sábado, 30 de octubre de 2010

La voluntad. Un cuento de Horacio Quiroga. Comentario de Miguel Ángel Alonso

Es un acierto que la editorial El Nadir haya incluido este cuento bajo el epígrafe de Raros matrimonios. Ni el título del relato ni sus primeras palabras referidas a la valía de un hombre, Bibikoff, sitúan el peso específico del cuento en la escena matrimonial. Sin embargo, en la lectura se nos impone un desplazamiento hacia ella, y más concretamente hacia el papel de la mujer. Tener en cuenta este desplazamiento posibilita la captación de la dimensión dramática del relato.

Cierto que el fondo del cuento lo conforma la obra de un hombre, pero más que esa obra, lo que capta la atención son los medios que emplea para llevarla a cabo. La aparente nobleza de una empresa relacionada con la consecución de una libertad, en realidad cede su carga afectiva para trasponerla sobre un hecho muy visible, la conversión de la mujer en el material y el medio para llevarla a buen puerto y el consiguiente sacrificio que ello supone para esta mujer.

Mi lectura se centra, por tanto, en la vertiente del sacrificio de una mujer, que, aunque puede parecer muy digno en relación al amor que ella parece sentir por el marido, ello no puede impedir que veamos el estrago del que es víctima en la relación con ese hombre. La mujer soporta el mandato de un imperativo –probar que se es libre en cualquier lugar— que, a toda costa, sostiene un tipo de hombre muy clásico, esclavo de una voluntad férrea, que precisa su obra para estampársela en el rostro a sus superiores, tipo firme, de carácter, poco afable, altivo, celoso, orgulloso, reaccionario.

Esta cuestión del imperativo, se impone como el resorte de la acción en su capacidad de desplazamiento de uno a otro protagonista.

No parece de gran trascendencia para el lector si el militar siente que consiguió o no su propósito de libertad, hasta diría que en nada le afecta. Pero hay otra parte del relato con el que nos sentimos profundamente conmovidos y que recoge todo el efecto dramático del mismo. Es la degradación de una mujer del amor a través de la candorosa identificación que lleva a cabo con los anhelos de su marido, haciendo depender su vida de la obsesión de él, hasta el punto de que no se distingue uno del otro, no hay ni una mínima distancia entre ellos, los deseos se confunden y viven una misma historia. El mandato del imperativo, entonces, se desplaza para caer de forma agobiante sobre una mujer que termina exhausta.

Parecen ilimitadas las concesiones que esta mujer está dispuesta a hacer. Entrega su ser hasta situarse en una posición casi de deshecho. Es un personaje irreconocible físicamente. El estrago se hace evidente cuando el cuento nos muestra, como contraste, la luminosidad de su aspecto recuperado, una vez que el marido marcha a la guerra y la voluntad imperiosa de éste cesa en su exigencia.

En un primer tiempo: “Vi a la mujer que salía en ese momento. Era una muchacha descalza, vestida de hombre... párpados demasiado globosos... la mujer debía entonces de hacerlo todo... levantarse cuando aún estaba oscuro... las caderas de una mujer de veinte años sometida a esta tarea duelen un poco y el dolor mantiene abiertos los ojos en la cama... El marido era muy celoso. Mal hecho, porque su mujercita con aquel pantalón y aquellas manos ennegrecidas... no despertaba otra cosa que gran admiración

En un segundo tiempo: “Una joven y muy elegante dama... Era ella, pero de los pies descalzos de la dama, del pantalón y demás, no quedaba nada... era un verdadero golpe de vara mágica... Pobre Bibikoff. No era de su mujer deschalando maíz de quien debiera haber estado celoso, sino de aquella damita que quedaba tras él, y que miraba todo con una beata sonrisa primitiva de inefable descanso

Y esto no es nimio en el relato ni en la vida. Cuando el amor se vuelve subsidiario de los imperativos, el terreno queda abonado al estrago. Esa mujer es el noble material que el tipo utilizó para llevar a cabo su obra. Si la voluntad de él parece enfermiza, la de ella parece teñida de aflicción, quizá por un amor que se diluyó en la ceguera de una férrea y obsesiva voluntad.

Como bien dice el relato, en una de sus frases finales, respecto a Bibikoff:

Ese fue su error, empleando un noble material para la finalidad de una pobre retórica

Miguel Ángel Alonso

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