jueves, 12 de enero de 2017

Tertulia 75. Ante la ley, de Kafka. Comentario del magistrado Jesús Villegas

Hace ya más de un siglo que Franz Kafka escribió ese brevísimo relato que –con el lapidario título de “Ante la ley” (vordem Geset,)— nos sigue llenando de perplejidad. ¿Qué significado se esconde bajo una historia tan aparentemente sencilla? En realidad, desconocemos cuáles hayan sido las intenciones últimas del autor. Pero poco importa. Su valor consiste en otra cosa, a saber, en el efecto que causa sobre nosotros, los lectores que nos enfrentamos ante esta pieza enigmática, una parábola que nos incita a pensar y repensar. Y, en efecto, eso es lo que haré en las siguientes líneas, examinar la obra como un objeto cerrado en sí mismo desligado de su entorno, como una piedra preciosa bajo la lupa del joyero, atento a su disposición interna, al estilo de los estructuralistas o formalistas rusos. Veamos pues:
         
Algunas de las interpretaciones son banales. Así, salta a la vista que el pobre hombre que impetra justicia es un campesino (ein Mann vom Lande), lo que nos hace pensar en la tensión entre la periferia y el núcleo en el contexto de la planta judicial. Sería una denuncia de cuán lejos queda la organización de los tribunales de las zonas rurales, concentrados estos en la capital del Imperio, mientras que las regiones más remotas permanecen olvidadas del poder central. De hecho, es un tópico que en nuestra patria evoca las tensiones medievales que desembocaron en la independencia del condado de Castilla.
       
No menos trivial, aunque sí más actual, sería la protesta ante la lentitud de una justicia cara y laberíntica (von SaalzuSaal), inaccesible al ciudadano. La consternación del campesino, que ingenuamente no había previsto la dilación del aparato judicial, se expresa en esta impotente queja: “pues la Ley debe ser siempre accesible a todos” (das Gesetzsolldochjedemundimmerzugänglichsein).
         
Algo más interesante es la contraposición Ley-Justicia. La narración es claramente paradójica. Y es que, cuando el campesino obedece al guardián, queda fuera de la Ley; por el contrario, empero, si porfía en acceder al territorio de la Ley, debe desobedecerlo. Esta exégesis nos sitúa en otro tópico, cuál es la rebeldía ante el Rey injusto e incluso el derecho a la rebelión (res eris si recte facies). El vigilante no sería más que el esbirro de una autoridad tiránica cuya resistencia habría que vencer por la fuerza.
         
Esta última aproximación nos sitúa en un campo más psicológico y menos jurídico. Todo el episodio no sería sino una prueba a la integridad del campesino. Si hubiese sido valiente, habría luchado contra el guardián, esbirro de un poder injusto. Esta idea emerge contundentemente in fine, cuando se le revela que la puerta era únicamente para él (dieserEingangwarnurfürdich). Es otro tópico, esta vez relativo a los ritos iniciáticos, al paladín que debe vencer al dragón para ganar la mano de su amada, para convertirse en un auténtico caballero, para cruzar el umbral de los justos. A nuestro protagonista, en cambio, no se le ocurre otra cosa que intentar sobornar a la autoridad y esperar blandamente hasta que termina chocheando (erwirdkindisch) y muere medio ciego. Su debilidad moral le impidió descifrar el enigma de la esfinge.
         
Avanzando por esta vía, parece más provechoso echar mano de conceptos psicoanalíticos. Desde esta perspectiva, el campesino encarnaría el ego y el guardián el super-ego, mientras que ese espacio ignoto que se esconde tras la puerta representaría el inconsciente. Las terapias psicodinámicas alientan a abrir esa puerta para descubrir que sea lo que hay más allá. Pero, ¿merece la pena traspasarla?
         
Jacques Derrida, en su ensayo “Fuerza de la Ley. El fundamento místico de la autoridad” comenta este cuento de Kafka poniendo el acento en la violencia originaria del Derecho. La Ley no nace de una civilizada discusión filosófica en el ágora, sino de un conflicto que, tras sucesivas luchas, acaba por construir su propio orden. Freud lo expresó magistralmente elaborando uno de los mitos más vigorosamente salvajes de nuestro imaginario occidental: la rebelión de la horda primitiva contra el padre, origen del tótem y del tabú, de la religión y de la Ley. Luego vendrían las justificaciones ideológicas, maquillaje legitimador del rostro de la bestia, “ficciones legítimas”, según el citado Derrida. Otro filósofo del Derecho, el británico Jeremías Bentham, aun reconociendo el carácter mendaz de tales invenciones, se rinde a su utilidad, pues facilitan la convivencia social.
        
¿Qué sociedad perviviría sin sus leyendas, sus mitos fundadores? El Imperio de los césares trajo esplendor al mundo: paz, Derecho, arte, vida urbana pero, construidos sus cimientos sobre el sometimiento, cuando no el genocidio, de los pueblos oriundos. Perfectamente conscientes de esa violencia originaria, imaginaron la pax romana que, sin ser falsa, seleccionaba ideológicamente la realidad al servicio de unos intereses muy concretos. ¿Merece la pena hurgar en el pasado para destruir nuestra armonía ciudadana, la respublica?
         
Nuestro filósofo-poeta, don Miguel de Unamuno, proclamaba: “primero la verdad que la paz”. Al fin y al cabo, es una cuestión política. Sea como fuere, nos llega más al corazón la duda existencial que nos toca a cada uno de nosotros, no como ciudadanos sino como hombres, el reto de si nos atreveremos a descender a las mazmorras particulares (carcerprivata) de nuestro inconsciente para descubrir, ¿quién sabe qué?: tal vez soterrados impulsos malvados, monstruosidades morales, repugnantes perversiones. ¿No se derrumbará nuestra psique si descerrajamos la entrada a la cámara de Barba Azul?
         
Según Kafka, “todos luchan por la ley” (allestrebennachdemGesetz). A cada uno de nosotros incumbe averiguar si formamos parte de ese todo. La pregunta, por ende, carece de una respuesta general. Y tal vez sea mejor así.

Jesús Manuel Villegas Fernández

Magistrado

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