lunes, 19 de julio de 2010

Apertura 16ª reunión Liter-a-tulia; Bartleby el escribiente

Quiero empezar hoy citándoles parte del primer párrafo de la obra que nos proponemos comentar, el narrador se dirige a nosotros, y dice así:

... a las biografías de todos los amanuenses, prefiero algunos episodios de la vida de Bartleby, que era uno de ellos, el más extraño que yo he visto o de quien tenga noticia. De otros copistas yo podría escribir biografías completas; nada semejante puede hacerse con Bartleby. Creo que no hay material suficiente para una plena y satisfactoria biografía de este hombre.

Punto y seguido

Voy a detenerme en esto un poco más adelante; escuchen la siguiente frase con la que el texto continúa:

Es una pérdida irreparable para la Literatura.

Es literal, está en el texto. Termino de leerles ese primer párrafo:

Bartleby era uno de esos seres de quienes nada es indagable, salvo en las fuentes originales: en este caso, exiguas. De Bartleby no sé otra cosa que la que vieron mis asombrados ojos, salvo un nebuloso rumor que figurará en el epílogo.

Asombrados ojos, nos dice el narrador. No puedo por menos que sentirme aludido, seguro que si hubiera tenido la oportunidad de observar mi propia cara una vez que finalicé la lectura, podría haber registrado, al menos en parte, el asombro como uno de los gestos que produje, y no tanto en el sentido de la admiración, sino en el del susto, incluso como recoge el diccionario, el espanto. Ustedes me pueden decir que efectivamente la cadena de acontecimientos que precede al suceso final de una u otra manera anuncia que la situación tomará esos derroteros, y que vagando por ellos, el hecho de que nuestro escribiente pierda la vida, ¿pierda la vida sería oportuno decir para el caso de Bartleby?, bueno, pierda la vida, decía, es algo que fácilmente puede ocurrirle, y no les faltará razón. Pero si les hablo de mi sensación de espanto no es sólo por la muerte de Bartleby, más bien por la sensación de incredulidad, ¿pero cómo es posible que las cosas hayan llegado a este punto? Si tan solo unas pocas páginas antes nuestro escribiente eludía los requerimientos del abogado con su célebre fórmula verbal; me encontré con que había experimentado lo que comúnmente se conoce como precipitación de los acontecimientos.

Y después vino la sensación de vacío. Pensé que era pasajera, bueno pasará, más me vale que así sea porque debo contar con algo que decir para abrir la tertulia.

Afortunadamente, Liter-a-tulia tiene detrás un equipo, y en esos momentos de desazón es muy bueno contar con los otros dos miembros porque así uno comparte sus preocupaciones, dificultades, y puede contrastar algunas de sus ideas. No fui capaz de hacerles partícipes a mis compañeros de esa sensación de haberme quedado “seco” tras la lectura. Yo los escuchaba comentando la cantidad de cosas que se pueden decir de este pequeño relato, hay que ver que pocas veces algo consigue abrir tantos temas se decían, y yo callaba y sonreía, y lo malo es que el vacío ya empezaba a tener cierto efecto de aspiradora amenazante, cuanto más buscaba una interpretación, más tenía la sensación de que ésta me eludía dejándome las manos vacías, ah, y el folio en blanco.

Fíjense, fue el folio en blanco el que me inspiró. Un folio vacío que evocaba la sensación que experimenté tras la lectura de Bartleby.

Recuerdan el primer párrafo con el que comencé, en concreto cuando el abogado-narrador nos dice que prefiere algunos episodios de la vida de este escribiente que escribir biografías completas de otros copistas. Eso es una elección, elige un personaje que no tiene biografía, y es ahí donde suelta esa frase en la que por un momento los detuve: Bartleby es una pérdida irreparable para la literatura.

Cuando en 1853 Melville publica esta breve novela, ha fracasado con Moby Dick, y eso no ha sido sin consecuencias. El filósofo y ensayista madrileño José Luis Pardo expone la idea de que dicho fracaso lo lleva a Melville a escribir Bartleby como objeción contra la novela, y fíjense qué agudo planteamiento nos aporta: Melville prefiere no escribir una novela, en la que su narrador prefiere no hacer literatura acerca de un escribiente que prefiere no escribir.

Frente a la posibilidad de que las letras reposen en la hoja de papel, Bartleby prefiere dejar el folio en blanco, igual de vacío que el conjunto de los datos de su vida, no conocemos nada de su pasado salvando un rumor acerca de su anterior trabajo, tampoco hay proyectos de futuro, y ¿qué ocurre cuando, tratando con alguien, no disponemos de esos datos? Que no podremos interpretar nada de esa persona porque nos falta un elemento que hace posible dicha interpretación, el contexto, y sin contexto, me vi sin palabras que poder dirigirles, sin interpretación que aventurar, y con la sensación de que Bartleby me era inexpugnable.


Sin pasado ni futuro, no hay un porvenir que espere al sujeto. Por eso el narrador nos avisa que no hay biografía. Hasta qué punto esto es así, que verdaderamente la falta de contexto en la vida de Bartleby, el hecho de que sólo exista el presente, tiene un efecto demoledor en la estructura del relato, que parece no poder ceñirse al sistema básico que integran los acostumbrados planteamiento, nudo y desenlace, por eso nos dice que va a narrarnos “algunos episodios”, porque sólo existen estos, porque la única temporalidad que el relato maneja es el presente, el ahora. Esto lo explica perfectamente Pardo de la siguiente manera: todo aquello que no puede pensarse como consecuencia de un tiempo anterior, todo aquello de lo cual no cabe imaginar una prolongación en el futuro, se torna inusualmente ligero y liviano, transparente, traslúcido, eminentemente frágil e inconsistente… así tenemos un presente casi inadvertido, frágil, reforzado por su falta de alimentación… sin antecedentes ni consecuencias, Bartleby es un espíritu, un espectro; un fantasma no tiene biografía.


Es muy interesante pensar las cosas de esta manera, la obra pareciera carecer ya no de planteamiento y desenlace, sino incluso de nudo. Y más allá, esta reflexión introduce paralelamente otra cuestión que les esbozaba al tornárseme el personaje inexpugnable. ¿Se dieron cuenta de los esfuerzos del abogado por penetrar en el interior del personaje para poder interpretar su comportamiento? Qué paradoja, por cierto, el narrador es un abogado, alguien que debe poseer cierta habilidad para la argumentación, y nos dice que elige un personaje que no se puede reducir a la literatura, sacrifica así su vertiente de escritor, de poder novelar la vida de un copista, para relatar una vida que no es novelable, y en la que no puede penetrar.


El resto es sencillo de deducir; sus esfuerzos por acceder a un interior que no existe debí convertirlos en los míos, seguramente pudo obrar algo del orden de una identificación, probablemente condicionada por una narración en primera persona que resulta un engaño estupendo porque mientras el narrador finge hablarnos es el escritor quien verdaderamente lo hace, pero se obtiene una escritura liberada de la impronta del autor, simulando la marca del personaje que es el poseedor de las palabras, y resulta muy fiable en lo que concierne a la ficción, ya que nos encontramos, y en este relato en concreto con bastante frecuencia, las contradicciones en la persona del abogado, cierta zozobra incluso, que van en aumento en la medida que su tribulación crece como consecuencia de la relación con su escribiente, lo cual nos conduce a pensar que el abogado sabe menos de sí mismo que el propio lector, vemos por sus ojos pero a la vez somos empujados más allá de lo que estos pueden ver. Entonces ya podemos decir que la magia de la ficción funcionó en lo que a la constitución del personaje del abogado respecta, que es nuestro narrador y es pieza también fundamental en esta historia. Reconozco además mi preferencia personal por este tipo de personajes, sus lapsus y equivocaciones me invitan a adentrarme en sus profundidades, me resultan mucho más ricos que ese otro tipo de personajes perfectamente trazados y acabados, imponentes en su resultado final.


Que Herman Melville es un escritor magistral no es algo que les vaya a descubrir hoy en el análisis que yo pueda hacer acerca de su maestría en la construcción de sus personajes, aunque no debemos olvidar que no hay nada más duro que la creación de un personaje de ficción. Por su parte, Gilles Deleuze considera que la literatura americana encontró su camino gracias entre otros a Melville. Lo que sí pretendo es que reparen en la extrema dificultad y el altísimo riesgo que constituye crear un relato de estas características, donde el vacío resulta central y parece presidirlo todo. El propio Deleuze nos abre los ojos muy concretamente con la fórmula que Bartleby utiliza como respuesta, aún cuando es forzado a responder sí o no, Deleuze traduce su fórmula así: preferiría nada y no más bien algo. Es una fórmula, citándolo a él, que abre un vacío en el lenguaje, porque la lógica de Bartleby no permite que se le pueda rescatar desde otras lógicas, como la que pretende aplicar el abogado, que es la del jefe que debe ser obedecido, ni tampoco más tarde puede acceder desde la caridad. La lógica de Bartleby es la lógica de la preferencia que mina los presupuestos del lenguaje, desconecta las palabras de las cosas y priva al propio lenguaje de toda referencia, lo mismo que, veíamos antes, afecta al personaje, un hombre sin referencia. Un vacío en el lenguaje y un vacío en la vida. Me estoy refiriendo al tejido simbólico con el que tramamos nuestra existencia, se ve aquí socavado con un silencio que abre un vacío en esa malla simbólica con la que soportamos la vida.


Hay dos metáforas que el narrador utiliza para referirse a Bartleby en relación a este silencio, y no hay que olvidar que la metáfora no es cualquier herramienta cuando hablamos de su uso por parte de un autor; los escritores son conscientes de que su utilización afortunada obtiene como resultado un plus de ficción. Bien, pues están ambas separadas por una coma; tomaré la primera de ellas que dice así: No contestó ni una palabra; mudo como la última columna de un templo en ruinas. Observen la elección de palabras tan meticulosa, en la que cada una tiene un lugar privilegiado dotando de ritmo a la propia metáfora. Están perfectamente ordenadas y consiguen que nuestra imaginación produzca instantáneamente una recreación inmediata de esa columna muda sujetando nada, rodeada de un elemento de potentes evocaciones simbólicas a lo sagrado como es un “templo en ruinas”, logrando todo ello un efecto en el lector, aquel que el escritor Joseph Conrad planteaba que debía obligar a hacer la ficción: mirar


El indiscutible rey de la “mot juste”, de la palabra exacta y no otra es Gustave Flaubert. Para terminar hoy les he reservado una frase maravillosa que quizá algunos de ustedes conozcan; con muy pocas palabras, Flaubert explica perfectamente lo que a mí me ha supuesto un desarrollo de varias páginas, y nos dice: un autor en su trabajo debe ser como Dios en el universo, presente en todas partes y no visible en ninguna.

Creo en este sentido que Melville escribe una obra que se ciñe perfectamente al postulado de Flaubert, pero que sería injusto valorar su mérito sólo desde la proeza del estilo, porque lo que Bartleby consigue a la postre es mucho más, recordarnos la íntima relación que existe entre la vida y la muerte, o si lo prefieren, lo que puede llegar a ocasionar un folio en blanco.


Alberto Estévez

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