viernes, 29 de mayo de 2009

Comentario de la obra "El diario de Géza Csáth" por Blas Parra

Tener que presentarse siempre supone un incordio. Nunca me importó la fama, ni el plazo, más bien corto, de que iba a gozar para escribir una obra y vivir una vida en profundidad. Por el momento me conocen muy pocos en España aunque figure en cualquier buena enciclopedia. Mis obras fueron editadas en alemán, inglés, francés y recientemente en español, un título “Cuentos que acaban mal”, recoge una selección de ellos. Casi todas las referencias que me dedican empiezan del mismo modo: “Médico psiquiatra, crítico musical, autor teatral cuyas obras se siguen representando en Europa, poeta, cuentista, perteneció al prestigioso Círculo de Nyugat de Budapest en torno al que se movió la alta intelectualidad húngara de principios del siglo XX, de Dezsö Kosztolanyi a Sandor Marai…etc

Blas Parra dijo de mi idioma lo siguiente: Jozsef Brenner, conocido por el seudónimo de Geza Csath, escribió en ese bello y extraño idioma que no tiene raíces comunes con ninguna otra lengua europea, lengua hablada por tribus orientales emparentada con tribus finohungrías y tártaroturcas, cuyos sonidos no se asocian con otros. Un país que hoy día no cuenta con más de diez millones de habitantes, entonces bastantes menos. Un milagro pues expresarse a través de imágenes poderosas, digo yo, imágenes que transmitan sensaciones y colores, como parte de un todo donde predomina a veces un sentido de representación teatral. La traducción de mis textos habrá de repartir adjetivos entre las frases y transferir un sentido del humor más bien morboso.

Treinta y dos años para emplearme a fondo en algo no son demasiado, ya que en 1918 habré desaparecido del mapa. Bien, en cierto modo conseguí popularidad. En Hungría soy leído en las escuelas, pese a la leyenda sobre mi persona, muy comprensible por mi trágico final. Horrible de verdad, pero nada podrá evitarlo.

Nunca hablé directamente de lo que veía o sucedía, sino de historias que parecen soñadas. Historias, relatos, donde el Mal, así con mayúsculas, se convierte en el eje existencial de cuantos intervienen en él. No es cierto, tergiverso la verdad; también escribí sobre fantasías, los artistas de provincia y su melancolía, músicos frustrados, juegos crueles, homicidios, matricidios, jardines encantados. Si bien predomina un tono irónico, hay considerables dosis de poesía en cuanto escribo. Pero volviendo al tono, ¿por qué ignorar los buenos sentimientos y propósitos de media humanidad?


Verán ustedes, cada cual percibe el mundo a su modo. Y con ello quisiera contestar a quienes se ceban en mi comportamiento canallesco con las mujeres, objeto principal de mis experiencias mientras fui atractivo, un seductor casanova condenado a hincharse en pocos años por los excesos, la morfina, el opio, el sexo, un toque sádico de mi carácter. Defectos imperdonables, esta indiferencia, esa impiedad, que no casan en modo alguno con mis altas aficiones, la música de Bela Bartok, la poesía o el teatro. ¿Todo ha de casar? ¿Somos de una pieza? ¿He dicho ya que introduje en Hungría la música de Puccini? Me ven en el balneario, joven médico rodeado de camareras y damas que se arrojan en mis brazos a la primera insinuación, y la verdad, me envidian, quisieran tener mis dotes, mi potencia para exprimir, mi paciencia para aguardar la presa. Claro, claro, no es decente. No está nada bien aprovecharse del puesto. Pero…

Requiere cultivo asiduo un jardín maldito como el mío donde crecen plantas carnívoras, se lo aseguro. En algún lugar aprendió el mago, el hechicero. La literatura no inventa, traduce en signos mensajes que nos llegan de todas partes. La mente humana es insaciable. Reparen en la historia de la humanidad, ustedes saben más que yo, me llevan unos decenios de ventaja en ese conocimiento. ¿No hay gente que hace el mal por hacerlo? ¿No hay mataderos? ¿Son todos ustedes pacíficos vegetarianos? ¿Acabaron las guerras? La humanidad sobrevive porque arriesga.

El riesgo continuo se me presenta como el mayor atractivo de la vida, sin riesgo es difícil la intensidad. Prefiero unos cuantos días de plenitud a morir rodeado de nietos. Queda patente este criterio cuando con el estilo mordaz que me caracteriza, relato el caso de un mago que resucita a la vida en su ataúd recién muerto, levanta la tapa y escucha paciente el desfile de sus seres queridos lanzándole reproches, ¿por qué no has querido llevar una vida decente en lugar de atiborrarte de opio? le dicen los padres, tampoco las lágrimas de su novia le convencen para volver a una vida sin excesos, es más, el mago resucitado, ruega a la chica que cierre la tapa, guarde la llave y le deje tranquilo, bien muerto.

Suele haber un doble filo en mis frases. De la viuda digo en Matricidio, otro de mis cuentos “era una mujer bella de carácter apacible pero muy egoísta. Nunca atormentó a su marido, pero tampoco le quiso más allá de un cierto límite”. Veamos cómo era el esposo. Transcribo: “Murió sin mayores padecimientos y no dejó gran tristeza tras de sí”. Con tales padres, el meollo estará en los hijos, dos bellos y perfectos granujas.

Voy a convertirme al cabo de unas líneas en un escritor homicida, algo raro entre gente de letras, por lo general poco dada a la violencia. Miren, en ese tiempo consumo mucho opio para mis experiencias. En fin, el atractivo joven se convierte en poco tiempo, unos años, en un señor grueso, fofo, triste, un esquizofrénico, un loco capaz de matar a quien más ha querido: su esposa. Ella que estaba por encima de todas. Ella que había sido colocada en un altar. No, no hay justificación que valga. Sólo venganza y castigo merece el culpable. Que pague ese loco homicida.

Aceptado, aceptado. Fui tan lejos como pude, y no conseguí regresar luego. Como el mago de mi cuento. Una y otra vez me quitaré la vida, me tomaré veneno. Huiré como lo que soy, un homicida que huye hacia la frontera, escaparé de donde me encierren y cuando me detengan me cortaré las venas como he dicho. Y aún más, nunca tendré un lugar donde reposen mis restos. Seré uno de los pocos escritores de los que no quede memoria labrada en piedra. Sólo algunos buenos libros y unas cuantas fotos. Un desperdicio, un misterio.

Blas Parra.

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