Cuando el gran autor latino Plauto, escribió su comedia Menaechmi allá por el s. III a. de C., no podía suponer que otro autor de renombre, el gran Shakespeare, iba a imitar su comedia en el siglo XVI. Pero así fue, pues el teatro de la época de Plauto ya no era tan serio ni tan trágico como su antecedente griego, sino teatro burgués para burgueses aburridos, fiel constancia de aquella sociedad que ya se preocupaba más del comercio y de la economía que de ninguna otra cosa. Y es que el teatro de Plauto estaba hecho para divertir y de él nació la farsa, aquel teatro que si bien tenía enjundia, esta permanecía oculta bajo un sinfín de malentendidos, de bromas más o menos groseras, o de conflictos exageradamente enrevesados. Pero Plauto tocó todos los temas de preocupación posibles al ser humano, y nos dejó casi todas las claves del posterior teatro europeo. Y refiriéndonos en concreto al teatro como divertimento, creó la figura del pícaro, la del soldado fanfarrón, la del avaro, la del viejo engañado etc., personajes universales que llegaron hasta nuestro s. de Oro, y dentro de la farsa el “gracioso”, el personaje encargado de divertir. Y de tal manera entretuvo al público, que se vio en la necesidad de hacer una introducción a la obra para explicar el fondo y la filosofía del problema tan oculto por las risas. Este prólogo empezó diciéndolo un actor, luego el propio autor y otras veces el protagonista, con la clara intención de la obra fuese mejor entendida en aquel teatro Latino, que ya era Romano y sobre todo Italiano. Ese prólogo se hizo costumbre y llegó hasta nuestros días, para que alguna vez podamos admirar la magnífica introducción a “Los Intereses Creados” de nuestro admirado Nobel, D. Jaciento Benavente.
La Comedia de las Equivocaciones, de W. Shakespeare, no es una obra Histórica que parta de la Historia siempre sangrienta de Inglaterra en cuanto a la posesión del trono, es todo lo contrario: una comedia jocosa que se desarrolla en cinco autos y que transcurre en un solo día. El autor tuvo la osadía de complicar la obra de Plauto añadiendo dos gemelos más a la vieja trama, logrando así un enredo enorme, típico del teatro barroco, donde así se le daba otra vuelta de tuerca. Yo no soy nada aficionada a este tipo de obras llenas de malentendidos porque me cansan, pero en este caso tuve que admirar el genio del inglés principalmente en unos monólogos cuyas ideas me parecieron extraordinarias en cuanto a varios temas que me llamaron la atención.
El primero de ellos, referente a la satisfacción sexual, se da en la escena segunda del segundo acto cuando Adriana piensa no haber sido para su marido más que un goce pasado, acusándolo luego de una falta “que los mancha a los dos”. Y aquí, hablando del goce, nos encontramos ante las posturas que suelen ser habituales en el hombre y la mujer: el hombre de parte del goce y la mujer más de parte del Amor. Después el autor sigue sorprendiéndonos y a pesar de haber oído esa idea tan ética de una falta que los mancha a los dos, Luciana le dice a su cuñado que no le declare su infidelidad, que no hable de esa falta… “ya que las malas acciones se duplican con las malas palabras”, y le aconseja que disimule y que vuelva a enamorar a su mujer, ya que, según dice la misma mujer …”una mirada suya, animadora, restauraría pronto mi belleza”…, puesto que las mujeres corren en pos del amor, le aclara. Y ahí tenemos muy bien descrita la necesidad de la mujer en cuanto al plano sentimental del acto amoroso.
Al hilo de estos textos, quisiera resaltar uno de los que se consideran pensamientos de Shakespeare: “No ensucies la fuente donde has apagado tu sed”. Más tarde nos sorprende la respuesta del hombre que sigue queriendo confesar su falta a toda costa y con gran generosidad, que no veo yo aquí arrepentimiento religioso alguno, sino la necesaria sinceridad sentimental que ya anuncia los tiempos modernos. Esto contrasta con la referida obra latina, porque Plauto hacía con mucha frecuencia, encendidos elogios hacia el Amor y la infidelidad, manteniendo la idea pagana del amor que les había llegado del teatro helenístico a través de la Comedia Nueva.
Y pasando al segundo aspecto que quería destacar, hay que tener en cuenta la diferencia entre las posturas de los dos escritores, pues Shakespeare vivía en un mundo cristiano que rechazaría esta idea pagana del amor. Así es que la respuesta del hombre, que vuelve a ser sincera, hace ahora cierta referencia a una idea religiosa cuando al contestar a Luciana le dice: “¿Acaso sois Dios?”. Efectivamente, la idea cristiana de la culpa era quien dictó entonces, y durante muchos años, las normas sociales, que no otras, sobre las que habría de desarrollarse el referido tema. Esta es la distancia entre las dos maneras de concebir la vida. Finalmente el marido acaba confesando a Luciana que, muy a su pesar, su deseo se dirige a ella misma. Y aunque la respuesta de Luciana es de lo más honesto, en la respuesta del hombre vuelve a apreciarse la modernidad cuando le dice que la verdadera esposa es la que se ama con ese amor verdadero y profundo al margen de otros vínculos. Y así es y así será siempre, y es así como el autor demuestra un talante adelantado a su época, en ese teatro moderno que se impone con ese bellísimo diálogo, con unas verdades y una claridad de ideas que nos sorprenden. …“Canta sirena para ti misma…”, le dice al final, después de confesarle su deseo. Y todo eso dentro del cristianismo de la época pero sin olvidar que en Inglaterra se hallaba instalado el Anglicalismo, ya que cinco años antes del nacimiento de Shakespeare, la Iglesia de Inglaterra se había separado de la Iglesia de Roma.
En la obra se trata el tema del amor, pero también de otros temas como la xenofobia, las relaciones amo- criado y la misoginia. Y así se desarrolla esta comedia de enredos llena de gracia y ligereza pues aquí no tenemos solamente el personaje de “el gracioso”, sino que todos los personajes desarrollan sus papeles con una gracia enorme.
Y el tercer aspecto que llamó mi atención, tiene lugar en el quinto acto, con el diálogo con la Abadesa, esa mujer que lo primero que hace es sorprendernos a todos con su conocimiento del mundo masculino, la misma mujer que suponíamos casta, que reconviene a la esposa por ser celosa y por lo mucho que regañó al marido, tanto, que lo hizo enloquecer, …”pues hasta la propia virtud se convierte en vicio cuando es mal aplicada”, nos vuelve a aconsejar el autor. Y la risa salta cuando la abadesa propone ser ella quien cuide de aquel hombre para curarlo de todos sus males, pues lo conoce bien, podríamos añadir. Luego se aclararán las cosas y se verá quién era ella, y todo esto dentro de un humor muy sutil.
Esto es lo que yo he visto.
Gracias a Shakespeare por su sabiduría, sus avanzadas ideas y su teatro cómico, para mi gusto más sabio que el del trágico Otelo que no consigo asimilar. Y gracias también a los organizadores de la tertulia que nos han permitido abrir el año con la lectura de esta deliciosa comedia.
A todos muy feliz 2015.
Mª José Martínez
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