domingo, 18 de abril de 2010

DE UN DIOS QUE RESISTE, por Gustavo Dessal



Presentación de Relatos sombríos. Historias mágicas, de Remy de Gourmont

(El Nadir Ediciones, Valencia 2009)

Todas las épocas han conocido charlatanes de variada procedencia. En la nuestra abundan aquellos que, envueltos en el manto de la pseudociencia, se dedican a propagar tonterías sobre el amor y la química del cerebro. Por ese motivo considero que el papel de la literatura es fundamental para salvaguardar un modo de concebir la subjetividad. Entre los muchos peligros que la acechan, debemos protegerla del reduccionismo a la fisiología natural. Cuando leemos a Hanna Arendt, y su profunda comprensión de la siniestra veneración del nazismo por el retorno a la naturaleza, no podemos menos que destacar una genial observación de esta pensadora: ¿por qué una teoría sobre lo humano se considera más científica cuando más pretende reducir el sujeto a su animalidad orgánica?

La editorial El Nadir no es solamente una política del buen gusto literario, sino también una forma de contribuir al combate contra las supercherías del cientificismo.

Relatos sombríos. Historias mágicas es un libro sobre Eros, que no es ni una glándula ni una hormona, sino un dios. Un dios caleidoscópico y perverso que lejos de imponer una forma definida y modélica del amor, admite diversas fórmulas. Es Eros quien domina las maléficas acciones morales de Primary (quien se contenta con hacer sangrar a las mujeres “metafóricamente”), Eros quien hace gozar a los senadores cuando en el medio de un fastuoso banquete brindan “por la salud de la Humanidad sufriente”, Eros el que empuja a Don Juan a intentar seducir a la muerte. Eros: el único dios que no será derrotado por el absolutismo científico.

Remy de Gourmont es mucho más que un gran escritor. Es, ante todo, un lúcido moralista, como lo fue también el Marqués de Sade. Los grandes moralistas (no olvidemos a Rousseau, a Rabelais) lograron percibir lo que Freud supo formalizar con la ayuda de sus conceptos: que la ética se sustenta en el goce, en los refinamientos y dobleces del deseo perverso, y que el bien pude no coincidir ni con lo razonable ni con lo conveniente. En este libro hallaremos una exhaustiva revisión de los fantasmas eróticos del varón y de de la mujer. Aunque variados en su policromía, tampoco son infinitos, y el autor (un auténtico precursor del microrelato) los atrapa con su maravillosa red de símbolos y metáforas. Recomiendo, por ejemplo, la lectura atenta de “Visión”, un cuento en el que desde la perspectiva de la mirada masculina, el objeto femenino nos es presentado como paradigma de la idealización más elevada, como representante de lo imposible e inalcanzable del deseo humano. “Mi cabeza se inclinó hacia los pies dorados, y al instante todo desapareció”, se lamenta el protagonista. “¿Te lo dije? -se exculpa la Visión. “De oro, de mármol, de carne, me desvanezco al mínimo contacto. Soy la Intocable, es decir, la Mujer”. De allí que algunos hombres solo puedan amar a la mujer en cuanto lo es Toda, espejismo que únicamente logra mantenerse a la distancia, como en el amor cortés. Cuando se toca, se disuelve. De allí la consabida costumbre masculina de adorar a una y tocar a otra.

¿Y qué sucede del lado femenino? Es desde el punto de vista de esta mitad del mundo que Gourmont hace gala de un exquisito poder de compenetración. Es capaz de hablar no simplemente de las mujeres, sino de pensar como ellas, introducirse en su piel, en los laberintos de sus emociones y sus fantasías. Una mujer no solo representa la absoluta alteridad para el hombre, el insondable misterio de un deseo sin nombre, sino que ella es también extraña para sí misma. Esa duplicidad de la mujer en cuanto al objeto de su deseo, está en ella mucho más enmascarada que en el varón. Pero al autor no se le escapa que, detrás de la presunta fidelidad femenina, toda mujer es esencialmente adúltera. No simplemente en el sentido literal, puesto que ellas han sabido desde siempre buscarse sus arreglos, sino en el hecho mucho más esencial de que su deseo se bifurca en todos los casos. Es así que Gourmont sabrá distinguir en el amante muerto (léase “El cirio adúltero”), en el fauno, o en los penetrantes copos de nieve, al íncubo las más de las veces oculto que a ella le es imprescindible para sostener la ficción de su sexo.

Porque si hay algo que el verdadero poeta sabe, y su saber es aquí la única y verdadera ciencia del amor, es que el deseo no es anatomía, ni fisiología, ni neurología. El sexo está hecho del mismo tejido con el que se fabrican las historias. Es por eso que los seres humanos pueden hacer el amor incluso a oscuras, pero jamás sin soñar.

Gustavo Dessal

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