viernes, 21 de noviembre de 2008

Comentario de Miguel Ángel Alonso sobre Un hombre en la oscuridad (Paul Auster)

En el comienzo de este comentario de texto quiero escribir una frase que hace tiempo parece querer encontrar un acomodo en algún lugar de mi escritura. Es como si me perteneciese. Y yo no dudo que es así. Me vino a la memoria como evocación, tras la lectura de Un hombre en la oscuridad. Hace tiempo se la escuché a un amigo, aunque no puedo decir si era de su propia cosecha o no, no lo sé, y quizá no lo podré saber nunca:

Cuando los seres humanos callan sólo se oyen sus gritos

Esta frase me permitió un abrochamiento para las múltiples cuestiones que suscita la lectura del texto, y construir un sentido, palabras alrededor de los gritos que August Brill, Miriam, Katia, y otros personajes secundarios, nos hacen llegar desde sus soledades, desde sus oscuridades, desde sus muertes, en definitiva, desde sus traumas, esos que, actuando fuera del tiempo, van conformando vacíos particulares –alguno de ellos verdaderamente siniestro.

1. Estamos ante una novela que se constituye, por un lado, como el escenario en el que se hace una presentación directa de lo real traumático y muchas veces obsceno, abismos particulares relacionados todos con la muerte que, en muchos episodios, adquiere un carácter absolutamente siniestro. Pero a la vez, se elabora un tratamiento del vacío, mediado por la introducción de lo simbólico en su función de autoridad encarnada por August Brill, quien se sitúa como el aglutinador de los vacíos de todos, hasta del suyo propio y del nuestro, proponiendo escritura, fantasía, cine, etc.

2. Por otro lado, la novela también muestra una oposición entre neurosis y perversión, es decir, la oposición entre los que fantasean y escriben su ficción, y los que van más allá y traspasan los límites de la piel y la agujerean y la destrozan: Los perversos.

3. Y por último, en la novela aparecen nítidas dos realidades, una física y otra conceptual. La física se refiere a los acontecimientos tan ricos en elementos afectivos que los protagonistas han de atravesar. La conceptual se muestra, en la fantasía de Owen Brick, implicando elípticamente a todos los seres humanos en general.

En síntesis, habría para todos los protagonistas dos momentos que se hacen patentes. Por un lado, todos han de cargar con el peso infinito de un momento traumático, estructural o contingente –falta de palabras, divorcios, guerras, muertes— que ejerce su función fuera del tiempo, pues en cualquier momento de la vida se hace presente como angustia vital. Por otra parte, sus vidas han de desarrollarse en el suceder temporal, ese intervalo vital en el que todo se mezcla en el decir, los sucesos o palabras del pasado, las que precisan decirse en el presente, y las que quizá nos acojan en el futuro:

“El pasado vive en el presente, el que trasladamos con nosotros al futuro” (94)

August Brill. Una función simbólica

Los gritos de los protagonistas, sus soledades, se harían insoportables si no fuesen mitigados por la función que ejerce Brill, la del vínculo que los anuda a la vida, la mano que trata de rescatarlos del hoyo en el que cada uno está sumergido:

“Lo que te propongo es una cura, un remedio para sacudir la tristeza” (193)

Su función propicia espacios en los que explayar el amor y lo simbólico. Las ficciones correspondientes a cada uno de los protagonistas son líneas cortadas que van conformando una especie de contrapunto literario expresado desde realidades físicas y conceptuales, luz y oscuridad, pasado y presente, soledad y compañía, movimiento y melancolía, desde el Yo y desde el Otro. Así será para todos, hasta para nosotros mismos, “mientras el peregrino mundo siga girando”.

August Brill, entonces, se ofrece como galvanizador de los vacíos particulares de cada sujeto. Acoge el de su hija Miriam, a quien se ofrece como espacio de lectura, de escucha de la ficción que ella construye para sí; también el de su nieta Katia, que no podría soportar sola la estremecedora dureza de la muerte que le corresponde, y el peso de la culpa que arrastra, ambas configurando un abismo siniestro que prácticamente la abandona a la vida como personaje melancólico, como objeto inmóvil situado muy cerca de la caída; August Brill recoge su propio vacío producido por otra muerte, la de su esposa, y lo hace ofreciéndoselo a la fantasía, que lo escucha en la ficción que construye para Owen Brick; también se lo ofrece a su nieta Katia en el relato que hace de la relación con su mujer, relación de la que ella, sin saberlo, se revela como salvadora; y, finalmente, acoge también nuestro propio vacío que, por si no lo sabemos, lo muestra bien profundo en esa fantasía de carácter parabólico que, por carecer irremediablemente de palabras, tanto en su principio –el nacimiento de Brick— como en el final de la misma –su muerte—, además de por introducir el mal, nos está escribiendo a todos:

La fantasía de Owen Brick


1. Una realidad conceptual
2. La subjetividad, un conflicto de intereses
3. La introducción del mal. La guerra

En principio, lo que más se deja escuchar es la amplitud sonora de una extraña fantasía que, aun sabiéndose tal, suena como cualquier realidad cotidiana, y ello porque no parece difícil sentirse, uno mismo, dentro de ese lugar:

“… su historia, la historia de la guerra en ese otro mundo, que también es éste” (136)

1. Una realidad conceptual.

De la fantasía se puede extraer la realidad conceptual. Resuenan cuestiones que aluden de forma elíptica a la estructura de la subjetividad constituida a partir de carencias primordiales que se hacen visibles en el mismo momento en que uno tiene conciencia de que está en un mundo. August Brill, en su fantasía neurótica, encarna un Otro enigmático, creador que escribe a un ser humano, que lo introduce en el enigma de la vida, pero al que no le proporciona las palabras que, en último término puedan dar cuenta del sentido que ella tiene.
¿Quién no nace en el abismo profundo, sin fondo, conformado por la carencia de la palabra que le pudiese dar significación a su estancia en el mundo? ¿Quién no necesita del Otro, su centinela que le tienda la mano, que le dé palabras que lo rescaten de su precariedad, del precipicio, de ese hoyo indefinido? ¿Quién no vive en un mundo escrito o hablado por Otro, por ese deseo que nos reserva palabras anticipadas para nosotros desde antes de nuestro nacimiento? ¿Qué nacimiento no es caprichoso? ¿Qué muerte no lo es?

2. La subjetividad. Un conflicto de intereses.

La fantasía de Owen Brick muestra todo un conflicto de intereses alrededor de la subjetividad, una lucha política llena de controversias, en la cual el ser humano, encarnado por Brick, trata de nadar, de no hundirse, trata de no ser un objeto que se abisma en su hoyo particular. Con los recursos provenientes, en principio, de la palabra que le viene del Otro, del centinela, de Dios, de los superiores que ordenan la acción, de quien le ordena matar al propio padre que lo está escribiendo –August Brill—, ese ser humano, pese a tantas determinaciones, también puede hacer efectiva su propia decisión, adquiere su propia responsabilidad en la acción que el otro dice que le corresponde realizar en el mundo. Esa es su propia responsabilidad, decidir si se implica o no en la guerra, en si mata o no al padre, aun sabiendo que la muerte lo puede alcanzar a él. Y finalmente lo alcanza caprichosamente como a tantos otros. Todo ello necesariamente ha de resonar en la ficción que se escribe en nuestros cuerpos, la que delimita una tendencia propia a la disolución. Ficción que toma, en la novela, la forma del arte, escritura, cine, que ofrecen una posible rectificación a ese destino inmediato fatal y trágico para todos.

3. La introducción del mal. La guerra

Finalmente, y para incluir al otro elemento de la fantasía, hago una construcción basada en párrafos sacados del mismo libro. Porque ellos plantean algo esencial que hace referencia a que en la naturaleza humana no todo quiere el bien:

“Los despreciables actos que los seres humanos cometen en perjuicio mutuo no son simples aberraciones sino parte esencial de lo que somos” (58)

“Una vez que la mente es capaz de representarse algo así, se comprende que el terreno que se pisa está abonado con las peores posibilidades de la imaginación. Si puede pensarse, es fácil que ocurra” (98)

Se muestra así una oposición entre neurosis y perversión, la diferencia entre los que fantasean y los que traspasan los límites de la piel, los que la agujerean. Se dice con frecuencia que la neurosis es el negativo de la perversión. Si acaso, August Brill, afortunadamente para él, no pasa de ser un neurótico que sabe que en la ficción se sitúa el límite que no se puede atravesar, que más allá de ella no hay nada, solo lo que hay que velar, lo siniestro. Otros en cambio, de forma perversa, van más allá de la fantasía, de la ficción, de tal manera que, en lugar de velarlo, producen ese siniestro sometiendo las vidas a la guerra, a la destrucción, a la muerte.

Basta mirar para alguno de los mandatarios, de los poderosos que rigen el mundo. ¿No es acaso la guerra el juego perverso de un niño mayor que, yendo más allá del límite que impone su sueño, dejó de soñar para oscurecer, angustiar, agujerear, traspasar, romper, matar así el cuerpo del otro?

La gran desolación americana (9) no deja de ser la desolación de todas las tierras y de todos los hombres.

Una presentación de lo real: Lo siniestro

  1. Lo particular
  2. Lo general
Es el lugar en el que la vida tiene su límite, donde la palabra enmudece. Lo siniestro es una categoría que aparece en múltiples lugares de la novela, y en todos lo hace produciendo la misma consecuencia. Quien sufre su inesperado acceso, por ejemplo, en la inconcebible violencia de unas muertes, queda perplejo, sin habla. Así ocurre en la historia que nos cuenta sobre Jean Luc y su novia descuartizada por los nazis, con todos los ingredientes del más repugnante sadismo, en un campo de concentración, pág 139.

1. Lo particular

Pero, al respecto, parece oportuno detenerse en uno de los vacíos, de los abismos más singulares de la novela, el de Katia, estampido insonoro, casi sin palabras, que detiene la vida. Desde el momento en que su mente es poseída por el recuerdo intruso, ya fuera del tiempo, la espeluznante escena en la que degollan a su novio, ella ocupa el lugar de un ser en la desidia, casi melancólico, a punto de caerse del mundo de las palabras. Yo diría que es el verdadero grito que paraliza todo movimiento vital, mostrando que más allá de las palabras no hay nada, sólo la imposibilidad de vivir.

“No pretendo sugerir que Katya se haya hecho de piedra. Sonríe y a veces hasta emite una risita durante las escenas graciosas de las comedias, y sus conductos lacrimales se han activado con frecuencia ante las escenas emotivas de los dramas” (24)

Casi es una cosa, pero todavía no. Resultan ejemplares y conmovedores esos momentos en que evoca los objetos inanimados de las películas como símbolos receptores callados de un deseo. Ella, situándose en el lugar de esos objetos inmóviles, como símbolo de un trauma espeluznante, muestra también sus afectos, su risa, sus lágrimas, mínimos resquicios de esperanza para ese deseo que nos pueda rescatar de la Cosa:

“No está mal Katya. La cabeza te sigue funcionando…”Objetos inanimados como medio de expresar emociones humanas (25)

Si bien los miramos, esos objetos no son propiamente cosas, están investidos con palabras, con deseo (25). Con sus comentarios “sagaces e incisivos(25), Katya nos muestra una esperanza incierta de salvación. Objetos investidos por el amor en la película El ladrón de bicicletas, esa forma del amor que encuentra un eco en la expresión profundamente poética de la escritura lacaniana: “Amor es dar lo que no se tiene(25); y en la película La india, también ahí vemos al objeto, no como cosa, sino como un signo de amor. Por su parte, en La gran ilusión, los platos adquieren vida mostrándose como la señal de una ausencia.

Así también, Katya, como objeto inmóvil, se muestra, no como cosa, sino, propiamente, como señal inequívoca de una ausencia, de una falta de palabras, de una castración que es preciso suturar, de la que es preciso realizar un duelo. Es lo que, costosamente, trata de realizar con la acogida amorosa que le brinda su abuelo.

“Nosotros lo vimos. Presenciamos su asesinato, y a menos que borre ese vídeo con otras imágenes, no podré ver otra cosa en la vida. No logro quitármelo de la cabeza.

- Nunca podrás librarte de ello. Tienes que asumirlo. Acéptalo y trata de empezar a vivir de nuevo”

2. Lo general

Pero la categoría de lo siniestro y la posibilidad de salvación, envuelve todas las vidas, al igual que ocurría con el deseo que escribía en la ficción de Owen Brick. Así lo hacen ver diferentes párrafos de la novela.

“En uno u otro momento, toda familia vive acontecimientos extraordinarios: crímenes horrendos, inundaciones y terremotos, accidentes extraños, milagrosos golpes de suerte…baúles llenos de hechos ocultos que dejarían boquiabierto a cualquiera en caso de que se levantara la tapa” (143)

La propuesta que se asienta como remedio para sacudir la pérdida y el hondo vacío que deja en las vidas, es el duelo, siempre de carácter simbólico. Es una de las enseñanzas que parece brindar la lectura de Un hombre en la oscuridad. La falta de palabras es un desgarro que nos afecta a todos, todos tenemos nuestro abismo particular. Pero la palabra también nos ofrece una esperanza de salvación, es preciso situarse en un lugar de encuentro con ella para poder rodear y velar el trauma de lo siniestro. De él hay que tomar distancia para poder seguir adelante:

“… me he contado una historia a mí mismo. Es lo que hago cuando no puedo dormir” (192)

Podríamos decir con August Brill, cuando el horror de la castración, la angustia que produce, no nos permite vivir.

Conclusión

Un hombre en la oscuridad puede tomarse como el escenario en el que se nos presenta directamente lo real traumático y el tratamiento del vacío que ese real produce, tratamiento que sólo puede llevarse a cabo con la mediación de diferentes funciones simbólicas. Es, por dura que parezca, la acción de cualquier sujeto ante la monotonía diaria de cualquier vida, ficción y realidad, luz y oscuridad, día y noche, silencio de estrellas y rugir de tempestades. Un sujeto que, siendo escrito por el deseo de diferentes alteridades, ha de soportar el peso de un acento relevante, el de una carencia primordial, la falta de palabras que den un sentido al principio imposible de simbolizar, y al final que sobreviene repentino, caprichoso, en cualquier lugar. Todos, en definitiva, hemos de tratar de encontrar la posibilidad de realizar el duelo que nos corresponda, ese que nos podría salvar de una caída inmediata.

Miguel Ángel Alonso



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