jueves, 9 de diciembre de 2010

Amorcito de Chéjov; la lectura de MªJosé Martínez Sánchez

Nos encontramos hoy con un cuento de Chejov, del que Tolstoy afirmó que era el mejor de sus cuentos. Se trata de “Amorcito”, del que el autor se marchó en silencio y nos dejó a todos sin final. Así lo hizo el delicioso, sutil, y suave escritor ruso del que Gorki afirmó que, realmente, era un hombre bueno.

Con un humor discreto y una cierta dinámica, muy suya, el gran narrador ruso nos quiso advertir sobre múltiples aspectos del alma humana, siendo muy abundante en su obra el retrato femenino, muy bien dibujado, a pesar de que él mismo nos decía que “nadie sabe nada de la vida”.

Podríamos decir que Chejov fue el escritor del realismo, del naturalismo, y del idealismo juntos, pues en la deliciosa amalgama de sus historias caben, sin que nosotros nos demos mucha cuenta, todas esas denominaciones, pero sin excesivo ruido. Y así, en el cuento que nos ocupa, Chejov no parece alterarse ni enfadarse por nada. Sólo se va.

El cuento nos habla de la vida de una mujer, Olenka, un personaje muy simple, que necesita amor sin límites y tener siempre un hombre a su lado para sentirse viva. Es así que un día oye quejarse al pobre Kukin, de quien se enamoró enseguida por iden¬tificación. Luego vendrían Vasily, el maderero, al que sólo con oírle “ya lo quería tanto”, y luego el veterinario, que en realidad tiene su mujer de la que se había separado. Hasta aquí todo va bien y vemos que junto a ese simple personaje femenino pasan unos personajes masculinos que también parecen aparearse con ella con una facilidad y sencillez admirables. Y aunque nos sorprenda esa falta de “roce” en casi todas sus parejas, nos conformamos con la historia, pues todo podría ser, al no saber todavía lo que Chejov nos quería contar. Y el cuento se desliza por nuestro conocimiento sin mayores problemas. Pero quizá el autor lo tenía todo planeado, y tanto idilio, en parte simple y en parte poco contado, se quiebra cuando Sasha, el hijo del veterinario sueña en voz alta y pronuncia la frase terrible e inesperada del final: “Vete. No me toques”. Y así, de repente, en la última línea de ese cuento, que no sabemos cómo va a acabar, aparece la denuncia de un abuso sexual.

Y nosotros, que venimos de leer un dulce cuento lleno de humor, de placidez y concordia, nos encontramos con un retrato femenino que en este caso es una auténtica sorpresa.
Pero el cuento cumple maravillosamente su función, la de dejarnos una nueva y unitaria enseñanza sobre la conducta humana: Cualquier persona puede albergar dentro de su mente una actitud que puede ser dañina.

Así fue como Chejov nos demostró ser el escritor más humano de aquel momento cuando ya se anunciaba entre nosotros una literatura más des-humanizada que sólo se apreciase por sí misma, sin tener en cuenta su inspiración en las historias personales, ni lo que ella pudiera tener de influencia en los seres humanos.

Dicen que Tolstoy comentó en su día la posible idea de Chejov de humillar en el relato a esa figura femenina, pero que al ir desarrollando la historia, Olenka fue haciéndose tan sumisa y dependiente entre sus manos, que al escritor le invadió la piedad hacia ella y no la condenó.
Porque ¿podríamos condenar nosotros a la mujer que, según parece, abusaba del niño al que cuidaba como si fuera su hijo y por quien daría la vida? Chejov ha conseguido que no. La historia nos ha impactado, y por supuesto que condenaríamos la acción por ser una acción reprobable, pero que tal como nos la describe el autor, no sabríamos cómo juzgar, porque solemos tener de los abusos sexuales a menores otro tipo de información, que aquí es escasa, y porque con la simpleza Olenka nos hemos quedado desarmados.

Chejov, sabio contemplador de la vida y cuentista sin par, sale de la historia de puntillas porque siempre fue un gran defensor de la dignidad humana que aquí tampoco quiso romper.
Y para finalizar el cuento, pensemos que seguramente al llegar el padre del niño, se acabaría el problema, primero, porque el hombre tal vez vuelva a acostarse con Olenka, y segundo, porque seguramente el padre cumpliría con su papel de poner orden en aquella demasiado estrecha relación madre – hijo.

Y colorín colorado... esta historia se ha terminado, pero sin olvidar la enseñanza que Chejov, y todo cuento nos han querido dejar.


Mª José Martínez Sánchez

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