domingo, 15 de febrero de 2009

Apertura de la 5ª reunión de Liter-a-tulia con la presencia del autor D. José María Merino. (Por Alberto Estévez)

Hace algún tiempo, cuando todavía Liter-a-tulia no había comenzado a andar, nos reuníamos los responsables para acordar la obra que seguiría a Chesil Beach, que a los pocos días abriría la primera reunión, y yo les expresaba mi deseo de ubicar en una de nuestras tertulias un libro de relatos cortos. Confiaba que podría resultar muy interesante el debate; se me antojaba plural y diferente al que pudiera hacerse sobre una sola historia.

El libro sobre el que conversamos hoy es un libro que se ciñe al formato que yo anhelaba en aquella cena con mis dos amigos, nuestra reunión por tanto despierta aquella curiosidad sobre los gustos de la gente, las cosas que les llaman la atención; cuál sería el relato en el que se habían detenido y sin embargo a mí me había pasado inadvertido, o viceversa. En suma: la cuestión de la diferencia entre unos y otros.

Esta es la pregunta que resuena en mí tras la lectura del libro de José María Merino, lectura que me ha amplificado el eco de esta cuestión, y es una de las intenciones, no sé si consciente o no por parte del autor, que este trabajo con más fuerza me sugiere: la cuestión de la diferencia. Verdaderamente no es necesario esperar para comprobarlo en la obra, me refiero al primer relato, ese que a los psicoanalistas nos significa especialmente: ordenadores para tratar problemas psíquicos, vulgarmente conocidos como divanes. Y qué es lo que tratan? Enfermedades psíquicas o conductas de quienes podrían generar algún tipo de fricciones colectivas o problemas sociales: adicciones, gente que utiliza poco la tarjeta de crédito, que no acude a las actividades religiosas, o que no están interesados por las competiciones deportivas.

Esto está en la primera página, pero unas 3 o 4 más allá lo encontramos de manera más evidente y menos cómica: existe una conexión directa entre todos los divanes del mundo, donde la experiencia de cada uno enriquece a los demás, y poder buscar así la perfección del sistema porque la brusca segregación podría desequilibrarlo.

Ahora es más claro: un sistema que permanece en equilibrio gracias al para-todos, para-todos lo mismo, donde la desigualdad, lo singular no encuentra su lugar, y además es perseguido, tratado, curado o eliminado. Un sistema donde aquellos que no producen se convierten en una molestia y por tanto son apartados en los campos de retiro para los viejos. Escapar de estos lugares es de nuevo atentar contra el equilibrio del sistema, y si algún robot, por arcaico que sea, se hace cómplice de la fuga, se convierte inmediatamente en una máquina peligrosa.

No es extraño que un sistema así necesite a los terroristas, y por eso el libro dice que si no existen habría que inventarlos. Si dicho sistema viene caracterizado por el ansia de perfección, los terros vienen muy bien para poder cargarles con la culpa de lo que no funciona, incluso de que nos congelen el salario y nos suban los impuestos. También son culpables de eso.

Toda catástrofe es anuncio de negocio, y el verdadero empresario es aquel que transforma un desastre natural en fuente de riqueza. Es la sociedad en la que el discurso del amo campa a sus anchas; un amo que sanciona como fuera de la norma tener la tele apagada, o que no ve con buenos ojos que tengamos memoria y hagamos uso de ella.

El psicoanálisis representa justamente el reverso de este discurso. Su concepto de sujeto es el de la falta en ser: esta es la posición subjetiva estándar. Y esta falta en ser podemos concebirla como diferencia. Ahora bien, si tomamos un ser y suprimimos todos sus predicados, todas sus cualidades, se nos convierte en uno. Y entonces ya tenemos la condición para poder contar en series a seres que tienen en común haber sido reducidos a uno, vaciado de toda cualidad, un puro uno contable, apropiado para la serie.

Estamos ante la discordancia de los términos que propone cada discurso: frente al para todos, oponemos la particularidad de cada sujeto, o de otra manera, frente al anhelo perfeccionista, la respuesta es la falta en ser, la diferencia, lo que hace a cada uno, lo singular frente a lo global.

Sinceramente creo que en mi caso esto ha sido lo que ha inspirado mi gusto en el recorrido por los 17 relatos; me ha cautivado comprobar lo que quedaba en pie del sujeto, lo que de su particularidad resistía a ser aplastado. Sujetos absolutamente rendidos a este empuje globalizador hasta el punto de quedar convertidos en marionetas, o autómatas, despertaban a causa de una contingencia oportuna, recuperaban la memoria, vivían su historia de amor contra viento y marea, o redescubrían el olor del bosque y de la tierra mojada. Héroes desde algún punto de vista, dispuestos a desafiar la farsa de un sistema mentiroso, que cree saber qué es lo que nos conviene a todos, y promete paraísos donde no hay más que desolación.

Son varios los relatos que se ciñen a estas coordenadas estrictas que describo, la incidencia de lo real sobre el sujeto y sus consecuencias, lo real, que como muy bien Merino aclara no tiene nada que ver con los simulacros electrónicos. Es ese uno de los relatos que hice míos, el muchacho que pensaba que no tenía corazón, y había encontrado la justificación para tal pensamiento: una víscera sintética sustituía a la auténtica a causa de un terrible accidente que además costó la vida a su madre. Y aparece la contingencia, un simple apretón de manos de alguien a quien hacía tiempo no veía, alguien que representó algo cuando era casi un niño, es lo que introduce la dimensión de la pérdida y la aparición de las lágrimas. Esas lágrimas que no disimulan el júbilo del sujeto al reencontrarse consigo tras casi toda una vida perdido.

Hay esperanza para el sujeto en un sistema como el que recrea la obra? Nosotros ya tenemos una respuesta, modesta, se llama Liter-a-tulia, un espacio en el que gozamos del privilegio de darle la palabra al sujeto.

Alberto Estévez

1 comentario:

Anónimo dijo...

Para Alberto Estévez.
Este hombre es un artista,no solo porque sea mi padre sino porque gracias a él he aprendido todo lo que es este pequeño mundillo de la literatura, ya que he heredado su manera de escribir aunque la mia no se publique más que para que el me corrija.Por eso gracias papá.
Tequiere tu hija mónica.