miércoles, 16 de mayo de 2018

El borracho que no podía olvidar. Por Luis Darío Salomone


El borracho que no podía olvidar. Luis Darío Salamone

 "Sé que moriré en la calle. Solo como un perro, alcoholizado."
Víctor Hugo Viscarra,

 1- Autocondenado a la marginalidad.

Víctor Hugo Viscarra fue un escritor boliviano, nacido en La Paz, que vivió entre 1958 y 2006. Describió un mundo de alcohólicos, criminales, mendigos y otros habitantes de la noche; pero desde dentro. Para eso se condenó a si mismo a la marginalidad. Decía que era un antropólogo, un especialista en antros. Su obra es una ventana que nos permite mirar tugurios, callejones lúgubres, un mundo inhóspito, del cual nos hace conocer su lenguaje, para ello rompe un código de silencio implícito característico de la coba, el hampa boliviana, escribiendo un libro sobre su lenguaje secreto.

En una entrevista que le realiza el periódico chileno La Nación dice: "He tenido mis universidades: celdas, callejones clandestinos, casas abandonadas, puertas de calle, alojamientos... viviendo con mi gente, que es ¡mí submundo!, mío solito. Me he criado en la basura, y he conocido muchos basureros y desde ahí escribo. Soy un antropólogo porque alguien tiene que reventarse por mi gente y eso me da premio. Además me tratan de alcohólico, me gusta el alcohol. Como te decía he vivido en la calle y gracias al alcohol he sobrevivido".

Quienes lo buscaban lo hacían en algún boliche o en la calle, por ahí aparecía y al rato ya no estaba, como las luciérnagas. Allí lo encuentra Germán Monje, que lo andaba buscando para comentarle del interés de publicar su obra por parte de una editorial española, al terminar un viernes de soltero. Cree reconocerlo y le pregunta si es él. Tuvo que sacar su carnet de identidad de la chaqueta para responderle. Le dijo que estaba mal, con un nudo en la garganta le hablo de una tal Nancy, una prostituta, y se largó a llorar. La emergencia de angustia lo empuja a comprar alcohol.

En "Alcoholatum & otros drinks, crónicas para gatos y pelagatos" nos regala una "Radiografía de la noche", aunque esto podría definir toda su obra. Puede haber noches que invitan a la bohemia, a la alegría compartida, a los placeres prohibidos, al descanso, pero las noches a las que nos invita Víctor Hugo no son poéticas, son las noches de quienes nacieron "bajo el cielo encapotado de la desdicha y la miseria", entonces buscan en el alcohol barato transportarse a un mundo de fantasía, de embrutecimiento, de olvido. Así nos muestra una función clásica del alcohol, tomar para olvidar. Nos dice que la noche es exigente como cualquier mujer, así se dibuja el accionar del superyó; por eso se cobra sus tributos y quienes abusan del alcohol para alejar las tristezas, para calmar sus tormentos, suelen mudarse del piso de la calle, a la mesa de cemento de la morgue.

2- Las cicatrices no se borran.

Su principal obra se titula "Borracho estaba, pero me acuerdo". De esta manera desmantela lo que desde el psicoanálisis podemos entender como la función principal que el alcohol suele tener: el barrido de los recuerdos, el ahogamiento de la angustia, el olvido. Entonces, con pequeñas crónicas deja constancia de lo que han sido las cicatrices de su vida, "Nací viejo- nos dice. Mi vida ha sido un tránsito brusco de la niñez a la vejez, sin términos medios" y supone la edad exacta a la que morirá, caso contrario nacionalizaría una pistola para suicidarse. Nos dice que quisiera olvidar el período de su niñez, pero no logra hacerlo, le resulta verdaderamente imposible, las cicatrices consecuencia del mal de rabia de su nerviosa madre, no se borraban, le estaba vedado el olvido, aunque nada grato guarde en los recuerdos. Asegura que quienes recuerdan con tristeza su infancia, nunca más podrán ser felices. 

En su relato, la madre le rompió varias escobas en su espalda, le clavaba las uñas en la boca hasta dejarle una cicatriz, le dejó otra en la muñeca al clavarle un cuchillo, le daba palizas memorables, en una oportunidad le echó alcohol de quemar para prenderle fuego, lo salvó  un casero que llegó oportunamente. Él quería ignorar las cicatrices, borrarlas con la indiferencia. Pero no podía.

Se escapó a los doce años, y conoció un trato más sádico que el de la madre, el de los agentes de la Oficina de Menores, luego de estar preso con delincuentes comunes pasó a estar bajo la tutela del padre. Fue a vivir a un callejón donde se habían instalado un grupo de bebedores empedernidos. El padre era militar, buena gente, nos dice, y tenían el mérito de conocer todos los estados civiles: viudo, divorciados casado. Víctor Hugo lo iba recoger a los boliches los viernes de soltero y si se enojaba sabia como calmarlo, con boleros, "una tristeza no catalogada en diccionario alguno se apoderaba de su alma y su espíritu". Cuando murió, el día del cumpleaños de Víctor Hugo, este no reclamó herencia, solo le quedó de recuerdo la foto de su aviso necrológico. Mientras tanto, había aprendido a vagar sin extraviarse. Se había sentido abandonado. Nos dice que hay quienes tiemblan más por el abandono que por el frío. Había sentido frío en el alma, se había sentido deprimido, miserable, entonces le daban ganas de meterse en las cantinas que aparecían en el camino, el peligro era terminar alcohólico o terminar intoxicado, tirado en la calle. Pero dice que, en definitiva, aprendió a beber más por necesidad que por vicio.

3- El último trago.

A Víctor Hugo Viscarra lo han llamado “El Bukowski boliviano” o “Viskarrowski”, sin embargo resultan injustas las comparaciones, que ambos tengan una estrecha relación con el alcohol y la escritura no deja de hacerlos únicos, pero tienen un punto en común, si contrariamente a lo que sucede con los borrachos no olvidan es porque escriben, la escritura ocupa el lugar del sujeto lúcido en los banquetes, de aquel que en los banquetes se quedaba sin beber para poder recoger lo que se filosofaba, in vino veritas, entonces pueden transmitirnos una verdad, una que conocen desde dentro.

A pesar de Víctor Hugo, su último trago no fue de alcohol, ni la calle su última morada. Su estómago en ruinas no admitía licores, apena cucharadas de sopa. El reumatismo, una neumonía crónica, alteraciones digestivas y, especialmente, una cirrosis galopante lo mataron. Murió en la cama de un hospital a los cuarenta y nueve años. Había dicho que no pasaría los cincuenta años y que, si lo hacía, se pegaría un tiro. Antes de partir le puso de título "Avisos necrológicos" a su último libro. También había profetizado que moriría "solo y como un perro, pero libre, tomando el último trago" El alcohol que lo acompañó tantos años, no le permitió semejante despedida, lo abandonó antes del trago final.

Luis Darío Salomone

Bibliografía

Viscarra, Víctor Hugo. "Borracho estaba, pero me acuerdo". Libros del Naufrago. Buenos Aires, 2010
Viscarra, Víctor Hugo. "Borracho estaba, pero me acuerdo". Correveidile. La Paz, 2006
Viscarra, Víctor Hugo. "Coba. Lenguaje secreto del hampa boliviano". Correveidile. La Paz, 2004.
Viscarra, Víctor Hugo. "Alcoholatum & otros drinks". Correveidile. La Paz, 2007.
Viscarra, Víctor Hugo. "Avisos necrológicos." Correveidile. La Paz, 2005. 



1 comentario:

marta giralt dijo...

Muy interesante este ensayo sobre un escritor como Víctor Hugo Vizcarra. El olvido no es algo verificable objetivamente. Salvo cuando ya no hay recuerdo.
Y me resultó muy claro esto de que el borracho no busca olvidar. Buscar "Olivarse", irse por un rato, o más, quizás, del presente.
Gracias Luis Darío Salamone.