miércoles, 6 de julio de 2011

"Amor intruso" Comentario de apertura de la 27ª reunión de LITER-a-TULIA sobre el cuento "La Intrusa" de Jorge Luis Borges.



Buenas tardes, bienvenidos a esta última reunión del curso, un curso en el que apostamos por este género literario que tan injustamente ha sido considerado en general y especialmente en este país. No puedo esconder que la intención de los responsables de este espacio dedicando un año entero al cuento, trata de generar un reconocimiento y colaborar para devolverle su lugar de privilegio, más allá del que tiene en la literatura infantil, en la confianza de que algunos de ustedes puedan compartir a estas alturas este pensamiento.

Quiroga, Zweig, Chéjov, Nabokov, Salinger, Hawthorne, Cortázar, Joyce y Borges, y Conrad, y Faulkner, y Kafka, y Bradbury, y Poe, una lista sin fin que siempre quedaría incompleta. Nosotros elegimos estos nueve en este curso, pero ya ven que otros tantos no menores que estos pudieran ocupar su lugar con la misma fortuna que los elegidos.

Hemos terminado en estas dos últimas reuniones con dos relatos que claramente ejercen esa facultad propia del cuento que es la brevedad, que obliga a su autor a ceñirse a unos límites muy determinados, un coto a la extensión de consecuencias perfectamente visibles en el relato. Ya lo experimentamos en la pasada reunión, nuestro debate fue buscando los detalles, las pequeñas cosas que el escrito nos ofrecía para encontrar las claves de su interpretación, porque inevitablemente, si uno no puede extenderse para expresar un aspecto de su pensamiento ha de recurrir a cierto efecto de condensación, por ello a veces una sola frase, o en ocasiones la disposición o el uso de una palabra en ella puede darnos la llave que abra el cofre; con lo cual el cuento también supone un reto para el lector, porque siendo así, nos enfrentamos a un mensaje cifrado. Seguramente nada impide al autor expresar sus convicciones acerca de tal o cual verdad a través del género que mejor se prestaría a ello, estoy refiriéndome al ensayo, sin embargo al elegir la ficción literaria como campo de trabajo, inevitablemente el texto será codificado por las reglas que ella impone, y tanto la condensación como el desplazamiento serán las herramientas, no únicas, pero sí fundamentales para dicho ciframiento. Y aunque como en el caso de hoy, el intento al hacerlo pueda ser honesto, su autor nos previene que la tentación literaria es muy fuerte y no podrá resistirse.

Comparto con ustedes esto porque particularmente me resulta central preguntarme qué motivaciones llevaron al autor a escribir dicho relato, ¿por qué lo escribe? Curiosamente elijo para decir esto un relato en el que no hay ardices ni trucos que escondan dicho motivo, hasta tal punto que Borges no tiene pudor en confesar lo que le ha llevado a escribir esta historia; nos dice que en ella se cifra un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Podemos entonces pensar a partir de esta confesión que este relato descubre una faceta del interés de Borges que se prende de la naturaleza del arrabal, pero ya escucharon también que hay cifrado, en esta historia se cifra, por tanto les prevengo que quizá no nos esté contando todas las intenciones que lo llevaron a escribirlo.

Desde algún punto de vista podríamos decir que a lo largo de este curso nos hemos vuelto un poco más desconfiados; como se dijo en una de nuestras últimas citas, siempre buscando las vueltas a cosas que son más simples y que carecen de tantas disquisiciones que sólo consiguen complicar. Es posible que quien nos acuse no se vea falto de razón y la vida sea mucho más simple de lo que algunos pensamos, mucho más plana, pero para entonces, Guillermo Grant, el personaje de Quiroga que abría el curso, no sería más un descubridor del amor que las mujeres, el amor que su Miss Dorothy Phillips profesa a las palabras, y su historia sería la simple anécdota de un pobre diablo presa de sus fantasías. ¿Qué decir de Ponto, el bulldog asesino de Zweig? Lo tomamos como un perro celoso capaz de acabar con la vida de un bebé, ¿o nos prestamos al juego de mantener los signos de interrogación de aquel ¿Fue él? para preguntarnos por la alargada sombra de su dueño? Si aceptamos esa pregunta, la partida que vamos a jugar es de apuestas fuertes, en la que nos veremos llevados a privilegiar esas insignificancias que antes nombré detalles, y que nos interrogan desde el texto, para contestar si Gabriel teme manchar sus zapatos con algo más que con esa nieve dublinesa que todo lo cubre, o envidar por nuestro moteca aunque no pueda aceptar el horror que le aguarda en la piedra sacrificial.

Prefiero pensar entonces que más que volvernos desconfiados, educamos nuestra forma de leer. No voy a descubrirles ahora a ustedes que hay muchos tipos de lectura, y que efectivamente dependiendo de la que emprendamos podemos o no ir profundizando en los estratos del texto. En este sentido exactamente es como pienso esencial el aporte que hace el cuento, porque nos muestra otra forma de leer, nos facilita el acceso a otro plano de lectura, y es por ello que no podemos darnos por satisfechos si pensamos a Borges experimentando curiosidad por la miseria arrabalera, en ese caso tendríamos otro título, por ejemplo “Los Nilsen”, o “Crónica de los colorados”, pero de ningún modo “La Intrusa”.

Preparaba hace unos días este comentario compartiendo mesa de trabajo con mi hija, que estaba a sus deberes, en este caso de una de sus asignaturas, “Cultura Clásica”, cuando de repente se dirigió a mí sorprendida para comentarme algo que había llamado su atención del texto que leía. Les comento que es aficionada a la mitología griega y en ello estaba cuando me dijo algo que les reproduzco por la oportuna comunión de lecturas que se produjo en aquel momento: “Zeus creó a las mujeres como castigo para los hombres; castigo mentiroso, revestido de belleza pero por dentro lleno de maldad”. Desconozco el efecto que tuvo en su naturaleza femenina esta enseñanza, debo suponer que como mínimo cierta perplejidad, lo de castigo mentiroso lleno de maldad convendrán que supera ampliamente eso sobre lo que he insistido últimamente de que la mujer supone la hora de la verdad para el varón, claro que deben darse cuenta de que en este caso se trato de Zeus, y él puede decirlo como le apetezca; no creo que podamos establecer comparaciones, resultan odiosas.

También sabemos que es un relato no apto para feministas; digamos que el tratamiento que recibe la mujer de esta historia no va mucho más allá del que se daría a una masa de carne capaz de trabajar, acarrear y servir al varón hasta los límites más perversos de su fantasma, sin una sola protesta, siquiera un gesto de contrariedad por su parte. Una historia que tiene un rastro, la cuenta el hermano menor, Eduardo, y pasa de boca en boca hasta el párroco de Turdera, depositario del relato que le contó su antecesor en el puesto, y que le transmite al narrador. En resumen, una cadena de transmisión compuesta íntegramente por hombres. Miguel Ángel me chivó la inclusión en el relato de la contribución de una mujer, y no cualquier mujer, pero eso es una curiosidad que prefiero que sea él quién les aclare.

Sobre todas las cosas, lo que más escandalizaría a las féminas, tanto a las militantes como a las que no lo son tanto, es una afirmación que se desliza en el texto y que parece difícil de sostener a la vista de los acontecimientos; ambos hermanos están enamorados, enamorados de la Juliana. ¿Cómo es posible? Planteemos algo más; ¿qué necesidad tendrá Cristian de una esposa? ¿De dónde podrá surgir en un sujeto de estas características un deseo de tal naturaleza? No me lo explico, quiero decir, que acepto la explicación de Borges, Cristian se enamoró, pero entonces me surge otra cuestión; como hombre enamorado concibe compartir a su amor con su hermano, compartir en todo su amplio sentido. Por cierto, ¿vieron el detalle? Una vez que la comparten no la nombran. A lo que iba, el relato lo que muestra es que dicho amor a la mujer no es óbice para que el mayor de los hermanos no sea capaz de percibir los sufrimientos del menor y ejerciendo su posesión sobre el objeto se lo ofrezca a Eduardo para que también pueda gozar de él; usala, le dice. Creo que esta cuestión es la responsable del revuelo en el arrabal y se presta como la polémica mayor del relato, el golpe explícito a la moral religiosa que supone que dos hermanos compartan la misma mujer.

Llegamos a un punto en el que cada cual fabrica su propia explicación, y sería absolutamente plausible que dos seres abyectos como son estos, absolutamente alejados de cualquier atisbo de civilización, dos calaveras, puedan llevar a cabo semejante delito, pero no está tan claro que esa explicación le sirva a Borges para cerrar el asunto incestuoso. De nuevo debemos bucear para rescatar del texto un guiño de su autor que queda expresado como al pasar; no sabemos nada de su pasado, al pasado de estos hermanos se refiere. ¿Qué hay en su pasado? ¿Qué puede haber que permita tal barbaridad? El texto no contesta a esto, pero sí dice que hay algo que los une por encima de todo.

Por encima de todo incluye a la Juliana, desafortunadamente para ella, que es sacrificada para que estos hermanos puedan reanudar su vida de hombres entre hombres. Pobrecilla, no fue necesario que esta mujer hiciera nada, ni generar la pelea entre ellos, cosa que no ocurre como todos ustedes saben, acaso algunas discusiones con su epicentro desplazado. Ella no tiene que hacer nada para trastornarlos, con ser, con estar ahí es suficiente. Cocina, trae el mate, siempre dispuesta y sin embargo, el conflicto se desencadena.

Los hermanos comienzan a tener desencuentros, y esto ocurre porque hay que pagar un precio cuando el deseo y la posesión no son los únicos vínculos, un precio que resulta de que ambos estén enamorados de la misma mujer. No es sólo una cuestión de celos, que habría que delimitar muy bien de qué tipo de celos se trata, es que además es una humillación sentir la debilidad que procura el amor, esta es la parte de molestia más incómoda, porque ciertamente no se puede hablar del éxito del acuerdo, es un desatino y no puede triunfar, pero estos hombres han de volver al mundo de sólo hombres y el perjuicio que ha creado esta mujer, esta Pandora que ofrece el mal escondido tras la belleza de sus ojos rasgados, debe terminar con este sacrificio ejecutado sin altar ni ceremonias.

Es en la última frase del texto donde vuelve la insistencia sobre este asunto, cuando nos dicen que este asesinato es otro vínculo más a sumar a los que ya existen entre estos dos hermanos. En este caso, unidos de nuevo, ahora para expulsar a una intrusa, una mujer que sí es culpable, culpable de haberlos enamorado, culpable de sembrar la discordia entre los Nilsen, de generar un amor en ambos que puede poner en peligro el otro amor, el amor fraternal, el amor que existe entre ellos, quién sabe qué rigores y qué peligros habían compartido… nos dice el narrador. Culpable de creer que aquel triángulo amoroso podría convertirse en un triángulo bienavenido, pero eso no fue posible. Su cálculo, si en algún momento lo hubo, no tuvo en cuenta la fuerza del amor entre ambos, no supo ver la fórmula secreta escondida en esa sangre que ambos compartían.

Por ello les decía antes que tenemos que apuntar con mucha precisión cuando hablamos de celos en este trío, porque por encima de los que puedan surgir por las preferencias que la Juliana exprasara para con cada cual, hay otros celos mucho más feroces. No encuentro que se trate de a quién quiere más Juliana Burgos, a su marido, o al cuñado, o a cualquiera que tuviera a bien acercarse por el burdel de Morón cuando es vendida, como Cristo, por unas cuantas monedas. No, los celos son otros, y lo injusto de esta situación es que inevitablemente las consecuencias son para ella. Los celos son los que cada hermano siente respecto del otro, como consecuencia del miedo, miedo a que alguno de los dos pueda amar más a la mujer que a su propio hermano, y todo se pierda para siempre entre ellos, todo eso que han compartido, las muertes que ambos debían, sus peleas hombro a hombro incluso contra la policía, la defensa de su soledad que hacía que en sus dominios nadie fuera bien recibido. Sería interesante preguntarnos si la presencia de esa Biblia de tapas negras en una hacienda tan desolada, no sería su forma de conjurar un amor entre hombres que pudiera exceder los límites de la moralidad.

Ellos son los Nilsen, y no van a consentir ser objeto de un amor que los humilla y los somete, y además, amenaza con separarlos. Para qué complicarse con mujeres, no habrá tumba a la que llevar flores porque ahora toca olvidarla; la vida puede ser, ya les dije, mucho más sencilla, mucho más apacible, y mucho más tranquila; e infinitamente más aburrida.


Alberto Estévez

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