Tenemos
ante nosotros, un relato de Gabo, el de Aracataca, que algún día recordó los
cuentos de hadas europeos, tantas veces oídos, y también los dichos y refranes de alguna abuela a la que sin duda oyó decir que la muerte viene
cuando menos se la espera, que hay que estar preparados y que el que a hierro mata
a hierro muere.
Y
hablando de hierros y venganzas, y habiendo leído el relato, no sé yo qué
habría hecho Nena Daconte, o sus padres,
para que luego, una bella rosa de tan amable ramo la hiriera de muerte. El
matrimonio viajaba de Madrid a Burdeos, donde tenían reservada una suite
nupcial, propia de un cuento, cuando nos enteramos de que la chica lleva el
dedo anular, con su anillo de casada, precisamente, atado con un pañuelo que ya
estaba empapado en sangre.
Si
nos remontamos al cuento de La Bella Durmiente en la versión de los hermanos
Grimm, recordaremos que al ritual del bautizo de una princesita fueron
invitadas varias hadas; pero los padres olvidaron invitar a una en particular,
que sin duda era alguien muy rencoroso que hace pagar a la niña la culpa
originaria de sus padres. Vemos que esto es igual que en la Biblia, donde la
culpa de los padres la pagan los hijos, cosa que en realidad, con Biblia o no,
ocurre casi siempre. Y esa hada rencorosa es la que echa a la niña la siguiente
maldición: algún día se pincharía un dedo con una rueca y como consecuencia del
pinchazo, morirá.
García
Marquez acaba el cuento, con la siempre divina y mágica nieve, símbolo de
pureza, pero antes de llegar ahí, nos encontramos con el pinchazo y con la
sangre, símbolo de la hemorragia femenina, que en los cuentos tradicionales de
hadas era la señal para decir al mundo que la chica dormía porque aún era muy
niña para casarse y tener relaciones sexuales, que había de esperar cierto
tiempo a que ella madurase, se hiciese verdaderamente una mujer para que luego,
adquirida ya esa madurez y conocimiento de la vida, pueda casarse con el
príncipe ideal que la despertará de su sueño con un beso.
Pero
los detalles que diferencian a los cuentos tradicionales de esta narración, son
tres: uno es que en los cuentos siempre es un hada, otra mujer, quien induce a
la niña al sueño. Otro, es que quién necesita madurar en la historia es siempre
la mujer. Y otro, muy importante, es que el héroe nunca muere. Pero entonces me
pregunto ¿quién es el héroe aquí?
En
este relato observamos que es precisamente el embajador, amigo de los padres y el
médico que ayudó a nacer a la niña, el hombre que al darle un ramo de flores
propicia el fatídico pinchazo en la yema de un dedo de la protagonista, el
anular. Pero el pinchazo, que tendría que ser inofensivo, se convierte en una
fuente que mana sin cesar, de forma que empapa un pañuelo, mancha el abrigo y
el coche, y llega a ser tan grave, que ella ha de irse a un hospital siendo ya consciente
de su gravedad. Si ahora pensamos en el cuento de Grimm y en el médico de esta
historia, y si establecemos un lógico paralelismo entre él y el hada mala del
cuento, podríamos preguntarnos ¿a qué ritual no fue invitado dicho doctor para
que descargase su resentimiento sobre la niña cometiendo ese acto asesino del
pinchazo? Si ya había asistido al parto, ayudado a dar la vida a la criatura
¿qué es lo que le enfadó tanto como para que se desatara su ira? Pues a mi se
me ocurre que al ceremonial al que no fue invitado el terrible doctor, fue al
de la procreación de la niña, precisamente. Y con esta comparación, el relato
se vuelve ahora mucho más siniestro que el propio cuento de la Bella durmiente,
y al igual que en el cuento, pasan varios años sin que ocurra nada, pero un día
el médico encuentra la manera elegante de echar a andar la ira y la maldición
que lleva años guardando, y entonces le regala a la joven un ramos de rosas. Y
la maldición se cumple. El doctor juega aquí el papel de un dios antiguo y
rencoroso que no olvida: ayuda a nacer y luego ayuda a morir.
Si
el escritor había querido hablarnos de la muerte o del destino, como parece que
pretendían algunos de los cuentos tradicionales, sin duda se trata de un
destino forjado por un hombre, o por los hados, por lo arbitrario y absurdo de
una situación creada con el fin de matar, lo que no es verdaderamente el
destino. En realidad no sabemos cual fue la intención del escritor colombiano en
este relato, pero siguiendo el hilo de los cuentos, dejando a un lado mi
hipótesis y pensando en el final, tal vez García Marquez quiso hacernos
reflexionar sobre varias cosas: sobre el valor de ciertos preceptos que, sean
cuales sean, no se pueden transgredir, sobre la indiferencia que la naturaleza demuestra
ante la muerte, y sobre la muy diferente valoración que de ella hacemos todos y
cada uno de los seres humanos.
Y
volviendo al cuento, absurda muerte, sí, la de una novia jovencita, la del
fracaso de unos jóvenes ilusionados a los que tal vez “los hados” vieron
inmaduros, tanto como para lograr
separarlos haciendo incluso que el novio no pudiese encontrar a la novia, ni
agradecerle el incipiente hijo, ni
llevarla en brazos siquiera después de su muerte.
Absurda muerte, desde luego, en esa Francia
civilizada en la que no se puede sobornar a un portero para que nos deje entrar
en el hospital. Tal vez Gabo reivindica aquí la falta de orden del profundo
mundo caribeño, tal vez nos quiere decir eso, o tal vez nada, o solamente
constatar, que cuando al alocado Billy Sánchez le comunican la muerte y la
salida del país del cadáver de su esposa, ya no le queda nada que hacer. Como
él no aparecía por ningún lado, los padres de la chica decidieron todo. Asunto
cerrado. Nadie pudo hacer nada contra un dios que parecía oponerse al matrimonio
de los jóvenes, y a ella la enterraron en el panteón cercano a su casa, en
donde ellos había aprendido a domesticar la felicidad.
¿Tuvo
algo que ver en la muerte de la chica que ellos se conocieran desde niños, que
hubiera surgido un amor imprevisible, que él y sus amigos fueran una pandilla
de gamberros pero que ella, estudiante en Suiza, hubiera acabado por amar a ese
huérfano malcriado y asustadizo que era su chico, o fue todo una maldita
casualidad? Nadie podría asegurarlo, pero cuando se narra una historia sin
culpa, sin hechos de causa efecto, sin sentido, haciendo confluir una serie de
circunstancias adversas, cuando se narra así, cuando las hadas o los ogros
deciden por nosotros, la sombra de una duda y el paso fugaz de un viento helado
nos hace estremecer. Así somos y así tememos.
Y
mirando a una causa-efecto más cercana, creo que todos esos antecedentes dichos
habían ayudado a la chica del saxofón a subir al carro de la vida de Billy que,
por cierto era un Bentley convertible con asientos de cuero y de gran
cilindrada, donde también podía haberse matado ella o tal vez los dos, cosa
esperable en un relato normal, sin “hados”. Pero aquí, la posible muerte de los
dos ni se contempla. Los protagonistas vienen del mundo de los machos con sus
costumbre, de los “Cachorros” de Vargas Llosa, del mundo de las mujeres que no
se quejan, de las que aprietan el pañuelo manchado de sangre mientras ellos
conducen alocadamente para desahogarse y demostrar lo que no son, del triste
mundo de los adolescentes sin educar. Él, mimado por sus padres, tendrá tiempo
a buscarse otra novia, a crecer y a madurar a costa de ella, que con su vida y
con su muerte fue su verdadera hada madrina. Pero él y sus circunstancias no
fueron la causa de su muerte.
Y
llegamos al final de la narración y vemos que de toda esta desgracia la
Naturaleza ni se enteró, porque “...cuando él salió del hospital, ni siquiera
se dio cuenta de que estaba cayendo del cielo una nieve sin rastros de sangre,
cuyos copos tiernos y nítidos parecían plumitas de palomas, y que en las calles
de París había un aire de fiesta, porque era la primera nevada grande en diez
años”.
Este
relato con el que comenzamos el año literario, es un triste cuento de hadas al
revés.
Europa,
a un lado, al otro, el Caribe.
Y
en medio, la muerte.
Mª José Martínez
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