lunes, 6 de marzo de 2017

Tertulia 77. La marca en la pared, de Virginia Wolf. Comentario de Miguel Alonso

Me gusta que desbarren. Ese es el único privilegio de que goza el ser humano sobre los demás organismos. Desbarrando se puede llegar hasta la verdad. Porque desbarro, soy un ser humano. A ninguna verdad se ha llegado nunca sin haber errado antes catorce veces, o quizá ciento catorce, y eso es un honor hasta cierto punto” (Dostoievski, Crimen y castigo, Cátedra. Pág. 297). 

Hay que ver para cuánto da una mancha. Sin duda, para atisbar una subversión. La subversión de una relación de dominio que, desde hace siglos y siglos, la vertiente masculina de la existencia trata de imponer al lenguaje y, consiguientemente, a toda realidad. Partiendo de esa mancha, Virginia Wolf quiebra diferentes realidades objetivas, creencias estéticas, consistencias institucionales, en definitiva, alguno de los fundamentos de una civilización erigida a lo largo de la historia por los discursos del amo masculino, esos discursos enquistados en una extraña aquiescencia que les permite someter, de forma sibilina, la vida, no solo de las mujeres, sino de los seres humanos en general. La cuestión se dirime dentro del lenguaje. La autora opone, al asentamiento monolítico de esos discursos y a sus más que cuestionables fundamentos “lógicos” y jerárquicos, el discurrir metonímico y simple de una asociación libre, o si se quiere, de un monólogo interior y hasta de un desbarre que, además de agrietar aquellos discursos y aquellas realidades, nos permite intuir la posibilidad de habitar de otro modo el lenguaje y articular, así, una relación diferente entre el sujeto y el mundo.

El almanaque de Whittaker es el registro paradigmático de esos discursos monolíticos donde la jerarquía masculina pretende constituirse como ley, como las Sagradas Escrituras redactadas por el amo y dios masculino. Pero lo importante es que el cuestionamiento se hace desde el mismo centro del lenguaje que esos discursos quieren someter. Lo que pudiera parecer un desvarío que parte de una mancha, finalmente se revela como principio de una posición ética esencial: si el discurso conforma realidades, el cuento señala de forma implícita que habría al menos dos posibilidades de vivir en el lenguaje: una que nos clausura en el interior de los signos cerrados, pretendidamente irrompibles, escritos por el amo masculino, por los jerarcas de turno y por la razón excluyente que impide la apertura de esos signos a una auténtica dialéctica; y la otra forma de habitar el lenguaje es la que muestra la autora, posicionándose como sierva del mismo, dejándose llevar por él, propiciando una dialéctica abierta donde las realidades nunca podrán tener la consistencia de la objetividad, sino la sabiduría de que toda realidad es cambiable porque, a fin de cuentas, cualquier discurso no pasa de ser una ficción. La propuesta de Virginia Wolf es, por decirlo sintéticamente, la de un tránsito que nos llevaría del objeto a la ficción, del conocimiento a la sabiduría.  

Habría todavía otra derivación ética implícita también en el relato. Y es que, o bien aceptamos posicionarnos cómodamente como sujetos psicológicos de la percepción, para quien los objetos y los signos cerrados son el sustento imprescindible para la vida, un sujeto, a fin de cuentas, cartesiano que dibuja el mundo y se posiciona en el “pienso, luego soy”, o bien nos arriesgamos a aceptar la libertad, asumiendo que el sujeto libre “es” donde no tiene voluntad de dominio sobre el mundo, donde las palabras no cargan cosas, y asume que, más que mirar el mundo, el mundo lo mira a él, como la mancha a Virginia Wolf. Esa mancha la detiene, la captura, la divide, a la vez que es todo un resorte para el fluir del lenguaje. Es la subversión del orden gramatical tradicional. Ante la mirada de la mancha, esta mujer no se aliena a los signos cerrados que ordenan el mundo, por el contrario, esos signos quedan destituidos, trastocados, por el fluir lenguaraz, y por qué no decirlo, insolente, de un lenguaje que, partiendo de lo que es una pura falta, un sinsentido, la mancha en la pared, no tiene ningún lugar fijo como horizonte.

El arte puede ser un buen auxilio para ilustrar la cuestión. Y podemos empezar trayendo a colación una frase del mismo relato: “Dejaron esta casa porque querían cambiar el estilo de sus muebles, eso fue lo que él dijo, y estaba él en trance de decir que, a su parecer, el arte debe tener ideas detrás…”. ¿Hemos de dar por sentado que el arte ha de tener alguna idea objetiva detrás? ¿Es el arte una cuestión únicamente estética o tiene una vertiente ética? Y trasladando esta pregunta a la vida, ¿tiene la vida un sustento auténticamente objetivo que justifique otorgarle alguna verosimilitud a las jerarquías registradas en tablas como las de Whitaker? Estas preguntas, así como la estructura del relato, me llevan, de forma insistente, al recuerdo de Las Meninas de Velázquez. Dado que se trata de la mirada de una mancha, hay que pensar cómo Virginia Wolf construye este pequeño cuento. Nosotros, como lectores, no sabemos el auténtico objeto de lo que ella ve. Lo llama mancha. Igual que hace ella, podemos especular lo que queramos al respecto. Lo mismo ocurre en el cuadro de Velázquez, no sabemos lo que pinta en su lienzo, aunque podemos especular sobre montones de ideas. Pero hay que aceptar que ese no saber la hace artística y hace que se escribieran ríos y ríos de tinta acerca de qué es lo que pinta Velázquez. Algo parecido a lo que le ocurre a Virginia Wolf con la mancha. Lo que importa, por tanto, es lo que una mancha, un no saber, puede producir. Por tanto, una idea detrás del arte sí, pero esa idea es un vacío, no algo objetivo, es una mancha, una falta que mira y produce un cuadro, una escritura, el arte, la vida. Es quizá otra subversión que señala el relato, el tránsito desde una estética de los objetos, a una ética de la mancha, de la falta de sustento en el principio de todo discurso y, consiguientemente, de toda realidad. Y eso, como bien muestra Virginia Wolf, es trasladable a la misma vida.  

Todo el cuento está escrito para hacer vacilar las certezas de los jerarcas obstinados en conservar la posición masculina de la existencia, y también para señalar la necesidad de valorar la mancha como metáfora de un no saber y como auténtico resorte para escribir otro tipo de existencia. En este sentido, resulta curioso que sea, justo en el momento en que la mancha se materializa y se convierte en un objeto, cuando cesan las asociaciones. Sólo a partir de la misteriosa mancha puede intentarse un nuevo discurso y una nueva civilización, pues como muestra Virginia Wolf, es imposible eliminar el enigma inherente a la existencia desde un pensamiento inconsistente como el humano: Oh, sí, el misterio de la vida, la inexactitud del pensamiento, la ignorancia de la humanidad… cuán poco dominio tenemos sobre nuestras posesiones… cuan accidental es nuestro vivir después de tanta civilización”.

La conclusión es clara. Las consistencias enumeradas en el Almanaque de Whitaker, al igual que la idea de que las palabras cargan cosas, de que hay siempre un objeto detrás de toda acción humana, detrás del arte, detrás de las realidades, etc., no son más que fantasías resultantes de las pésimas ficciones escritas por el amo masculino, un realismo objetivo verdaderamente ignorante y pesado, aunque poderoso. Claro que hay un objeto detrás de toda acción y de toda realidad humana, pero ese objeto es una mancha, una imposibilidad, una falta, un no saber. ¿Se pueden conformar otras realidades más livianas que las registradas en el Almanaque de Whitaker? Estoy con la autora, al menos hay que intentarlo. Pero sólo serán posibles si valoramos la mancha, si nos situamos en la vertiente femenina de la existencia, si aceptemos que esa existencia no consiste en dominar un lenguaje como quien maneja a un esclavo, sino en aceptar que vivir en la palabra consiste en ser servidor de la misma, lo cual abre a la posibilidad de escribir ficciones encima de la mancha por excelencia, la página blanca. ¿Qué hace Virginia Wolf si no ofrecernos la posibilidad de vivir en ese lenguaje abierto para estructurar otras relaciones entre el sujeto y el mundo? Es un problema verdaderamente serio. Y ello hasta el punto de que podríamos pensar que el final del cuento es toda una propuesta radical, pero profundamente ética, de Virginia Wolf, una propuesta que, como la misma mancha, nos mira, nos deja perplejos, y hasta paralizados, como si quisiera ponernos sobre aviso acerca de una dicotomía que, pensando en los tiempos que vivimos, nos estremece: o la mancha o la guerra.


Miguel Alonso

No hay comentarios: