sábado, 14 de febrero de 2009

Comentario al libro Las puertas de lo posible de José María Merino. Por María José Martínez Sánchez

Tenemos ante nosotros, reunidos en un libro, los relatos destinados a ponernos delante de los ojos lo que José Mª Merino piensa que puede ser la vida en la Tierra, concretamente en nuestro país, dentro de unos 400, 500 ó 600 años.
Creo que son demasiados años para el futuro que nos retrata, pues es un futuro casi atisbado hoy, algo muy cercano para lo que él piensa será “pasado mañana”. Lo hace a partir de la información que le suministró un cronomóvil o máquina del tiempo a la que, se supone, le serían facilitados datos de un próximo futuro para que la máquina siguiera completando el dibujo.
Es curioso el primer relato, con ese guiño al psicoanálisis, donde nos describe esas fabulosas y económicas máquinas, robots–diván, estupenda denominación de origen, se me ocurre, unos trastos que, sin remedio, necesitan de cuidadores humanos para mantenerlos útiles, reponer pilas y cosas así.
En ese futuro se pretende que dichos aparatos sean la solución a todos los problemas psicológicos. Y lo harán ordenando la cabeza de los pacientes y recolocando las ideas, cada una en su lugar, según la importancia.
Pero, ¿cuáles son esas ideas y como han de colocarse?
Y Merino nos dice, en uno de los capítulos más graciosos, que las máquinas pretendían restablecer la devoción y la piedad, animar a la gente a usar más la tarjeta de crédito, liberarse de chutes excesivos tomando el famoso Soma de Huxley, en su apartamento de 20 metros cuadrados, y procurar que todos los ciudadanos sean partidarios del deporte. Todo ello ha de conseguirse en una dosis y proporciones adecuadas, base obligada para la buena convivencia en ese nuevo modelo de sociedad en la que todavía —nos aclara—, existirían coches conviviendo con aeronaves, marcianos al estilo tradicional, traiciones muy humanas, sabotajes, ricos y pobres, y por si acaso, mutualidades de funcionarios, policía, multas, pólizas de seguros y muchas cosas mas.
Dentro de las mejoras habidas cabe también un Estado Leonés y un puerto Maragato.
Y añade a las cosas antes citadas, que los ciudadanos habrán de tener amores racionales, sin excesos, ni tan siquiera literarios, como en los libros de poemas y novelas antiguos, para conseguir una vida que, siendo “menos humana”, sea más llevadera. Los libros ya no existirán, pero sí la Real Academia Española. No han de juzgarse mal algunas incoherencias.
El que una sociedad “menos humana” sea más llevadera, es una idea que me parece muy interesante, y podemos sacar de aquí alguna consecuencia.
La palabra “humano” está llena de confusión. Efectivamente. Al pensar en lo humano tendemos a pensar en algo bueno, y decimos, por ejemplo, al contemplar ciertas hambres injustificadas o ciertas masacres, “hay que tener algo de humanidad”.
Pero “todo lo que acontece aquí es humano”, —dice un aforismo casi incontestable.
Y podríamos seguir pensando, a partir de la consecuencia que Merino nos ofrece que tal vez no todo lo humano sea necesario. De hecho vemos a diario que no lo es. Por eso siempre se intenta anular, cambiar, o mejorar algo. Y eso de mejorar lo humano a partir de otro discurrir humano encierra gran dificultad, pero aún así es lo único que se puede hacer.
Hasta aquí las reflexiones necesarias para seguir interesándonos por una lectura.
Y según nos explica el profesor Souto, los cambios en la sociedad española se conocen a través de los datos aportados por el cronomóvil llamado Cthulu, extraño nombre tomado de un ser primigenio protagonista de los relatos terroríficos ideados por el autor del terror cósmico.
El libro está escrito desde un cierto humorismo general que supongo en la más oculta intención del autor, pero también está oculto al lector. A mi confieso que me desconcertó, y creo que no se aprecia bien. Dicho humor no da unidad al libro ni se manifiesta en todos sus capítulos, que son muy diferentes, salvo en el primero, en el glosario y en algún que otro momento aislado.
Merino, académico, nos ofrece ese glosario quizá para hacernos sonreír con algún comentario jocoso, tal vez, también, para llamar la atención sobre los cambios innecesarios que hoy contemplamos en algunas palabras. Y sobre las palabras también nos dice el ocurrente profesor Souto, que en ese futuro se conservan algunas de las actuales, sabiendo de su anacronismo, para hacernos más fácil la explicación de los hechos. Así, pues, encontramos palabras como bareto, birra, supercapullo, etc.
Sigue el autor repasando, en un recorrido anecdótico, los cambios apreciados en la sociedad a través de los personajes que encarnan a los trabajadores de los nuevos oficios y cargos políticos. Éstos están para mantener y vigilar el nuevo orden en este nuevo sistema donde constantemente lo humano vuelve por sus fueros con una antigua y persistente añoranza hacia la Naturaleza.
Nos cuenta como el Sistema de Salud busca el ahorro por encima de todo.
Nos cuenta también como los banqueros hacen sacrificios para seguir manteniendo el sagrado orden liberal ante oscuros totalitarismos igualitarios.
Nos habla de los trasplantes usados de la peor manera para castigar el adulterio, y de la ingeniería genética destinada a obtener especies animales idóneas. Nos dice también cosas sobre las casas inteligentes, que más bien son casas raras, de playas simuladas, y de una ciudad en ruinas que nos recuerda enormemente al fotograma más característico del Planeta de los Simios.
Pero ya podemos hacer un descanso en la enumeración de las anécdotas que el autor nos ofrece, y preguntarnos algo que pudiera ser objeto de reflexión:
¿Hay algún objetivo oculto, pero bien trazado, que guíe la evolución de las sociedades organizadas, o a los cambios futuros se llega por la inercia de los hechos?
Y si en cierta manera fuera así, ¿cuáles fueron los factores determinantes para que, a partir de nuestros días, se iniciase un deslizamiento paulatino hacia ese futuro ya intuido y que a través de este libro contemplamos?
Tal vez la respuesta esté en una frase que pueda combinar ambas opciones: Hay una inercia en los hechos que favorece el desarrollo de un plan bien trazado.
Y ese plan, ¿de qué índole es? ¿Quiénes lo diseñan?
Tal vez los hechos que conducirán a ese “pasado mañana” puedan decirnos algo.
Un hecho es el egoísmo de ciertos poderes económicos que ya hace años diseñaron para nosotros una sociedad inhumana, con el sistema médico y psicológico más barato sin pensar en las repercusiones. Un sistema que prescinde de dar trabajo directamente a las personas para no tener que pagar su Seguridad Social, que obliga a todos a trabajar demasiadas horas, para ser rentables, con el consiguiente deterioro familiar, que aparca a los ancianos en frías residencias y a los niños en guarderías. Todo ha de rodar como un engranaje perfectamente suavizado por ese Soma que ya nos está llegando en forma de mil comprimidos de colores que se dirigen, cada uno, al lugar cerebral dónde más se necesita.
Porque la gran empresa económica de nuestros días ha de funcionar.
Yo no sé si José Mª Merino quiso decirnos esto en su libro. Más bien creo que no. Al revés de Julio Verne que se centra en un solo descubrimiento científico anticipado, él describe los cambios habidos en múltiples aspectos sociales, y creo que su realidad creada, a partir de una escasa fantasía, no tiene una intención determinada.
Y así nos cuenta de la lucha entre el Norte y el Sur, de los negocios, de los fraudes, de los odios, de la prostitución en los edenes con entrada posterior, con “maquinenas” llamadas “izas” al estilo Cela, y también del persistente deseo de anular al hombre como tal, al hombre impredecible, al hombre que piensa, por ser un peligro al ser original, por sacar, en fin, los pies del plato. Y para controlar todo esto se usan estudiosos, persuasores, vigilantes y se lleva puesto un casco especial pare recibir instrucciones. Se trata de controlar a los que añoran al ser humano natural, pues esos son los traidores a ese sistema en el que también cabe borrar, en esos robots casi humanos, la memoria amorosa de la dependencia.
Todo huele a dictadura. En el libro se dice que todo esto es necesario para que el hombre natural no llegue, con su torpeza, a destruir a la propia especie humana. ¿Sofisma? No lo sé, pero en todo caso éste no es el camino. No en vano los Derechos Humanos se declararon para el Hombre tal como es.
Lo que Merino denuncia con más claridad al final de su libro, es “el uso de la Ciencia al servicio de la depredación de los despojos de la Tierra”, en un momento en que se traen minerales energéticos de Marte y, aunque dicho muy de pasada, hay contacto con extraterrestres y ya se vive en la Luna.
Cuando yo pienso en el futuro más próximo que ya está ahí, como paso al siguiente escalón, creo que hay dos formas distintas de imaginarlo, y también, por tanto, dos formas diferentes de diseñarlo.
El futuro que nos presenta Merino está claramente diseñado por hombres. En ellos está menos arraigado el cuidado biológico de la prole, con todas sus consecuencias, de tal forma que, al estar en sus manos los cambios sociales, es fácil que se pierdan muchos de esos valores “humanos” y obtengamos, a cambio de una cierta “seguridad”, un sistema diferente, sí, pero que sin duda puede volverse contra nosotros mismos.
Y todo dentro de una inercia a la que casi nadie se sabe oponer, y en una sociedad en la que no aparece ningún niño. Y esto es una incógnita que el libro no afronta ni resuelve.
En los últimos capítulos van apareciendo más hombres naturales, los que en otros episodios figuraban escondidos. Uno de ellos se enamora perdidamente de un robot, tan perfecto, que deja eclipsada a su mujer, a la que vuelve tras su llamada, y vuelve a dejar, para compartir con el perfecto robot, Elo, su vida hasta el final de sus días, olvidando totalmente su condición de máquina.
Decir que es muy difícil para un hombre imaginar el futuro fuera de sí mismo y de su vital experiencia humana.
La consideración final que sobre el Hombre nos hace Merino, por boca de ese enamorado, es muy oportuna:
... y pensé que al fin y al cabo yo también era una especie de máquina, y que mi pretendida superioridad sobre los robots, mis sentimientos humanos, eran producto de reacciones químicas y descargas eléctricas.
Para pensárselo dos veces. ¿Qué nos diría hoy Quevedo?
¿Robot al fin, pero robot enamorado? No lo sé.
Química, circuitos, tornillos y... ¿algo más? Misterio por aclarar.
Lo humano, precisamente.


Mª José Martínez Sánchez.

No hay comentarios: