Nos encontramos hoy
con uno de esos relatos ante los que se tiene la sospecha, y parece ser que
fundada, de que su autor está escribiendo una historia en una suerte de
elaboración de algún drama de su propia vida. Se dice que tiene ecos
autobiográficos, y que se trataría en el fondo de un triángulo amoroso en el
que se incluirían la propia autora, su marido y un tal David Diamond. Dicho
esto, no tiene nada de particular, todos nosotros estamos atravesados, de una u
otra manera, por el drama que se desprende de un triángulo amoroso.
Lo singular de este
relato que trabajamos hoy reside en el relato mismo, algo no tan visible, que
está detrás. Hay un mensaje que el relato hace pasar y este mensaje no es otra
cosa que la verdad de su autora.
¿Qué nos ofrece?
Pondría en primer lugar una estructura, no cualquiera, una estructura muy
pensada, calculada al milímetro, para que una vez puesta en juego produzca los
efectos deseados. Un escritor dispone de varias herramientas para tramitar esa
verdad que lo afecta, cuenta con las características de los personajes, sus
dichos y sus actos, consecuencia en mayor o menor medida de sus decisiones, la
voz del narrador para asegurar que algunas cosas llegarán al lector, el manejo
de los ambientes y lugares, etc. Ahora bien, la estructura de un relato es, sin
lugar a dudas, uno de sus quebraderos de cabeza más importantes, porque si un
estructura bien planteada, pensada y equilibrada puede potenciar ese efecto que
la lectura en cuestión pretende causar en el lector, por contra, en ocasiones
esa estructura no resulta tan adecuada y se opone al efecto de ficción
literaria, como efecto de verdad, que la lectura trata de provocar, y resulta
una historia deslavazada en la que no sentimos que se nos transmita nada, y
aquello acaba convertido en una de esas novelas de la que sólo recordamos el
título. No ocurre esto con La Balada del Café Triste, que Carson McCullers
publicó por primera vez en una revista en 1943.
Estoy hablando de
estructura pero no me refiero al consabido planteamiento, nudo y desenlace,
sino a la disposición de los elementos que conforman su contenido. Piensen en
una película, una vez que se filmó todo se pasa al trabajo de edición, y es ahí
donde se establece un orden para las tomas, que en tantas ocasiones, sobre todo
en el cine actual, se salen intencionadamente del orden cronológico, y no me
refiero sólo al efecto de flash back, ese pantallazo del pasado que nos explica
algo presente. Me refiero a disponer un orden que no es porque sí, sería un
des-orden establecido que persigue un efecto particular y muy meditado.
Aquí, en la novelita
que analizamos hoy, tenemos en primer lugar, casi nada más empezar, la relación
de Miss Amelia y el primo Lymon, cómo ésta se va constituyendo y las
vicisitudes que la rodean; de repente un corte, el narrador interrumpe la
acción y nos relata en unos pocos párrafos su teoría sobre el amor, las
posiciones del amante y el amado, que como magistralmente nos explican, son
posiciones que comportan una experiencia común, pero de ningún modo similar
para ambos dos. Aquí ya extraemos uno de los postulados de la autora, por más
que el amor pretenda hacer de dos, Uno, fracasa en su intento.
Y tan de golpe como
ha interrumpido la narración sobre Amelia y Lymon, termina la exposición
teórico-amorosa e introduce súbitamente la relación de Amelia con Marvin Macy,
y sus pormenores desde el inicio hasta el matrimonio, la noche de bodas y los
10 días posteriores que fue lo que duró el sacramento.
Amelia con Lymon,
teoría del amor, Amelia con Marvin; este es el trío de acontecimientos con el
que me refiero a estructura o disposición de piezas sobre el que quiero
incidir, porque lo que ocurre después no es que carezca de interés, pero desde
el punto de vista que quiero tomar, casi diríamos que es la consecuencia lógica
de lo que le antecede, como si hubiera un cierto efecto de anuncio, como si
fuera previsible en buena medida lo que posteriormente acaba sucediendo.
El epicentro del relato
es pues la Tª del amor, con su desarrollo basado en las posiciones a ocupar;
antes de la exposición teórica, Miss Amelia ocupa una posición, después otra.
La autora viene a decirnos que una misma persona no tiene porqué ocupar en
todas sus relaciones siempre la misma posición en la dialéctica amorosa, con el
jorobado ella es la que ama, amante, y con Marvin Macy es amada, o si
prefieren, el objeto de amor de él. Entre las distintas puntuaciones que la
autora propone para la experiencia que deben compartir amante y amado, elijo el
significante “forzado”, el amado es forzado, forzado por el amante de alguna
manera, pero ¿forzado a qué?
Este es el punto que
quiero plantearles para este primer encuentro, no sé si un poco pretencioso,
pero pienso que estaría bien que pudiéramos discutir esta cuestión del
forzamiento, porque no hay duda que para McCullers el amor, lo dice ella, es un
amor solitario, voy a forzar ahora yo también las palabras de ella; sólo ama
uno. Ella ama a Lymon, pero él no la ama a ella, y mientras Macy la adora, ella
no lo ama en absoluto. Bueno, esto también quizá sea forzar mucho.
Los traigo hasta aquí
porque es dónde se me plantean dos preguntas; ¿podemos afirmar que Miss Amelia
no ama a Marvin Macy? Si no lo ama, ¿qué la decide a casarse con él? Desde
luego que a primera vista no parece ella una mujer con dificultades para
arreglárselas sola, y mucho menos necesita alguien que por otra parte es bastante
inútil, que su principal encanto es su enorme atractivo, pero es que desde ese enfoque,
tampoco tenemos rastro del ardiente deseo sexual de ella, ya la autora se
encarga de dejarnos bien claro que cuando este hombre se aproxima a ella,
guardando el mayor de los cuidados porque algo se teme, se desencadena una
reacción tan desproporcionada de rechazo que los huesos del marido acaban dando
en el suelo mientras ella encuentra su refugio a tal ultraje en la pipa de su
padre. Tampoco nos dejan entrever que dicho rechazo pueda verse modificado con
una estrategia del manejo de los tiempos de la relación, quiero decir, que el
marido pudiera hacer una corte paciente hasta que la fruta estuviera madura.
¿Por qué se casa pues? Esta es una pregunta que dejo en el aire.
La segunda de las
preguntas; la autora nos dice que ama al primo Lymon. Lo acoge, lo cuida, hasta
podríamos decir que lo integra en su vida de tal manera que el pueblo queda
boquiabierto porque jamás vio comportarse a Miss Amelia así con nadie. Y
además, comprobamos los efectos que el amor tiene en su persona; muchas veces
pasa que cuando vemos a una persona conocida enamorada, en la posición de
amante, como ella, comprobamos que está más feliz y más guapa. Lo de más guapa
en Miss Amelia parece cosa difícil, aunque hay algunos cambios mínimos que
afectan a su atuendo, son mucho más visibles en su local, que pasa de simple
almacén, a convertirse en un Café, que no es cualquier cosa, porque cambia el
sentido del negocio. Podríamos decir que pasa de almacenar objetos a recibir
personas, que tiene todo el valor cuando sabemos que se trata de Miss Amelia,
alguien con un vínculo social muy precario y atravesado por líneas
persecutorias. ¿De qué tipo de amor estamos hablando cuando concedemos que
Amelia está enamorada de Lymon? ¿Podemos conciliar este hecho con lo manifestado
en el libro de que Miss Amelia era un ser a quien no importa nada el amor de
los hombres, o por el contrario, sería su amor al primo la confirmación de esto
mismo en la medida que el primo reunía unas características “amables” para
ella?
No voy a adelantarme
a contestarlas, aunque piense que el hecho de que sean primos no es casual, hay
algo de lo familiar que flota como referencia, y además les hago acordar del
apelativo que ella usaba para llamarlo al primo, Law, que traducido quiere
decir Ley. Podemos por tanto decir que el primo es ley.
Bueno, expongo todas
estas cuestiones, dejo algunas otras si más adelante tienen lugar, convencido
de que este relato nos brinda la oportunidad de debatir un poco sobre el amor
que es el objetivo que tratamos de presentarles este año. Bienvenidos a todos
de nuevo.
Alberto Estévez
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