lunes, 22 de junio de 2009

Entrevista a Gustavo Dessal por su recién publicada novela "Principio de Incertidumbre"



Esther Peñas.

Hay escritos virtuosos y escritores fascinantes. En Gustavo Dessal (Buenos Aires, 1952) convergen ambos sucesos. Leerle es adentrarse en un entramado de pulsiones humanas; leerle es conocernos un poco más a nosotros mismos; leerle ilumina las zonas más umbrías del ser. Conversar con él deja un gusto a reflexión que madura y se conserva. Utiliza el hallazgo de Heisenberg para nombrar su último libro –su primera novela-: ‘Principio de incertidumbre’ (RBA) y nosotros utilizamos esta excusa para disfrutarle.


Al igual que en ‘Líbranos del bien’, su último libro de cuentos, ¿podría decirse que ‘Principio de incertidumbre’ es una confirmación de la complejidad y extrañeza del ser humano?
Sí, aunque la novela tenía originariamente otro título -‘La noche del cerdo’-, recoge un aspecto fundamental de la conducción humana, la incertidumbre. Las certezas de las que nos rodeamos no son más que vestimentas para disfrazar una inconsistencia concreta, una incertidumbre generalizada. Este término, incertidumbre, viene a personar lo que es la realidad del mundo.

Pero la incertidumbre, ¿no ha acompañado al hombre desde sus primeros pasos?
En efecto. Aunque ahora todos coincidan en señalar la incertidumbre como rasgo de nuestra época, ha sido unos de los ingredientes de la existencia, intemporal. Cierto es que los seres humanos han encontrado distintos recursos para atemperar ese desamparo, siempre la religión uno de los antídotos fundamentales; hoy en día se van inventado otros, pero dudo de que sean tan eficaces como la religión lo fue en su momento.

El principio se incertidumbre nos remite a la idea de que cuanto más certeza se busca, más imprecisión encontramos. Esos, trasladado al hombre, ¿cómo se encara?
La verdad siempre tiene una estructura y sólo se puede decir a medias; la verdad absoluta es el esfuerzo que el poder ha ejercido para convencernos respecto de una idea de lo que es la verdad. Los seres humanos tienen una necesidad de absolutos, por eso es fácil vender consejos, a pesar de que esta época se caracteriza por un estado líquido del pensamiento.

Entonces, ¿dónde buscar la verdad?
Históricamente ha habido una necesidad de definirla de manera radical y absoluta, y es el deber de la literatura demostrar, concienciar acerca de que la verdad es algo fugaz, entrecortado, que está hecha de luces y sombras. En la novela utilizo la metáfora del crimen irresuelto, tanto en el comienzo de la obra como en el final, para transmitir que la verdad no puede contarse toda.

¿Eso no es terrible?
Sí y no, el absolutismo de la verdad es también terrible, y tiránico. Si alguien invoca en su discurso la verdad es terrible, aunque pudiese ser cierto el que la propia verdad hablase.



El arranque de la historia, ese arranque mediático-porcino, muestra hasta qué punto el ser humano se degrada. ¿Quién es más perverso, el que lo hace, el que mira o el que lo transmite?
Juego con eso en la obra. La escena del cerdo sucedió en realidad, tengo el recorte de prensa –y se publicó en un periódico serio- guardado. Me pareció que servía de inicio perfecto para reflejar el contexto histórico de nuestra modernidad, en la que una característica fundamental es el exhibicionismo, no sólo el sexual, que es el me menos interés despierta, curiosamente, sino el exhibicionismo que diluye la frontera entre lo público y privado. Me parece que se ha instalado entre nosotros una gran perversión, la del deseo de que todo se vea, de ser visto, y encontrar en ello una satisfacción. Esto, por supuesto, no está directamente provocado pero sí facilitado por una dimensión técnica de la civilización que pone todos los medios para favorecer la omnivisión.

El precio de Rebeca, una de las protagonistas, la que se denigra con el cerdo es la fama. ¿Cuál es el precio de Gustavo Dessal?
Partiendo de la pregunta ‘¿qué menos puedo soportar?’ te diré que es el hecho de que no me quieran, ése sería mi precio.

¿Qué tiene la oscuridad de las historias desdichadas –son palabras suyas- que tanto le atraen?
De mi segundo libro de cuentos, ‘Mas líbranos del bien’, Arturo Ramos hizo una crítica con bastante simpatía en la que afirmaba que tenía obstinación en hablar de cosas tristes. No creo en la felicidad, aunque sí en el sentido fácil o simple del término, es decir, creo en la felicidad difícil, o algo que se parece a ella, que consiste en asumir este aspecto de desgracia que tiene la condición humana.

¿Así que la desgracia conduce a la felicidad?Sólo quienes asumen eso, la tragedia del ser humano, sin buscar una plenitud alcanzan un estado complejo que podría llamarse así, felicidad, algo oscilante y fugaz. La felicidad, tal y como se promete y promociona en los medios, no existe, pese a la cantidad ingente de profetas de la felicidad que extienden sus profecías en dimensión planetaria, profetas que provienen, incluso, del mundo de la ciencia, de cierta divulgación irresponsable de la ciencia, que promociona la idea de la felicidad obtenida a partir de la ingeniería genética y otras estupideces semejantes… Dar la espalda a la condición trágica de la existencia tiene un precio muy grande. La gran literatura nos permite, por un lado, soñar, y, por otro, despertar de ese gran sueño de creer que los seres humanos alcancen la felicidad.

Pues no resulta usted una persona pesimista…
Es que no lo soy, no tengo una visión pesimista de la existencia, soy una persona alegre, pero es un deber de la conciencia no dejarse atrapar por los exotismos de la felicidad.


Un camino que permite a sus personajes encontrar la felicidad es la autenticidad…
Sí, eso se ve bastante claro en el personaje principal, Marc, un hombre apasionado, ingenuo, para el que el asesinato en el que se ve envuelto sirve de metáfora de un encuentro con lo real que le abre los ojos, que le rompe un poco esa creencia en su sueño de justicia, de verdad, de confianza en la ley. Y se le revela que todo está gobernado por la incertidumbre.


“Distinguir el pavor que produce alguien que ya no puede obedecer al decreto general de ser feliz”. ¿Qué nos impide ser felices?
La incertidumbre, que causa desasosiego; por eso se buscan desesperadamente identidades, consistencias, todo lo que puede poner remendando la incertidumbre. El decreto de ser feliz forma parte del discurso de la época: dado que todos los medios para ser feliz están a su alcance, si no los aprovecha debe usted sentirse culpable. La idea, tan promovida, es contradictoria porque vivimos en un momento en el que nunca antes había circulado de una forma tan extendida la idea de que la felicidad es alcanzable y, al mismo tiempo, la depresión es el signo de estos tiempos. Los seres humanos no obedecen bien el mandato de ser felices porque el imperativo ‘sea feliz’ contiene un imposible que conduce a la impotencia, y esa impotencia hace que la gente se sienta deprimida por no sentirse feliz.

¿Es la actual una crisis moral más que económica?La crisis económica es el reflejo en lo monetario de una crisis moral, las personas no se embarcaron en deudas imposibles solo para satisfacer una necesidad de vivienda, sino obedeciendo a la idea de que todo el mundo tiene el deber de ser feliz, no el derecho. Cuando la felicidad se convierte no en un derecho o elección o deseo sino en imperativo, aparece el ‘Mundo feliz’ de Huxlex y ‘1984’, de Orwen.


Por cierto, la cita que encabeza la historia, la de Horacio, “El culpable es el espíritu, que nunca huye de sí mismo”. ¿Por qué huimos de nosotros?
Nos cuesta mucho conocernos, al ser humano le cuesta reconocer que hay una parte de sí mismo que desconoce. Reconocer que hay una región ignota produce angustia, la gente se resiste a aceptar que no gobierna enteramente su vida ni sus actos, se rebelan contra la idea de ser una marioneta de algo que actúa en nosotros sin que podamos oponer resistencia; el ser humano, por su fragilidad psíquica y moral, necesita creerse en posesión de la riendas de todo sí. Eso es finalmente la tragedia y, desde Homero hasta Shakespeare, la gran literatura es tragedia, la tragedia nos advierte, nos recuerda eso mismo. Pero sólo personas muy privilegiadas han tenido ciertas condiciones morales para poder objetivarse.

¿Le produjo vértigo dar el salto a la novela?
No he dejado de escribir cuentos, de hecho, en breve publicaremos el próximo libro de relatos. La novela fue para mí un desafío, tenía ganas de probarme en este terreno, que no pude frecuentar antes por cuestión de tiempo, fundamentalmente.

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