Es curioso, debo confesarles que en este final de curso hay algo que insiste. Elaborando este comentario para ustedes, tomé conciencia, debo decirlo así, ya que hasta ese momento no había reparado en ello, las motivaciones inconscientes gobernaron la situación, de que hay algo que se repite en la temática de los dos relatos elegidos para cerrar este curso que decidimos dedicar al cuento. ¿Cómo podría formularlo?
Tanto en el relato que elegimos para la reunión de hoy, como en el de Borges que vamos a plantearles para nuestra última cita del mes que viene, trataremos de la zozobra del varón. ¿Y qué es lo que en el varón tiene el privilegio como agente desencadenante de dicha zozobra? Todos ustedes lo saben, ya lo hemos indicado en reuniones anteriores; la principal zozobra del varón es la mujer.
Sin lugar a dudas, la mujer goza de ese privilegio, pero no piensen que al decir privilegio se trata de algo a lo que la mujer debe llegar o tiene que alcanzar, piénsenlo más bien como un lugar, o como una posición, que en ningún caso es la posición de todas las mujeres. Se trata de un lugar que responde a una lógica que pone a prueba la capacidad del varón para transitar por unos dominios que no le son habituales, de los que su propia lógica viril lo resguarda, y a los que no quiere verse enfrentado sabedor de los tropiezos que le provoca, aunque debamos hacer la salvedad que contradice al dicho popular y afirmar que no: ¡todos los hombres no son iguales!
Que todos los hombres no son iguales es algo que también sabe Salinger. Él, que llegó a convertirse casi en un anacoreta, vaya usted a saber si en parte como consecuencia de todo esto, de andar huyendo de la mujer dejando por el camino varios matrimonios rotos, no obstante, su pluma dibuja dos hombres aparentemente bien distintos en este relato que tiene la originalidad de constituirse esencialmente en el contenido de una llamada telefónica. Verdaderamente como hombre de los detalles, este cuento es finalmente mucho más que una llamada de teléfono, porque hay otra escena previa a la invasión que esta llamada produce: una pareja en la cama, una pareja formada por un hombre y una mujer. Así que no todos salen corriendo, afortunadamente hay algunos hombres, quizá un poco locos o probablemente inconscientes, que se meten en la cama con ellas.
Se dan cuenta que trato de huir de las generalizaciones, en parte es el espíritu de este espacio; una reunión tras otra observamos cómo lo múltiple emerge en forma de comentarios, lo múltiple presente incluso en los comentarios con los que encabezamos la reunión: Miguel y yo jamás hemos preparado el inicio de ninguna de estas reuniones de manera conjunta, y sin embargo siempre hablamos de cosas distintas, incluso en algunas ocasiones nuestras interpretaciones han sido casi opuestas, pero esta es la filosofía de esta tertulia, lejos del ansia por cerrar acuerdos, buscamos dar lugar al “cada uno”, ofrecerles la palabra a ustedes para que todos podamos apreciar el efecto que la diversidad de pensamientos ejerce sobre el relato, y esto es muy enriquecedor, porque no hay una sola manera de leer a Salinger, a Chéjov o a Melville, no existe una única manera de leer la ficción literaria, hay la de cada uno, desde la ficción propia, que es la que dispone la interpretación que después haremos del texto correspondiente.
Huir de las generalizaciones es también una manera de descompletar la posibilidad de la interpretación Una, la única interpretación, para proponer la interpretación por aproximación, un estilo de interpretación que por sí misma no satura todas las resonancias que un texto puede ofrecernos. Por lo tanto, dar lugar a la “otra” interpretación nos aleja de la generalización y produce cierto efecto de ambigüedad más afín a nuestra naturaleza de sujetos, lo cual no impide que, según los casos, siempre y en toda ocasión este desafío de lo Uno resulte sencillo de soportar, pero esto es lo que constituye una tertulia. Una tertulia dominada por la presencia de las mujeres, con las que algunos pocos, seguramente un poco inconscientes, estamos dispuestos a conversar.
Pero si hablamos de ambigüedad, Salinger es el escritor adecuado, y este relato en concreto abunda en lo ambiguo, es adonde apunta, juega con ello, y es ahí donde el autor parece divertirse, porque efectivamente este tipo de cuento es el que pone a prueba la ficción de cada uno, no tenemos más remedio que ponerla en juego porque la historia que nos cuentan tiene ese objetivo, sacar a relucir algo propio, nuestros propios recursos para interpretar el texto. Digo esto porque este relato promueve la ambigüedad, lo tomo por una cuestión que seguramente se le ha planteado a muchos de ustedes, algunos habrán podido contestarla, otros quizá no lo tengan tan claro. ¿La mujer que está en la cama con el hombre de pelo cano es la mujer del Otro? No voy a contestarles directamente con monosílabos, permítanme seguir el carácter del relato y otorgarme cierta dosis de ambigüedad.
En primer lugar, y más acá de esta respuesta, no todo el relato se consume en interrogarnos acerca de esto; Salinger también quiere darnos algo más a ver a través de ese formato tan peculiar de la llamada telefónica, peculiar no porque no hayamos leído conversaciones telefónicas en la ficción literaria, es bastante habitual, sino porque esta conversación ocupa el relato de cabo a rabo, casi no hay lugar para nada más que la conversación de estos dos hombres que parecen ser socios además de mantener algún tipo de relación de amistad. Este escenario nos permite observar las diferencias entre uno y otro, y para el caso, es Arthur, el hombre que efectúa la llamada, el que se retrata más decididamente, quizá involuntariamente, quizá como consecuencia de la angustia, o porque su carácter lo dicta de esta manera; en cualquier caso, el lector consigue una imagen bien visible a través del trance que este hombre está atravesando, da sus características como personaje.
Para ello, contamos con multitud de detalles. Ya sabíamos por la lectura de “El Guardián entre el Centeno” que Salinger es un enamorado de las pequeñas cosas, de esas que parecen no tener importancia, que son dichas como al pasar pero que encierran en su singularidad la esencia de un pensamiento. En aquella obra, los que han tenido la oportunidad de leerla recordarán que deliberadamente el autor esconde o sitúa en un segundo plano la muerte del hermano del protagonista, que es un hecho crucial para pensar el trance de nuestro joven Holden Caulfield. Lo esconde y lo muestra, está ahí por si queremos tomarlo, y con nuestro relato de hoy se trata del mismo ejercicio.
Podríamos decir que esos detalles son bien visibles si de lo que se trata es de analizar la relación que Arthur establece con la mujer, o al menos con esa mujer, su mujer Joanie, y ello es cierto: Salinger sabe que en la elección de la pareja por parte de un hombre y en las características de la relación que se mantiene con ella, dicho hombre deja a la vista, con Arthur de manera clara, los significantes que comandan su discurso y que nos llevan a la pregunta de qué es lo que une a Arthur con Joanie, pero sobre todo, lo que queda bien visible es la manera en que la lógica que comanda el pensamiento del macho, su lógica viril, fracasa a la hora de abordar lo ilimitado intrínseco a lo femenino.
Quiero decirles que todas fracasan, porque aunque no todos los hombres son iguales, la lógica que gobierna al macho tiene esa deriva característica que preside lo Uno y que no comulga de lo otro, que no encaja bien la diferencia que propone lo femenino, y eso lo vemos de forma clara en el texto de hoy, porque Salinger nos pinta la zozobra de un macho que trata de gestionar esta diferencia a través de la posesión, la mujer como posesión del hombre, y la contrapartida que ello tiene, la amenaza de perderla aparece en cada esquina. Joanie es un objeto entre los bienes que Arthur atesora, objeto que podrá perder en brazos de cualquier ascensorista, prácticamente en brazos de cualquiera, todos tienen algún atractivo según deduce de lo que ella piensa. Leo la posesión hasta en el título: …verdes mis ojos, que son en realidad los de ella.
Pero para dibujar la posición de Arthur no es suficiente con plantear todo esto; el hombre que yace con la mujer en la cama decide darle un giro al diálogo e introduce un corte seco en la conversación que mantienen ambos; empieza a preguntarle por el trabajo. Aunque es un corte que tiene sus consecuencias, también es cierto que se plantea como oportunidad para mostrarnos cómo es Arthur en otro ámbito, para dibujarnos la posición de este sujeto; cómo se comporta alguien que padece una crisis de angustia porque su mujer se retrasa a la hora de regresar a casa. Arthur es alguien que no se pregunta nada, todas sus preguntas van dirigidas al otro. Aquí reviste especial interés la interpretación que deja caer el texto, está en boca del hombre de pelo entrecano pero en realidad es Salinger el que nos dice “ …animales somos todos”, y que Arthur de manera tan vehemente niega; él será un engañado, un estúpido, viene a decirnos que está dispuesto a seguir a su fantasma hasta donde este lo quiera llevar, pero no un animal. En todo caso un débil, y esta versión ya ven ustedes que no está tan mal, porque le permite dar un giro a su propio discurso y empezar a enumerar los motivos que lo unen a Joanie, los recuerdos del enamoramiento, toda una serie de cosas que llevan implícito lo que engancha a este hombre con esta mujer, un cierto reconocimiento de que algo le une a ella, y esto no desaparecerá marchándose al ejército ni cortándose aquella parte del propio cuerpo.
Es una verdad que conviene saber ésta, la de que las parejas se anudan por determinaciones inconscientes, no se trata de decisiones voluntarias ni conscientes, y el significante “débil” puede tomarse desde ahí, es cierto que todos somos débiles en ese sentido, en el de que algo se escapa a nuestros planes y se dispone por su cuenta, aunque en realidad sea por nuestra propia cuenta, conviene pensarlo así porque el otro camino puede desembocar en ese qué hago yo con éste o con ésta, o qué hago trabajando de tal cosa o tal otra, buscando finalmente en el lugar equivocado todas nuestras respuestas. El hombre que está en la cama no puede creer el cambio que transmite su interlocutor en la segunda llamada, no creo que desdecirse sea el verbo adecuado para describirlo, y se lleva la mano a la cabeza dándose cuenta de que todos sus comentarios no han valido de nada, han pasado parte de la noche hablando en vano, en realidad toda angustia desaparece cuando ella vuelve.
Hablando de respuestas, he llegado hasta aquí sin responder la pregunta que nos plantea el cuento acerca de si esta historia es la de un adulterio o no. No está claro, desde luego, ya vemos que es mucho más que eso, pero invito a inclinarse, a tomar partido. Por mi parte, no me queda más remedio que seguir siendo un poco ambiguo: el relato no me sugirió eso, podría darles detalles pero principalmente fue una sensación, mi propia ficción no encontró la temática de una adúltera engañando a su marido, más bien como les conté, la de la zozobra de un hombre con las características de un chiquillo que recurre a otra figura masculina que sí parece contar con el bagaje suficiente para manejarse en el mundo de los adultos.
Pero si les digo que la mujer que está en la cama no es la mujer de Otro también les estoy mintiendo, porque para el hombre, la condición amorosa es que la mujer en cuestión sea la mujer de otro hombre, es su condición para ser reconocida. Quizá cuando Dios le dio a Adán a la mujer sentó sin quererlo este precedente. Lo de la costilla es otro cantar, pero eso ya otro día se lo cuento.
Tanto en el relato que elegimos para la reunión de hoy, como en el de Borges que vamos a plantearles para nuestra última cita del mes que viene, trataremos de la zozobra del varón. ¿Y qué es lo que en el varón tiene el privilegio como agente desencadenante de dicha zozobra? Todos ustedes lo saben, ya lo hemos indicado en reuniones anteriores; la principal zozobra del varón es la mujer.
Sin lugar a dudas, la mujer goza de ese privilegio, pero no piensen que al decir privilegio se trata de algo a lo que la mujer debe llegar o tiene que alcanzar, piénsenlo más bien como un lugar, o como una posición, que en ningún caso es la posición de todas las mujeres. Se trata de un lugar que responde a una lógica que pone a prueba la capacidad del varón para transitar por unos dominios que no le son habituales, de los que su propia lógica viril lo resguarda, y a los que no quiere verse enfrentado sabedor de los tropiezos que le provoca, aunque debamos hacer la salvedad que contradice al dicho popular y afirmar que no: ¡todos los hombres no son iguales!
Que todos los hombres no son iguales es algo que también sabe Salinger. Él, que llegó a convertirse casi en un anacoreta, vaya usted a saber si en parte como consecuencia de todo esto, de andar huyendo de la mujer dejando por el camino varios matrimonios rotos, no obstante, su pluma dibuja dos hombres aparentemente bien distintos en este relato que tiene la originalidad de constituirse esencialmente en el contenido de una llamada telefónica. Verdaderamente como hombre de los detalles, este cuento es finalmente mucho más que una llamada de teléfono, porque hay otra escena previa a la invasión que esta llamada produce: una pareja en la cama, una pareja formada por un hombre y una mujer. Así que no todos salen corriendo, afortunadamente hay algunos hombres, quizá un poco locos o probablemente inconscientes, que se meten en la cama con ellas.
Se dan cuenta que trato de huir de las generalizaciones, en parte es el espíritu de este espacio; una reunión tras otra observamos cómo lo múltiple emerge en forma de comentarios, lo múltiple presente incluso en los comentarios con los que encabezamos la reunión: Miguel y yo jamás hemos preparado el inicio de ninguna de estas reuniones de manera conjunta, y sin embargo siempre hablamos de cosas distintas, incluso en algunas ocasiones nuestras interpretaciones han sido casi opuestas, pero esta es la filosofía de esta tertulia, lejos del ansia por cerrar acuerdos, buscamos dar lugar al “cada uno”, ofrecerles la palabra a ustedes para que todos podamos apreciar el efecto que la diversidad de pensamientos ejerce sobre el relato, y esto es muy enriquecedor, porque no hay una sola manera de leer a Salinger, a Chéjov o a Melville, no existe una única manera de leer la ficción literaria, hay la de cada uno, desde la ficción propia, que es la que dispone la interpretación que después haremos del texto correspondiente.
Huir de las generalizaciones es también una manera de descompletar la posibilidad de la interpretación Una, la única interpretación, para proponer la interpretación por aproximación, un estilo de interpretación que por sí misma no satura todas las resonancias que un texto puede ofrecernos. Por lo tanto, dar lugar a la “otra” interpretación nos aleja de la generalización y produce cierto efecto de ambigüedad más afín a nuestra naturaleza de sujetos, lo cual no impide que, según los casos, siempre y en toda ocasión este desafío de lo Uno resulte sencillo de soportar, pero esto es lo que constituye una tertulia. Una tertulia dominada por la presencia de las mujeres, con las que algunos pocos, seguramente un poco inconscientes, estamos dispuestos a conversar.
Pero si hablamos de ambigüedad, Salinger es el escritor adecuado, y este relato en concreto abunda en lo ambiguo, es adonde apunta, juega con ello, y es ahí donde el autor parece divertirse, porque efectivamente este tipo de cuento es el que pone a prueba la ficción de cada uno, no tenemos más remedio que ponerla en juego porque la historia que nos cuentan tiene ese objetivo, sacar a relucir algo propio, nuestros propios recursos para interpretar el texto. Digo esto porque este relato promueve la ambigüedad, lo tomo por una cuestión que seguramente se le ha planteado a muchos de ustedes, algunos habrán podido contestarla, otros quizá no lo tengan tan claro. ¿La mujer que está en la cama con el hombre de pelo cano es la mujer del Otro? No voy a contestarles directamente con monosílabos, permítanme seguir el carácter del relato y otorgarme cierta dosis de ambigüedad.
En primer lugar, y más acá de esta respuesta, no todo el relato se consume en interrogarnos acerca de esto; Salinger también quiere darnos algo más a ver a través de ese formato tan peculiar de la llamada telefónica, peculiar no porque no hayamos leído conversaciones telefónicas en la ficción literaria, es bastante habitual, sino porque esta conversación ocupa el relato de cabo a rabo, casi no hay lugar para nada más que la conversación de estos dos hombres que parecen ser socios además de mantener algún tipo de relación de amistad. Este escenario nos permite observar las diferencias entre uno y otro, y para el caso, es Arthur, el hombre que efectúa la llamada, el que se retrata más decididamente, quizá involuntariamente, quizá como consecuencia de la angustia, o porque su carácter lo dicta de esta manera; en cualquier caso, el lector consigue una imagen bien visible a través del trance que este hombre está atravesando, da sus características como personaje.
Para ello, contamos con multitud de detalles. Ya sabíamos por la lectura de “El Guardián entre el Centeno” que Salinger es un enamorado de las pequeñas cosas, de esas que parecen no tener importancia, que son dichas como al pasar pero que encierran en su singularidad la esencia de un pensamiento. En aquella obra, los que han tenido la oportunidad de leerla recordarán que deliberadamente el autor esconde o sitúa en un segundo plano la muerte del hermano del protagonista, que es un hecho crucial para pensar el trance de nuestro joven Holden Caulfield. Lo esconde y lo muestra, está ahí por si queremos tomarlo, y con nuestro relato de hoy se trata del mismo ejercicio.
Podríamos decir que esos detalles son bien visibles si de lo que se trata es de analizar la relación que Arthur establece con la mujer, o al menos con esa mujer, su mujer Joanie, y ello es cierto: Salinger sabe que en la elección de la pareja por parte de un hombre y en las características de la relación que se mantiene con ella, dicho hombre deja a la vista, con Arthur de manera clara, los significantes que comandan su discurso y que nos llevan a la pregunta de qué es lo que une a Arthur con Joanie, pero sobre todo, lo que queda bien visible es la manera en que la lógica que comanda el pensamiento del macho, su lógica viril, fracasa a la hora de abordar lo ilimitado intrínseco a lo femenino.
Quiero decirles que todas fracasan, porque aunque no todos los hombres son iguales, la lógica que gobierna al macho tiene esa deriva característica que preside lo Uno y que no comulga de lo otro, que no encaja bien la diferencia que propone lo femenino, y eso lo vemos de forma clara en el texto de hoy, porque Salinger nos pinta la zozobra de un macho que trata de gestionar esta diferencia a través de la posesión, la mujer como posesión del hombre, y la contrapartida que ello tiene, la amenaza de perderla aparece en cada esquina. Joanie es un objeto entre los bienes que Arthur atesora, objeto que podrá perder en brazos de cualquier ascensorista, prácticamente en brazos de cualquiera, todos tienen algún atractivo según deduce de lo que ella piensa. Leo la posesión hasta en el título: …verdes mis ojos, que son en realidad los de ella.
Pero para dibujar la posición de Arthur no es suficiente con plantear todo esto; el hombre que yace con la mujer en la cama decide darle un giro al diálogo e introduce un corte seco en la conversación que mantienen ambos; empieza a preguntarle por el trabajo. Aunque es un corte que tiene sus consecuencias, también es cierto que se plantea como oportunidad para mostrarnos cómo es Arthur en otro ámbito, para dibujarnos la posición de este sujeto; cómo se comporta alguien que padece una crisis de angustia porque su mujer se retrasa a la hora de regresar a casa. Arthur es alguien que no se pregunta nada, todas sus preguntas van dirigidas al otro. Aquí reviste especial interés la interpretación que deja caer el texto, está en boca del hombre de pelo entrecano pero en realidad es Salinger el que nos dice “ …animales somos todos”, y que Arthur de manera tan vehemente niega; él será un engañado, un estúpido, viene a decirnos que está dispuesto a seguir a su fantasma hasta donde este lo quiera llevar, pero no un animal. En todo caso un débil, y esta versión ya ven ustedes que no está tan mal, porque le permite dar un giro a su propio discurso y empezar a enumerar los motivos que lo unen a Joanie, los recuerdos del enamoramiento, toda una serie de cosas que llevan implícito lo que engancha a este hombre con esta mujer, un cierto reconocimiento de que algo le une a ella, y esto no desaparecerá marchándose al ejército ni cortándose aquella parte del propio cuerpo.
Es una verdad que conviene saber ésta, la de que las parejas se anudan por determinaciones inconscientes, no se trata de decisiones voluntarias ni conscientes, y el significante “débil” puede tomarse desde ahí, es cierto que todos somos débiles en ese sentido, en el de que algo se escapa a nuestros planes y se dispone por su cuenta, aunque en realidad sea por nuestra propia cuenta, conviene pensarlo así porque el otro camino puede desembocar en ese qué hago yo con éste o con ésta, o qué hago trabajando de tal cosa o tal otra, buscando finalmente en el lugar equivocado todas nuestras respuestas. El hombre que está en la cama no puede creer el cambio que transmite su interlocutor en la segunda llamada, no creo que desdecirse sea el verbo adecuado para describirlo, y se lleva la mano a la cabeza dándose cuenta de que todos sus comentarios no han valido de nada, han pasado parte de la noche hablando en vano, en realidad toda angustia desaparece cuando ella vuelve.
Hablando de respuestas, he llegado hasta aquí sin responder la pregunta que nos plantea el cuento acerca de si esta historia es la de un adulterio o no. No está claro, desde luego, ya vemos que es mucho más que eso, pero invito a inclinarse, a tomar partido. Por mi parte, no me queda más remedio que seguir siendo un poco ambiguo: el relato no me sugirió eso, podría darles detalles pero principalmente fue una sensación, mi propia ficción no encontró la temática de una adúltera engañando a su marido, más bien como les conté, la de la zozobra de un hombre con las características de un chiquillo que recurre a otra figura masculina que sí parece contar con el bagaje suficiente para manejarse en el mundo de los adultos.
Pero si les digo que la mujer que está en la cama no es la mujer de Otro también les estoy mintiendo, porque para el hombre, la condición amorosa es que la mujer en cuestión sea la mujer de otro hombre, es su condición para ser reconocida. Quizá cuando Dios le dio a Adán a la mujer sentó sin quererlo este precedente. Lo de la costilla es otro cantar, pero eso ya otro día se lo cuento.
Alberto Estévez
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