Hay algo común en
todos los comentarios de Alberto: el hecho de que él se hace presente en lo que
dice, en lo que escribe. Todo el tiempo deja ver de forma explícita el modo en
que se implica en la lectura, y no solo lo confiesa, sino que nos habla. Sus escritos
fueron un diálogo entre las vivencias que la lectura de las obras producían en
él, y los tertulianos. Por supuesto, esto no ha estado reñido con el hecho de
que sus reflexiones sean brillantes, porque emplea un método de lectura que se
apoya fundamentalmente en el detalle. Alberto no se interesa tanto en la trama
general del texto, en las grandes líneas argumentales, sino que busca en el
detalle el secreto de la obra, y trata de extraer de allí las consecuencias
morales decisivas. La conclusión no falta en ninguno de sus comentarios. Se
trata, para él, de encontrar en cada pieza literaria aquel trozo de verdad que
valida su calidad universal. Alberto es un lector agudo, que no desdeña la
identificación como punto de apoyo para la lectura. No es un crítico literario,
quien por encima de todo buscará una aproximación despojada de su propio yo,
aunque sea una pretensión imposible. Alberto escribe a partir del efecto que la
lectura ha producido en él mismo, y utiliza ese efecto y ese afecto como
brújula para orientarse en la lógica del argumento, en el mensaje supuesto del
autor, en la enseñanza que la pieza nos deja.
Desde luego, el
psicoanálisis es el discurso que brinda el marco y la perspectiva del trabajo
crítico sobre la obra. Desde un comienzo, nos propusimos como objetivo que esa
referencia conceptual no se ejerciera como un instrumento de descodificación de
los textos. No se trataba de “traducir” una novela o un cuento al aparato
doctrinario del psicoanálisis, sino de una dialéctica sutil, que Alberto maneja
con gran maestría, y por la cual la ficción literaria se convierte en guía
espiritual del psicoanalista, en señales que nos guían por un camino que lleva
hacia los secretos más recónditos del sujeto, y que nos ayudan a comprender
mejor qué es el inconsciente, el deseo, el goce, la angustia, y tantos otros
conceptos que el psicoanálisis estudia y emplea en su aproximación al drama
humano. Por ese motivo las presentaciones de Alberto tienen, entre otras cosas,
el mérito de mostrar un mirada analítica sobre la literatura sin desmerecerla,
sin embadurnarla con el lenguaje del psicoanálisis, que no fue concebido para
ser poético, aunque pueda ayudarnos a entender un poco mejor la poética de la
vida humana.
No es ninguna
originalidad decir que en lo que cada uno escribe hay la huella del sujeto. En
el caso de Alberto, él está en cada una de sus líneas, de sus frases. No solo
no se esconde detrás de lo que dice, sino que se afirma en ello, nos habla, nos
hace partícipe de manera apasionada de lo que a él le aconteció, la experiencia
que supuso para él una lectura, la emoción que le causó, la asociación a veces
personal e íntima que una frase despertó en su conciencia. Creo que a Alberto
le gustaba admitir aquello de lo literario en lo que no solo encontraba al
sujeto universal, sino también a sí mismo. En mi opinión, en eso radica uno de
los mayores encantos que nos produce leer sus ensayos, escritos además con ese
rasgo de finura, de ironía y de humor que todos recordamos como sus marcas
inconfundibles.
Gustavo
Dessal
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