“Obedezca a la gramática quien no sabe pensar lo que siente” Fernando Pessoa. Livro do Desassossego
El inconsciente es el Rey de la gramática. Y eso no es cualquier cosa, implica ser lenguatero, o lo que es lo mismo, hacer un buen uso de la gramática. Cualquier ser humano, en su palabra convencional, en el respeto por la ley que imponen las normas gramaticales, se acoge al cobijo monótono de la conciencia. Pero en ese respecto por la norma gramatical, el ser no puede decirse, no puede “ser se”, sino que permanece callado.
El arte del inconsciente, en cambio, consiste en escribir, en una gramática lenguatera, la filosofía del ser que, además, tantas veces es literatura pura y dura, porque es poética. Un lapsus, un sueño, rompen la gramática de la academia y de la voluntad. En esa manera de decir no hacen sino ofrecernos alguna parcialidad del ser. Cuántas veces una palabra “fallida” tiene más recorrido, más pensamiento, que toda la extensión de un discurso pronunciado con una gramática ordenada e impecable.
Y los escritores saben bien del inconsciente. El semi-heterónimo de Fernando Pessoa, Bernardo Soares, en el Libro del desasosiego, cuenta una anécdota muy graciosa pero ilustrativa de la cuestión:
“Cuéntase de Sigismundo, Rey de Roma, que habiendo, en un discurso público, cometido un error gramatical, respondió al que le habló de él, “Soy Rey de Roma, y encima de la gramática”. Y la historia narra que acabó siendo conocido en ella como Sigismundo “super-grammaticam”. Maravilloso símbolo. Cada hombre que sabe decir lo que dice es, a su manera, Rey de Roma. El título no es malo, y el alma es ser-se”
“Cada hombre que sabe decir”. Esa es la cuestión. Saber decir el ser, por mucho que nos pese, implica saber ser lenguatero. Si el alma es “ser-se”, lo es, por ejemplo, convirtiendo un verbo intransitivo en transitivo. Violación de la gramática, no error, sino acierto gramatical. Como dice el mismo Pessoa, el ser puede expresarse teniendo a la gramática, no como ley, sino como instrumento.
El forzamiento gramatical “Ser-se” se impone en la lectura como algo que nos invoca. En ese sentido, tiene el mismo valor de verdad que un lapsus, además de ser un modo de hacer literatura. Y es que si el inconsciente, a través de sus lapsus, de sus sueños, de su “saber decir”, es el Rey de la gramática por el uso que de ella sabe hacer, no cabe duda de que la literatura es la Reina. Nuestra elección es clara, o bien situarnos como seres humanos que caminamos vulgares, sin posibilidad de decir nuestro ser cuando vagamos por las sendas ordenadas de nuestra gramática legal, o bien situarnos como cortesanos, al lado del decir lenguatero de los Reyes, de su “saber decir”, como sostiene Pessoa, “una filosofía en dos palabras”.
Sigamos nuevamente a Bernardo Soares en el Libro del desasosiego:
“Supongamos que veo delante de nosotros una muchacha de modos masculinos. Un ser humano vulgar dirá de ella: “Aquella muchacha parece un muchacho”. Otro ser humano vulgar, pero más próximo a la conciencia de que hablar es decir, dirá de ella: “Aquella muchacha es un muchacho”. Otro aun, igualmente consciente de las obligaciones de la expresión, pero incumbido por la concisión, que es la lujuria del pensamiento, dirá: “Aquél muchacho”. Yo diría: “Aquella muchacho” violando las más elementales reglas de la gramática...”
Usando de ese modo la lengua y la gramática, inconsciente y literatura solicitan que nuestra atención privilegie las rupturas gramaticales, esas violaciones, esas condensaciones gramaticales, como única forma válida de la que disponemos los seres humanos para pensar nuestro ser. Con el inconsciente y con la literatura, con la gramática lenguatera, no hacemos sino abrir la puerta para la expresión de nuestra verdad.
El inconsciente es el Rey de la gramática. Y eso no es cualquier cosa, implica ser lenguatero, o lo que es lo mismo, hacer un buen uso de la gramática. Cualquier ser humano, en su palabra convencional, en el respeto por la ley que imponen las normas gramaticales, se acoge al cobijo monótono de la conciencia. Pero en ese respecto por la norma gramatical, el ser no puede decirse, no puede “ser se”, sino que permanece callado.
El arte del inconsciente, en cambio, consiste en escribir, en una gramática lenguatera, la filosofía del ser que, además, tantas veces es literatura pura y dura, porque es poética. Un lapsus, un sueño, rompen la gramática de la academia y de la voluntad. En esa manera de decir no hacen sino ofrecernos alguna parcialidad del ser. Cuántas veces una palabra “fallida” tiene más recorrido, más pensamiento, que toda la extensión de un discurso pronunciado con una gramática ordenada e impecable.
Y los escritores saben bien del inconsciente. El semi-heterónimo de Fernando Pessoa, Bernardo Soares, en el Libro del desasosiego, cuenta una anécdota muy graciosa pero ilustrativa de la cuestión:
“Cuéntase de Sigismundo, Rey de Roma, que habiendo, en un discurso público, cometido un error gramatical, respondió al que le habló de él, “Soy Rey de Roma, y encima de la gramática”. Y la historia narra que acabó siendo conocido en ella como Sigismundo “super-grammaticam”. Maravilloso símbolo. Cada hombre que sabe decir lo que dice es, a su manera, Rey de Roma. El título no es malo, y el alma es ser-se”
“Cada hombre que sabe decir”. Esa es la cuestión. Saber decir el ser, por mucho que nos pese, implica saber ser lenguatero. Si el alma es “ser-se”, lo es, por ejemplo, convirtiendo un verbo intransitivo en transitivo. Violación de la gramática, no error, sino acierto gramatical. Como dice el mismo Pessoa, el ser puede expresarse teniendo a la gramática, no como ley, sino como instrumento.
El forzamiento gramatical “Ser-se” se impone en la lectura como algo que nos invoca. En ese sentido, tiene el mismo valor de verdad que un lapsus, además de ser un modo de hacer literatura. Y es que si el inconsciente, a través de sus lapsus, de sus sueños, de su “saber decir”, es el Rey de la gramática por el uso que de ella sabe hacer, no cabe duda de que la literatura es la Reina. Nuestra elección es clara, o bien situarnos como seres humanos que caminamos vulgares, sin posibilidad de decir nuestro ser cuando vagamos por las sendas ordenadas de nuestra gramática legal, o bien situarnos como cortesanos, al lado del decir lenguatero de los Reyes, de su “saber decir”, como sostiene Pessoa, “una filosofía en dos palabras”.
Sigamos nuevamente a Bernardo Soares en el Libro del desasosiego:
“Supongamos que veo delante de nosotros una muchacha de modos masculinos. Un ser humano vulgar dirá de ella: “Aquella muchacha parece un muchacho”. Otro ser humano vulgar, pero más próximo a la conciencia de que hablar es decir, dirá de ella: “Aquella muchacha es un muchacho”. Otro aun, igualmente consciente de las obligaciones de la expresión, pero incumbido por la concisión, que es la lujuria del pensamiento, dirá: “Aquél muchacho”. Yo diría: “Aquella muchacho” violando las más elementales reglas de la gramática...”
Usando de ese modo la lengua y la gramática, inconsciente y literatura solicitan que nuestra atención privilegie las rupturas gramaticales, esas violaciones, esas condensaciones gramaticales, como única forma válida de la que disponemos los seres humanos para pensar nuestro ser. Con el inconsciente y con la literatura, con la gramática lenguatera, no hacemos sino abrir la puerta para la expresión de nuestra verdad.
¿No alude a esto mismo Dostoievski en el siguiente párrafo de Crimen y castigo, página 297 de la edición de Catedra?:
"Me gusta que desbarren. Ese es el único privilegio de que goza el ser humano sobre los demás organismos. Desbarrando se puede llegar hasta la verdad. Porque desbarro, soy un ser humano. A ninguna verdad se ha llegado nunca sin haber errado antes catorce veces, o quizá ciento catorce, y eso es un honor hasta cierto punto".
Miguel Ángel Alonso
Miguel Ángel Alonso
No hay comentarios:
Publicar un comentario