martes, 20 de abril de 2010

Alberto Estévez comenta el relato Las Fugitivas, en la presentación del libro Relatos Sombríos Historias Mágicas de Remy de Gourmont en la librería La Buena Vida


De viaje con fugitivas

En primer lugar, quisiera agradecer a la editorial El Nadir esta oportunidad de comentar una lectura tan bella; es un auténtico privilegio compartir una reflexión con ustedes sobre algo con lo que me he enriquecido enormemente, y que me ha evocado un gran número de sensaciones en la travesía de sus páginas.

En el transcurso de las mismas, y sobrevolando los distintos relatos, Las Fugitivas se convirtió muy pronto en uno de mis favoritos, les anunciaba el disfrute que como lector he experimentado, pues bien, dicho disfrute tiene distintas declinaciones; en primer lugar, estamos ante un autor que es un maestro del estilo: el ritmo del relato, la disposición de las frases, la elección de las palabras, compone en su conjunto una melodía tan agradable que uno no tiene por menos que admirar el esmero con el que este amante de la investigación estética elaboró este cuento, y más allá, el resto de relatos que componen la obra que hoy se presenta.

Claro que si se tratase únicamente de un ejercicio de estilo no podría transmitir esta otra dimensión satisfactoria y que tiene directa relación con el comentario que elaboré, estamos ante la pluma de un importante intelectual, y por ello podemos decir que hay un mensaje que subyace a su escritura, el autor nos comunica su pensamiento, y resulta desvelarse como un absoluto maestro recorriendo en este caso concreto de Las Fugitivas el laberinto que constituye la sexualidad humana.

Pero me queda todavía un último gusto que me proporcionó esta lectura y que me lleva a entrar de lleno en su análisis; al encarar las escasas tres páginas del cuento, me vi transportado en el tiempo, emprendí un viaje a otra sociedad, una comunidad muy diferente, con un contexto socio-político bien distante del nuestro, en el que la apreciación que se hacía de las figuras del hombre y la mujer conservaban importantes diferencias entre sí; las cifras que integran cada una de las identidades sexuales, las de uno y otro sexo, permanecían absolutamente presentes y dibujadas. Fue un placer y un descubrimiento encontrar un autor que mantuviera la diferencia tan viva, y evidentemente un conocedor de que en ella residen los cimientos de cada sujeto. En cualquier caso, comprenderán que viajé lejos, muy lejos de la ideología de la igualdad de los sexos que en nuestra sociedad de hoy esclaviza a hombres y mujeres.

Quiero empezar revelando una clave que esconde el relato de Las Fugitivas y que lo hace especialmente sugerente; el abordaje de la cuestión femenina se hace a través de un personaje masculino, y el saldo próspero que se obtiene es el resultado de que el autor ponga a trabajar la mencionada diferencia entre los sexos. La frase provocadora que da comienzo al relato y que es una declaración de intenciones en este sentido que propongo es una de las frases que sin ningún esfuerzo cualquiera de los aquí presentes podríamos atribuir al deseo del varón: ¿Por qué una,…, cuando hay más? Lo han tildado de enfermo en el relato que han escuchado, y en varias ocasiones, pero si por esta frase fuera deberíamos testimoniar de cierta pandemia masculina, no por nada el protagonista no tiene nombre.

¿Es un enfermo pues? El texto es bien explícito al respecto; su imaginación enferma sufría muy seriamente a causa de la multiplicidad de las mujeres, ¡Hay demasiadas!, repetía.
La solución que encuentra en su imaginación es una operación de reducción: resumir todas las mujeres que existen en unos solos labios, labios elegidos que contengan la esencia de lo femenino, y entonces, beberla en un beso. Pero podemos pensar qué esconde dicha solución: sin aventurarnos y siguiendo la sapiencia de Gourmont podemos llegar a afirmar que se trata de dominar el deseo, matarlo si fuera posible, porque dicho deseo le ha hecho sentir miedo, y el miedo es una señal que lo ha avisado de lo cercano que se encuentra por el camino de su delirio de traspasar cierto límite que lo aleje indefinidamente de la cordura.

Resultan muy notables los términos que baraja el escrito, forjan una cadena que es la que mantiene cautivo a nuestro protagonista; la nada, el misterio, lo infinito, el ser y el no ser, la oscuridad, lo desconocido o lo intocable, términos que no encuentran una concreción exacta, que no podemos reducir, que incluso podríamos pensar parientes del exceso, indudablemente nos hablan de las características de la naturaleza femenina, algo que escapa al todo reglado y cerrado que representa la lógica del varón y su cuantificación, del cual podemos decir que padece de su propia estructura, esa que como macho es responsable de tantos desencuentros en su intento de acceder a la fémina.

Se inscribe exactamente en este mismo registro la forma secundaria de la locura que padece nuestro enfermo cuando comienza con la cuidada enumeración, cuando le desgrana a su compañera el rosario de las fugitivas; la descripción minuciosa cuajada de sensuales detalles de un buen número de mujeres es un intento por encontrar una definición que encaje en el ser de la mujer, que sea de una buena vez, y que cese esta alternancia entre lo que es y lo que no es, una definición que la fije y le permita albergar su sueño de reducción, porque algo le dice que la mujer no existe, su lógica femenina no permite universalizarla, sólo puede existir a condición de tomarlas una por una, y claro, eso es imposible para nuestro amante del infinito, que trata de encajarlas en una sola y única, y que tan sólo a través de su imaginación puede poseerlas a todas, o quizá sería más correcto usar el singular, porque ese es su anhelo, poder poseer a la mujer toda, sin ese resto que le recuerde que algo falta, la parte misteriosa de la mujer, la infinitud presente en su estructura, a la que el macho no puede acceder. La prueba de esto la encontramos en los episodios de recuperación de sus crisis que incluso llegan a dejarlo postrado; en ellos, su imaginación descansa hasta el próximo trance, pero no su anhelo, el de considerar a su amiga la única, la que valdría por todas.

Esto mismo constituye el germen que a lo largo de los tiempos ha hecho pensar la naturaleza femenina como algo peligroso; en la medida que delata el carácter limitado de la lógica masculina, el varón exige su regulación, y esto es lo que intenta nuestro enfermo. Pensado así podríamos decir que el cuento, hasta en el título de manera patente, fugitivas, plantea una vertiente que abre una perspectiva más social y que no se limita al caso de un solo hombre, sino el de todos los hombres, y argumenta en base al temor que todos ellos, incluso desde niños, han sentido respecto de la mujer en los distintos períodos de nuestra historia, ¡Oh, ese femenino oscuro que pasa y se marcha y que jamás será tocado! El heteros femenino representa una amenaza para el varón, pero a su vez el propio varón está concernido en ello, y este escritor al igual que algunos otros lo sabe, lo cual le facilita la tarea, la de hacer de la feminidad un enigma bien fecundo. Pero lo inquietante que acompaña a la mujer no lo es sólo para el varón, también para ellas mismas, que desconocen cuán lejos pueden llegar, donde se encuentran los confines del universo femenino.

Vemos finalizar el cuento con nuestro hombre pacificando su delirio, encontrando su consuelo derrumbándose sobre la carne compasiva de su insignificante mujer sin belleza, la misma que su denegación le impide reconocer como objeto de su propia elección para considerarla más bien como un destino de no se sabe qué primitivo mandamiento. El propio Remy de Gourmont contesta a esto, lo hace en otro maravilloso y estremecedor cuento titulado La Otra, más próximo al final de la obra, en el que nos entrega el quid que sitúa lo que verdaderamente está en juego: deseaba mundos y se contentaba de nadas.

Ha sido un viaje, les decía, que me ha brindado reencontrar lo fructífero que resulta enfrentar las respuestas de uno y otra ante el enigma que el sexo nos plantea a todos, y dichas respuestas evidencian la distancia y la absoluta diferencia que existe entre la lógica de un sexo y otro, por muy fuerte que resulte la pasión de la igualdad que nuestros tiempos pretenden imponernos. La misma pasión que lleva a nuestro amante imaginario a pensar que pueda existir un deseo sin renuncia, que puede alcanzar su resolución definitiva sin compromisos penosos, en el que frente a la demora de la satisfacción pueda oponerse un aquí y ahora, ¡ya! Un deseo a la altura de su delirio y que pueda consumarse hasta consumirse, y lo deje libre al fin de la esclavitud a la que lo mantiene sometido.

Pero por contra lo que se encuentra es que no puede desear sino en las claves que porta en su interior, y que por mucho que pretenda soltarlo para que divague, su deseo padece las restricciones que le impiden abarcar lo ilimitado propio de lo femenino. Y el cuento le sirve a Gourmont para recordarnos que ellas, por ser mujeres, son las fugitivas, pero además que no debemos dar las cosas por sentado antes de reflexionar al respecto, y si alguno no se había enterado, sólo debe repasar las líneas de este hermoso cuento para llegar a la conclusión de que en caso de que exista un sexo débil, no hay duda, señores, se trata del varón.

Alberto Estévez
15 de Abril de 2010

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