sábado, 10 de octubre de 2015

Tertulia 64. El regreso, de Joseph Conrad. Comentario de Miguel Alonso

El relato me parece un prodigio de inteligencia, pero también de habilidad técnica, una genialidad de un escritor excepcional sustentado por un potente pensamiento. Se asemeja a esos cuadros del Romanticismo, Friedrich, Turner, en los que, de pronto, un hombre mínimo contempla la inmensidad natural que lo rodea, o sus grandes obras derruidas por el paso del tiempo, o un naufragio, inmensidades ellas que diluyen la importancia de sus pensamientos, de sus grandiosas construcciones, un hombre que pierde su posición antropocéntrica para a instalarse en una confrontación desigual con la naturaleza. Lo mismo ocurre con Alvan, nuestro protagonista, contemplando su propio naufragio, o la caída de esa ficción que él sostiene como ideal, como gran construcción moral, y todo por la inmensidad de un enigma insoportable, el deseo de La mujer. Lo que ocurre es que Alvan no tiene la audacia de muchos hombres románticos. Más bien, su nostalgia le impide, durante casi toda la obra, dar un paso adelante que lo adentre en esos espacios desconocidos en los que el deseo se escribe en una irremediable página blanca, siempre incierta, pero apasionante. Quizá después de marcharse consiga escribir una verdadera vida, pero no lo sabemos.

Lo que se me reveló al poco de introducirme en la lectura de este relato, fue la importancia simbólica, metafórica, de la descripción primera, la llegada del tren a la estación después de surgir, no de un túnel, sino de un “oscuro agujero”, y la salida en rebaño de todos los pasajeros –masculinos en su mayoría— vestidos con el mismo uniforme, y esa mujer, dirigiéndose al tren, abriéndose paso en contra de la marea arrasadora que formaban los pasajeros masculinos. Es toda una metáfora de lo que, posteriormente, se desarrollará como historia en el relato de Conrad. También adquiere importancia simbólica, sobre todo retroactivamente, algún elemento que va jalonando, como adorno, el relato. Es el caso, por ejemplo, de esa estatua de mármol situada en la escalera de la morada familiar.

La entrada del tren en la estación nos introduce en varios escenarios. Primero, trae a colación ese negro agujero del que vemos surgir al tren. Enfática negritud que, seguida de todo ese rebaño de hombres uniformados, sugiere un agujero más estructural, ese vacío estructural que signa a todos los humanos, vacío que actúa como resorte de nuestro deseo pero, también, de nuestras ficciones, por ejemplo, esa ficción moral de la que trata nuestro relato de hoy, ficción que, por otra parte, es construida por los hombres para velar ese agujero del que todos, inexorablemente, surgimos y que las mujeres encarnan, de forma paradigmática, como enigma del deseo. Si Alvan encarna imaginariamente la ficción moral, “ella”, la mujer de Alvan, que no tiene nombre, encarna el agujero, el enigma del deseo.   

En segundo lugar, y ante este panorama, el autor monta toda una estrategia, como diría nuestro querido y añorado Alberto Estévez. En la confrontación imaginaria entre un “un” hombre y “una” mujer, lo que hace, en realidad, es confrontar dos estructuras, la masculina y la femenina, lo cuantificable y lo que no entra en la cuantificación, lo limitado y lo que no entra en los límites, lo cual puede leerse también como confrontación entre una moral muy concreta usada como marco y límite para la convivencia, y lo que escapa a ese marco, a ese límite moral, a saber, el enigma del deseo de La mujer, en tanto no toda ella entra en el control de la moral. “Qué fecundo resulta el enigma de lo femenino”, decía Alberto. Pues sí. Como para que alguien como Conrad pueda escribir relatos tan potentes y extraordinarios como El regreso.

Lo masculino, representado imaginariamente por Alvan, sostiene una ficción legal, una moral de clase fundada en el pensamiento burgués, para que nada escape al control, para que todo esté atado y bien atado, para que ningún deseo, emoción o sentimiento pueda perturbar la tranquilidad de unas relaciones humanas acomodadas. Por otro lado, una mujer sin nombre, simplemente “ella”, para abarcar así a La Mujer con mayúsculas, –el hombre sí tiene nombre, Alvan— “ella”, representada imaginariamente por un sujeto de carne y hueso, ante Alvan, parece una alegoría del enigma del deseo femenino, de ese agujero negro irrepresentable. Lo digo por la enorme cantidad de energía que tiene que emplear Alvan para luchar contra algo que para él es una abstracción irrepresentable, superior a él, un enigma que se le revela en ese ser femenino y que no puede ser captado ni aceptado por su ficción moral. Porque claro, no vamos a pensar que esa moral es revelación divina. No. Esa moral burguesa e ideal es una ficción creada por el hombre para dar lugar a un espacio de convivencia determinado. Pero ni la comodidad que esa ficción ofrece, ni sus bienes, ni la reputación y posición social que otorga, nada de esas materialidades pueden apoderarse del enigma que “ella” pone en escena. 

¿Qué son los pasajeros saliendo del tren más que un trasunto metafórico de esa moral universal con la que Alvan quisiera obturar la emergencia del deseo particular y singular de cada uno y, sobre todo, del deseo enigmático de la mujer? ¿Qué es esa mujer abriéndose paso a contracorriente del rebaño, sino “ella”, en el relato, una alegoría de ese enigma de lo femenino, siempre visto como amenaza para cualquier moral convencional?

De ahí que estemos ante un escenario profundamente ético. En esta línea, y dada la moral que circula por todo el relato, me parece muy pertinente traer a colación esa diferenciación que aparece en algunas vertientes de la filosofía y, de manera muy sólida, en el campo del psicoanálisis, a saber, la diferenciación entre moral y ética. Si se puede hablar de una moral universal como ideal, como ficción humana que intenta establecer un espacio de convivencia normativo basado en lo que está bien y en lo que está mal, no podemos hablar igualmente de una ética universal, pues en la cuestión ética estaría implicado el deseo. Y la relación con el deseo es, siempre, una cuestión particular. Una moral que no tiene en cuenta el deseo no es ética, es simplemente una estética de mármol, hierática, helada, inmóvil, como esa estatua que, inerte, adorna la escalera. En una moral de ese tipo, Alvan pretende ser el amo absoluto de la situación, pretende que la mujer no hable, no piense, no tenga afectos, que sea, simplemente, una estatua hermosa de mármol. Cualquier movimiento vital resulta peligroso.

Podemos preguntarnos, entonces, si se trata del deseo particular de cada uno, ¿cómo construir una relación estable entre hombre y mujer? Por supuesto, asumiendo una posición ética. Si nos movemos en el campo del amor, o de la vida en común, que pareciera ser el que sugiere el relato, podríamos pensar que Alvan quiere saberlo todo, tenerlo atado y bien atado, para lo cual dispone, de antemano, de una moral. Pero tenerlo todo atado y bien atado, ¿es un escenario seguro? En absoluto, ya estamos viendo que no. En una vida en común, necesariamente, la confianza en el otro ha de aceptar lo que no se puede decir.

Alvan parece confundido al final del cuento, pero sabe. Sólo piensa en un don. Y está bien que lo haga, porque de eso se trata. Él acabó comprendiendo.  ¿Ella no lo tiene? Alvan nos dice que no, pero sabe que sí, que ella representa paradigmáticamente ese don. La confusión de Alvan consiste en que para él un don sólo podía ser material. Él ve la verdad, sin duda, pero al esperar encontrar allí un don material, del cual “ella” iba a ser portadora, lo que encuentra es un agujero. Esa es, en realidad, la verdadera materialidad. Sabemos que comprende porque se marcha. Y nunca regresará, quizá como tantos y tantos hombres que vieron el agujero y prefieren vivir enfundados en el sobretodo de la moral y alejados del deseo, o quizá sea capaz de escribir un escenario nuevo en el que ponga en juego lo que aprendió, que en toda relación hay un vacío, algo que no se puede decir, un enigma inexorable que hay que poder soportar. Y quizá, entonces, pueda amar. Pero no lo sabemos.   

Miguel Alonso  

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