viernes, 28 de noviembre de 2008

Clarice Lispetor: Mirada y veracidad. Por Carmen Botello

¿Qué se podría pensar de una autora que al inicio de una determinada obra indica su deseo de que se acerquen a ella, sólo personas de alma formada? O de algún editor, que en la contracubierta de un libro de relatos hace la advertencia de que leerla, a la autora, "no es un hecho que no aporte consecuencias". La primera indicación podría hacernos creer que nos encontramos ante una escritora pretenciosa, una majadera que nos hostiga para conseguir, antes de comenzar, que abandonemos el intento. Y la segunda, más o menos lo mismo: ¡ojo que estamos ante algo serio, piénselo dos veces antes de adentrarse en estas líneas! Pero el lector cometería un grave error si cayese preso de la literalidad de esas recomendaciones, porque si algo no le falta a la obra de la brasileña, Clarice Lispector, es la capacidad para subyugar amparándose en la simplicidad de unos textos escritos sin pretender con ellos hacer literatura; o al menos esa literatura artificiosa que esconde lo esencial de las cosas, "esencialidad" que, en el caso de Lispector, es el único estímulo del que se sirve para escribir. Una obsesión que junto con el trabajo de la mirada de la percepción, constituyen los ejes de la obra de esta ucraniana, que vivió en Brasil hasta su muerte en 1977. "(Escribo sobre lo más mínimo adornándolo con púrpura, joyas y esplendor. ¿Así es como se escribe? No, no es acumulando; sí desnudando. Pero tengo miedo de la desnudez, porque es la palabra final)" dice Clarice Lispector en La hora de la Estrella, una de sus últimas obras publicadas antes de morir y que en España editó Siruela. Y así es: en su búsqueda analítica de lo esencial, de lo que está bajo la superficie pintada de las cosas -y la pintura puede ser fea o amable, pero es tapujo al fin y al cabo-, es en donde queda establecido su valor como escritora, la altura de la sacudida que violenta al lector mediante su estilo seco, virtuoso porque no limita sino que escarba y revuelve, como nos fustiga y empuja al abismo la protagonista de La Pasión según G.H., su obra cumbre, en la cual se narra el proceso de ascesis y revelación de una mujer que ante la contemplación de una cucaracha espachurrada, se hace cargo de lo que significa estar viva.

Y Clarice Lispector vive como pocas mujeres a través de sus historias, a través de los cuentos recopilados en Silencio, en Lazos de Familia, Cuentos reunidos, en la novela Aprendizaje, en El Libro de los Placeres o en Cerca del Corazón Salvaje, su primera obra publicada en 1944 cuando Lispector contaba tan sólo con 19 años. Vive con un carácter uterino, obsesivo y umbilical sus cuentos. Historias que nos sumergen de lleno en la intimidad de la escritura, nunca de la escritora, como bien explica Cristina Peri Rossi, una de sus traductoras y de las mejores conocedoras de esta obra emblemática, en el prólogo de Silencio. Heredera de Joyce, de Virginia Wolf o de K. Mansfield, Lispector es además una especie de surrealista lejana que juega en sus textos a inscribirse como artífice de los mismos, comunicando al lector su hastío, el cansancio o el miedo que le produce escribir, acto que realiza como ella misma reconoce el algún momento de La Hora de la Estrella, simplemente mientras espera que le llegue el momento de morir. Interviene como correctora, interviene para confesarse, para asociar libremente ideas como si se mantuviese recostada en el diván de un psicoanalista, diciendo y diciendo sin parar, todo aquello que se le antoja sin prestar demasiada atención a las repeticiones, a los presumibles defectos de forma que alguno puede creer encontrar en sus relatos.

Pero no se trata de eso: se trata de decir verdad. Desde una perspectiva convencional el inconsciente es confuso, atrabiliario, mal escritor. A los surrealistas no paraban de acusarles de incongruentes. Pero decían verdad como Lispector y es en ese afán de veracidad en donde la escritura de esta mujer alcanza su máxima belleza, la que le es propia. Una belleza que la aleja de la rémora decimonónica de la literatura brasileña en la que predominaba lo narrativo sobre lo expresivo, lo pintoresco sobre lo esencial, por más que el texto se quisiera sujetar a una realidad social bastante miserable. Clarice Lispector se aleja de esa herencia y se adentra en la modernidad, raspándonos el alma con su mirada inmisericorde, su mirada egoísta, una mirada subjetiva como pocas, humana, "exigente de veracidad", pero una veracidad interior, piadosa con el mundo que contempla, sensual con lo que la vida ofrece e inmune al engaño del artificio.

CARMEN BOTELLO

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