Resulta interesante comprobar hasta qué punto, en tantas ocasiones, la literatura viene en auxilio del psicoanálisis, incluso, en algunos casos le precede. Por ejemplo, en Pedro Páramo, la obra de Juan Rulfo, una novela en la que todos y cada uno de los personajes están muertos, su primera frase es:
“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivió mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo”.
La madre del protagonista-narrador le dijo donde vivió ese padre que, en realidad, es todos los padres. Y le pide a ese hijo que vaya a vengarse de los padecimientos que le hizo pasar a ella, su madre: un deseo insensato.
Una de las obras predilectas de Sigmund Freud era el libro casi póstumo de Dostoievski Los hermanos Karamázov. Es un ejemplo de hasta qué punto un genio literario recrea en la ficción novelesca unas situaciones que el psicoanálisis teorizará mucho después. Esto se puede comprobar en trabajo de Freud de l928 titulado Dostoievski y el parricidio. Ahí escribe lo siguiente:
“Difícilmente se deba al azar que las tres obras maestras de la literatura de todos los tiempos traten del mismo tema; el parricidio: Edipo Rey, de Sófocles; Hamlet, de Shakespeare, y Los hermanos Karamázov, de Dostoievski. Además, en las tres queda al descubierto, como motivo del crimen, la rivalidad sexual por la mujer”.
Por si hiciera falta mostrar cómo la ficción literaria se anticipa a la teorización por el psicoanálisis de ciertos temas fundamentales de la llamada condición humana, conviene detenerse en un par de citas del libro de Dostoievski. Efectivamente, esas citas se adelantan varias décadas a Freud. En un párrafo de esa inmensa obra pone en boca de uno de los personajes la siguiente afirmación:
“Nunca he podido comprender cómo es posible amar al prójimo. Es precisamente a nuestro prójimo a quien es imposible amar”.
¿No resuena la voz de Freud, cuando sostiene que el axioma de amar al prójimo como a uno mismo es un axioma de imposibilidad? No sólo porque hay al menos una parte de cada uno que no se ama, sino que se odia incluso. Además, con mucha lógica, dirá Freud que no todo el mundo merece ser amado, y aún más, amar a todos los demás -incluidos aquellos que no se lo merecen- es una muestra de egoísmo, porque sustrae parte del amor a aquellos que sí merecen recibirlo.
Y en otra escena del texto, Dostoievski pone en boca de otro personaje, precisamente uno de los hijos del viejo Karamázov asesinado:
“¿Quién no desea la muerte del padre?”.
El interés de Freud por Dostoievski se explica, además, porque era un sujeto muy singular. Con una infancia trágica en la que hay un episodio terrible, aparentemente protagonizado por sus padres, el futuro escritor estaba poseído por un odio homicida hacia su propio padre, un homicidio que no llega a consumar pero cuya carga de culpa arrastrará casi toda su vida. “Casi”, porque en esa vida hay un corte que opera una transformación radical. Ideológicamente anarquista y ateo, Dostoievski rechaza la autoridad del Zar y de la Iglesia. Epiléptico, es detenido por las autoridades y enviado a la cárcel en Siberia. Vuelve transformado: el castigo que tanto ansiaba le hace devoto del Zar, se vuelve religioso, la epilepsia desaparece -de ahí que Freud siempre consideró que se trataba de una epilepsia histérica. Escribe Freud:
“La condena de Dostoievski como criminal político era injusta, él tenía que saberlo, pero aceptó el inmerecido castigo del padrecito Zar como sustituto del castigo que había merecido por sus pecados hacia el padre real”.
Y agrega Freud:
“determinó –la prisión- también su conducta hacia los otros dos campos en que es decisiva la relación con el padre: hacia la autoridad política y hacia la fe en Dios”.
¿Intuyó Freud lo que muchos años después desarrollaría Lacan, a saber, que el padre es una función, que no necesariamente se corporiza en la genealogía, en el sujeto padre biológico? ¿No trae evocaciones, el caso de Dostoievski, de lo que Lacan llamaría forclusión del Nombre del Padre y sus sustituciones o suplencias que impiden el desencadenamiento de la psicosis?
Luis Seguí
“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivió mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo”.
La madre del protagonista-narrador le dijo donde vivió ese padre que, en realidad, es todos los padres. Y le pide a ese hijo que vaya a vengarse de los padecimientos que le hizo pasar a ella, su madre: un deseo insensato.
Una de las obras predilectas de Sigmund Freud era el libro casi póstumo de Dostoievski Los hermanos Karamázov. Es un ejemplo de hasta qué punto un genio literario recrea en la ficción novelesca unas situaciones que el psicoanálisis teorizará mucho después. Esto se puede comprobar en trabajo de Freud de l928 titulado Dostoievski y el parricidio. Ahí escribe lo siguiente:
“Difícilmente se deba al azar que las tres obras maestras de la literatura de todos los tiempos traten del mismo tema; el parricidio: Edipo Rey, de Sófocles; Hamlet, de Shakespeare, y Los hermanos Karamázov, de Dostoievski. Además, en las tres queda al descubierto, como motivo del crimen, la rivalidad sexual por la mujer”.
Por si hiciera falta mostrar cómo la ficción literaria se anticipa a la teorización por el psicoanálisis de ciertos temas fundamentales de la llamada condición humana, conviene detenerse en un par de citas del libro de Dostoievski. Efectivamente, esas citas se adelantan varias décadas a Freud. En un párrafo de esa inmensa obra pone en boca de uno de los personajes la siguiente afirmación:
“Nunca he podido comprender cómo es posible amar al prójimo. Es precisamente a nuestro prójimo a quien es imposible amar”.
¿No resuena la voz de Freud, cuando sostiene que el axioma de amar al prójimo como a uno mismo es un axioma de imposibilidad? No sólo porque hay al menos una parte de cada uno que no se ama, sino que se odia incluso. Además, con mucha lógica, dirá Freud que no todo el mundo merece ser amado, y aún más, amar a todos los demás -incluidos aquellos que no se lo merecen- es una muestra de egoísmo, porque sustrae parte del amor a aquellos que sí merecen recibirlo.
Y en otra escena del texto, Dostoievski pone en boca de otro personaje, precisamente uno de los hijos del viejo Karamázov asesinado:
“¿Quién no desea la muerte del padre?”.
El interés de Freud por Dostoievski se explica, además, porque era un sujeto muy singular. Con una infancia trágica en la que hay un episodio terrible, aparentemente protagonizado por sus padres, el futuro escritor estaba poseído por un odio homicida hacia su propio padre, un homicidio que no llega a consumar pero cuya carga de culpa arrastrará casi toda su vida. “Casi”, porque en esa vida hay un corte que opera una transformación radical. Ideológicamente anarquista y ateo, Dostoievski rechaza la autoridad del Zar y de la Iglesia. Epiléptico, es detenido por las autoridades y enviado a la cárcel en Siberia. Vuelve transformado: el castigo que tanto ansiaba le hace devoto del Zar, se vuelve religioso, la epilepsia desaparece -de ahí que Freud siempre consideró que se trataba de una epilepsia histérica. Escribe Freud:
“La condena de Dostoievski como criminal político era injusta, él tenía que saberlo, pero aceptó el inmerecido castigo del padrecito Zar como sustituto del castigo que había merecido por sus pecados hacia el padre real”.
Y agrega Freud:
“determinó –la prisión- también su conducta hacia los otros dos campos en que es decisiva la relación con el padre: hacia la autoridad política y hacia la fe en Dios”.
¿Intuyó Freud lo que muchos años después desarrollaría Lacan, a saber, que el padre es una función, que no necesariamente se corporiza en la genealogía, en el sujeto padre biológico? ¿No trae evocaciones, el caso de Dostoievski, de lo que Lacan llamaría forclusión del Nombre del Padre y sus sustituciones o suplencias que impiden el desencadenamiento de la psicosis?
Luis Seguí
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