viernes, 24 de diciembre de 2010

Amorcito: La falta de huella. Por Gustavo Dessal


Creo que ha sido un acierto escoger este cuento para comentar en la tertulia. Su maravilla consiste en la multiplicidad de lecturas que admite. Y es muy difícil decir que una sea más válida que otra. Esa es la potencia del cuento y la potencia del autor.

Hice dos lecturas. En la primera encontré una pobre señora, en la segunda, al igual que le ocurrió a Graciela Sobral, también me surgió Bartleby. Pensé que Amorcito era una contracara de Bartleby.

Vamos trazando un recorrido en torno al cuento. Empezamos con las intervenciones de Alberto y Miguel viendo los elementos universales de la condición humana, y ahora vamos avanzando hacia lo particular. En ese avance estamos escuchando matices, elementos no solamente subjetivos, sino también históricos, a los que hizo referencia Ignacio Castro en su comentario. Es verdad que en este cuento encontramos una cierta anticipación de ese tono de vacuidad que caracteriza nuestra época. Esa atmósfera de vacuidad donde se puede cambiar de discurso todo el tiempo, porque en realidad todos son sustituibles.

Ioana calificaba la frase final como perversa. También María José Sánchez, en su comentario publicado en el Blog, toma esa interpretación, sacando la conclusión de que hay un lado perverso. Yo tengo mis dudas. Intenté encontrar la versión en francés, pues los franceses son muy buenos traductores del ruso –ha habido siempre una conexión de lenguas entre Francia y Rusia—pero no la pude encontrar. Porque la frase varía mucho según las traducciones. La frase en inglés dice, más o menos, lo siguiente: “Quita, no fastidies que te doy”. Pero lo que observo, y me parece muy enigmático, es que en el texto, el niño, cuando le habla a Oleñka, le habla de usted, sin embargo en esa frase final le habla de tú. Sinceramente, no sé a quien se dirige el niño, no puedo sacar una conclusión. Es un punto enigmático. Se necesitaría una precisión mayor sobre lo que Chejov escribió. No sé si se está defendiendo de ella, si se está peleando con un niño. No lo sé. En mi primera lectura creía que era ella la que soñaba, en una segunda lectura me parece que no, que es el niño el que sueña. En la versión inglesa queda claro que es el niño el que sueña y pronuncia las palabras. Entonces, la interpretación de la última frase como perversa, me parece legítima, pero yo no capté eso porque, insisto, no termino de comprenderla bien.

Pero hay otra cuestión muy curiosa. Al principio, Oleñka también me parecía una persona que tomaba del Otro todo, que todo lo incorporaba, todo se le pegaba, y que cambiaba de discurso tan pronto como cambiaba de objeto. Después empecé a darme cuenta de que había algo peculiar en la manera en que Chejov construye este personaje. En realidad, a ella no le importa perder ninguno de sus objetos amorosos, es rapidísimo como encuentra otro. No hace ningún duelo. ¿Realmente ha amado a alguno? ¿Es amor?

Ahí enganché con otra cuestión, un detalle muy interesante. Cuando ella está en pareja con el señor de la madera, alguien le pregunta si van a ir al teatro. Su contestación es que ellos no están para perder el tiempo en esas cosas. En ella no queda huella de nada, no se inscribe nada. Ella repite todo, pero es una aparente identificación. No se identifica al discurso de nadie, repite pero nada deja huella. Ella dice, pero no entra en conflicto con lo que pudo haber dicho meses atrás, porque no hay contradicción, porque no hay una huella dejada por la palabra del Otro. Es una cosa muy impresionante.

Me parece que no hay que caer en la tentación de reducirla a un tipo clínico. No digo que no existan tipos clínicos así, pero, a diferencia del memorioso Funes, que no puede olvidar nada, Oleñka no registra nada. Nada se inscribe en ella. Y esto es una verdadera creación, algo único. No sé si Chejov pretendió aventurar con este personaje una visión de lo que sería el sujeto moderno un siglo más tarde. Tomando la metáfora de Ignacio Castro en su comentario, avanzamos en la neblina y cuando miramos para atrás vemos todo claro, pero no es tan seguro de que tengamos las cosas tan claras cuando avanzamos. No sé si Chejov tenía alguna intuición de lo que venía pero, como après-coup, uno puede ver en esa falta de toda huella, en eso que nada deja, una anticipación de lo que hoy es, de alguna manera, nuestra experiencia cotidiana: el hombre moderno en el que poco a poco se extingue la facultad de la memoria, porque el lenguaje se ha vuelto vacuo y fugaz, y va perdiendo la potencia de marcarnos, de dejar una huella duradera.

Gustavo Dessal

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