jueves, 22 de abril de 2010

Bartleby; preferiría no. Comentario de Graciela Sobral

Bartleby es uno de los textos de mi vida.
Hay textos que resultan paradigmáticos porque muestran una situación o describen un personaje de tal manera que después de haberlos leído, dicha situación o personaje puede ser nombrada directamente con el nombre del texto: así como la autopista del sur es un nombre para referirse a algo que va mucho más allá de un atasco, a lo que puede pasar entre las personas obligadas a una peculiar convivencia; o la casa tomada es también una forma de nombrar la invasión de lo más íntimo por una alteridad inquietante; Bartleby es el nombre de la actitud o posición negativista que en mayor o menor medida todos llevamos dentro.
El poder metafórico que tiene Bartleby produce una gran fascinación.
Para los amantes de Bartleby seguramente hay también un factor más personal, vinculado a cierta identificación que podemos tener con el personaje o con la importancia que tienen el tema y su tratamiento para nosotros.

En el año 1999 escribí un artículo sobre Bartleby para las primeras jornadas de la Escuela del Campo Freudiano de Barcelona, organizadas en torno a un feliz neologismo: Lakant. Para estas líneas he retomado algunas ideas de ese texto.

¿Por qué este texto tiene la importancia que tiene?
Bartleby, el escribiente, el relato de Herman Melville, escrito en 1856, ha sido objeto, a lo largo del siglo XX, de numerosos estudios literarios, lingüísticos, filosóficos y psicoanalíticos. En el año 2000 se publicó en castellano un libro muy interesante titulado “Preferiría no hacerlo” que incluye el relato de Melville traducido por José M. Benítez Ariza y tres ensayos de G. Deleuze, G. Agamben y José L. Pardo, que tuve el honor de presentar en la Biblioteca de la sede de Madrid de la ELP junto con Eugenio Fernández.
Si tuviera que responder a una pregunta del tipo ¿Qué es Bartleby? Diría, en un sentido radical, que Bartleby logra ilustrar la pulsión de muerte, no civilizada, en ejercicio. Si muchas veces se utiliza el exceso para ilustrar la pulsión y su aspecto autodestructivo (el consumo de alcohol, de drogas, la violencia) en este caso, se trata del defecto, o del exceso de vacío, de nada (por eso en su momento lo comparé con la anorexia en su aspecto más mortífero).
Con Bartleby asistimos a la realización de la identificación del sujeto a la letra/carta muerta (dead letters), al recorrido que hace el sujeto-letra muerta hacia su destino.
El relato del abogado nos brinda la oportunidad de presenciar ese último tramo de su camino donde lleva su poder hasta el extremo posible: la muerte.
Frente a la ley, la moral convencional, el orden establecido, incluso los sentimientos humanitarios, triunfa el negativismo de Bartleby. Nadie puede con él.

Este sería mi comentario más sintético, no obstante, podría destacar 3 aspectos que me parecen de interés:
1.- el enunciado: Bartleby sostiene un enunciado muy particular que apunta más allá de cualquier objeto, y lo sitúa del lado de la potencia absoluta.
2.- la pulsión: Ilustra de forma paradigmática una posición subjetiva que podría llamar “rechazo de la alienación”.
3.- la relación con el abogado: Entre Bartleby y el abogado, dueño del bufete donde trabaja, se establece una relación muy especial: el abogado encarna la ley, el orden del mundo, la función paterna; todo esto es puesto en cuestión por el escribiente.

El Enunciado

Bartleby, extraordinario copista, es alguien que vive de las palabras; y sin embargo, sólo pronuncia dos: preferiría no, mínima expresión del lenguaje que evoca el silencio de la pulsión de muerte.
Si hacemos un análisis más detallado del enunciado, vemos que en su lengua original resulta una expresión correcta aunque poco corriente. Él dice I would prefer not to, cuando la usual sería I would rather not. Ambas tienen la misma traducción al castellano, si bien los traductores le agregan un verbo y un pronombre (hacerlo), que la completan para hacerla más literaria (preferiría no hacerlo). En inglés es usual decir "preferiría no", sin un verbo al final.
Tanto G. Deleuze como G. Agamben se detienen en este punto.
G. Deleuze lo llama "la fórmula". Una de las interpretaciones que hace de dicha fórmula es que se trata de un intento de Melville de excavar en la propia lengua una lengua extranjera, o de introducir la psicosis en la neurosis inglesa.
Se trata de una expresión, verdaderamente lograda, que no es afirmativa ni negativa; según G. Agamben, no hay en la cultura occidental otra fórmula que mantenga tal equilibrio entre afirmación y negación, entre aceptación y rechazo.
Tiene otra particularidad: deja indeterminado lo que rechaza, no se refiere a ninguna cosa en concreto, al contrario, apunta más allá de cualquier objeto. De ahí procede su irreductibilidad.
Según la doctrina que Aristóteles desarrolla en La Metafísica, la potencia es tanto potencia de ser o de hacer, como de no ser o no hacer. La potencia de ser o hacer (la potencia “positiva”) se puede fundir (o confundir) con el acto en que se realiza; por lo tanto, la verdad de la potencia radica en la potencia del no. Bartleby, en tanto escriba que no escribe, constituye una figura extrema de la potencia en estado puro.
Para la escolástica existe la potencia absoluta, por ejemplo, la omnipotencia divina, Dios podría hacer cualquier cosa; pero la voluntad es el principio que pone orden en el caos de la potencia absoluta y le permite pasar al acto. Una potencia sin voluntad no puede pasar al acto. Dios no puede hacer lo que no quiere, aunque tenga la posibilidad; sólo puede hacer lo que quiere. La voluntad regula la potencia.
De hecho, la moral occidental está construida sobre la base de esta relación entre potencia y voluntad: hay una preeminencia de la voluntad sobre la potencia, que rige inclusive para Dios. Es la idea del hombre libre, dueño de sus actos, que se domina a sí mismo por medio de la voluntad. Esto es puesto en tela de juicio por el psicoanálisis porque el síntoma muestra que el hombre muchas veces hace lo que no quiere y no puede hacer lo que quiere.
Bartleby puede sin querer, se salta el orden de la voluntad y se sitúa del lado de la potencia absoluta, que es una potencia muerta, sin vínculos. Porque no se trata de que él no quiera cotejar o no quiera copiar, si él dijera “no quiero”, seguramente provocaría otra reacción en el abogado, a éste le sería más fácil oponerse a un “no quiero”. Él preferiría, su fórmula destruye la relación entre poder y querer, de ahí su carácter radical. Desde otra perspectiva, Bartleby es como un adelantado respecto de la moral de su época, en la medida en que puede sin querer, excediendo su voluntad y la de los otros; es el testimonio de un querer que no es consciente, que lo atrapa a él y, como hemos visto, atrapa al otro.

Rechazo de la alienación

Si quisiéramos hacer el diagnóstico de Bartleby, podríamos de decir, se trata de una melancolía. Pero estamos frente a un texto y un personaje que tienen unas resonancias que van más allá. Por su carácter de metáfora es posible tomarlo como alguien que representa un aspecto peculiar de lo humano, más allá de la estructura clínica de que se trate.
Lacan explica la alienación, una de las dos operaciones que dan cuenta de la causación del sujeto, por medio de la unión de conjuntos: es un caso particular de reunión que llama elección forzada. Forzada porque no se puede no elegir, y porque se trata de una elección que incluye siempre una pérdida, de tal modo que si se elige uno de los términos se pierde todo, y si se elige el otro, también se pierde. El ejemplo clásico es "la bolsa o la vida", si se elige la bolsa se pierde la vida (y también la bolsa) y si se elige la vida, se pierde la bolsa, es decir, se elige una vida sin bolsa. En el caso de la alienación se trata de la elección forzada entre el ser y el sentido.
Hay un caso particular, extremo, que muestra el factor letal inherente a esta operación, según comenta Lacan en Los Cuatro Conceptos. Esto ocurre cuando el enunciado mismo hace intervenir la muerte como una opción, por ejemplo, "libertad o muerte". Entonces se produce un efecto de estructura diferente: el "libertad o muerte" se transforma en libertad para morir, con cualquiera de las dos alternativas se elige la muerte. Bartleby ilustra este caso extremo. Se trata de un sujeto que rechaza entrar en el juego del Otro, que busca la libertad por fuera de la determinación que le impone el mundo en el que vive.
La constitución del sujeto supone la alienación al sentido y la separación de ese lugar, con la ganancia del poco de libertad que proporciona el deseo. Bartleby tal vez prefiriera no elegir, pero eso no es posible. Él prefiere nada antes que algo, hace del rechazo la forma de su deseo.
Desde la filosofía podemos decir "Bartleby no quiere", pero en nuestros términos, su posición ilustra el rechazo del deseo en tanto es algo que le viene del Otro. Más que un sujeto articulado al deseo es un sujeto que padece el deseo como una imposición del Otro. Su rechazo del deseo como respuesta al Otro pone en juego un deseo de nada en su forma más radical. Encarna la resistencia pasiva.
Como construcción literaria, se trata de un personaje original, paradigmático, de esos que dejan una huella que llevará su nombre para siempre. En ese sentido, Bartleby, con su búsqueda radical de la libertad se pone del lado de la pulsión, que es, como sabemos, pulsión de muerte. Entre el deseo, vital pero urticante y penoso, Bartleby escoge lo mortífero del goce. Y emprende un viaje sin retorno, porque una vez que ha pronunciado su frase, una vez que ha comenzado a transitar ese camino, la fuerza de la pulsión tiene una inercia que ya no le permite volver.
Bartleby se adelanta a su época y muestra, entre otras cosas, dos aspectos de una posición frente al deseo hoy en día muy frecuentes: el deseo como rechazo y la elección del goce en lugar del deseo. El sujeto que dice no a lo que le viene del Otro y, en la medida en que no puede hacer suyo el deseo, elige el goce.

Bartleby y el abogado

Al leer el cuento resulta sorprendente la relación que se establece entre ambos. El abogado cuenta la historia de Bartleby y sus propios pensamientos, sentimientos y vacilaciones a partir del encuentro con ese hombre tan singular. En cierto sentido, relata cómo se vio atrapado, dividido y cuestionado por el escribiente que él eligió y sentó al lado de su mesa.
El abogado no puede enfadarse con Bartleby, intenta comprenderlo, se siente comprometido en esa relación hasta el punto de que en lugar de echarlo, es él quien abandona el despacho.
Hay que tener en cuenta que el abogado elige a alguien cuya figura describe en estos términos: "pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada", lo sienta a su lado y, además, espera que pueda tener sobre sus empleados la influencia que él no tiene. El abogado lo elige por unos rasgos que podríamos llamar de "moderación", pero lo moderado se torna extremo y siniestro, y le produce pavor.
Al tercer día de estancia de Bartleby se desencadena el "preferiría no", que tiene dos tiempos: primero hay una negativa en relación a cotejar las copias, es decir, a tener cualquier tipo de confrontación. El abogado, en la medida en que acepta la imposición del copista, logra mantener en un cierto equilibrio.
Hay un segundo momento, que ya no encuentra equilibrio hasta el desenlace final, que comienza cuando descubre que Bartleby vive en su despacho. Esta vez el abogado se encuentra absolutamente dividido entre la piedad y el horror (horror por Bartleby y porque siente que, como esperaba en un primer momento, el escribiente está influyendo en los demás, pero no en el sentido benéfico que él deseaba). Dice "No sé cómo, últimamente, yo había contraído la costumbre de usar la palabra preferir. Temblé pensando que mi relación con el amanuense ya hubiera afectado seriamente mi estado mental". En este segundo momento es cuando Bartleby deja de copiar y ya sólo mira por la ventana.
Hay seres de una naturaleza primera, ángeles o demonios, y personajes normales, que obedecen a las leyes generales, y se necesitan los unos a los otros. Bartleby, ángel de naturaleza primera, pone en marcha la obstinación que lo lleva a la muerte. ¿Para el abogado? ¿Podría haber sostenido su posición sin el lugar que le da el abogado?
Ese "preferiría no" todavía está vinculado al Otro, es una respuesta al Otro, pero ¿Es un S1 que se dirige a un S2? ¿o es un enunciado no dialectizable?
Durante la estancia en el despacho del abogado algo se desencadena, el hombre desolado, lamentable e incurable emprende su viaje sin retorno comandado por la pura pulsión, el hombre devenido nada, vacío y fuerza. Lo sostiene una ley, podríamos decir, que ya no tiene en cuenta al Otro, que lo ha apartado definitivamente de la dimensión de la alteridad.
Traspasado un cierto límite, Bartleby ya no puede parar. Por su parte, el abogado que representa la ley, una ley pusilánime, queda desarmado y cuestionado. El escribiente y su enunciado tienen una fuerza tal que no nos permiten permanecer indiferentes en la medida en que tocan tanto el lado Bartleby como el lado abogado que todos tenemos.
Porque este pequeño texto nos muestra que el deseo inconsciente se impone al querer de la conciencia, que este deseo no es natural, que necesita del Otro para constituirse y por lo tanto es sintomático; y que la ley, el orden racional que organiza el mundo moderno, es impotente en relación al deseo.

Bartleby representa una lógica que no se puede reducir a la razón, una lógica que muestra la frágil línea que separa la vida de la muerte. Él se rige por su propia ley, sin tener nada más en cuenta. Como aquellas cartas que no encontraron destinatario, que perdieron su vínculo con el otro, Bartleby resuelve su relación con el mundo en su acto solitario y final, y termina realizándose en la muerte.

Graciela Sobral

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