Desde hace tiempo, indagar sobre el vínculo entre el lector y sus lecturas desde una mirada psicoanalítica me moviliza a investigar. ¿Dónde radica la importancia del leer para el psicoanálisis? A partir de mi propio recorrido, se me ocurrió lanzar el Taller on-line: La aventura de leer, desde el psicoanálisis.
Parafrasear a Jacques Lacan en su aseveración del psicoanálisis como una aventura única, me pareció a la vez tanto un desafío como una vía y asimismo, un indicio a fin de lanzarnos a nuestra propia aventura de leer, desde el psicoanálisis.
En tanto aventura única, el psicoanálisis constituye un trabajo multiplicador. La propuesta apunta a bucear en lo referente a la lectura propiamente dicha, dejando abiertos ciertos interrogantes que iremos desplegando en una labor de ida-y-vuelta con los participantes e invitados sorpresa. Ineludibles, un manojo de preguntas operan al modo de disparadores: ¿Qué es leer? La lectura creativa. ¿Qué leer? ¿Cuál es la importancia del leer en psicoanálisis? ¿Existe la vocación de lector? ¿Qué nos atrapa de la lectura? ¿Tenemos nuestro propio estilo para leer? ¿Leer todo lo que esté a nuestro alcance? ¿Leer en transferencia? ¿Cómo transmitir el deseo de leer? ¿Cómo organizar el material, dónde y cómo buscarlo? Las bibliotecas, nuestra biblioteca. Formalizar nuestra búsqueda, saborear el tema, adquirir estrategias, darle todas las vueltas necesarias a los textos hace al trabajo de producción.
Mientas buscaba un título para el Taller, leí que Lacan en el Seminario 10 La angustia dice: La ficción literaria provee de una especie de punto ideal. Cabe preguntarse: ¿Un punto ideal para qué? Y afirma: Eso que hace al psicoanálisis una aventura única es esta búsqueda de la agalma en el campo del Otro. Psicoanálisis, aventura, búsqueda, intercambio, deseo, ficción, leer... y así nació: La aventura de leer, desde el psicoanálisis.
A poco de andar, uno puede percatarse que no tiene nada de ingenuo el preguntarse por el “leer”.
Al terminar su libro, Variaciones psicoanalíticas sobre un tema de Mahler, Theodor Reik nos advierte que, como acostumbraba afirmar el propio compositor, la parte más importante de la música, no la encontramos precisamente en las notas.
Siguiendo esta línea, empezamos a darnos cuenta que la parte más importante de leer, no la encontramos precisamente en pasar la vista por algo escrito interpretando los signos (como explica la definición del diccionario).
El término leer nos hace cosquillas, parafraseando a Lacan en el Seminario 20, Aún sobre la cultura. ¡Qué bueno! Porque estas cosquillas nos sacuden, abren preguntas y mantienen despierto nuestro interés.
Descubrimos que existen varios modos de leer pero por sobre todo, descubrimos que mucho más se dice del leer poniéndolo en práctica. No hay una lectura verdadera ni absoluta, lo que sí hay son puntos de vista: el ojo de la lectura. Y como somos sujetos, cada lectura está atravesada por la subjetividad y la historia de cada quién.
A modo de ejemplo, me gustaría tomar lo que estuvimos trabajando recientemente sobre la lectura creativa.
La lectura es siempre particular, para mí es un acto del sujeto, a quien me gusta llamar para estos fines: sujeto lector. El sujeto lector es aquel que se deja sorprender, el que se enfrenta decidido al juego de la búsqueda y del encuentro. Aquel que no se deja apabullar ante un nombre famoso de un autor o un título transformado en el best-seller de turno. Freud mismo no se detuvo ante la lectura de las dificultades, de los límites del psicoanálisis. Sin olvidar el modo lacaniano para leer, que bien podríamos relacionarlo con la lectura creativa; un lector que confronta, que polemiza con otras lecturas demostrando la incidencia de la lectura en la práctica psicoanalítica y la formación del analista. Hay diversas lecturas posibles pero también distintas formas de leer; entiendo que no es lo mismo leer por placer que leer para traducir, para estudiar, para investigar, para hacer una crítica, etc. y resulta importante marcar estas diferencias revisando el caso por caso.
Ahora, si nos encontramos hablando del concepto de “lectura creativa” es porque evidentemente hay un giro en la concepción actual del lector y la posición subjetiva en el acto de leer. Ese cambio de posición en el eje autor-texto-lector, para mi también se relaciona desde el psicoanálisis al sujeto del inconsciente. Resumiendo, podríamos nombrar tres etapas a lo largo de la historia: la preocupación por el autor (romanticismo y siglo XIX), luego vino el interés exclusivo por el texto (s. XX) y en la actualidad (s. XXI), el foco se encuentra en el lector. Nadie, por fortuna, sabe cómo sigue!
A partir de otras lecturas y lo que se fue trabajando en el intercambio del Taller, es que se me ocurrió invitar a Gustavo Dessal a participar de nuestro debate. Con él enlazamos la lectura creativa, la impresión de nuestras primeras lecturas y desde el escritor, la escritura creativa, lo ficcional. Sin olvidarnos que leer / escribir son dos polos de la misma operación. Los invito ahora a ustedes, lectores del blog, a compartir parte de nuestra experiencia con el anhelo de que la aventura continúe...
- Viviana: Si pensamos que leer y escribir son dos polos de lo mismo, te pregunto a vos como psicoanalista y escritor, ¿qué efectos de lecturas descubrís a la hora de escribir? Desde tus primeras lecturas que hayan marcado algún momento de tu historia, hasta tu formación como analista.
Gustavo: La lectura. Desde la infancia, la lectura me ofreció un refugio. Abrir un libro, sumergirse en una historia, era (y sigue siendo hasta la actualidad) un modo de escapar al desasosiego de la vida, a los pequeños o grandes infortunios. Una manera de doblegar la angustia, de apaciguarla con el encantamiento de un relato, de remontar vuelo y alejarse por un instante de aquello que nos atormenta. Muy pronto el aprendizaje de la lengua inglesa me puso en contacto con los grandes escritores: London, Conrad, Saki, Saroyan, Chesterton, Melville, Maugham. Ellos me enseñaron la base de la escritura. Es difícil distinguir qué es lo que cada uno me ha dejado, pero sin duda todos ellos confluyeron en algo común y definitivo: mi admiración por el cuento, el género que considero el más perfecto, el que requiere el concurso de todas las fuerzas de la imaginación y la minuciosidad del artesano. Un buen cuento, incluso solo uno, puede justificar por sí mismo a un escritor. Si acaso Borges no hubiese escrito nada más que El Aleph, habría bastado para hacer de él alguien excepcional.
Freud no tardó en reconocer que el psicoanálisis indaga en el territorio que los escritores y poetas han transitado primero. En mi caso, como no poseo el genio, me valgo de mi relación con el psicoanálisis para entrar en algunas regiones que de lo contrario me estarían vedadas.
Viviana: ¿Cuál es para vos el fino límite que separa lo ficcional de los acontecimientos? ¿Lo verdadero de lo verosímil? Incluso cuando creás tus personajes, ¿qué procedimientos se ponen en juego a la hora de escribir ficción? Por ejemplo, en tu libro Clandestinidad los personajes centrales bien podrían ser reales, personas que cuentan su historia atroz verificable y nada más, pero esto no es así. No es un relato llano sin embargo, al leerlo nos metemos en un mundo ficcional que nos atrapa. Nos confronta con el mal, con un sujeto vaciado que parece ser puro semblante.
Gustavo: "La vida tiene vocación de cuento", dijo una vez Manuel Rivas, el escritor gallego. Cómo no habría de tenerla, si el ser humano es la única criatura que vive en el interior de una ficción, irremediablemente. No podría sobrevivir fuera de ella; más aún, ni siquiera podríamos concebir la existencia de un sujeto sin incluirlo en esa ficción, como un personaje que se desconoce a sí mismo, y que representa un guión que no ha escrito. Los griegos creían que eran los dioses los que escribían la historia de nuestro destino, y no estaban muy alejados de la verdad. Podemos llamarlo de otro modo: el inconsciente, el deseo del Otro, pero en el fondo se trata de lo mismo. La literatura entraña una dificultad añadida: para atrapar al lector, es preciso despertar en él la "fe poética", convencerlo de que acepte ciertas reglas, que acate la lógica que el relato le va a proponer. Si lo conseguimos, entonces nos seguirá dócilmente, y aceptará incluso lo imposible sin rechistar. Para retomar tus términos, el lector quiere que volvamos verosímil la verdad. La gente se muere a cada rato, de mil maneras diferentes. Pero en una novela, el personaje no puede morir de cualquier forma y a cualquier hora. Su muerte está al servicio de una causa, y el escritor es el dios que debe saber cuándo enviar el ángel que acabará con su personaje. Si no lo hace en el momento preciso, entonces el lector no se lo cree.
Si el protagonista de Clandestinidad fuese una persona real, tal vez no tendría todos lo rasgos del personaje, ni actuaría de modo idéntico. Quizás sería difícil encontrar a alguien que respondiese exactamente a sus características, al menos que las poseyese todas. Sin embargo, uno cree en él. Cree en su existencia. Puede despertar un odio tan intenso como si fuese el retrato de alguien real. Eso es la literatura. Se parece al mito del Golem, solo que en lugar de barro se emplean palabras para fabricar seres e insuflarles el aire de la vida.
Viviana Rosenzwit
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