lunes, 2 de mayo de 2011

Un homenaje a Ernesto Sábato


La casualidad quiso que, en el momento en que regreso de un viaje que me llevó al inigualable Valle del silencio –“silencio”, esa palabra que tantos quisieran borrar del ámbito de lo humano—la escritura me convoque, más allá de todas las certidumbres, para recordar la figura de Ernesto Sábato. Sólo dos días después de su muerte me llega la noticia. Mientras tanto, bajo la lluvia inmensa que caía sobre aquellos valles, y sobre los balcones melancólicos de sus casas de piedra, reviví el silencio vital que forjé, entre otros lugares, desde su literatura.

Quiero recordar a Ernesto Sábato reivindicando al ser humano. Para ello me sumerjo en lo que, de su universo simbólico, constituye también mi propio universo. Pues con él comprendí, antes que con Rimbaud, que mi originalidad consistía en ser otro. Adopté como propias, palabras suyas que llegaron a mi ser para merodear por sus alrededores y anudar, así, mi propio devenir:

La literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma –quizá la más completa y profunda— de examinar la condición humana

Esta misma frase la evocábamos en el inicio de Liter-a-tulia. Como homenaje al maestro yo añadiría dos verbos más, además de examinarla, promoverla y reivindicarla. Me parecen las tres acciones que configuran los desvelos de su escritura ante el afán de objetividad y cientificismo que agobian la vida. Sábato sigue siendo una palabra excelente para ensalzar lo humano sobre las obscenas tachaduras que tratan de sepultarlo.

En ese sentido, cada uno toma del Otro lo que puede. Yo tomé lo que me parecía una ética que fluía por sus escritos. Una ética de hombre disgregado, impuro, incoherente, sin síntesis posible. Tomé una literatura que rescata al ser humano de la ingenuidad encorsetada en los prejuicios de una dudosa y trivial realidad, en las débiles certidumbres de la objetividad y de la lógica. Me recuerdo en el inicio, desplazándome hacia la enorme potencia de las intimidades que operaban más allá de la razón. La inadaptación se escribía, ya no como morada extraña, como incapacidad, sino como uno de los provechosos atributos, en tanto era la forma y el eco en que resonaba nuestra extraña verdad. Me parecía una ética singular, diferente, esa especie de indagación en la individualidad, pues, paradójicamente, se me revelaba más potente que la universalidad vacía, para construir la vida. Así, creer en su ficción es creer en el lazo social que el otro, tú, yo, aquél y todos, tratamos de cohesionar a través de los sueños con los que escribimos la existencia. Fue así como, en múltiples trechos de su obra, pude articular la literatura y el psicoanálisis, pues Sábato, no dudando de la existencia del inconsciente, lo muestra como una construcción, la más original, y por tanto, la más digna de ser indagada por su autor, el sujeto, y por la literatura.

El homenaje al maestro, en este pequeño escrito, consiste por tanto en evocar la sabiduría que lo tomó, en tanto supo enseñarnos la vitalidad que anida en el silencio de nuestro drama existencial. Después de transitar por las universalidades trágicas, que de forma obscenamente sonoras se pretenden válidas para todos, Sábato permite la detención, la demora en la multiplicidad de registros subjetivos de los que da cuenta la inmensa e inabarcable literatura, eso que el limitado cálculo nunca podrá objetivar.

Ahora cualquiera sabe que las regiones más valiosas de la realidad (las más valiosas para el hombre y su destino) no pueden ser aprehendidas por los abstractos esquemas de la lógica y de la ciencia. Y que si con la sola inteligencia no podemos siquiera cerciorarnos que existe el mundo exterior, tal como ya lo demostró el obispo Berkeley, ¿qué podemos esperar para los problemas que se refieren al hombre y sus pasiones? Y a menos que neguemos realidad a un amor o a una locura, debemos concluir que el conocimiento de vastos territorios de la realidad está reservado al arte y solamente a él"

¿No resuena el eco de una responsabilidad que Ernesto Sábato tomó para sí de forma consciente? ¿No es un llamado al despertar del hombre, mostrándole que el drama de sus pasiones es su propia vida? ¿No nos hace ver que la literatura es, incluso, una misión, una voz que se alza contra los afanes de universalizar lo humano?


Trataremos de estar a la altura del maestro.


Miguel Ángel Alonso

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