jueves, 24 de marzo de 2011

Lógica y naturaleza de la exclusión en El Elfo Patata de Nabokov. Por Miguel Ángel Alonso


Unas palabras de Dmitri Nabokov, el hijo de Vladimir Nabokov, incluidas en el prólogo de los Cuentos completos de la edición de Alfaguara, me permiten asentar una reflexión que se había decantado en mi lectura de El Elfo Patata. En ellas expresa una posición presente en gran parte de los cuentos escritos por su padre:

“... quizá el tema más profundo y más importante, constituya o no el nudo temático principal o aparezca como motivo subalterno, sea el desprecio absoluto de Nabokov por la crueldad –la crueldad de los humanos, la crueldad del destino...”

Estas dos vertientes de la crueldad, sin duda presentes en El Elfo Patata, se ponen en juego a través de diversos elementos situados en el ámbito de lo cómico y en la naturaleza de la exclusión social, la segregación, la desinserción y la dominación. De diferentes maneras, encontramos a los protagonistas soportando su precariedad frente al otro.

Desde el punto de vista del protagonista Frederic Dobson, dos son los aspectos dignos de análisis, la máscara y la persona porque, encarnando el papel cómico, conjuga a la vez el padecimiento humano y la dignidad que para sí reclama lo diferente.

Lo cómico es un elemento privilegiado en el relato, desde el mismo título hasta la apoteosis final del cuento, que no es sino una apoteosis de goce. La imagen grotesca se enfatiza como contraste respecto a los cánones identitarios. De esa manera, Fred convoca las miradas y provoca la risa del otro –su abismo. La nariz de Fred se hace más grande y cómica nombrándola como sonora patata. Y su cuerpo un oximoron, lo más visible pese a su tamaño diminuto, concitando las miradas.

Desde este escenario, se puede tomar El Elfo Patata como un medio para mostrar aspectos morales consustanciales a la existencia.

Una primera particularidad. Si bien lo cómico suele estar al servicio de producir la risa del lector, en este relato sólo aparece en el interior del mismo. Difícilmente la imagen del protagonista puede movernos a risa. Por el contrario, parece contener la misma estructura de la tragedia. Una ficción que, por serlo, nos distancia de la realidad para conmover los sentimientos más profundos de los lectores que, al identificarse con algunos aspectos del protagonista principal, producen una catarsis de sus propios sentimientos y afectos, una purificación, pues los extrae, los arranca de ese lugar donde, quizá, estuviesen adormecidos.

Y es que la comicidad está puesta al servicio de la lógica de la exclusión y de la segregación, cuya naturaleza tiene que ver con los goces. Podemos decir que lo cómico es una estructura perfecta para acoger el conflicto de los goces, es decir, para caricaturizar y ridiculizar al otro, cuyo goce es diferente del goce universal. Fred Dobson, por no pertenecer a una universalidad, es decir, a la comunidad de goce que identifica a los seres de una comunidad, no tiene otro remedio que, después de transitar por una efímera felicidad que le hace creerse acogido por el otro social y familiar, finalmente ha de retirarse a un aposento para vivir, de forma clandestina, una obligada marginación. Es la vivencia de su posición precaria respecto a los otros.

Pero es curioso observar como esa exclusión se encuentra también en el lugar de acogida familiar, ese espacio que pareciera rechazar la exclusión. Fred llega allí tras haber sido significado por una expresión obstinada: “Lo que necesitas es una enana”. Es decir, no hay lugar para él en el terreno de la normalidad sexual, pese al encuentro con Nora. Es, por tanto, un proscrito hasta para la normalidad que dice acogerlo. Pero no sólo la exclusión se encuentra en el lugar familiar, también en el mismo Fred, cuando rechaza a la enana, y manifiesta el asco que sintió al bailar con ella. Lo cual hace pensar que la exclusión se acomoda a todos los protagonistas.

En cuanto a la lógica y naturaleza de la exclusión, hay que decir que sólo puede sostenerse en lo que rechaza. Lo rechazado, en realidad, se mantiene en una relación de exclusión interna a lo identitario, a lo común. Lo rechazado tiene esa condición por estar dentro de aquello que lo excluye. Fred ilustra bien esta lógica al situarse como clandestino dentro de aquello que lo proscribe.

En la segregación que ha de padecer Fred se da un mecanismo que me parece digno de tener en cuenta. Es el contrario de toda sublimación. El protagonista pasa de sujeto –en la narración que se hace de su infancia— a objeto. Es el objeto del goce de todos los otros que circulan por el circo y por la vida. Ser objeto propicia, en este caso, traer a escena la estructura perversa. Se exprime al sujeto, considerado ahora nada más que como objeto del goce, se le va haciendo cada vez más pequeño, más reducido para alcanzar no se sabe qué cosa, lo cual se traduce en la entronización de la muerte. ¿No evoca la estructura de la perversión sádica?

El objeto cómico rodeado por el clamor de las risas. Fred es la fuente del goce para esa hermandad a la que pertenecen todos en la horrible escena final. Un canon de goce al que progresivamente se van incorporando las voces que se paran al unísono ante las palabras finales de Nora, palabras sin conmiseración, palabras nuevamente de desprecio. Ni la inscripción simbólica como padre le fue permitida a Fred. Es lo que acentúa, todavía más, su rasgo de excluido. Deambuló por el amor y por la paternidad. A ninguno de esos lugares simbólicos se le permitió el acceso.

¿Dónde situar un mínimo de dignidad? En un contraste que se hace patente una vez terminada la lectura del cuento. Es el contraste entre el comienzo y el final. En realidad, el comienzo es posterior al final, pues el testimonio está escrito una vez muerto Frederic Dobson. En ese comienzo se rescata al protagonista de la exclusión de la que fue objeto. Podemos decir que el comienzo del cuento restituye un lugar de humanidad para el protagonista.

Porque en el comienzo, un narrador omnisciente habla en pasado para escribir un homenaje in memoriam de Frederic Dobson, el verdadero nombre del protagonista, lo cual, de entrada, elimina cualquier atisbo de comicidad sonora y de exclusión. Por el contrario, se le da un estatuto de sujeto rescatándolo del objeto. Y porque además, en ese mismo comienzo se nos enseña cómo el destino de un ser humano depende de cualquier contingencia. Mínimas contingencias que, de forma dramática, pueden ubicar a un sujeto en el interior de un grupo humano, o ser excluido de él. La broma del padre es la contingencia que le dio un cuerpo.

En definitiva, lo cómico, lo grotesco, el goce, lo dramático, forman un cóctel verdaderamente explosivo en El elfo patata. De la comicidad gozosa hemos pasado al drama, pero a poco que reflexionemos, no haremos sino detenernos, cabizbajos, en lo grotesco de la estupidez humana. En realidad, si pensamos nuevamente en las palabras de Dmitri Nabokov evocadas al principio de este artículo, El Elfo Patata parece estar escrito para propiciar una verdadera catarsis en el lector, de sus sentimientos y afectos, al ilustrar en una ficción, situaciones que sin duda habrá visto, con seguridad y en abundancia, en cualquier escena de su vida cotidiana.


Miguel Ángel Alonso

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