sábado, 14 de marzo de 2009

La Puerta, de Magda Szabó. Comentario de María José Martínez Sánchez

Nos encontramos hoy ante “La Puerta”, extraordinaria novela que hemos de leer con atención para encontrar, en las palabras y en el contraste de los personajes, las claves de esta historia sobre la que hemos de opinar, claves que se encuentran muy espaciadas.
A mi entender hay un tema principal en la novela, la culpa. Y otros dos no menos importantes: el esfuerzo para conseguir realizar el deseo, y la imposibilidad de evitar la muerte. Las tres cosas están aquí relacionadas.
De estructura circular, y en tono de confesión, la novela empieza y acaba con la descripción de un sueño, sin haberse solucionado el problema que el mismo sueño nos indica. Se trata de una pesadilla recurrente en que la protagonista está frente a una puerta que necesita abrir porque hay un enfermo en la casa y llegan los servicios médicos. Y aún siendo esto necesario, no puede hacerlo, ni tampoco pedir auxilio, porque su voz no tiene sonido. Pero pasado el sueño hay otra imagen, real, que la autora cuenta inmediatamente y que persiste en su cabeza: la de otra puerta de un cuarto donde su criada guarda celosamente su intimidad, y que a ella le fue desvelada.
Autora y narradora omnisciente, nos cuenta esta historia en un constante ir y venir de sinceridad, recuerdos y sensaciones, a veces en primera persona, a veces en tercera, a veces en singular y a veces en plural, sin llegar a hacer nunca un flash back descarado. Esto es lo que hace que la historia fluya como el agua. Y la autora parece pedirnos que, después de darnos todo tipo de explicaciones, la podamos entender, ya que ella confiesa ser quién mato a su sirvienta y nos lo quiere contar.
Esta confesión del principio y este dedicarnos la novela, pudiera ser un truco literario para interesarnos en el tema, dado que, implícitamente, se nos pide que opinemos. Comprendo perfectamente esta petición, ya que cada una de estas dos mujeres tiene sus razones particulares para intentar llevar adelante sus respectivos deseos. Y no sabríamos a quién de las dos disculpar más después de tanto desaguisado, si a la escritora que parece cuerda o a la criada que parece loca. Esta es la manera que usa la autora para indicarnos lo difícil de esa relación materno – filial, auténtico laberinto de la memoria en el que ella misma se pierde. Novela psicológica, cuajada de confusos estados de ánimo, donde las dos mujeres viven juntas un auténtico melodrama sin conocer nosotros, cuánto hay en el libro de realidad y cuánto de ficción.
Empieza por sorprendernos cómo en el proceso de selección es Emerenc la que pregunta sobre las característica de sus “amos”. Así es como les llamará en adelante, sobre todo al marido de la protagonista, al que deja prácticamente apartado de su circuito vital, siendo ella, en realidad, la verdadera ama. Acepta el trabajo y parece adoptarlos como niños pequeños a los que imperiosamente ha de educar, sobre todo a ella.
En la convivencia entre Emerenc y el ama de casa, hay una constante inversión de papeles, una sorprendente pugna por el poder, un desprecio absoluto hacia el trabajo intelectual de la protagonista, por parte de la sirvienta, y una dependencia total de la protagonista hacia ella. Y con todo este panorama que vemos a través de la lectura, uno se pregunta: ¿Por qué permanecen juntas estas dos mujeres? ¿Por qué han unido sus destinos?
Emerence es una persona mayor, físicamente corpulenta, cargada de sentido común y de experiencia, muy aguda en sus juicios, a la que no le faltan palabras claras para opinar sobre los demás cuando, después de sus enfados, decide hacerlo. Persona capaz de concitar sobre ella amor y odio, trabajadora infatigable, que a veces se emborracha, nos dice muchas cosas sobre temas vitales mientras respeta y cultiva, con pasión, los rituales de la muerte. Cascarrabias, arbitraria, hermética, es la que siempre acude a ayudar a los demás, la seguridad, el ejemplo, la primera cereza del verano y la primera castaña del otoño, la madre que podría ser. También es una defensora a ultranza de lo real. Y pera terminar de retratarnos a Emerenc, la autora nos indica que ella entiende por real solamente lo que es material. Curiosa esta acepción y muy interesante, porque es casi seguro que lo material fue lo primero que se nombró con la palabra sencilla y clara, tal como esta mujer pretende que sea todo. Así, después de haber vivido mucho, ella piensa que casi todo se resume en esa materialidad verdadera de las cosas. Es quién defiende su ignorancia en muchos temas, para luego creerse dotada con la sabiduría de todo. Persona práctica que barre su acera todos los días, ha de cuidar muy bien su escoba de abedul, ya que el mundo, como ella simplemente proclama, se divide en dos: los que barren y los que ordenan barrer.
Además de esto, Emerenc, no permite entrar a nadie en una de las habitaciones de su casa que mantiene siempre con la puerta cerrada.
Y ya tenemos ahí la otra puerta que un día ella permitirá traspasar a la protagonista. Más tarde, otra apertura de esa misma puerta, con la temida difusión de su secreto, acarreará una desgracia.
La protagonista es una escritora, defensora de la libertad, que se sentiría perdida sin su criada, cosa que ésta usa a menudo como chantaje para intentar educarla a su modo, aunque la haga llorar a menudo, para lograr la tiranía de su deseo. Convencida de haberle causado la muerte a Emerenc, sabemos que durante la dominación comunista se vio silenciada por el poder. Pero no creo que sea este el significado de esa parte del sueño en la que ella no puede hablar. Hacia el final de la novela veremos, como esa voz que no suena, es la que la criada le reclama a ella en relación con la auténtica caridad y el cuidado de su marido al que –le dice enfadada–, sería mejor hacerle buenas comiditas, que rezar por él en días fijos. Y aquí ya no nos queda más remedio que volver al sueño de la protagonista, pues el enfermo del sueño sería precisamente su marido, la persona que ella no es capaz de defender.
Pero defender, ¿de quién? Pues de la muerte que se lo llevaría si no pudiesen entrar en la casa los sanitarios. Y esa es la culpa que siente la protagonista con respecto a su marido. Pero aquí podríamos pensar dos cosas: que ella lo cuida mal y llora, porque reconoce que la sirvienta tiene razón, o que lo cuida bien y a pesar de todo, esa puerta rodeada de seres con una dimensión sobrehumana, al no poderse abrir, tiene el significado de la muerte, pues haga lo que haga, la muerte se lo llevará. Y para añadir dificultad al veredicto, las dos cosas están en la novela.
Esta es, pues, la otra relación personal que no podremos dilucidar sin dificultad. Lo espiritual es siempre ambiguo.
Y la puerta de la casa de la criada, se abrirá un día para dejarle ver a ella, en un acto de recompensa, su secreto mejor guardado. Después, y porque la vida es imprevisible, ella no podrá evitar que entren allí los servicios sociales –por otra parte plenamente justificados–. A través de esa puerta verá todo el pueblo la miseria que acumula Emerenc. Finalmente la criada muere culpabilizando a la protagonista que, cargada de antemano con un sueño en el que aparece como culpable, asume una y otra vez, entre alegrías que no cuajan y penas que se repiten, que todo ha sido por su culpa. La autora da varias vueltas de tuerca al tema, y consigue mantenernos delante de un dilema del que no sabremos salir fácilmente. En resumen, podríamos decir, que abrir una puerta dio entrada a la muerte, y el no poder abrir la otra puerta también tendrá esta consecuencia. No se puede escapar de la pesadilla de culpa con la que se abre y cierra el libro.
Pero aún viendo ya lo que significan estas dos puertas en la novela, seguimos preguntándonos, ¿cuál fue la clave para que esas dos personas estuvieran una al lado de otra tanto tiempo? ¿Por qué unieron sus destinos?
Tal vez a la protagonista la lleve el deseo de recuperar a una madre perdida, pero sobre todo, y según nos aclara, para poder verla de cerca. ¿Como un espejo en el que pudiera verse ella misma? Tal vez. Y esto es lo que le hace permanecer a su lado respetando totalmente, al igual que todo el barrio, salvo excepciones, la terrible individualidad de esa mujer que rayaba en la locura.
Y Emerenc, adopta a la protagonista por considerarla fácil para doblegar a su deseo. Éste consistía en vivir y morir con dignidad. Y tal vez el motivo del deseo fuera lo de menos. Lo que necesitaba Emerenc, dado su carácter, era imponerlo.
Emerenc es la incógnita por excelencia, el muro contra el que tropieza en un inútil deseo de entenderla, la que le exige total dedicación, la muestra de esa humanidad compleja sobre la que se construye toda una vida con los restos de un naufragio, en este caso, y casi siempre, naufragio familiar y colectivo.
En un momento dado, Emerenc le reprocha, que siempre la esté mirando con expresión de “enamorada nostálgica”, ya que ella es buena, pero mucho más dura, y no va a aceptar el papel de madre afectiva que ella constantemente le suplica. Vemos como su afán controlador regulaba la temperatura afectiva de su relación con ella que en todo momento se siente atraída y rechazada.
Y cuando le reclama su voz para que haga reír a su marido, la protagonista, después de echarse a llorar, nos hablará de la pureza de su corazón y de su rebeldía. –¿Rebeldía?–. Sólo al final, cuando, lógicamente, se va a Grecia, cosa que la protagonista dice que haría aunque fuese su padre quien estuviese muriendo. Y pureza de corazón, también. Ella se justificará y nos explicará, cómo hace todas esas cosas, que Emerenc le echa en cara, precisamente para dar sensación de normalidad en una casa donde hay un enfermo al que no quiere acongojar. De nuevo, dos opciones razonables para nuestro discurrir.
En otro momento Emerenc le reprocha que no la dejase morir con dignidad, y cuando ella le asegura, mintiendo, que ha cuidado de toda su casa, la criada la llama por el diminutivo que usaban sus padres, Magdusca. Luego, como un perro fiel, y al igual que hacía Viola, le chupetea los dedos.
La vida no tiene sentido si durara eternamente. El que ama, también tiene que saber matar. Son dos frases de la sirvienta.
Pureza de corazón, por un lado, tenacidad y dureza por otro. La incomprensión como ley superior. Ambigüedad. Distintos caminos para llevar adelante los deseos más ocultos de las dos mujeres.
La relación entre ellas se desmorona al igual que aquellos maravillosos muebles antiguos que la sirvienta quería dejarle como herencia.
Cuando se agrava, la protagonista nos dice que si Emerenc muere no hay salvación posible para ella, pues será culpable otra vez, y que si sobrevive, “la fuerza que la mantuvo siempre a flote, la seguirá sosteniendo, por ultimísima vez, sin hundirse en los torbellinos de su abismo personal”.
Y es la palabra “siempre” la que nos hace pensar, que si bien el sueño era reciente, el abismo de su vida viene de muy atrás, posiblemente originado por la madre biológica que aparece en la novela sólo por referencias.
Los sueños son un arma de doble filo, nos dice la autora.
Al final de la novela, cuando Emerenc ya ha muerto, el marido reaparece y le recomienda a su mujer buscar otra sirvienta de distintas características, ante lo que ella clama sin poderse contener: ¡Emerenc!
Entre dos personas siempre hay una puerta cerrada de difícil apertura.
La historia ha terminado. El barrio está de luto. ¿Podremos comprender ahora mejor a la escritora húngara que nos ha contado todo esto?
María José Martínez Sánchez

No hay comentarios: