sábado, 22 de noviembre de 2008

Alberto Estévez inicia la segunda tertulia con su interpretación de "Un hombre en la oscuridad"

Buenas tardes a todos:

Estoy solo en la oscuridad,…, otra noche en blanco en la gran desolación americana. … tumbado en la cama… me cuento historias… me evitan pensar en cosas que prefiero olvidar… sin embargo… las más de las veces mis pensamientos acaban derivando de la historia que pretendo contar a las cosas en las cuales no quiero pensar.

Paul Auster, autor de la obra que hoy nos ocupa, hace decir al protagonista de su historia, August Brill, todo esto en las primeras páginas de su última novela. Este es el hilo que recorre de principio a fin “Un hombre en la oscuridad”

Un septuagenario, enfrentado a la oscuridad obsidiana de su habitación a lo largo de toda una noche de insomnio. Cree haber encontrado una solución para no recordar a su amada esposa, fallecida poco tiempo atrás: consiste en contarse historias que él mismo inventa, darles una continuidad, esa es la solución. Una pequeña historia que consiga alejar los fantasmas.

Desde el marco del psicoanálisis, la solución elegida por nuestro protagonista no se mantiene. En primer lugar, hablar de solución parece poco apropiado cuando se trata de los efectos que la muerte o la dimensión de la pérdida tienen sobre nosotros. Y después, porque para poder seguir adelante ante un trauma así, una pérdida tan dolorosa como la que padece nuestro protagonista, la salida no se encuentra en tratar de tapar lo que duele, por ello no es capaz de pensar más que en el horror. El escritor nos relata la zozobra en la que se encuentra el personaje, pero por si no es suficiente para que nos demos cuenta de cómo está afectado por esa pérdida, se encarga de postrarlo en una cama, no sólo para dormir, sino como consecuencia de haber sufrido un accidente de tráfico que ha destrozado una de sus piernas, acaecido poco después del fallecimiento de su mujer a causa de una mortal enfermedad que se la lleva en unos pocos meses.

August reconoce el fracaso de su tentativa de solución: porqué me empeño en transitar en estos pretéritos y agotados caminos… ganas de hurgar en viejas heridas para sangrar otra vez.

Personalmente no lo creo. No creo que sea deliberado volver una y otra vez sobre aquello que tanto le duele. Más bien pienso que se le impone, es una imposición que el escritor le hace confesar de una manera que me resultó muy simpática: la mente tiene mentalidad propia. ¿Cómo impedir que la mente salga por pies en la dirección que más le apetezca?

Y así es; cuando consigue dar un final atroz a la historia de guerra que lo ha ocupado una buena parte de la noche, la mente sale por pies y crea una avalancha de historias no menos terribles. La profesora de literatura descuartizada en el campo de exterminio, la muchacha judía que salva a su familia de la muerte segura a manos de los nazis, o la defenestración del agente secreto dejando mujer e hija de 2 años. Acabada la historia de horror de la guerra de Owen Brick, todas las historias de muerte acuden a su cabeza.

La vida es decepcionante, Auster lo repite una y otra vez. Y lo pone en labios de unos y de otras, como en el caso de la película japonesa que August ve con su nieta, en la que Noriko, la nuera viuda, personaje exquisito, provoca en él, el recuerdo de su hermana, de nuevo la mente saliendo por pies adonde le apetece. Su hermana murió de pena, y aquí más parece Auster que August el que nos habla: la gente se muere de pena. Ocurre todos los días, y seguirá sucediendo hasta el fin de los tiempos.

Tristeza, soledad, horror, muerte, son elementos constantes página tras página, pero a la vez, el autor, de manera sutil, configura una vía para la esperanza en medio de este páramo desolado, y es ya bien avanzada la novela cuando encontramos la conversación de Katya con su abuelo. Las preguntas de la nieta empujan para que el abuelo hable de aquello que le pasa. Hace acordar la figura del psicoanalista con su paciente, que lejos de permitir taponar las historias con otras de la fantasía pretende que se pueda decir algo, lo que sea, algo respecto de aquello que duele.

Katya no es psicoanalista, por el contrario podemos plantear el parecido con su abuelo a la hora de enfrentar el trauma; él se cuenta historias para no recordar otras, ella intenta borrar las imágenes del horror colocando otras encima; el mismo método. Pese a ello, con su curiosidad consigue que su abuelo reviva su historia de amor, y lo que es más importante, vuelva a tomar conciencia de que su Sonia no sólo era su tierra firme, sino incluso su conexión con el mundo. Pero además finalmente la nieta concilia el sueño, consecuencia directa de este ejercicio de intentar poner palabras para frenar la potencia de las imágenes.

Mejor así en cualquier caso, porque aunque sea con muleta se trata de que podamos llegar hasta ese desayuno campesino que nos espera, ya que el peregrino mundo sigue girando.

Alberto Estévez14 de Noviembre de 2008

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