martes, 22 de octubre de 2013

Lo repulsivo del mal. Comentario de Graciela Kasanetz sobre Los siete locos, de Roberto Arlt

Voy a tomar una deriva respecto a los comentarios que se vienen expresando en la tertulia. Voy a tomar apoyo en dos hechos actuales. El primero de ellos trata de unos documentales que narra Oliver Stone en La 2 de TVE, acerca de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la invasión de Indochina, la guerra de Vietnam, y el papel que nos hicieron creer que jugaban Estados Unidos y otras potencias, haciendo especial énfasis en la bomba que se lanzó sobre Hiroshima y que los propios estrategas norteamericanos –creo que cinco de los siete generales consultados en Estados Unido—, se habían opuesto diciendo que era absolutamente innecesario lanzar la bomba, porque Japón se hubiera rendido una semana después. Es lo que oculta la propaganda.

Otro episodio acaba de suceder. Se ha fallado el premio Nobel de la Paz. Yo pensaba que iban a ser tan cerriles como la Unión Europea, que dio el Premio Sajarov a esta niña, Malala, que bregaba por la educación de las niñas respecto de los talibanes. Digo cerriles porque la Unión Europea, que es la que permite que ocurra lo que está pasando en esos países donde las niñas no pueden estudiar, que ha financiado de forma espuria, junto con Estados Unidos al movimiento talibán, pensé que después pretenderían lavar su imagen dándole el Premio Nobel de la Paz.

Pues bien, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado hoy a una organización por la prohibición de las armas químicas, organización que acaba de denunciar que Estados Unidos y la Unión Soviética, especialmente, violan todos los tratados sobre destrucción de armas químicas.

Traigo a colación estos dos hechos porque el libro y la escritura de Arlt, que yo había leído en mi juventud, no por nada la había olvidad. Y es que me resulta una escritura desagradable. No es que no reconozca las virtudes de Arlt. Precisamente, una de sus virtudes es saber proyectar lo repulsivo del mal que se pega a la piel y del cual no puedes escapar.

Una de las cosas que me llama la atención es el nudo perverso que teje entre la religión, la tecnología y la ciencia, y agreguemos el discurso. No hay discurso que no pueda tapar el horror más profundo, y el astrólogo tenía su discurso, todos tenían su discurso muy coherente.

Por otro lado el rechazo de cada uno de los personajes por el otro en sí mismo. Freud, en Tótem y tabú, en concreto en el Tabú de la virginidad, ubica a la mujer como lo Otro, como cómo lo extraño y, acto seguido, lo enemigo. Una vez que se dan estos tres pasos, ya se puede considerar que el otro no es un semejante y, por tanto, no humano. Ese es el paso previo a la justificación de cualquier destrucción, porque se le ha quitado la categoría de humano. La misma categoría que ha quitado Sarkozy a los adolescentes hace unos años diciendo que ellos no son la juventud, o la nueva Ley de Vagos y Maleantes que se trata de implementar y que va a considerar a determinados sujetos humanos una escoria que hay que barrer de la calle y de todas partes.

Pues bien, cuando no se acepta lo extraño anidando en uno, se le puede extermina. De aquí la fascinación de Erdosain, del astrólogo, y de todos estos personajes, por el Ku Klux Klan y su espectáculo.

Otra cosa me impactó más que ninguna en esta novela, es una cuestión personal, y es que habla de la belleza de quemar viva a una persona. La fascinación por el espectáculo del mal, y pensé en Hannah Arendt, en la banalidad del mal. La organización que preconizada el astrólogo exonera a cualquiera de la responsabilidad frente al mal que puede producir.


Graciela Kasanetz

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