sábado, 14 de febrero de 2009

Comentario del libro Las puertas de lo posible de José María Merino. Por Miguel Ángel Alonso


Cuando dos cuerpos se unen para amar, se quema más despacio la soledad de la tierra” (23)

Entre la zona oscura y la zona clara, apenas hay un límite tenue” (174)

Hay palabras que cuando se asocian, parecen hacerlo por mor de una afortunada armonía que se realiza entre ellas. En la asociación de otras, en cambio, lo que asoma es la palpitación de un cierto antagonismo. Esto último es lo que percibo en el título Las puertas de lo posible. Produce un efecto extraño la convivencia entre puertas y posible. Lo posible, en principio, parece contrario a la sugerencia de resistencia, grande o pequeña, que sin duda porta la palabra puerta. Sería menos problemático para el oído, por ejemplo, un título como Las puertas de lo imposible. Sólo al franquear el umbral del título, uno encuentra un sentido que cree apropiado para esta unión paradójica.

Para el ser humano la categoría de lo imposible, de la falta, del vacío, de la carencia de palabras, es algo propio. En ese sentido, habría puertas que, quizá, nunca deberíamos de franquear, o aun, como ocurre en estos cuentos, derribar. Traspasar el umbral de la imposibilidad es convocar, ineluctablemente, al mal radical y destructor, es convertir las puertas que esconden lo imposible en pura ceniza.

Cuando uno entra en la lectura del libro, se da cuenta de inmediato que el deseo perverso de la tecnología, en su afán de ir siempre más allá de cualquier límite, no se detiene ante nada, ante ninguna barrera, ante ninguna puerta. La tecnología seduce con un discurso destinado a hacer creer que todo es posible, así reza su tan conocido y devastador lema: “imposible is noting”. De esa manera nos encontramos con la trasformación de lo imposible en posible. ¿Cuál es el precio que hay que pagar por dejarnos seducir por su discurso? Nada más y nada menos que la devaluación de lo propiamente humano, incluso su perdición, su destrucción. Porque un mundo como el que despliega el libro, de sujetos de palabra precaria, casi extinguida, de mínimos sentimientos, de carencias afectivas absolutas, hasta el punto de que el mismo amor no tiene apenas lugar en la determinación de los lazos sociales, efectivamente, no es un mundo al que podamos seguir llamando humano.

El título me sugiere, entonces, la idea de un umbral que nunca deberíamos de traspasar. Una vez derribada la puerta –sin que se hayan dilucidado las consecuencias que ello conlleva— nos conduce a un futuro nefasto. Ya estamos viendo ahora al ser humano, ese que aún resguarda mínimamente el pasado, la tradición, los afectos, los sentimientos, la pasión, la poesía, la novela, la escritura, el amor, etc., marcado por signos inquietantes de desasosiego.

Como dice el párrafo de Filippo Tommasso Marinetti que abre a la lectura del libro: “El tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros vivimos en el absoluto, porque hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente”. Una de las esencias que puede recogerse de esta frase es la idea de que el ser, ya en el presente, y más en el futuro histórico que le espera, el que Merino nos enseña en los cuentos, no dispone, y menos dispondrá, de tiempo para su realización. Ese tiempo ya le fue robado por la inevitable velocidad en la que obligatoriamente ha de mantenerse el mundo tecnológico ávido de una satisfacción continua.

¿Se podría concebir todavía alguna esperanza respecto al pobre destino que nos impone la vertiente perversa del saber científico y tecnológico? En todos los cuentos, el anhelo de un pulcro orden y absoluta seguridad se rompe por algún resquicio que, siempre, consigue abrir el viejo y tradicional deseo sustentado aquí por la rebeldía de personajes secundarios de las historias. Serían los que encarnarían una mínima esperanza de que el significante “humano” no cayese en el olvido.

Pero también encuentro una vertiente amable del título. Es el homenaje que se rinde a la literatura, heredera y depositaria de la tradición, conservadora de la hermosura y del dolor de lo humano a lo largo de los tiempos (104). Ella, más capaz que la propia tecnología, es el lugar apropiado para hacer El viaje inexplicable (127) por la palabra, por el sueño, por la aventura (137), por el futuro, es la verdadera y única puerta susceptible de ser atravesada para hacer posible lo imposible, viajar más allá de los confines a los que la propia tecnología pudiera llegar, viajes como los del Profesor Souto a través de La Mancha de El Quijote, o su estancia en el hospital de La Montaña Mágica, o conocedor de Raskolnikov en Crimen y castigo. Sólo la literatura está capacitada para ir más allá de las puertas que esconden lo imposible, sin que ese ir más allá suponga la destrucción de lo humano. Porque la literatura es “saber hacer” con esa imposibilidad a la que siempre alude a través de las múltiples vicisitudes emocionales que escribe. La tecnología, en cambio, en su infinita pasión por la ignorancia, cree que ir más allá supone ir al encuentro con una esencia, no se da cuenta de que más allá, no hay nada que encontrar.

El ejemplo del profesor Souto es lo sugerente, viajar por los mundos más allá de las lejanías, por la ficción que preserva al ser en la palabra, en ese lugar que sabe que la verdad para nosotros no está más allá de ella, sino en sus intersticios. Si la literatura y la palabra desapareciesen del mundo, la humanidad sólo podría mostrar una espeluznante desnudez.

Respecto a la credibilidad de los relatos, y al igual que ocurría con el libro sobre el que debatimos en la tercera tertulia, La carretera de Cormac McCarthy, en Las puertas de lo posible no se siente extraña la anacronía en el tiempo, quizá porque el espacio virtual que narra es demasiado creíble en vista de los acontecimientos que conocemos de la vida actual, y de los signos que se inscriben en las ya poco elocuentes, por silenciadas, subjetividades. Todo lo que ocurre en ese espacio, cinco siglos después, ya está en germen actualmente.

Uno de los aspectos más relevantes que encontramos a través de diferentes relatos, hace referencia a la devaluación que se produce en el ámbito del lenguaje. Una frase lo sugiere con claridad en el prólogo. Frase que, una vez leído el libro, adquiere todo su valor:

“Merino… ha tenido que emplear el repertorio verbal que utilizamos en nuestra época mucho más prolijo que el que corresponderá a los tiempos relatados” (Profesor Souto. Prólogo, pág. 12)

El progreso que la tecnología se arroga, lleva aparejada, como decía en la introducción, la pérdida del lenguaje, de la palabra, esa extraña e indeseable, para la ciencia, impureza que nos habita. Y la enseñanza que deja la lectura del libro es que la precariedad de lo humano es proporcional a la precariedad de las formas expresivas. No hay humanidad sin lenguaje.

¿Por qué muchos de los protagonistas de los cuentos no comprenden lo que está pasando en aquellos que aún guardan, o muestran, esencias de lo humano? Porque ya no disponen de la palabra que refiera a ellas, o de literatura que les pueda informar acerca de las pasiones que un día formaban parte de lo humano. Todo constituye para los que se sostienen en tal precariedad, una enorme sorpresa.

En cuanto a la época histórica que narra el libro, ella quizá es la antesala del máximo esplendor, de la apoteosis máxima del sistema de capitalismo salvaje: su destrucción total, el triunfo definitivo de la pulsión de muerte en que sostiene su acción. Todo parece indicarlo, el destrozo del medio natural, los problemas energéticos, la búsqueda de otros planetas para continuar en ellos la vida ya que en Tierra no va a ser posible, los efectos del cambio climático, la extinción de la vida animal, la genética como instrumento para crear especies vegetales destruidas.

Para demostrar la alianza entre el sistema y la pulsión de muerte, Las puertas de lo posible nos ilumina una escena en la que se pone de manifiesto el imperativo de satisfacción que le es propio a aquél. Lo más perverso de todo es el negocio que se hace de la propia destrucción, como podemos ver en el cuento La historieta de su vida. Ahí, la destrucción de las ciudades es todo un negocio para las empresas, pues será necesario construir otras, lo cual aportará infinitos beneficios. De lo único que se trata para este sistema es del imperativo ineludible de satisfacer su pulsión, su avaricia, obtener beneficios para seguir creciendo económicamente.

“Si no hubiese un desastre ecológico global habría que inventarlo” (154) “Los problemas del ecosistema planetario son motores del progreso”

Y un problema muy grave se refiere a la infinita confianza que se tiene en la tecnología para superar los desastres que ella misma causa (105). Mientras tanto el deterioro aumenta a pasos agigantados (153).

La servidumbre de las instituciones a los fines del sistema es otra de las facetas que podemos atisbar en el libro. Por ejemplo, en el terreno de la política, la mentira sirve como sustento de su acción. Para perdurar, continuamente pone en juego su imaginación porque precisa proveer de ilusiones, de objetos (93) que calmen los efectos que se puedan derivar de las carencias irremediables, de las angustias y mutilaciones que el mismo sistema provoca. Lo vemos en el cuento Terranoé, un planeta inventado para, en el fondo, poder mantener la avaricia del sistema con la falsa promesa de un destino mejor. (106).

También resulta curiosa la organización de los divanes, de los Efe Ese Can. Es homóloga a la organización rizomática, no jerárquica, de las organizaciones de nuestro mundo. Más que una estructura jerarquizada, es una estructura que conecta a los diversos elementos, lo cual implica que la avería en un lugar del sistema, implica la contaminación a todo el sistema de manera que el equilibrio del sistema se rompe. ¿No es algo parecido lo que ocurre en la actual crisis del sistema capitalista que estamos sufriendo?

Por el lado del sujeto situado en el sistema, encontramos la tradición perdida, es decir, la existencia de sujetos sin pasado, y su alienación al objeto técnico con sus ficciones virtuales en detrimento de la letra.

No puedo dejar de referirme al primero de los cuentos, Ese Efe Can, por las sugerencias psicoanalíticas y humanas que proporciona. Este cuento nos enseña los resquicios a través de los cuales es posible encontrar la libertad cuando la singularidad de cada sujeto está silenciada, eso tan propio de ciertas praxis que se sostienen en terapias en serie y normativizadoras.

¿Cómo se sutura, en este cuento, la subjetividad? Silenciando el deseo, obligando al sujeto a instalarse en la norma, en la vertiente más trivial del ocio, del consumo, y del juego (16). Lo trivial es la fórmula utilizada para producir el olvido del ser. Y en la terapéutica, para ir acorde con la velocidad de los tiempos, se procura acortar el tiempo, porque no se trata del tiempo del ser, sino del tiempo que requiere la sociedad tecnológica que no entiende de demoras. El sujeto ha de callar y se alienará sin más a un discurso preestablecido por los agentes sociales. Es la eliminación del Otro simbólico y su sustitución por una norma que tienen su origen en la perversión, la norma del Otro que dice saber lo que le conviene al sujeto y lo graba en los Ese Efe Can para escribirlo en los cuerpos de los pacientes.

Pero ilustrativo resulta que sea, precisamente allí donde se produce un desarreglo, una brecha, una ruptura, donde a la vez surja el advenimiento de lo humano. La avería del ordenador supone la posibilidad de apertura a un lugar más allá de la norma, y de que aparezcan antiguas palabras casi olvidadas y afloren los afectos que a ellas corresponden, en este caso el amor. Por donde se rompe el discurso normativizador introducido en el Ese Efe Can, se deja oír el deseo, la categoría más humana de todas las que podamos evocar. Ahí surge la decisión, la posibilidad de libertad, la singularidad rebelde respecto a la norma, la palabra propia conservada en lugares recónditos que se despiertan para evocar nuevamente el sentido, el afecto al que en otro tiempo esa palabra estuvo ligada.

Es por tanto una buena manera de enseñarnos como la verdad y la libertad subjetiva no advienen a través de la razón, de la norma, del bien pensar sugerido por las instituciones, sino que se las reconoce allí donde se produce la sorpresa de una ruptura, de una grieta que repentinamente se abre, de un lapsus que nos conmociona, de un sueño que disfraza o censura nuestra verdad tras el velo del sinsentido. Esa es una de las enseñanzas de este cuento, en cualquier exceso del lenguaje se manifiesta el ser.

Lo podemos ver en el ejemplo que nos ofrecen los extraordinarios poemas del final del cuento, esas letras que, de algún modo, pueden considerarse un exceso del lenguaje, escribiéndose por fuera de las normas gramaticales, léxicas, ortográficas, e incluso del sentido, etc., pero todos podemos reconocer que es ahí donde uno encuentra, más que en ningún otro lugar, la máxima expresión de las pasiones y del enigma de lo humano.

Uno de los grandes protagonistas de estos cuentos es el amor, hay que reconocer uno de los momentos sublimes, un canto al amor como posibilidad de sostenimiento de lo humano. Una frase bellísima condensa todo lo que puede decirse al respecto:

“Cuando dos cuerpos se unen para amar, se quema más despacio la soledad de la tierra” (23)

Conclusión
La ficción de Las puertas de lo posible está hablando de nosotros, no hay apenas distancia entre nuestro tiempo y el que nos narra el libro. D. José María Merino muestra ser un escritor atento a lo cotidiano, lúcido observador de la realidad, de los avatares por lo que esta discurre, y de sus excesos. Es, por tanto, un libro muy apropiado para leer en los tiempos que corren porque nos procura un entendimiento de dicha realidad.

Cuestiona la vertiente perversa del anhelo científico-tecnológico, que trata de borrar al ser, a la incertidumbre de la palabra que lo sostiene, a su finitud, a su imposibilidad, a sus limitaciones. Ese anhelo ignorante viene impuesto por el imperativo de un goce que siempre quiere traspasar los límites que su condición humana, convirtiéndose así en el mal radical, pura pulsión de muerte. El único afán que rige a este tipo de sociedad es el afán de crecimiento económico, para ello todo sirve, el engaño, la destrucción. Un sistema acéfalo al servicio de la Pulsión de muerte.

En definitiva, este cuento nos revela un saber. El exceso de la norma elimina al sujeto, a su deseo, y entroniza al robot, humano o mecánico. La ruptura, en cambio, es el resquicio por el que es posible atisbar el eco de nuestro deseo. Estas ficciones, entonces, destapan nuestro mundo, dibujan la puerta que esconde otro más inquietante al que aluden, y nos sitúa en el dilema de cerrarla o de franquear el umbral hacia una posible destrucción.

Miguel Ángel Alonso

1 comentario:

Anónimo dijo...
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