Quizá la brevedad del relato permite al lector un lujo casi irrealizable con otros textos más extensos: releerlo, no una, sino cinco veces. Ese fue mi caso.
Primera lectura:
Un cuento encantador. Oleñka, su protagonista, resulta entrañablemente ensoñadora, simpática, cultivando el amor, así sin más, en lo que le va ofreciendo la vida casi en forma casual. Un “cuentito” perfecto que nos hace sonreír, y nosotras, como lectoras, también extendimos nuestra mano afable para tomar la de ella y decirle: “Amorcito”.
Segunda lectura:
Interrogantes: ¿Posición femenina? ¿Es esto la femineidad? ¿Es esto ser madre, ser mujer? ¿Las madres, en posición sólo como madres, no sueñan que todo lo que aman es maravillosamente perfecto? ¿Cuántas mujeres semejantes conoce uno en el transcurso de una vida?
La inquietud se apodera de mi alma, algo se aprisiona en ella y se rebela. ¡NO! ¡POR FAVOR, NO! Esa pasión por la ignorancia es una desdicha. Sin embargo, a cuántas mujeres así se les perdona todo desvarío intelectual. ¿Cambiarían ellas algo del mundo?
Tercera lectura:
Sin embargo, hay algo en esta Oleñka que me recuerda a casi todas las madres del mundo.
Cuarta lectura:
¿Metáfora de la pequeña, mediana burguesía que vive tan a-históricamente, tan encantadoramente fuera del mundo que son los que fundamentan los peores movimientos fascistas, totalitarismos varios, movimientos de opinión que no argumentan nada y están plagados de prejuicios, lugares comunes y vacío intelectual?
Quinta lectura:
Chejov. Gran cuentista. Maestro de generaciones futuras. ¿Por qué podemos asegurar que este pequeño relato es un gran relato de la historia universal de la literatura rusa del siglo XIX? Porque el tiempo no deja de actualizar la verdad que esconde. En cada lectura surge un nuevo interrogante, el texto se nos hace más imprescindible, pasamos de la sonrisa al espanto, de la casi nada aparente descripción de sus protagonistas a escribir un ensayo político. Esa atmósfera tan humorísticamente encantadora de la vida de Oleñka, donde las cosas suceden sin más, traza una línea fronteriza en relación a “el perdón” por la ignorancia de ese no querer saber. ¿Perdonamos a Oleñka porque es mujer/madre? ¿Permitiríamos esa falta de “responsabilidad” en un sujeto masculino? ¿Sería éste tan “Amorcito”?
Dejo todas las lecturas que aún me faltan a ver si el mismo texto me da la respuesta a alguna de las preguntas.
Primera lectura:
Un cuento encantador. Oleñka, su protagonista, resulta entrañablemente ensoñadora, simpática, cultivando el amor, así sin más, en lo que le va ofreciendo la vida casi en forma casual. Un “cuentito” perfecto que nos hace sonreír, y nosotras, como lectoras, también extendimos nuestra mano afable para tomar la de ella y decirle: “Amorcito”.
Segunda lectura:
Interrogantes: ¿Posición femenina? ¿Es esto la femineidad? ¿Es esto ser madre, ser mujer? ¿Las madres, en posición sólo como madres, no sueñan que todo lo que aman es maravillosamente perfecto? ¿Cuántas mujeres semejantes conoce uno en el transcurso de una vida?
La inquietud se apodera de mi alma, algo se aprisiona en ella y se rebela. ¡NO! ¡POR FAVOR, NO! Esa pasión por la ignorancia es una desdicha. Sin embargo, a cuántas mujeres así se les perdona todo desvarío intelectual. ¿Cambiarían ellas algo del mundo?
Tercera lectura:
Sin embargo, hay algo en esta Oleñka que me recuerda a casi todas las madres del mundo.
Cuarta lectura:
¿Metáfora de la pequeña, mediana burguesía que vive tan a-históricamente, tan encantadoramente fuera del mundo que son los que fundamentan los peores movimientos fascistas, totalitarismos varios, movimientos de opinión que no argumentan nada y están plagados de prejuicios, lugares comunes y vacío intelectual?
Quinta lectura:
Chejov. Gran cuentista. Maestro de generaciones futuras. ¿Por qué podemos asegurar que este pequeño relato es un gran relato de la historia universal de la literatura rusa del siglo XIX? Porque el tiempo no deja de actualizar la verdad que esconde. En cada lectura surge un nuevo interrogante, el texto se nos hace más imprescindible, pasamos de la sonrisa al espanto, de la casi nada aparente descripción de sus protagonistas a escribir un ensayo político. Esa atmósfera tan humorísticamente encantadora de la vida de Oleñka, donde las cosas suceden sin más, traza una línea fronteriza en relación a “el perdón” por la ignorancia de ese no querer saber. ¿Perdonamos a Oleñka porque es mujer/madre? ¿Permitiríamos esa falta de “responsabilidad” en un sujeto masculino? ¿Sería éste tan “Amorcito”?
Dejo todas las lecturas que aún me faltan a ver si el mismo texto me da la respuesta a alguna de las preguntas.
Silvia Lagouarde
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