jueves, 19 de febrero de 2009

Desarrollo de la quinta tertulia celebrada en compañía de D. José María Merino. Transcripción realizada por Miguel Ángel Alonso


Gustavo Dessal: Creo que hoy podremos disfrutar de una tertulia muy particular, porque tenemos la fortuna de contar con la presencia del autor cuyo libro vamos a comentar. Quiero agradecerle a José María Merino su presencia, en especial porque, a diferencia de muchos escritores encumbrados que cobran una gran distancia con su público, soy testigo de que es una persona lo suficientemente afable, agradable, y cordial como para atreverse a acudir a la tertulia de un conjunto de lectores muy apasionados, pero desconocidos para él. Sin embargo, está dispuesto a contar con nosotros y eso es de agradecer. En nombre de los que organizamos y mantenemos este espacio, quiero desde ya trasmitirle mi gratitud.

Uno de los reconocimientos más importantes que obtuvo es haber sido elegido para ocupar un sillón en la Real Academia de la Lengua Española desde Marzo del pasado año. Por otro lado, es alguien que, según su propio testimonio, se formó en la forja de la poesía, oficio y arte particularmente propicio para labrar los instrumentos del lenguaje, aunque el propio José María considera que el lenguaje nunca debe asumir un protagonismo que exceda la importancia misma de la trama y los personajes de una obra. Su obra poética inicial está recogida en un volumen titulado Cumpleaños lejos de casa. A partir de esta primera relación con la poesía, se va decantando por la narrativa. Con su primera novela titulada Novela de Andrés Choz, obtuvo en 1976 el premio Novelas y cuentos. En 1985 obtuvo el premio de la crítica con su novela La orilla oscura. En 1993 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura Juvenil para su libro Los trenes de verano (No soy un libro). En 1996 fue Premio Miguel Delibes de narrativa con Las visiones de Lucrecia. Obtuvo el Premio NH de libros de relatos con Días imaginarios. El Premio Torrente Ballester por su novela El lugar sin culpa. El Premio Salambó por La glorieta de los fugitivos. También es autor de El heredero, El caldero de oro, El centro del aire, Adiós al cuaderno de hojas blancas, Los invisibles, Cuatro nocturnos, El hechizo de Iris, La dama de Urz, El mar interior y El misterio Villota, Intramuros.

Pero posiblemente la crítica y los lectores lo conocemos fundamentalmente por su dedicación a los cuentos, a los relatos breves –en los que es alguien sumamente experto— un género sobre el que seguramente tendremos oportunidad de preguntarle al propio Merino, un género que, como ustedes saben, no tiene una tradición muy arraigada en nuestro país, a diferencia de lo que ocurre en otra región de la lengua castellana, el mundo hispanoamericano, o por supuesto, en la tradición anglosajona.

Las puertas de lo posible es su último libro de relatos. Yo me voy a permitir, antes de dar la palabra a los tertulianos, comentar la impresión que me ha producido la lectura de un libro que podría parecer en una primera aproximación como una obra de ciencia ficción. Creo que no es tal, entre otras cosas porque hay una presencia constante del pasado, pese a que estos relatos se presentan como cuentos futuristas, como cuentos que toman su emplazamiento en un tiempo futuro, artefacto metafórico para trazar problemas que son de máxima actualidad en el presente. Además, también involucran aspectos consustanciales de la subjetividad humana que están más allá de cualquier tiempo.

En el prólogo, donde José María Merino utiliza un artilugio clásico, el prologuista imaginario compañero del autor, nos proporciona una pista sobre el propósito de esta obra. Más allá de que cada cuento, cada historia, como ocurre en todo libro de relatos, tenga su singularidad, en suma forman un conjunto que tiene una orientación, y el propio autor, a través de la voz del profesor Souto, nos da una pista sobre lo que este libro nos propone:

“Lo cierto es que en esos años futuros no habrá grandes cambios sino una profundización cada vez mayor en aspectos que ya están presentes en nuestro tiempo y todos ellos se recogen en los textos de este libro”

Aquí está planteado que el propósito es tomar el futuro como una coartada para referirse de una manera metafórica a problemas que conciernen al ser humano hoy en día.

A mí me ha parecido encontrar lo que Claude Lévi-Strauss llamaba un mitema, una unida mítica temática a lo largo de estos cuentos. Quizá no se pueda apreciar con absoluta nitidez en todos ellos, pero en la mayoría hay una estructura que insiste y gira en torno a dos movimientos. Uno es la insumisión. Los protagonistas, o el protagonista, de cada una de estas historias, es alguien que, como corresponde al héroe, asume la función de convertirse en un insurgente frente a una ley que gobierna el tiempo, el espacio, y las condiciones de lo que sucede en aquel momento. Y en relación dialéctica con esta posición de insurgencia que asume el protagonista, hay otro elemento en la lectura de estos cuentos: la nostalgia. A través de la insurgencia del protagonista se refleja una cierta nostalgia por un tiempo anterior.

Por ejemplo, en el primer cuento –obviamente, un guiño muy particular a los que tenemos una vinculación con el psicoanálisis— los divanes robóticos aplican una terapéutica a los pacientes, y a través de una cierta nostalgia del amor uno de ellos se convierte en un insurrecto frente a la autoridad. No es exactamente el humano afectado por el amor, sino la máquina, el amor introducido por el poema, el cual desbarata y se erige en un cierto desafío a la ley y al sistema. Y allí nos abre a una pregunta referente a si podemos seguir confiando en la potencia subversiva del amor. Toda la historia de la literatura está plagada de elementos que muestran cómo los poetas han confiado en la potencia subversiva del amor. Ahí tenemos una obra que por tópica no deja de tener su resonancia universal y su grandeza: Romeo y Julieta.

En el segundo relato encuentro unas extensiones que podrían ocuparnos muchas horas de discusión. El insurgente es un anciano, y eso ya tiene todo un simbolismo. Efectivamente, vivimos en una época en la cual el anciano, a diferencia de lo que ocurre en otras culturas, en la sociedad occidental está condenado a representar claramente el deshecho, aquello de lo cual hay que desprenderse y con lo que no se sabe qué hacer. El insurgente es un anciano que se subleva contra el sistema concentracional –campo de concentración de ancianos, con toda la resonancia que lo concentracionario tiene en el siglo XX y sin duda en el XXI. La justificación para salir a la búsqueda de este anciano que ha decidido escaparse y desafiar la ley, es una justificación que no tiene en sí, me parece, la mayor importancia, la compañía de seguros se podría ver afectada por la huída. Lo más interesante del cuento lo veo en que muestra la insensatez que rige esa ley por la cual todo el mundo está obligado a permanecer, a partir de la ancianidad, en ese campo, salvo los ricos por supuesto, que pueden gozar de otras prerrogativas. En realidad no se entiende por qué el sistema no permite que los ancianos puedan vivir en libertad. Hay ahí un tema muy interesante. En definitiva, me parece que en este cuento podemos encontrar una cierta reminiscencia con lo absurdo e insensato que Kafka ha plasmado en muchas de sus obras y, una vez más, también la dimensión de la nostalgia, adónde quiere escapar el anciano para acabar sus días en un mundo donde, según le han contado, todavía perviven algunos aspectos del pasado.

Me parece, insisto, que esta estructura en la que vemos dibujarse los movimientos de la insurrección y de la nostalgia, constituye una fuerza orientadora en los relatos de este libro. A partir de ahora supongo que Alberto y Miguel Ángel tendrán algo que decir para luego iniciar una conversación, contando con la ventaja de tener presente al propio autor José María Merino.

Alberto Estévez: Hace algún tiempo, cuando todavía Liter-a-tulia no había comenzado a andar, nos reuníamos los responsables para acordar la obra que seguiría a Chesil Beach, que a los pocos días abriría la primera reunión, y yo les expresaba mi deseo de ubicar en una de nuestras tertulias un libro de relatos cortos. Confiaba que podría resultar muy interesante el debate; se me antojaba plural y diferente al que pudiera hacerse sobre una sola historia.

El libro sobre el que conversamos hoy es un libro que se ciñe al formato que yo anhelaba en aquella cena con mis dos amigos, nuestra reunión por tanto despierta aquella curiosidad sobre los gustos de la gente, las cosas que les llaman la atención; cuál sería el relato en el que se habían detenido y sin embargo a mí me había pasado inadvertido, o viceversa. En suma: la cuestión de la diferencia entre unos y otros.

Esta es la pregunta que resuena en mí tras la lectura del libro de José María Merino, lectura que me ha amplificado el eco de esta cuestión, y es una de las intenciones, no sé si consciente o no por parte del autor, que este trabajo con más fuerza me sugiere: la cuestión de la diferencia. Verdaderamente no es necesario esperar para comprobarlo en la obra, me refiero al primer relato, ese que a los psicoanalistas nos significa especialmente: ordenadores para tratar problemas psíquicos, vulgarmente conocidos como divanes. ¿Qué es lo que tratan? Enfermedades psíquicas o conductas de quienes podrían generar algún tipo de fricciones colectivas o problemas sociales: adicciones, gente que utiliza poco la tarjeta de crédito, que no acude a las actividades religiosas, o que no están interesados por las competiciones deportivas.
Esto está en la primera página, pero unas 3 o 4 más allá lo encontramos de manera más evidente y menos cómica:

“Existe una conexión directa entre todos los divanes del mundo, donde la experiencia de cada uno enriquece a los demás, y poder buscar así la perfección del sistema porque la brusca segregación podría desequilibrarlo”.

Ahora es más claro: un sistema que permanece en equilibrio gracias al para-todos, para-todos lo mismo, donde la desigualdad, lo singular no encuentra su lugar, y además es perseguido, tratado, curado o eliminado. Un sistema donde aquellos que no producen se convierten en una molestia y por tanto son apartados en los campos de retiro para los viejos. Escapar de estos lugares es de nuevo atentar contra el equilibrio del sistema, y si algún robot, por arcaico que sea, se hace cómplice de la fuga, se convierte inmediatamente en una máquina peligrosa.

No es extraño que un sistema así necesite a los terroristas, y por eso el libro dice que si no existen habría que inventarlos. Si dicho sistema viene caracterizado por el ansia de perfección, los terros vienen muy bien para poder cargarles con la culpa de lo que no funciona, incluso de que nos congelen el salario y nos suban los impuestos. También son culpables de eso.

Toda catástrofe es anuncio de negocio, y el verdadero empresario es aquel que transforma un desastre natural en fuente de riqueza. Es la sociedad en la que el discurso del amo campa a sus anchas; un amo que sanciona como fuera de la norma tener la tele apagada, o que no ve con buenos ojos que tengamos memoria y hagamos uso de ella.

El psicoanálisis representa justamente el reverso de este discurso. Su concepto de sujeto es el de la falta en ser: esta es la posición subjetiva estándar. Y esta falta en ser podemos concebirla como diferencia. Ahora bien, si tomamos un ser y suprimimos todos sus predicados, todas sus cualidades, se nos convierte en uno. Y entonces ya tenemos la condición para poder contar en series a seres que tienen en común haber sido reducidos a uno, vaciado de toda cualidad, un puro uno contable, apropiado para la serie.

Estamos ante la discordancia de los términos que propone cada discurso: frente al para todos, oponemos la particularidad de cada sujeto, o de otra manera, frente al anhelo perfeccionista, la respuesta es la falta en ser, la diferencia, lo que hace a cada uno, lo singular frente a lo global.

Sinceramente creo que en mi caso esto ha sido lo que ha inspirado mi gusto en el recorrido por los 17 relatos; me ha cautivado comprobar lo que quedaba en pie del sujeto, lo que de su particularidad resistía a ser aplastado. Sujetos absolutamente rendidos a este empuje globalizador hasta el punto de quedar convertidos en marionetas, o autómatas, despertaban a causa de una contingencia oportuna, recuperaban la memoria, vivían su historia de amor contra viento y marea, o redescubrían el olor del bosque y de la tierra mojada. Héroes desde algún punto de vista, dispuestos a desafiar la farsa de un sistema mentiroso, que cree saber qué es lo que nos conviene a todos, y promete paraísos donde no hay más que desolación.

Son varios los relatos que se ciñen a estas coordenadas estrictas que describo, la incidencia de lo real sobre el sujeto y sus consecuencias, lo real, que como muy bien Merino aclara no tiene nada que ver con los simulacros electrónicos. Es ese uno de los relatos que hice míos, el muchacho que pensaba que no tenía corazón, y había encontrado la justificación para tal pensamiento: una víscera sintética sustituía a la auténtica a causa de un terrible accidente que además costó la vida a su madre. Y aparece la contingencia, un simple apretón de manos de alguien a quien hacía tiempo no veía, alguien que representó algo cuando era casi un niño, es lo que introduce la dimensión de la pérdida y la aparición de las lágrimas. Esas lágrimas que no disimulan el júbilo del sujeto al reencontrarse consigo tras casi toda una vida perdida.

¿Hay esperanza para el sujeto en un sistema cómo el que recrea la obra? Nosotros ya tenemos una respuesta, modesta, se llama Liter-a-tulia, un espacio en el que gozamos del privilegio de darle la palabra al sujeto.

Miguel Alonso: Quiero detenerme en el título del libro. Hay palabras que cuando se asocian, parecen hacerlo por mor de una afortunada armonía que se realiza entre ellas. En la asociación de otras, en cambio, lo que asoma es la palpitación de un cierto antagonismo. Esto último es lo que percibo en el título Las puertas de lo posible. Produce un efecto extraño la convivencia entre puertas y posible. Lo posible, en principio, parece contrario a la sugerencia de resistencia, grande o pequeña, que sin duda porta la palabra puerta. Sería menos problemático para el oído, por ejemplo, un título como Las puertas de lo imposible. Sólo al franquear el umbral del título, uno encuentra un sentido que cree apropiado para esta unión paradójica.

Para el ser humano, la categoría de lo imposible, de la falta, del vacío, de la carencia de palabras, es algo propio. En ese sentido, habría puertas que, quizá, nunca deberíamos de franquear, o aun, como ocurre en estos cuentos, derribar. Traspasar el umbral de la imposibilidad es convocar, ineluctablemente, al mal radical y destructor, es convertir las puertas que esconden lo imposible en pura ceniza.

Cuando uno entra en la lectura del libro, se da cuenta de inmediato que el deseo perverso de la tecnología, en su afán de ir siempre más allá de cualquier límite, no se detiene ante nada, ante ninguna barrera, ante ninguna puerta. La tecnología seduce con un discurso destinado a hacer creer que todo es posible, así reza su tan conocido y devastador lema: “imposible is noting”. De esa manera nos encontramos con la trasformación de lo imposible en posible. ¿Cuál es el precio que hay que pagar por dejarnos seducir por su discurso? Nada más y nada menos que la devaluación de lo propiamente humano, incluso su perdición, su destrucción. Porque un mundo como el que despliega el libro, de sujetos de palabra precaria, casi extinguida, de mínimos sentimientos, de carencias afectivas absolutas, hasta el punto de que el mismo amor no tiene apenas lugar en la determinación de los lazos sociales, efectivamente, no es un mundo al que podamos seguir llamando humano.El título me sugiere, entonces, la idea de un umbral que nunca deberíamos de traspasar. Una vez derribada la puerta –sin que se hayan dilucidado las consecuencias que ello conlleva— nos conduce a un futuro nefasto. Ya estamos viendo ahora al ser humano, ese que aún resguarda mínimamente el pasado, la tradición, los afectos, los sentimientos, la pasión, la poesía, la novela, la escritura, el amor, etc., marcado por signos inquietantes de desasosiego.

Como dice el párrafo de Filippo Tommasso Marinetti que abre a la lectura del libro: “El tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros vivimos en el absoluto, porque hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente”. Una de las esencias que puede recogerse de esta frase es la idea de que el ser, ya en el presente, y más en el futuro histórico que le espera, el que Merino nos enseña en los cuentos, no dispone, y menos dispondrá, de tiempo para su realización. Ese tiempo ya le fue robado por la inevitable velocidad en la que obligatoriamente ha de mantenerse el mundo tecnológico ávido de una satisfacción continua.

¿Se podría concebir todavía alguna esperanza respecto al pobre destino que nos impone la vertiente perversa del saber científico y tecnológico? En todos los cuentos, el anhelo de un pulcro orden y absoluta seguridad se rompe por algún resquicio que, siempre, consigue abrir el viejo y tradicional deseo sustentado aquí por la rebeldía de personajes secundarios de las historias. Serían los que encarnarían una mínima esperanza de que el significante “humano” no cayese en el olvido.

José María Merino: Quiero trasmitirles mi saludo a todos ustedes, me encuentro muy cómodo aquí, además, acabo de escuchar cosas interesantes sobre este libro. Efectivamente, es un libro caracterizado como ciencia ficción, pero yo nunca fui consciente de escribir un libro de ciencia ficción, más bien escribí un libro que entraría en la tradición de lo que llamaría la distopía –palabra que no está en el Diccionario de la Academia, pero que voy a intentar que entre— que es lo contrario a la utopía. Aquí no se habla de un futuro maravilloso, perfecto. Me dicen que es un libro pesimista, yo diría que es un libro distópico, proyecto hacia el futuro cosas que están aquí. Hago un homenaje al futurismo, porque creo que Marinetti y sus muchachos originaron grandes movimientos estéticos, el fascismo, el terrible siglo XX, porque hay que reconocer que el siglo XX fue bastante tremendo. Es un libro que pretende entrar en cierta tradición de la distopía, es decir, mi bisabuelo sería Herbert George Wells con La máquina del tiempo, mi abuelo sería Zamiatin con Nosotros, mi tío abuelo sería George Orwell con 1984, y un tío más reciente sería Aldous Huxley con Un mundo Feliz, que son obras distópicas, que no han pretendido hacer ciencia ficción, sino ver el futuro. Los periodistas me han preguntado, ¿por qué una visión tan pesimista? Si introdujésemos en un ordenador sofisticado todo lo que nos está rodeando, quizá la proyección fuese más horrorosa que la que yo hago. Yo especulo. La literatura no tiene nada que ver con la religión, no hace profecías, lo que hace es plantear mundos posibles, ficciones para intentar entender el mundo en que vivimos, para entretenernos y hacernos reflexionar. Y yo pretendí ese planteamiento distópico.

Estoy a vuestra disposición para que hablemos y me preguntéis lo que queráis. Y por cierto, estoy encantado de estar frente a un retrato de Modigliani. Me gusta mucho la pintura, y Modigliani tiene esa foto fascinante. Buenas tardes Modigliani.

Pilar: Su libro me parece un desafío brillante en lo que se refiere al sujeto evaluable de la ciencia y al sujeto universalizable. Me gustó mucho la contraposición que hace entre la deshumanización del hombre y la humanización de la máquina o de los animales. Y también me parece interesante su respuesta. No sólo están los insurgentes, los que se rebelan, la máquina o lo humano, sino también la respuesta mágica, el hacer hablar a las máquinas, que los animales sean inteligentes, el hacer sentir a la naturaleza. Esa trasgresión, en realidad me parece que ataca los fundamentos de la sociedad. M. Smith decía que la prohibición del incesto para ciertos pueblos primitivos significaba un exceso que se proyectaba no sólo sobre lo que ya conocemos. Estaba prohibido, por ejemplo, mirar al espejo y reírse con el espejo, o vestir a un mono de humano y jugar con él porque se consideraba que se incurría en el incesto al llevar a cabo ese exceso. No me sorprende la respuesta mágica de humanizar a la naturaleza, de sacar los sentimientos, las emociones, con una potencia subversiva muy fuerte. Porque el sujeto universalizable de la ciencia, el sujeto kantiano, lo que intenta es tratar las emociones como pathos, dejarlas a un lado y apoyarse únicamente en discurso de la razón. Me pareció muy brillante su fantasía porque introduce ese contraste y porque es una trasgresión. El pensamiento mágico creo que cuestiona muy lúcidamente adónde podemos llegar si seguimos en esa dirección.

José María Merino: Le agradezco estas palabras hacia el libro. Como estamos celebrando el bicentenario de Darwin, ayer en un periódico se preguntaban cuál era la razón de que seamos humanos. Yo lo tengo bastante claro. Creo que nosotros somos naturaleza consciente, y lo hemos olvidado. Somos naturaleza que de pronto ha descubierto que existe, que vive, pero somos naturaleza. Muy pocos elementos nos separan del chimpancé, del gorila y, desde luego, no muchos de la rosa, que incluso es más sofisticada que nosotros. ¿Cuál es la razón de que seamos el Homo sapiens? Yo no sé por qué razón un día descubrimos el pensamiento simbólico, que no es el lenguaje, porque el lenguaje lo tienen las bacterias, los pájaros, etc. Todos los seres vivos tienen lenguaje. La diferencia que tiene nuestro lenguaje con el de los demás seres vivos es que construye unos espacios simbólicos, inventa ficciones, inventa la matemática, el dibujo, la música. La realidad no se puede entender, pero intentamos inventarla, explicarla, intentamos entender el mundo a través de invenciones imaginarias. Fíjense en el caso terrible de la niña Mari Luz y el pedófilo, es viejo como el mundo, es igual que el cuento de Caperucita Roja. ¿De dónde viene esa historia? Ya la vieja sabiduría humana, mucho antes de la filosofía y de la metafísica –si es una sabiduría— y de la economía y de la ciencia, mucho antes la ficción nos ha enseñado a entender el mundo, nos ha dicho cómo es el mundo, nos ha hecho naturaleza consciente y creo profundamente en ella como un elemento que nos permite conocer el mundo en que vivimos. Claro, mi pensamiento no es científico, seguramente es profundamente acientífico, aunque soy un apasionado de la ciencia, pero como no sé nada de ciencia, tengo que ir por el otro camino.

¿Qué es la vía láctea? Un pastor prusiano, a finales del siglo XX, recogió los cuentos de una etnia sudafricana, un pueblo no agrícola que ni siquiera conocía la cerámica, absolutamente primitivo, compuesto por cazadores nómadas, la última escala de lo que pueda ser la evolución humana. Pero su riqueza de mitos y de historias es asombrosa. ¿Qué es la Vía Láctea? Una muchacha en la época menstrual –momento sagrado para un pueblo que tiene muy pocos elementos— arrojó al cielo un puñado de ceniza de una hoguera apagada, y se convirtió en la Vía Láctea. Ya sabían, ya podían trasmitir a sucesivas generaciones el conocimiento de lo que es la Vía Láctea. Ustedes me dirán ahora mismo, pero eso no es la Vía Láctea. Bien, estamos más cerca de eso que de saber lo que es realmente la Vía Láctea. Yo ya he conocido la época, primero de los agujeros negros, luego la antimateria, luego se empieza a especular con las zonas donde no hay nada. Bien, no tengo un pensamiento científico pero creo que el pensamiento de lo ficticio es básico para entender la realidad. Yo ejerzo a mi modesto nivel el pensamiento ficticio, que es una manera de intentar entender la realidad.

Y claro que creo en la máquina. En el libro, si se fijan, aborrezco una palabra: móvil. Hay que meterla en el diccionario, no hay más remedio, pero reconózcanme que podía llamarse telefonín, incluso celular, pero no móvil. Miren ustedes, no me atrevía a sacar un solo cuento sobre el móvil porque este aparato a mí me da miedo. Durante el tiempo en que yo estaba escribiendo los cuentos, evolucionaba a una velocidad tremenda. No sabemos adónde va a llegar este aparato, posiblemente sea el elemento más singular de nuestra cultura. Yo creo que pronto llegará a tener rayo láser, servirá para calentar alimentos, porque están incorporándole absolutamente todo. Por eso inventé la coronita que se ponen en la cabeza, que sirve para la comunicación, para ver la TV. En pocos años está creciendo y convirtiéndose en algo ominoso, por lo menos. Me da miedo, porque además no tiene nuestro tamaño, podemos enamorarnos de un robot o de una “robota”, pero no se qué relación podemos tener con este aparato.

Sergio Larriera: El último modelo proyecta un vídeo en la pared.

Luis Salvador López Herrero: Yo estoy encantado de tener a José María Merino en Madrid, y voy a decir lo que me ha parecido una lectura posible del texto. Es un libro ambicioso, incluso pienso que hay en él un tono profético, por una cuestión. La ficción es un modo de buscar la verdad, y en este caso se trata de un modo de buscar la verdad en el futuro. José María Merino es una persona muy preocupada por el presente, pero le preocupa también el futuro. Y en el libro extrapola los sentimientos, las sensaciones, la tensión del presente, en un devenir, en algo que va a acontecer. No es un libro de ciencia ficción en el sentido de lo imposible, eso que trasmite muchas veces la ciencia ficción, o de relatos absolutamente inverosímiles. Este libro es absolutamente verosímil, trasmite una sensación de certidumbre, de algo que puede ser, una dirección hacia la que vamos. Por eso Las puertas de lo posible me parece que abre una dimensión de lo que va a ocurrir. En los relatos, cada uno distinto, hay un cierto punto de encuentro, y todos ellos trasmiten la sensación de absoluta credibilidad, de que, de alguna manera estamos ya allí. Digo esto al hilo de una película de los años 70 que tuvo un cierto énfasis, 2001 Odisea en el espacio. Aquella película, si la vemos ahora, resulta increíble, en ella está absolutamente todo lo que tenemos en el mundo actual, puertas que se abren misteriosamente, videos que se ven, los sujetos andando por las naves espaciales, las comunicaciones telefónicas visuales. En aquel entonces era imposible, y sin embargo Stanley Kubrick supo plasmar lo que iba a ser casi en un noventa por ciento de posibilidades. Pues bien, esta sensación es la que igualmente he tenido cuando leí el libro de Merino. Algo de lo posible se estaba en cierta manera narrando y haciéndose presente. Además está la cuestión de lo problemático del ser humano. Todo lo que nosotros podemos tener en el momento actual se volvía a repetir en el propio devenir del futuro. Y para mí no es un libro pesimista sino un libro vivo, problemático, pero como es la propia vida trasladada al futuro. No me parece ni un libro kafkiano, ni tenebroso, ni un libro que nos haga renegar del futuro. Es un futuro con problemas, es un futuro que se anuncia en cierta manera, pero me parece arraigado en el propio mundo en que vivimos.

José María Merino: Yo fui, he sido, y sigo siendo un gran lector de literatura, de buena literatura. Tendríamos que emplear cinco o seis tertulias para ver lo que es la buena literatura, pero creo que me hago entender. Entre la buena literatura que yo leía estaba la ciencia ficción, fui muy lector de Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, Bradbury.

Mi primera novela se titula Novela de Andrés Choz. Es la historia de un hombre condenado a muerte por una enfermedad irreversible que decide escribir la novela que hubiera querido escribir durante toda su vida. Y escribe una novela de ciencia ficción. La novela es la historia de un náufrago, de un ser superior, no exactamente un Dios, pero casi, un náufrago en el planeta tierra. Está escrita treinta años antes de E.T. El ser náufrago en el planeta tierra, en contacto con nosotros, con nuestras pasiones, con nuestra condición maravillosa y terrible de naturaleza silvestre, enloquece y decide suicidarse convirtiéndose en un ser humano vulgar y corriente, en un niño. Cuando escribí el guión lo desarrollé en una novela. Leo la novela un buen día, y pensé que el tipo que escribe la novela y el niño, son el mismo. El hombre que escribe la historia es el protagonista de la historia que escribe, pero al mismo tiempo es una novela que la puedes leer en clave de ciencia ficción.

Cuando terminó el Siglo XX, un joven me llamó por teléfono y me dijo que quería hacerme una entrevista sobre esta novela. Yo le respondí que era una novela de hace treinta años. Pero había salido una antología que hablaba de las cien mejores novelas de ciencia ficción del Siglo XX, y en esa antología estaba la mía. Yo estaba convencido de que nadie jamás podía leer esa novela desde la perspectiva de la ciencia ficción. Se podría leer desde la perspectiva literaria, pero no desde la perspectiva de la ciencia ficción. Tuve una charla larga con él, luego nos hicimos amigos, y yo le pregunté si todavía existía gente que leyese ciencia ficción. Él me contestó que sí, y que todavía estaba muy viva. Yo le respondí que la ciencia ficción era una utopía del Siglo XX, igual que el socialismo de estado, que ha desaparecido. Hay ahora secuelas, se hace cine sobre ciencia ficción, pero Clarke, o Bradbury, o Frederik Pohl, pertenecen al positivismo del XIX acrecentado por el conocimiento tecnológico y científico del XX, y son un momento de esplendor de la imaginación. A mí la ciencia ficción me pareció, en los grandes, verdaderamente esplendorosa, y me dio posibilidades de pensamiento. Por ejemplo, Asimov tiene unas novelas policíacas donde, precisamente, el que descifra los enigmas es un robot en un mundo donde la gente ya no se puede tratar, físicamente no puede estar junta, todos se tratan a través de pantallas. Y ahora todo el mundo está metido en un sitio delante del ordenador, comunicándose por pantallas, y estamos viviendo un autismo que, sin embargo, nos relaciona mucho más que nunca. Esta gente que está metida en su casa delante de la pantalla del ordenador está relacionándose con muchísima gente, dice cosas que no diría ni a sus amigos, ni a las personas cercanas, se desahoga y sin embargo está en la absoluta soledad.

Yo creo que la ciencia ficción clásica, la buena ciencia ficción, también estableció y proyectó cosas, luego derivó hacia el irracionalismo, a partir sobre todo de un libro que me parece estupendo, El señor de los anillos, pero en el que entró toda esa ciencia, brujería, espadas, y se convirtió en algo irracional. Pero el racionalismo de la ciencia ficción hacía proyecciones interesantes. El propio Julio Verne tiene proyecciones interesantísimas hacia el futuro. Y a eso yo no lo llamo ciencia ficción. Julio Verne fue muy optimista, pero su último libro, inédito, que se publicó hace poco, es una visión absolutamente terrible sobre un París eléctrico, una visión negra. Y seguramente no lo publicó porque su editor no le parecía adecuado para los jóvenes, creo recordar.

Este libro, Las puertas de lo posible, coincide con elementos que están en una cierta tradición, y que son elementos que pertenecen a eso que llamo distópico. Acabo de enterarme de que ahora puedes proyectar con el móvil en la pared, no quiero seguir imaginándome lo que puede llegar a hacer el aparatito. Pero si proyectamos con un poco de sentido común, por ejemplo, uno de los elementos de este libro es la escasez de agua. Yo estoy absolutamente seguro de que muchos de los que están aquí van a presenciar el entubamiento de los ríos. Habrá que calcular la cantidad de nutrientes que tienen que ir al mar, porque a pesar de todo algo tiene que ir al mar, pero que los ríos van a ser entubados, estén ustedes absolutamente seguros.

Intervención: En China están entubando, porque tienen una sequía muy grande y están poniendo tubos como regadíos.

José María Merino: ¿Ya lo están haciendo? Ya lo ven. Yo aquí no hago una proyección social demócrata, hago una proyección capitalista, por donde van las cosas. No soy tan pesimista, no me atreví a pensar que se fuese a hundir el sistema financiero como se ha hundido. La ficción siempre pone orden en las cosas, está obligada a ordenar, y a ser verosímil, porque la realidad es inverosímil y desordenada por naturaleza. Cuando te dicen, “si yo te contara mi vida, qué novela”. No, es imposible. Tu vida es inverosímil. La novela, aunque sea contracultural, aunque sea revolucionaria, ha de ser creíble, y para ello ha de tener un orden. La vida no tiene orden, la ficción da orden a la vida. Seguramente el psicoanálisis intenta ordenar, hemos hablado de ello muchas veces, intenta dar un orden que la vida no tiene.

El primer cuento de este libro es un cuento de encargo. Me dijeron, Merino, vamos a hacer un libro, y cuando me encargan algo que me gusta, lo hago y lo agradezco, porque me estimula. Me dieron el fragmento de un texto que tenía veinticinco frases a cada escritor nos daban una frase para que arrancásemos un cuento con esa frase. En este caso, el primero de todos los cuentos que luego dio origen al libro es la historia de Ratones y princesas (página 53). El texto que me dieron decía así:

“Desde aquella oficina creía haber visto de todo hasta esa mañana”

Empecé a darle vueltas y se me ocurrió este cuento. Yo creo que entre la especie humana cada vez hay más intercomunicación, tiende a ser cada vez más uniforme desde el punto de vista étnico. Y es lo natural. La historia de la especie humana es de una gran dispersión, cada cuarenta mil años se va distribuyendo por el mundo, y seguramente las etnias originarias, el ser humano originario que viene de Sudáfrica, conserva tal vez los rasgos originales, luego los demás nos hemos ido blanqueando. Pero todos pertenecemos a la misma especie. Todos además somos primos, está demostrado por las cepas mitocondriales que tenemos siete abuelas. Pero yo pienso que cuando vamos a ser más diferentes es de ahora en adelante con el juego de la genética. Si yo tengo dinero quiero un pelo de color malva y además en forma de plumón, y quiero unos ojos violetas. Y habrá ingenieros genéticos que hagan eso. Mi teoría es que los ricos serán cada vez más guapos, y los pobres, si hay seguridad social, cada vez más parecidos. Nos iremos recauchutando y nos pondrán una piel que está muy bien, resistente, pero será una piel como la de los ratones, un poco gris. Pero el que tenga dinero, el que haya dado un buen pelotazo, ríanse ustedes de la Venus de Milo. Y ese fue el cuento original, una proyección, adónde puede llevar una mezcla de conocimiento técnico biológico e inversión de dinero. ¿Adónde puede llevar? A que cada vez seamos más distintos en lugar de irnos integrando en una especie de Homo sapiens cada vez más parecido. De hecho lo estamos viendo, porque los movimientos migratorios cada vez están produciendo una especie humana más parecida, es lo lógico, es la natural tendencia de la humanidad. Ahora, al lado de eso habrá quien diga que no, que uno va a trabajarse genéticamente.

Sergio Larriera: La futurología, que pretende con base científica construir el futuro y saber lo que va a pasar, prevé para dentro de unos cientos de años una diferenciación a partir de los que están genéticamente enriquecidos, que son los ricos pudientes. Porque la manipulación genética es absolutamente barata, lo único que hace falta es un poquito de dinero para pagarla porque se puede hacer en cualquier clínica. Los que tengan acceso económicamente a eso serán los genéticamente enriquecidos y llegarán a diferenciarse dos especies. Habrá una subespecie de los que fueron abandonados a su suerte genética, que será el grueso de las poblaciones.

José María Merino: Eso yo no lo sabía. Lo que está en ese cuento fue el embrión de todos los demás. Yo tengo un pensamiento socialdemócrata, soy antiguo, y creo que es necesario un estado que tenga fuerza, creo en la iniciativa privada, en la empresa, pero también creo que los más desfavorecidos deben de ser protegidos, no creo que deban de ser echados a los leones. Si vamos debilitando la protección de los más débiles, seguramente cada vez tendremos menos acceso a cosas. Lo lógica es que las enfermedades, las disfunciones, las debilidades, los problemas de tipo mental, estén cuidados por ese sistema, con independencia de que hubiese un buen sistema privado. Pero lo que proyecto en ese primer cuento es que vamos a eliminar cosas que cuestan dinero y vamos a ir reduciendo costos. A lo mejor una máquina bien instruida puede tratar a la gente, al igual que puede haber otra que instruya a los niños, y un profesor que las controle. Vamos en ese sentido. ¿Eso es optimista o pesimista? Yo creo que es pesimista, pero el Homo sapiens, me ha gustado mucho lo que dijo Gustavo, es siempre capaz de la subversión, es capaz de decir hasta aquí hemos llegado. Y creo en el amor, creo que es nuestra pulsión fundamental. Si hemos llegado a esta debacle es por culpa del amor. Si no hubiésemos tenido tanto amor no seríamos tantos, no hubiéramos salido de África hacia Europa y luego hacia Asia, no nos hubiéramos arriesgado a llegar a la Polinesia. Pensar que sin saber lo que había por delante unos individuos se echan al mar, indudablemente empujados por la necesidad de encontrar nuevos asentamientos por culpa de esa incontrolada reproducción… Pero el amor es un motor para seguir intentando cambiar el mundo.

Rosa López: Yo conocí a José María Merino en León, allí hemos tenido la ocasión de charlar, de cenar y puedo decir que es un conversador muy ameno. Veo que no usas móvil, igual tienes que entrar en una de esas maquinitas Efe Ese Can.

Quiero contar una anécdota sobre el móvil y luego hacerte una pregunta. Con ocasión de una conferencia, un joven me hizo una serie de preguntas. Cuando se acabó la conferencia se aproximó a mí, hablaba conmigo a la vez que llevaba puestos unos auriculares. Yo le pregunté qué eran esos auriculares. Mostró un dispositivo en el que llevaba el cable pegado al brazo como el que lleva una sonda, y en la muñeca llevaba el móvil pegado. Le pregunté para qué hacía eso. Me dijo que él perdía la memoria y que no registraba las cosas que le pasaban en la vida, que las tenía que escribir en el móvil, o grabar las conversaciones para saber qué le iba ocurriendo, y a la vez, el dispositivo en el oído era una manera de amortiguar las alucinaciones auditivas que decía padecer. La música le defendía de las voces que le venían de fuera. Decía que su vida estaba registrada en esa memoria y que la necesitaba porque si no, no podría hacer nada. Llevaba el móvil como una especie de aparato externo que le suplía el déficit.

Por otro lado, Ese Efe Can, SFC, ¿es Sigmund Freud Lacan?

José María Merino: Sí, y me alegro de estar entre personas que lo entienden. Ese Efe Can, es un guiño, un homenaje a Sigmund Freud y a Lacan.

La verdad es que cuando voy en el metro me sorprende ver a personas que a la vez que llevan los auriculares, van leyendo un libro, y van tomando notas. Yo digo que la coronita que se me ocurrió a mí proviene de eso. Ya todo el mundo, prácticamente, lleva una coronita de esas, todo el mundo va escuchando algo. Pasar de eso a que se pueda visualizar, hay un paso. Recuerdo que cuando salió la radio, la gente se sentaba a escucharla. Luego comenzamos a hacer cosas y a escuchar la radio al mismo tiempo. Respecto a la TV, la gente hace cosas a la vez que la está viendo. Meter eso al mismo tiempo en la zona correspondiente del cerebro, yo creo que es cuestión de poco tiempo. Depende de lo que interese. En cuanto se vea que es provechoso meter el Gran Hermano en la cabeza de la gente mientras está haciendo sus labores, acabarán metiéndonoslo en la cabeza. Por eso digo que ya la gente lleva puesta esa coronita que te aísla, que no te comunica, pero que al mismo tiempo te permite ir leyendo un libro, o leyendo un periódico.

Sergio Larriera: Tengo la tentación de contribuir con una anécdota a esto que José María ilustraba y que Rosa traía como un problema, esta cuestión de la audición acompañada de una actividad simultánea de otro tipo. Yo conocí dentro de los predecesores de esto que estamos viendo ahora, a la maravillosa computadora Hall cuando empieza a descomponerse en 2001, impresionante como antecedente de esto que se trabaja en el libro y que se anuncia respecto de lo que viene. Del mismo modo, dentro de un grupo de alumnos de filosofía, conocí a uno que escuchaba las clases anteriores a la vez que estaba escuchando la que se dictaba en el momento. Simultáneamente manejaba los dos espacios. Es una anécdota aprovechable quizá para un futuro cuento.

José María Merino: Me fascina esa capacidad, lo veo cada día. Es como el tema de las máquinas, a mí me caen muy bien. Mi vida diaria comienza con un zumo de naranja que me hago con una máquina batidora que dura mucho tiempo, qué bien lo hace. Antes era la máquina de escribir, ahora el ordenador. Las máquinas me caen bien, desde la imprenta que nos ayudó a tener el libro. Lo que pasa es que tal vez la cultura actual está haciendo unas máquinas viciosas, unas máquinas que nos dan, no lo que necesitamos, sino otro tipo de cosas. Ese es el peligro.

El otro día leí un blog –ese mundo es muy analizable desde el punto de vista psicoanalítico, la gente suelta todo lo que lleva dentro—, en él hablaban de mi libro, y una persona decía que es un libro totalmente machista, porque la única vez que sale una mujer amorosa es un robot. Yo pensé si había tenido un acto fallido, porque les aseguro que intento no ser machista, yo creo que no lo soy. Y entonces me di cuenta de que el libro estaba lleno de protagonistas femeninas. Él se fijo en el robot consolador que acompaña a los hombres en su vida sexual, en su vida madura, en su ancianidad. Pero es un homenaje a las máquinas. La máquina al final nos está acompañando y nos ha ayudado mucho. Por qué meternos con ellas. Yo no soy un enemigo de la máquina, lo que pasa es que soy enemigo de que la máquina se lleve hacia zonas que quizá no sean las que más nos convengan, no sean las que resulten más apropiadas. Sería la manipulación y la orientación perversa de la máquina.

Me encantan los museos, los arqueológicos, los etnográficos, y en uno de los viajes me encontré con unas maravillosas tuberías romanas, grifos para dar salida al agua. Pensé que esa pieza tenía mil doscientos años, y parece que la hizo ayer un fontanero. Pero lo que creo es que acaban metiéndonos la máquina en la cabeza, los muchachos adquiriendo destreza manual, pero no la consiguen leyendo La odisea, la consiguen repitiendo mil veces una especie de aventura estúpida en la que la destreza consiste en matar cuatrocientos mil fantasmas en tres minutos. ¿Dónde está la historia?, no hay historia, no hay ficción. Eso es lo que a mí me preocupa, lo que aborrezco de las máquinas. En la máquina se va depositando todo, al final ella se apropia de ti. Esa es la deriva de la máquina, deriva peligrosa, porque al fin y al cabo, la máquina nos ayuda, son inventos que vienen de la ficción. No hay que olvidar que la ficción no son las novelas, los rascacielos son ficción, esto que está alrededor nuestro proviene de la imaginación, es materializable, no es pura ficción. Pues el mecanismo de invención de eso tiene mucho que ver con el de de inventar un cuento, proviene del mismo sitio, los rascacielos y las novelas provienen de la misma zona.

Gustavo Dessal: No hay que olvidar que muchos inventos tecnológicos de hoy en día surgieron a partir de inspiraciones de la ciencia ficción, y no al revés.

Intervención: Yo quería comentar que la ciencia ficción es un género literario. Pero me acordaba de un pensador español, un gran sociólogo, Jesús Ibáñez, que decía que la ciencia ficción es el género más sociológico.

José María Merino: Seguramente la ciencia ficción es una especulación que tiene mucho más que ver con la sociología que con lo fantástico. Desde luego, en el caso de este libro, posiblemente no sea lo fantástico lo que lo caracterice, aunque mis cuentos hayan tenido mucho que ver con lo fantástico, aquí lo fantástico está en el futuro. Yo creo que el futuro no existe, lo que existe es un pasado que va desapareciendo. Ya estamos en el futuro desde hace una hora, pero mientras tanto ha ido desapareciendo el presente que vivíamos. Pero así como a veces escribo cuentos fantásticos, aquí no he tenido conciencia de escribir cuentos fantásticos, sino de hacer una proyección de carácter sociológico, imaginarme el mundo sin libros por ejemplo, imaginarme el mundo donde a través de mecanismos perfectamente posibles podemos creer que la realidad que nos rodea nos crea una realidad virtual, y vivimos encantados en una selva cuando en realidad estamos en un desierto. Efectivamente, creo que es posible llegar a esa excitación de determinadas neuronas, que no estamos muy lejos de eso, no digo de conseguirlo, sino de que pueda ser posible eso. En ese sentido, tal vez lo que llamamos ciencia ficción, fantasía científica, tenga más que ver con la proyección sociológica que con la proyección fantástica.

Intervención: ¿Qué tienes contra los olores? En todos los relatos sale algo fétido, maloliente, putrefacto, todo huele mal. ¿Por qué en el futuro eso no está solucionado? Que esa falta de agua, esa escasez de muchas cosas, no está solucionado con maravillas de perfumes. Me llamó mucho la atención, ya estamos otra vez con el mal olor.

José María Merino: No lo había pensado. Seguramente un mundo como el que me imagino no huele bien. Una cosa que me asombra es cómo uno entra en un estupendo supermercado y siempre hay un ligero olor a putrefacción. Y desde luego, ese maravilloso supermercado tiene unos frigoríficos estupendos, está sometido a unos controles higiénicos extraordinarios, pero es la corrupción que está ahí. En los aviones pasa también. Yo tengo un cuento donde hay un olor tremendo a pis dentro del avión. Recuerdo que una vez que hice un viaje muy largo, y en el vuelo olía mucho a pis. Se me ocurrió un cuento en el que lo que olía era un pis de león. En el cuento sale un león que se come a un pasajero, y no pasa nada porque todo el mundo está en ese momento de marasmo en el Atlántico. Yo me doy cuenta de que por el fondo del pasillo viene un león. No veo más que el pasajero ha desaparecido y todo sigue igual, la azafata sale con el pelo alborotado porque ha dormido un par de horas, y el vuelo termina. No sé si es que la civilización tecnológica tiene ese olor, y quizá yo tenga ese reflejo condicionado. Y cuando hay problemas de agua siempre hay un mal olor.

Intervención: Los buenos olores vienen por los olores de la tierra.

José María Merino: Ahí entraríamos en el tema de la nostalgia, que decía Gustavo. Tampoco es que yo tenga una gran nostalgia. Me encantan las ciudades y me encanta la naturaleza. Intento compatibilizar mi relación con ambas. Lo mismo que me encanta el mundo mítico y soy un hombre racional, intento compatibilizar estas cosas, y creo que uno siempre está intentando armonizar sus contrarios porque la vida es eso. ¿Qué es la identidad? La identidad es ser y cambiar, y tienes que hacer las dos cosas al mismo tiempo, lo cual exige cierto esfuerzo y una necesidad de llegar a un acuerdo, de negociar. Pero, efectivamente, los olores de la naturaleza me siguen encantando cuando son de la naturaleza. Ahora, el olor de la naturaleza puede ser un bicho muerto y eso huele mal. Pero no es el olor de la tecnología corrupta. No es lo mismo. Un bicho muerto en el campo huele fatal, pero el olor en el supermercado tiene un sutil aroma a putrefacción que te hace preguntar qué es. En el metro hay momentos espectaculares. Lo que no debemos de hacer es perder la curiosidad jamás. Yo en la vida he sido y sigo siendo una persona curiosa. Escribo porque procuro expresarme, entender el mundo que me rodea a través de la literatura y además por curiosidad, porque yo soy una persona curiosa. A veces uno llega a un sitio y siente el mal olor, también la curiosidad forma parte de nuestra posibilidad de sabiduría. Quizá el metro lleve a gente muy trabajada que ha tenido que ir y volver y se ha levantado muy pronto, a lo mejor huele a humanidad machacada y ultrajada.

Yo escribí una novela histórica sobre un personaje madrileño, Lucrecia de León, profundicé en el Madrid del siglo XVI, y aquello era espantoso, cómo olía aquella ciudad. Aquí tal vez hago ese juego con mi propia nostalgia de los olores, no con los olores objetivos.

Silvia Lagouarde: Estoy encantada de venir a la tertulia y me encantaron los relatos de su libro. Pero hay uno de ellos que me sorprendió, que me inquietó, y me llevó a hacerle varias preguntas. En la isla de moro se ha convertido en mi cuento favorito. Lo que me resultó inquietante es la programación, esos robots están bien programados para ser utilizadas por el amo, y ante una mala utilización del amo uno de estos robots se revela y lo asesina. Esto me hizo pensar qué es lo que funda la ética y preguntarme acerca de eso a lo que usted se refirió antes, qué significa ser humano, por qué nosotros somos humanos y las máquinas no. Sin embargo, si seguimos proyectando en el tiempo los siglos y llegamos al XXV, en la proyección de este texto podemos pensar que esa programación de la máquina puede llevar a la fundación de un nuevo ser humano. ¿Por qué podría existir esa posibilidad? Porque esa programación empieza a ser escritura, por lo tanto empieza a generar una subjetividad, y esa subjetividad empieza a generar el desencuentro de la palabra. Me gustaría escuchar lo que usted dice, la diferencia que existe entre lo que es esa simbolización que nos hace humanos, la palabra y la escritura, y la escritura como fundadora de una ética.

José María Merino: Yo creo que la ética, la organización de una moral, ya es un proceso cultural que pertenece a la historia. Y que el intento de entender el mundo a través de ficciones es algo natural en el ser humano. Éste se ha aproximado a las cosas tratando de entenderlas inventando cuentos. Esa es la manera de entender el mundo, previa a la escritura. Tengan en cuenta que nosotros llevamos ciento cuarenta mil años por aquí y de esos años sólo llevamos seis mil de escritura. Y no los hemos utilizado todos para la ficción, los hemos utilizado para la religión y para el poder. La escritura liberada es muy reciente. En la cultura grecolatina, ya no voy a entrar en China, sólo en el siglo II o III a.c. empieza la novela cuando los viejos dioses importantes decaen y empiezan a estar en alza Baco, Venus, Pan, los dioses menores. Y además, la novela tiene mucho que ver con la mujer. Ella es la primera consumidora de novelas. Efectivamente, “la novela” nace porque la gente empieza a disfrutar con la ficción. Y la ficción ha sido siempre algo sospechoso, hasta para el propio Aristóteles.

Yo creo entonces que la ficción es lo natural. Lo que no es natural es la moral o la ética. Eso ya es una organización histórica, ya es una manera de ver cómo nos vamos a organizar, cómo vamos a convivir, cómo nos vamos a organizar socialmente, cómo nos vamos a organizar familiarmente, cómo vamos a establecer los roles, cómo debemos comunicarnos unos con otros. Con todos los respetos, y aunque estudié derecho natural, yo creo que eso no es natural. Lo natural es la ficción, intentar inventar el mundo, intentar comprender el mundo a través de ficciones. Desde luego, unos teniendo más capacidad que otros pero todos siendo capaces de socializar esa imaginación. A alguien se le ocurre la historia de Caperucita y el lobo, o imaginémonos la historia de un niño, una niña, y un tigre de las cavernas, alguien lo inventa, se socializa y todo el mundo es capaz de entenderlo. En cambio, creo que la ética no es algo natural, ella se va organizando, y de hecho tiene mucho que ver con las religiones, ellas organizan sus elementos para decir cómo tenemos que comportarnos, cómo debemos ser. Puede haber dos tipos de ética, la que nos dice cómo debemos comportarnos civilmente, y la que nos dice que como no nos comportemos de tal manera nos condenamos. Ahí ya entramos en otro territorio.

Cuando se habla de lenguaje a mí me sorprende escuchar a los lingüistas –yo el terreno psicoanalítico lo desconozco, soy un lector fervoroso y admirador de Sigmund Freud, un mal lector y poco entendedor de Lacan— sin embargo creo que el lenguaje no tiene sentido desvinculado de lo que lleva dentro. Lo dije al principio, lo que distingue al ser humano de las demás especies vivas es el lenguaje, pero el lenguaje articulado en forma de ficción, en forma de discurso, un discurso que precisamente es un discurso simbólico. No es decir que este libro es grande y este pequeño, igual los pájaros dicen que este huevo es grande y este pequeño, y las hormigas se dan cuenta de lo grandes que son las cosas que llevan encima. Si tienen curiosidad con los hormigueros verán que son un mundo fascinante desde el punto de vista de la comunicación. Ahí hay un lenguaje sofisticadísimo, la muchedumbre se está trasmitiendo información continuamente, ahí hay comunicación. Lo que no creo que se trasmitan son ficciones, porque si se trasmitiesen ficciones serían unos duros competidores para nosotros. Yo creo que los únicos que hemos inventado ficciones, la única especie que de pronto ha empezado a entender el mundo a través de la ficción hemos sido nosotros, y eso ha sido terrible para todos los demás y tal vez para nosotros. Porque los hemos destruido.

Intervención: Como humanos, lo que hacemos es que inventamos la realidad. La ficción es la realidad inventada en tan pocos siglos. Hay tantas realidades como culturas. La realidad egipcia es una realidad, no es que hay un progreso y que era una mentira. No, era una cultura, inventaron un mundo.

José María Merino: Hay un mundo que es el mundo mítico. Yo he sido muy estudioso de las culturas precolombinas, incluso tengo una trilogía de novelas que trascurren en el momento de la conquista de América. Me ha fascinado siempre el mundo precolombino, y creo que uno de los momentos importantes históricamente del mundo es cuando la cultura de la historia se enfrenta con la cultura del mito y la machaca. La cultura del mito es la cultura del tiempo circular. Yo recuerdo que una vez en Perú estuve viendo Oyaitantambo, donde hay un tempo tremendo, con unas rocas bajadas de no sé donde, y el guía me dijo que ese tempo no se había podido terminar porque llegaron los españoles y se terminó. Yo le respondí que si no hubiésemos llegado los españoles seguirían con la segunda piedra. No había tiempo, era una cultura sin tiempo, era la cultura del tiempo circular, del tiempo mítico. Hay un libro precioso de la cultura maya que es el El Chilam Balam de Chumayel que está trascrito en castellano aunque también utiliza elementos fonéticos mayas y dice: escribo esto el 14 de Agosto de 1730 y llueve, y digo esto para que sepáis que cuando vuelva a ser 14 de Agosto de 1730 lloverá. Es decir, la idea de que el tiempo es circular. Y ese es el mundo del mito. Pero la cultura histórica de la flecha irreversible del tiempo, que es la cultura occidental, acabó con el mundo mítico. Ahí se produce el enorme encontronazo que no tenía solución. El mundo mítico es un mundo detenido en sí mismo. Si los españoles no hubiésemos llegado a América en 1492 y no hubiera habido nunca viajes hacia allí, posiblemente poco hubiera evolucionado el mundo americano, porque era su mundo, la cultura era eso, un enorme conocimiento del medio ambiente, de la naturaleza. En Perú, ya no es que haya observatorios astronómicos, los hay de sonido de agua, porque eso era fundamental para saber cuando había que sembrar. Era una cultura agrícola sofisticadísima que dependía del conocimiento del medio ambiente. Y seguramente hubieran evolucionado poquísimo porque el mundo estaba detenido. Y con los egipcios pasa lo mismo. Durante muchos años se mantiene una cultura que es interrumpida por una cultura histórica, la grecorromana. Y empieza a no querer el tiempo detenido sino el cada vez más. Es la cultura en que vivimos que no sé adónde nos va a llevar, en algún momento habrá que parar, tendremos que plantearnos el crecimiento cero. Lo que pasa es que, como digo en este libro, el desastre ecológico es un desastre estupendo. Eso es lo terrible, darnos cuenta de que el desastre ecológico puede dar pingües beneficios a maravillosas multinacionales.

Ese cuento de los dos robots, es un cuento que me inspiró mi esposa, aquí presente. Este robot, es cierto que al final adquiere una ética humana, porque es un contable y no puede soportar ser el contable del desastre, quiere ser el contable de la riqueza, y en cierto modo reacciona. Como ven en el libro, he eliminado las leyes de la robótica de Asimov. Me he inspirado en ellas, pero esta cultura es tan liberal que ha dicho que cada dueño de robot haga con él lo que quiera. No hay leyes para la robótica. Las leyes de la robótica de Asimov son maravillosas ya que impiden que los robots nos puedan hacer daño. La primera, un robot no puede hacer daño a un ser humano, la segunda, un robot no puede hacerse daño a sí mismo, la tercera, un robot puede hacerse daño si es para salvar a un ser humano. Eran leyes racionales. En mi libro, es un guiño que hago, elimino la ley de la robótica, leyes demasiado restrictivas para la empresa privada. Cada dueño que haga lo que quiera con su robot.

Nuestra cultura es la cultura de la flecha irreversible del tiempo, vamos adelante, el tiempo no es circular, el tiempo es la historia, somos la cultura de la historia. Una cultura tan importante como la inca, tan sabia y conocedora del mundo que le rodeaba no quería tener historia, no quería tener escritura, tenían un sistema de contabilidad pero no tenían escritura. La escritura nos obliga a tener memoria y la memoria ya es historia. La escritura iba en contra del principio mítico propio de aquella cultura sin tiempo, sin historia. Claro que se sucedía, pero todo era circular, todo giraba sobre la misma rueda y esa disyuntiva ha hecho que gane la cultura de la historia, la cultura racional. Es la cultura que nos ha permitido conocer cada vez mejor el universo, conseguir cada vez más avances, pero tengamos en cuenta que hemos arrasado la cultura mítica.

Gustavo Dessal: Quería aprovechar este momento para indagar en una cuestión sobre la que he recibido muchas respuestas y variadas, y quería pedir tu opinión. ¿Por qué el cuento tiene todavía una cierta resistencia en la cultura española? ¿Es en la cultura española? ¿Es en el mundo editorial?
¿Por qué muchos escritores necesitan encontrar su plataforma en la novela para poder permitirse luego la posibilidad de acercarse, no a la escritura del cuento, sino a la posibilidad de que el cuento pueda ser publicado?

José María Merino: Primero, el cuento escrito en España tiene una tradición. Y seguramente, uno de los lugares de cuentos orales más rico fue España, aunque no haya habido buenos recolectores de cuentos orales. Los últimos que recogieron cuentos fueron los Aurelio Espinosa, padre e hijo, antes de la guerra civil, y realmente, el acervo era impresionante.

A veces nos olvidamos de que en 1265 se traduce del indio al árabe, y del árabe al castellano naciente, el Calila Edimna. Un hombre muy mayor se casó con una muchacha joven, dormían en habitaciones separadas. Una noche la mujer escuchó unos ruidos muy raros en casa, y asustada corre a la habitación de su marido metiéndose en la cama. Le dice al marido que hay un ladrón en la casa y el marido dice, ladrón, llévate cuanto quieras pues gracias a ti mi mujer se ha metido conmigo en la cama. Cuento del Calila Edimna.

La cultura del cuento en España es muy antigua, está Patronio y el Conde Lucanor, está la disciplina clericales, está Don Miguel de Cervantes que inventa el cuento literario en nuestra lengua, las novelas ejemplares. Además él dice que es el primero, y es consciente de que escribe cuentos. Hay un precioso libro que también trata de un tipo mayor que se casa con una muchacha joven, El celoso extremeño. Si lo leen verán que son alrededor de treinta páginas, pero se darán cuenta de que hay una novela de trescientas páginas. Pero Cervantes quiso contar un cuento de veinticinco páginas, no quiso hacer una novela. Lope de Vega es un estupendo escritor de cuentos, las Novelas a Marcia Leonarda.

El cuento es una tradición en España. Lo que ocurre es que hay un momento en que el cuento y la literatura empiezan a decaer. Yo creo que tiene mucho que ver con la Inquisición. La Inquisición, al principio del Siglo de Oro, es un tipo de inquisición, luego empieza a intervenir demasiado en la literatura de imaginación, aborrece de ella. Pero luego, en el siglo XIX, en España se escribe mucho cuento. Al final del siglo XIX tenemos dos cuentistas extraordinarios. Leopoldo Alas Clarín, que es un extraordinario cuentista, creo que fue muy leído en Latinoamérica, y Doña Emilia Pardo Bazán que tiene muchísimos cuentos, algunos extraordinarios. Durante el Siglo XX, en todas las revistas, en todos los periódicos se publican cuentos, muy malos y muy buenos. Y a lo largo del siglo, yo recogí una antología, Cuento español 1898, 1998, noventa cuentos que son muy interesantes. Qué duda cabe que después hubo un momento del cuento totalmente espectacular, cuando irrumpen en escena Borges y Cortázar, pero si uno ve los cuentos que se escriben en Hispanoamérica a lo largo de los años, más o menos son parecidos a los españoles, salvo las grandes luminarias, que son geniales.

Lo que pasa es que, primero, España es una sociedad no lectora, habría que analizar si por la educación, la presión eclesiástica, la inquisitorial. Y además creo que es el único país del mundo donde ser cuentista es contar mentiras. En ningún idioma cuentista equivale a eso. Si en italiano digo que soy cuentista se entiende por eso un narrador de cuentos, lo digo en España y me preguntan qué voy a vender, qué cuento chino voy a contar. En esa sociedad no lectora lo que ha cobrado cierto prestigio es la novela, tal vez porque la novela paradigmática universal es El Quijote, que si se fijan es una novela contra las novelas, habla de lo malo que es escribir novelas, y cómo leer novelas te puede trastornar. Es la única novela que el día que el último imán, el último clérigo, quemasen todas las novelas del mundo, salvaría El Quijote porque es una novela que demuestra lo peligroso que es leer novelas. Lo cual enseña lo genial y misteriosa que es esa pieza. Sobrevivirá siempre, incluso a los enemigos de las novelas.

Un día fui a una emisión de radio con un libro de cuentos míos que se titulaba Cincuenta cuentos y una fábula. Era un libro que tenía una portada seria. En el programa había varios contertulios. La persona que llevaba el programa iba a entrevistar a cuatro o cinco personas, hizo una seña de las que hacen en la radio, puso una música y dijo: niños y niñas acercaros a la radio que aquí hay un señor que sabe mucho de cuentos. Yo como ya era mayor dije: niños, niñas, seguid haciendo lo que estabais haciendo que esto no va con vosotros. Aquella persona no me dirigió la palabra en el resto de la emisión, fui absolutamente ninguneado. Pero claro, es que ni había tenido la curiosidad de echarle una mirada a la contraportada. Diría, cuentos, cosas para niños. Y esto está en nuestra sociedad.

Yo me obligo a utilizar la palabra cuento porque creo que sugiere más que relato. Un acta de una reunión de vecinos es un relato, cualquier cosa es un relato. En el cuento hay un elemento que es de interés imaginativo, imaginario. En fin, sabemos lo que es un cuento. Una sociedad no lectora produce no lectores, naturalmente. Nosotros pensamos que nuestro profesorado de secundaria naturalmente va a dar literatura y va a ser un lector naturalmente. ¿Por qué lo va a ser si proviene de una sociedad no lectora? ¿Dónde se forma ese profesorado? En unas facultades o escuelas que no forman literariamente. Enseñan mucha lingüística, mucha gramática. Si yo volviese a ser joven organizaría un plan ideal. ¿Va usted a enseñar literatura? Durante los próximos cuatro años vamos a leer ochenta novelas, ciento cincuenta cuentos, ciento cincuenta poemas, y sesenta obras de teatro. La historia de la literatura universal la concentraría en esas piezas, pero no vamos a hablar de gramática, ni de sintaxis, vamos a hablar de Madame Bovary, de lo que le pasa a Madame de Renal, y cómo hace esa transición Faulkner en Mientras agonizo, y cómo trabaja Galdós La desheredada, y vamos a hablar de verdad de ficción, de novela, vamos a entrar dentro y les aseguro que ese profesorado saldría absolutamente preparado, no conocería toda la historia de los cuentos, pero conocería ciento cincuenta cuentos paradigmáticos, sabría lo que es un cuento, y sabría trasmitir ese gusto al alumnado. En el sistema educativo no se utiliza el cuento. A los chavales les hacen leer unos mamotretos tremendos que aborrecen, que no entienden.

Yo recuerdo que en cierta ocasión, una persona del profesorado me preguntó el cuento que debía recomendar a los chicos. Le dije que si estuviese con ellos una semana sabría los cinco cuentos que les puede interesar. Puede ser de Unamuno, de Cortázar, de Stephen King, no hay por qué ceñirse a un tipo de cuentos. Porque se puede enseñar literatura enseñando muchos elementos, muchas posiblidades.

Tenemos por tanto un sistema educativo que no forma bien a su profesorado de literatura. Los lectores españoles somos autodidactas, incluso los profesores de literatura, porque no les han enseñado a leer. Me gustaría alguna vez ver a una persona pública con un libro en la mano o hablando de un libro. Alguna vez. Que por ejemplo digan que le ha encantado un poema. Antes citaban siempre a Kafka, ahora citan a Borges, alguien que no sean ni Borges ni Kafka. Yo creo que el cuento ha sufrido especialmente ese menosprecio o distancia de la literatura. Porque consideran al cuento, como una vez dijo un crítico hablando bien de un libro mío, el género menor. Hombre, menor no, el género corto, el género breve, pero menor no. Cuando además el cuento considero que es un género que requiere intensidad, brevedad, una serie de elementos de dificultad.

Gustavo Dessal: No en vano Borges no escribió ninguna novela.

José María Merino: O Maupassant, que escribió alguna, o Chejov. Yo leo La corista de Chejov y le aseguro que se va a quedar deslumbrado, porque hay una potencia de análisis del corazón humano, de comportamientos, que igual la novela no consigue hacerlo en trescientas páginas. Pero creo que hay algo sociológico, la historia de una distancia con la literatura, una sociedad no lectora, y la parte más débil de todo ese tinglado quizá sea el cuento. ¿Qué pasa? Que los españoles, a pesar de todo seguimos escribiendo cuentos. En los peores momentos ha habido escritura de cuentos, porque creo que hay una tradición de cuento en los escritores. Este libro lo he publicado en una editorial de cuentos, Páginas de espuma, porque me encantó. Pensé que era un el editor hombre que está luchando por el cuento.

Yo siempre cuento una anécdota deliciosa, es de un año en el que yo estaba presentando un libro de cuentos en la feria del libro de El retiro. De vez en cuando alguien viene y firma algo. Se acercó una señora, comenzó a merodear, a mirarme, yo la miraba, la señora se acercó, miró el libro, me miró otra vez, abrió el libro y dice: Ah, son cuentos. Yo pensaba que ya había vendido un libro. Le contesté: Si señora, cuentos. Y me contestó: Es que los cuentos se acaban enseguida. Y tenía toda la razón del mundo. Y ese es el problema que tiene el cuento con el lector no demasiado formado. ¿Cuál es el secreto de que los Best-Seller tengan novecientas páginas? Que tarda mucho en producirse el cogitus interruptus. Lo malo del libro de cuentos es que se te acaba, incluso algún crítico me ha confesado que los libros de cuentos empiezan y se terminan. Efectivamente, así son los cuentos, se terminan.

Sergio Larriera: Los cuentos exigen una atención, una tensión en el lector, que la novela no exige. Uno puede eliminar cien páginas de una novela y la novela sigue funcionando. Cuanto mejor está construido un cuento más difícil es separarse de él, no puedo saltarme nada.

José María Merino: Y en los cuentos no sobra nada. En el cuento uno tiene que poner mucho de su parte, requiere una gran colaboración del lector, y creo que eso es lo gratificante, lo que uno pone en el cuento también. Ese es el misterio. Los editores y los lectores mayoritariamente prefieren la novela, a pesar de todo hay montones de escritores que siguen escribiendo cuentos, y creo que es un buen momento en España porque hay gente joven escribiendo cuentos estupendos. De hecho hay editoriales como ésta que sólo se dedica al cuento, que parece que va sobreviviendo, lo cual a mí me encanta.

Sergio Larriera: En otra región de la lengua castellana, de la cual no quiero acordarme ya, usábamos el término cuentero para diferenciarlo del cuentista.

José María Merino: El cuentero también era el contador de cuentos. Yo estuve una noche muy divertida en Rosario cuando el congreso de la lengua, y la profesora que me había invitado me pidió que fuésemos a una tertulia El caldero de los cuenteros. Y era una tertulia de contadores de cuentos. Había allí un caldero simbólico y la gente contaba cuentos. Fue una cosa tremenda porque no sabíamos a qué íbamos y tuvimos que contar un cuento sobre la marcha, con lo cual quedamos fatal.

Gustavo Dessal: En la lengua Iris, que es la lengua de los judíos europeos, existe un término relativo a cuento, que hace referencia a la persona que vende casa por casa baratijas. O sea que, posiblemente esta idea de que el cuento tenga algo de tramposo no sea sólo originaria de la lengua española.

José María Merino: ¿Y no podría ir ahí por lo sefardí? Habría que investigar.

Rosa López: Le quería pedir a José María que nos sugiera un libro para la tertulia.

José María Merino: Les recomiendo un libro que he leído hace poco que se titula Aunque seamos malditas, una novela de Eugenia Rico, autora española.

Transcripción realizada por Miguel Ángel Alonso.

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