sábado, 3 de enero de 2009

Apertura tercera reunión Liter-a-tulia a cargo de Alberto Estévez

Bienvenidos todos, los que suelen frecuentar esta cita y los que hoy nos acompañan por primera vez.

Hoy se celebra nuestra tercera reunión, quiero empezar diciendo que me ha parecido una novela muy bella, esto puede causar extrañeza dado su contenido manifiesto, justo lo contrario, el horror. Pero creo que este par, belleza – horror está presente continuamente en la obra; lo terrorífico y lo tierno, el fuego y el frío oscuro, la bondad y la maldad, o como gusta decir a nuestro pequeño protagonista, los buenos y los malos.

Bella novela digo, por la forma en la que McCarthy la ha escrito, el estilo, a mi modesto entender casi poético. Me refiero a la poesía en su función de belleza, lo estético, las palabras precisas, sus resonancias y evocaciones, pero es indudable que también en su otra dimensión, aquella en la que la palabra apunta al vacío, lo toca a uno, lo conmueve, y por tanto provoca angustia. En mi caso por ejemplo, la descripción del paisaje, ese frío inhumano que todo lo invade, también me invadía a mí dejándome los pies helados leyendo.

Un padre y su hijo pequeño, la unidad simbólica por excelencia, una célula simbólica primaria vagando por las tinieblas de una negrura como para que dolieran los oídos de escuchar. En ese sentido no es casual que no tengan nombres, que dispongamos de los datos mínimos, desconozcamos sus edades y su historia; me parece que el autor trata de preservar dicha dimensión simbólica ya que así es más fácil que podamos ser cualquiera de nosotros los protagonistas.

Y el primer diálogo, ese que abre la secuencia de diálogos cortos, escuetos, pero enormemente tiernos, es la muestra de lo que late en el interior de esa célula:

Hola papá - Aquí estoy - Ya lo sé. Se trata de la figura de el otro, pero ya incluido en la estructura, es absolutamente deliberada la introducción de la palabra papá. Remite a la estructura de parentesco, estructura simbólica primordial que regula los intercambios y sitúa a los sujetos en sus lugares, al padre en su lugar: Aquí estoy - Ya lo sé Ciertamente lo sabe, sabe que ahí está, donde tiene que estar.

Y desde la persona del padre, la asunción de esa posición. Posición, en el diccionario, viene expresada como: Modo de estar puesta una persona o cosa. Es al modo, pues, a lo que hace la cuestión de la posición, traducida en la novela por un velar sin descanso, dadas las condiciones en las que se desarrolla, por la continuidad de la vida de su hijo. No se trata sólo de alimentarlo y protegerlo del frío para guardar su vida, para el padre esta también depende de leerle cuentos, conservar sus juguetes y cargar con ellos, o cederle la última Coca Cola. Posición que también ayuda a configurar el chico mostrándole los límites de la misma, los límites del padre:

Miró al chico ¿Quieres esperar aquí? - No, siempre dices lo mismo - Lo siento - Ya lo sé. Pero siempre lo dices. O más adelante cuando lo remite a sus propias palabras: si no cumples una promesa pequeña tampoco cumplirás una grande. Tú me lo dijiste.
Así que es un padre en falta, estupendo, pero por eso mismo en falta. Y en su posición de padre dado lo que le ha tocado vivir, acreedor de un resultado: ¿Tienes alma maldito seas eternamente? ¡Oh Dios!

Me gustaría citar dos elementos que arriman esta obra del lado del psicoanálisis, ya que Liter-a-tulia convoca literatura y psicoanálisis con este formato de tertulia. El primero de ellos, las citas que el autor va dejando gotear a lo largo del relato, citas plenas de sentido para los que nos dedicamos a esta profesión. Entre ellas elegiría una que seguramente ha llamado la atención: olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar. Este es el dibujo exacto de aquello que Freud hace más de cien años formalizó: el inconsciente. Somos sujetos del inconsciente, estamos sujetos a él. En ese sentido la voluntad resulta insuficiente siempre en las cuestiones que atañen al ser humano porque desconocemos las determinaciones que nos rigen. Plantear el inconsciente como lo hace McCarthy no sólo es ponderarlo frente a otras concepciones del ser humano que no lo contemplan, creo que es una bomba, ahí está, sólo hay que leerlo para las psicologías de la conciencia que no aceptan la hipótesis freudiana.

Pero por si esto fuera poco, hay otro elemento, mucho más evidente si cabe que este primero, que coloca “La Carretera” como un texto de clara inspiración psicoanalítica. No sé si les ha llamado la atención; estoy hablando de los sueños. Otro elemento simbólico. La novela está plagada de ellos, desde la primera página se nos relata el sueño de la gruta en la que su hijo es quien lo guía a él, paradójico en relación al desarrollo de la novela en la que es el padre siempre quien conduce en el camino. Ni una explicación, ni una interpretación, los sueños están ahí, se producen. ¿Pero forman parte del sinsentido, o quizá este permanece oculto, inconsciente? No es casualidad, y en esto quizá no hayan reparado tantos de ustedes, que el último sueño que el padre tiene antes de morir de nuevo se sucede en una cueva en la que se alcanza el punto sin retorno, casi a la manera de una cadena onírica, página tras página, en la que el último eslabón, el último sueño, engancha con el primero.

Ahora bien, para poder soñar hay que estar vivo. No me refiero sólo a la vida orgánica, sino al hecho de que para su mujer, que ya no puede más, ellos no están vivos, son muertos andantes y por eso afirma: yo no sueño nada! Poco después se levanta y se marcha para quitarse la vida. Sin embargo para el personaje del padre son supervivientes, rechaza la muerte como amante; los supervivientes sí que sueñan, continuamente por lo visto, y llevan el fuego.

Para terminar, quizá por seguir en la dinámica de querer provocar, quisiera decir que la novela me pareció no sólo bella, también optimista. Ya lo pensé de la de Auster por mucho que repitiera “la vida es decepcionante”, aquí también lo pienso, hay un elemento que me lo hace ver así: el fuego. Claramente metafórico de otro elemento, como no, simbólico: el deseo. ¿Dónde está? ¿Es de verdad? Le pregunta el niño. El fuego está en tu interior, le dice, y será lo que te guíe y el responsable de que tengas buena suerte y continúes sin peligro.

Más allá de que eso se cumpla en la novela, creo que la dimensión del deseo que trata de rescatar el autor es la de “seguir adelante”. ¿No es esa una forma optimista y positiva de encarar la vida?

Alberto Estévez
12 de Diciembre de 2008

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