Dos cosas me llaman la atención en este cuento. Una, la falta de duelo absoluta, otra los sueños.
Chejov hace mención a los sueños de esta mujer. En un primer sueño, cuando está casada con el maderero, ella se despierta gritando. Es en el final del sueño, cuando los troncos, las vigas y los costeros se golpeaban emitiendo el sonoro ruido de madera seca. Todos caían y de nuevo se levantaban encaramándose unos sobre otros. Oleñka deja escapar un grito y se despierta mientras el marido le dice: ¿qué tienes, querida? Persígnate.
El horror de ella, el grito, lo deja escapar, precisamente, donde algo de su propia vida se le hace presente. Ella siempre se encarama, como estos troncos secos, a otro tronco, y todos caen como ella cae. Cada vez que cae uno de sus maridos, de nuevo se levantan encaramándose unos sobre otros.
Pero hay más sueños. En un segundo sueño aparece un patio desierto. Desierto como su propia vida. Cuando muere uno de sus maridos –da igual cual sea porque en realidad lleva la pérdida como estandarte—ella dice:
“Tengan piedad soy una huérfana”
¿Quién viene a consolarla? La gatita. Me resuenan tres cosas. Primero el hincapié que hace Chejov en las palabras del telegrama, que están equivocadas y son como risueñas. Segundo, las últimas palabras del cuento. Estén como estén traducidas, lo están de la misma manera en todo el cuento. Dice: “te voy a dar, vete, no me toques”. Este amorcito tan amorcito, es intocable. Precisamente, si hay algo que pasa con esta mujer es que nadie la toca. Y tercero, la otra palabra es vete. Cuando la gata la va a consolar ella le dice: vete, vete. Y realmente, trata al niño como a la gata. Pero Chejov también dice, cuando ella está casada con el veterinario, que hay que tratar a los animales y a sus enfermedades, como se trata a las personas. Y ella, en sus palabras, está tratando al niño con las mismas palabras que ha tratado al gato, al que no tolera.
Creo que en esto hay algo muy moderno, muy de moda actualmente y muy políticamente correcto –con lo de aberrante que tiene lo políticamente correcto. Y es que muchas personas se presentan como huérfanas de la vida, como víctimas, y la víctima tiene derecho a todo. Es decir, la víctima puede ser la más terrible de las personas.
Sobre el comentario que hicieron acerca de Bartleby, pienso que éste no permitía, de forma radical, que nadie se alojara, expulsaba al Otro. Amorcito también. Y sólo uno de sus maridos se lo dice, el veterinario, cuando le obliga a callarse diciéndole no digas lo que no sabes.
Algo me molestó en una primera lectura de este personaje. En la segunda lectura me preguntaba qué era lo que me molestó. Y es que esta mujer no amaba a nadie. Precisamente, el Amorcito era quién ella se consideraba para los demás. Realmente, ¿qué hay dentro de esta cáscara de amorcito? Me parece que hay es un ser vampírico. Me pregunto si los maridos no preferían la muerte a estar con esta mujer vampírica.
Graciela Kasanetz
Chejov hace mención a los sueños de esta mujer. En un primer sueño, cuando está casada con el maderero, ella se despierta gritando. Es en el final del sueño, cuando los troncos, las vigas y los costeros se golpeaban emitiendo el sonoro ruido de madera seca. Todos caían y de nuevo se levantaban encaramándose unos sobre otros. Oleñka deja escapar un grito y se despierta mientras el marido le dice: ¿qué tienes, querida? Persígnate.
El horror de ella, el grito, lo deja escapar, precisamente, donde algo de su propia vida se le hace presente. Ella siempre se encarama, como estos troncos secos, a otro tronco, y todos caen como ella cae. Cada vez que cae uno de sus maridos, de nuevo se levantan encaramándose unos sobre otros.
Pero hay más sueños. En un segundo sueño aparece un patio desierto. Desierto como su propia vida. Cuando muere uno de sus maridos –da igual cual sea porque en realidad lleva la pérdida como estandarte—ella dice:
“Tengan piedad soy una huérfana”
¿Quién viene a consolarla? La gatita. Me resuenan tres cosas. Primero el hincapié que hace Chejov en las palabras del telegrama, que están equivocadas y son como risueñas. Segundo, las últimas palabras del cuento. Estén como estén traducidas, lo están de la misma manera en todo el cuento. Dice: “te voy a dar, vete, no me toques”. Este amorcito tan amorcito, es intocable. Precisamente, si hay algo que pasa con esta mujer es que nadie la toca. Y tercero, la otra palabra es vete. Cuando la gata la va a consolar ella le dice: vete, vete. Y realmente, trata al niño como a la gata. Pero Chejov también dice, cuando ella está casada con el veterinario, que hay que tratar a los animales y a sus enfermedades, como se trata a las personas. Y ella, en sus palabras, está tratando al niño con las mismas palabras que ha tratado al gato, al que no tolera.
Creo que en esto hay algo muy moderno, muy de moda actualmente y muy políticamente correcto –con lo de aberrante que tiene lo políticamente correcto. Y es que muchas personas se presentan como huérfanas de la vida, como víctimas, y la víctima tiene derecho a todo. Es decir, la víctima puede ser la más terrible de las personas.
Sobre el comentario que hicieron acerca de Bartleby, pienso que éste no permitía, de forma radical, que nadie se alojara, expulsaba al Otro. Amorcito también. Y sólo uno de sus maridos se lo dice, el veterinario, cuando le obliga a callarse diciéndole no digas lo que no sabes.
Algo me molestó en una primera lectura de este personaje. En la segunda lectura me preguntaba qué era lo que me molestó. Y es que esta mujer no amaba a nadie. Precisamente, el Amorcito era quién ella se consideraba para los demás. Realmente, ¿qué hay dentro de esta cáscara de amorcito? Me parece que hay es un ser vampírico. Me pregunto si los maridos no preferían la muerte a estar con esta mujer vampírica.
Graciela Kasanetz
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