes
de un drama infinito signado por un real que, al igual que ocurre en la Literatura,
no cesa de no escribirse.
Por
tanto, no va a ser desde el lugar del maestro experto en Literatura desde donde
voy a hablar, sino desde ese compromiso con el Psicoanálisis y desde la
práctica y costumbre que da una tertulia que tiene ya un desarrollo de casi seis
años. Mi exposición consistirá en mostrar, en primer término, una serie de
consideraciones sobre el vínculo fundamental entre real y Literatura, consideraciones
fundadas en alguna cita del Psicoanálisis y en otras de escritores. Con ello
trataré de establecer un punto de arranque de la Literatura en relación a lo
real. A continuación pasaré a evocar algunos comentarios y fragmentos referidos
a las obras literarias trabajadas en Liter-a-tulia,
con el fin de producir, de forma más concreta, el señalamiento de lo real
dentro del mismo texto.
Y
ya que estamos en la Escuela Lacaniana de
Psicoanálisis, quiero comenzar citando a Jacques Lacan:
“No
hay ningún verdadero sujeto que se sostenga, salvo el que habla en nombre de la
palabra”
Esta
cita me parece sugerente para expresar una noción general de partida de la
Literatura en relación a lo real. Noción que afecta a la terna constituida por escritor,
lector y sujetos protagonistas del texto literario. En una primera vertiente,
la cita tendría que ver con la idea de que cualquier palabra, cualquier gramática,
cualquier orden de lenguaje que se digne de pertenecer a lo que llamamos Literatura,
desborda toda conciencia, razón y lógica. Por ejemplo, y según dice el mismo
Sábato, Dostoievsky se propuso escribir un folletín didáctico contra el
alcoholismo en Rusia, que se llamaría "Los
borrachos" y terminó por salirle "Crimen y castigo". En esta misma línea plantea Borges:
“Si un escritor escribe lo que se propone escribir, no ha escrito nada,
conviene que escriba algo más de lo que se ha propuesto escribir. Es decir,
conviene que la obra exceda los propósitos del escritor”.
Esta
sería la primera consecuencia del hecho de hablar
en nombre de la palabra, el establecimiento de un texto que se conforma
independientemente de la voluntad y de la razón del autor. Pero hablar en nombre de la palabra entiendo
que nos lleva a una segunda vertiente de la cita. Consistiría en adoptar una
posición singular en relación al lenguaje. Además de asumir que uno no es amo
de ninguna palabra, de ninguna gramática, de ningún orden, de ninguna
escritura, a la vez es operado por el lenguaje, operación que, de entrada,
cuesta al sujeto la entrega de un trozo de carne que deja en su ser un vacío
irremediable y real. Es a partir de esa herida real del ser, de esa falta real
que, entiendo, se genera todo lo que se digne en llamar Literatura.
Para
dar fundamento a lo que acabo de plantear sobre este agujero real, veamos lo
dice Alberto Estévez en su comentario sobre El
ruletista de Mircea Cartarescu, en el que toma también como fuente la
entrevista que unos días antes de la tertulia realizamos al autor y que podéis
encontrar publicada en el blog Liter-a-tulia:
“La relación que cada autor tiene con la
escritura es fundamental. La ficción de que se trate siempre estará preñada de
la relación del autor con el acto de escribir. En el caso de Cartarescu, la Literatura
es la forma de indagar en su propio ser. Si este ser es considerado en su
condición de falta, escribir suele constituirse como forma de rellenar un vacío
doloroso. Y aquí el autor es meridiano en la diferenciación de lo que
constituye el arte y lo que no lo alcanza, al decirnos que no hay arte sin una
herida interior. En su caso la escritura es un intento de suturarla. Dice Cartarescu:
“por eso escribo a mano, esa forma de
escribir mantiene una relación esencial con el hilo que parte de esa herida”. Lo
cual sugiere que el brazo sería una especie de prolongación a través del cual
la herida se manifiesta, y es curioso que utilice la palabra “hilo” porque éste
justamente se utiliza para suturar heridas abiertas”.
Es
un comentario genial para establecer, con todo su peso, lo real en el mismo
punto de arranque del texto literario.
Añado,
por mi parte, una cita tomada de José Ángel Valente, Elogio del Calígrafo, que tiene resonancias con este comentario de
Alberto:
“Uno empieza a ser escritor cuando tiene una
relación carnal con las palabras”
En
resumen, hablar –podemos decir escribir— en nombre de la palabra supone que
toda gramática excede a los protagonistas de la terna literaria, y tiene vocación
de situarse en las proximidades de lo real para resonar en el vacío del ser.
Sólo así será digna de pertenecer a la Literatura. Al respecto, creo pertinente
evocar una frase del escritor portugués Fernando Pessoa tomada del Libro del desasosiego. No me cabe duda
de que todos los que practicamos el Psicoanálisis podríamos reconocernos en ella:
“Obedezca a la gramática quien no sabe decir
lo que siente”
Podemos
reconocernos en ella porque se trataría de una misma desobediencia, tanto la que
ponemos en juego en el análisis, como la que opera, de múltiples maneras, en la
configuración del texto literario. Al igual que ocurre en la narración que
construimos en la sesión analítica, sólo desde la desobediencia a los cánones
gramaticales convencionales puede transitarse un bien-decir que tenga la vocación de apuntar a lo real.
El
segundo punto de la relación entre Literatura y real exige a la terna autor,
lector y texto literario, situarse en otro límite problemático, incluso en el
cauce de “los ríos infernales del alma”
(F.
Pessoa. Libro del Desasosiego), si se quiere escuchar, al menos, un eco
de la verdad. Un límite donde ya no podremos encontrar terreno abonado para ninguna
seguridad, para ninguna felicidad, incluso para ninguna sutura. Dentro de esta
perspectiva voy a evocar una cita de Borges cuando comentaba lo siguiente en las
entrevistas radiofónicas que sostuvo con Osvaldo Ferrari y que fueron recogidas
en el libro Diálogos:
“A la larga, todo es materia para el arte.
Sobre todo la desdicha. La felicidad no, la felicidad ya tiene su fin en sí
mismo, por eso casi no hay poetas de la felicidad”.
La
desdicha es una de las palabras donde escuchamos el peso de lo real. Desdicha, des-dicha, como el destino roto de las
cosas del decir, o des-dicha como silencio
real. Dos vertientes de la des-dicha
que, por el lado del destino roto de las cosas del decir apunta al trauma, la
muerte, la pérdida, la angustia, la caída estrepitosa de unos ideales de
referencia, etc.; por el lado del silencio real apuntaría a la imposibilidad de
ubicarse en una escritura que dé consistencia a aquello de lo que se trate, por
ejemplo, la sexualidad, La mujer, la
misma muerte, es decir, la imposibilidad de nombrar algo, un aspecto de lo real
que nunca permite un asentamiento inequívoco del sujeto. Reconocemos en todos
estos escenarios excesos de lo real, sin duda presentes a lo largo y ancho de
la Literatura.
Para
finalizar esta parte de la reflexión voy a tomar unas palabras de Juan Carlos
Onetti sacadas de su novela El Pozo,
unas palabras que, sacadas de su contexto, podrían sintetizar perfectamente la
íntima vinculación entre Literatura y real, a la vez que sugiere la magia de
aquélla:
“Un universo saliendo del fondo negro de un
sombrero de copa” (Onetti. El Pozo)
Desde
estas premisas que acabo de establecer como principio de lo literario, voy ahora
a trazar un pequeño recorrido por algunas obras que fueron objeto de debate en
nuestros coloquios de Liter-a-tulia. Vamos
a abrir, entonces, diversos libros, novelas, cuentos, etc., para tratar de señalar
lo real, rodearlo, empujarlo, importunarlo, tironear esas fronteras que, por
ejemplo, quedan señaladas en el nudo borromeo cercando la letra a.
Y
hablando de nudo borromeo, un buen ejemplo de importunar esas fronteras y de
apuntar a lo real surgió en la lectura de La puerta, de Magda Szabó. Una obra
literaria que, lógicamente, se puede analizar desde diversos lugares. Pero me
gustaría destacar un momento especial. Aquél en que nos encontramos con una
puerta que resguardaba el tesoro más íntimo de la protagonista Emerence. Yo leí
esa puerta como metáfora de la piel, una piel que resguardaba un tesoro que
nosotros podríamos referir al Agalma,
pues ese valor parecía tomar para sus vecinos, tanto por el poder que tenía
como resorte de un movimiento hacia él, como por el supuesto valor del mismo. Es
un perfecto ejemplo de encuentro con lo real que nos habita. Pues los lugareños,
no soportando el misterio, derribaron la puerta que hacía de frontera, de
barrera, de resguardo. Podríamos decir que rompieron la piel de la mujer para encontrar
nada, simples virutas de madera podrida. La des-dicha,
a partir de entonces, se apoderó de nuestra protagonista rota. Un ejemplo
perfecto de perversión, de ese acto que rompe la piel para encontrar el
supuesto tesoro que ella esconde, pero que se topa de lleno con el vacío. En
esta interpretación me hizo recordar El perfume de Süskind. Es un ejemplo
de encuentro con lo real como vacío del ser.
En
esta misma línea de importunar los límites de lo real, otra obra que tiene que ver
con La mujer. Recuerdo que en una
ocasión, Gustavo Dessal, Alberto Estévez y yo presentamos en una librería de
Madrid el libro de relatos de Remy de Gourmont, Relatos sombríos. Historias
mágicas. Además de mostrar un compendio de perversiones que estremece
los cimientos de toda moral, al estilo del marqués de Sade, rompiendo la
barrera imaginaria de la piel para encontrar el supuesto tesoro escondido tras
ella, en el extremo de esas fantasías todo derivaba hacia lo poético, hacia la
ausencia, convirtiendo a La mujer en
excelencia inasible e indefinida. Dice en uno de los relatos llamados Visión:
“Carne de Custodia... Soy la Intocable, es decir, la Mujer”.
Siguiendo
con la imposibilidad de escribir La
mujer, hace apenas un mes merodeamos en Liter-a-tulia
alrededor de ese imposible. Hablo aquí de mi lectura particular de la novela Seda,
de Baricco. Una mujer que recordaba a la del amor cortés, imposible de abordar,
resguardada por su soberano señor, una mujer imposible de tocar, desprovista de
escritura para convertirse en mirada, en mancha, y de la cual, todas las demás
mujeres eran remedo. Allí también se imponía al protagonista Hervé Joncour la
asunción de una imposibilidad, la de alcanzar La mujer. Desde esa imposición, Joncour necesitó un saber hacer con
la imposibilidad, y comprendió que ese saber hacer incluía, entre otras cosas, cultivar
el amor hacia su mujer.
Uno
de las cuestiones que no podía faltar en nuestro coloquio literario en relación
con lo real, tuvo que ver con la imposibilidad de escribir la relación sexual.
Alrededor de esa página blanca se habló cuando leímos, en la primera tertulia, Chesil
Beach de Ian McEwan. Una novela que nos enseña de forma muy clara la pericia
de los literatos para introducir magistralmente lo real, en este caso lo real de
la sexualidad, en apenas dos renglones. Dice sobre los protagonistas:
“Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella
noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre
dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil”.
Lo
magistral, decía allí Gustavo Dessal, es que ese deslizamiento, mínimo en
palabras, de la época al nunca, daría en el centro de la cuestión. Que el problema, así, no
remite a las condiciones particulares de una época, en tal caso, ella
agudizaría una problemática esencial que trasciende las épocas: el siempre
difícil encuentro entre un hombre y una mujer. Vemos aquí un claro ejemplo de
lo real en la Literatura.
Vamos
con otra nominación en la que se proyecta lo real: Soledad. Un día le escuché decir al padre de un amigo mío la
siguiente frase:
“Cuando
los seres humanos callan sólo se oyen sus gritos”
Una
frase que no sé si era suya, pero que me impactó por las circunstancias
cargadas de nostalgia en que fue pronunciada. Esta frase recuerdo que me ayudó
a introducir otra de las lecturas que hicimos en Liter-a-tulia, era Un hombre en la oscuridad, de Paul
Auster. Allí encontré la Soledad, como dije, uno de los nombres donde sentimos
el peso de lo real. Los protagonistas des-dichean
soportando lo real de la muerte y de los múltiples traumas que les acaecen.
Pero una de las particularidades de esta novela radica en que nos ofrece un
tratamiento de ese real tal como lo sugiere el arte, si tomamos como referencia
el Seminario 7 de Lacan: Un
tratamiento de lo real por lo simbólico. Allí lo simbólico aparece en su
función de autoridad encarnado por August Brill, aglutinador de los vacíos y de
las soledades de todos, hasta de la suya propia, proponiendo escritura,
fantasía, cine, para aliviar el peso de lo real manifestado en la des-dicha y
en la soledad. Es, me parece, una propuesta de saber hacer con lo imposible.
Hablando
de lo real, imposible resulta no citar La carretera de Comarc McCarthy. Supongo
que muchos, además de haber leído la novela, habréis visto la película. Impactante
novela que nos dejó conmocionados. Horror y belleza –difícil hablar de belleza en
esta novela— terror y ternura, fuego y frío, bondad y maldad, pulsión de vida y
pulsión de muerte, Eros y Thanatos. Un lenguaje lacónico entre padre e hijo recordaba
el poder de la poesía en la alusión a una belleza y a un amor susceptible de
instalarse como fundamento de nuestra existencia si no fuese por el
desequilibrio abismal a favor de un exceso de lo real. Allí encontramos el inevitable
desarrollo de una pulsión de muerte sin control, el desvarío de un goce
psicótico, y también la radical maldad en la relación entre los seres humanos.
Ello daría lugar un interrogante sobre el oscuro lugar del alma donde radica el
mal, pues la catástrofe no es obra de la naturaleza, es la expresión de una
intervención humana, de tal manera que el paisaje devastado revelaría la
irresponsabilidad de los sujetos frente a su condición de tales. Leemos en La Carretera:
“Como
si el mundo se encogiera en torno a un núcleo no procesado de entidades
desglosables… El sagrado idioma desprovisto de sus referentes y por tanto de su
realidad… A tiempo para desaparecer para siempre en un abrir y cerrar de ojos.”
Son
palabras que nos hacen temblar si nos detenemos a analizar el mundo que se está
conformando ante nuestros ojos.
Otra
forma de evocar lo real. La estética de la deformidad, decía Gustavo Dessal,
refiriéndose a Los siete locos de Roberto Arlt. Locos que ilustran la locura
del mundo. Por mi parte, recuerdo que tuve noticia de Los siete locos,
por primera vez, con motivo de la proyección en Casa América de Madrid de la
película de Leopoldo Torre Nilsson del mismo nombre. Quedé bastante
impresionado por la convicción que trasmitía la marginalidad de sus personajes,
la angustia fría y el delirio en que se sostenían. Digo angustia fría porque
estaba llena de indiferencia vital –caso del protagonista Erdosain, que parecía
no poseer ni siquiera un cuerpo— y delirio porque es imposible encontrar en
estos personajes vacíos y desnudos de referencias simbólicas, algún tipo de
consideraciones morales o éticas que los implicaran con lo social. Lo real
vendría a ser considerado aquí como ese goce psicótico que no encuentra
contención en ninguna ley simbólica.
Alberto
Estévez nos recordaba el legado del alma rusa cuando presentábamos Amorcito
o Un Ángel, de Chejov. Además del coloquio desarrollado sobre el cuento,
Alberto contaba una anécdota para hacer referencia a las perlas, voy a decir
reales, de sus relatos, y a la asunción, por parte del autor, del nombre que le
damos al real más radical: la muerte. En el momento final de su vida se
desarrolló este diálogo entre Chejov y sus asistentes:
“Chéjov
deliraba, hablaba del Japón y de un marinero: Ella le colocó una bolsa de hielo
sobre el pecho. Y de pronto, recuperada la lucidez, él le preguntó: “¿Para qué
poner hielo sobre un corazón vacío?”
El
doctor Schwöhrer llegó a las dos de la mañana. “Ich sterbe –le dijo Chéjov-. Me
muero” El médico le puso una inyección de alcanfor. Luego quiso mandar a buscar
un tubo de oxígeno. Chéjov le dijo: “Es inútil. Cuando lo traigan me habré
muerto.” Entonces, el médico mandó que le subieran una botella de champán.
Chéjov
aceptó la copa que le ofrecieron y dijo: “Hacía mucho que no bebía champán”.
Vació la copa y se acostó de lado. Poco después dejó de respirar. Era el 2 de
Julio de 1904.
Se
tomaron las medidas necesarias para trasladar el cuerpo a Moscú. No se sabe por
qué llegó en un tren destinado también al transporte de ostras. Los amigos y
familiares que esperaban vieron llegar un tren de color verde, uno de cuyos
vagones llevaba un cartel con la palabra “Ostras”. El ataúd viajaba en aquel
tren. (Del texto
de Natalia Ginzburg titulado Antón Chéjov de la editorial Acantilado)
Decía
Alberto que la perla que mostraba el relato Amorcito de Chejov era real. Yo
diría que resuena con estruendo el silencio de lo real cuando el relato
escribe:
“¡… qué horroroso
es no tener ninguna opinión!”
Alberto
había leído que Ólenka, la protagonista del relato, muestra su alienación al Otro
de forma extrema, hasta el punto de que su vida parece quedar congelada si ese
Otro sale de la escena y desaparece. Ella se queda sin palabras. Lo cual
indicaría lo determinante que resulta para la subjetividad la inclusión en ese
Otro, so pena de parálisis real. Para nuestra protagonista, el supuesto amor
que sentía por sus maridos era capaz de convertirla, ora en una experta
defensora del teatro como arte, sin el cual la vida no tendría sentido alguno,
ora como embajadora de las cualidades de la madera y profunda religiosa
practicante, haciendo de los pensamientos de sus maridos algo propio, como
también de sus gustos y devociones. A tal punto que la desaparición de estos por
culpa de la muerte, socavaba un vacío en ella imposible de soportar.
Los
muertos
de James Joyce me parece una conmovedora deconstrucción yoica y especular
puntuada con la Imposibilidad. En el final del relato vemos que ninguna palabra
de Gabriel Conroy podrá situar en la muerte el saber que no hay. Pero sitúa
palabras a su alrededor de forma portentosa. Paradójicamente, el protagonista comprende
que es desde esa frontera real, desde ese vacío real, desde donde puede
conformar la pasión de amar y vivir. Gabriel recita una prodigiosa y
espeluznante epifanía para rodear su vacío, versificándolo, cubriéndolo de
nieve y proyectando su palabra poética, de forma universal, sobre el poniente existencial
y real de todas las vidas. Sin duda, nos hace evocar a Rilke en la Elegía I. Elegías de Duino, cuando planteaba:
“Lo bello no es nada más que el comienzo de
lo terrible”
En
Los muertos, la belleza y el trágico
sentido de lo humano se reúnen para configurar la esencia misma del arte.
Gabriel Conroy, a la vez que produce su creación artística al modo de una
epifanía, la escribe alrededor de lo real, despreciando la vulgaridad prosaica
de los fútiles discursos, de las identidades impostoras y de las convenciones
encarnadas en la vanidad del yo.
Acabamos
de hacer un recorrido por diversos nombres de lo real, soledad, sexualidad,
muerte, etc., y también por lugares como la belleza y lo simbólico, alivios
para el dolor que supone soportar la evanescencia de nuestro ser. Resaltamos a
la vez la importancia de una posición del sujeto ante el lenguaje, con el fin
de evocar algo que tuviese que ver con nuestra verdad. Hablamos de la des-dicha como tema de la Literatura.
Pero quisiera plantear una cuestión. Que la Literatura se ocupe de la des-dicha más que de la felicidad, por
supuesto que tiene que ver con el “no hay”, ese real tan propio de la verdad.
Sin embargo, y paradójicamente, sabemos que el mayor grado de libertad que un
ser humano puede alcanzar lo obtiene acercándose a ese núcleo de imposibilidad
que nos proyecta hacia la necesidad de constituir un saber hacer singular y único en relación a ese real.
Quedan
por analizar múltiples facetas acerca de lo real en la Literatura. El tiempo no
da para más. Los remito entonces a esas cincuenta y una tertulias transcriptas en
el blog Liter-a-tulia, donde podremos
apreciar la proverbial capacidad y destreza de los verdaderos literatos a la hora
de producir el señalamiento de lo real, de traerlo a escena, destapando, de esa
manera, algún eco de la verdad que nos atañe como sujetos sin tapujos.
Muchas
gracias.
Miguel Ángel Alonso
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