Tienen razón los que piensan que todo lo que se escribe actualmente no son más que notas a pie de página. Pero esa creencia, más allá de lo que suponga de devaluación peyorativa lanzada sobre el pensamiento y la literatura actual, se funda en una ignorancia. La realidad es que toda escritura, la de los filósofos clásicos, la de los místicos, la de los poetas, la de los científicos, la de la religión, la de cualquier civilización, no son más que notas al pie de una página, sí, pero de una página en blanco. Es decir, la ignorancia de aquellos consiste en creer que esas notas lo son al pie de una página ya escrita.
Ninguna universalidad conseguirá jamás tener la consistencia que tiene la página blanca. En verdad, esa imposibilidad es la única unanimidad que poseemos en relación con el otro. Y bajo ella escribimos y escribimos notas más o menos consistentes desde tiempos inmemoriales. Creer en una página ya escrita bajo la cual se garabatean notas menores, es incubar el germen de la renuncia a ser hombres, o a no querer aceptar que lo somos.
En nuestra época resulta muy común rechazar, con todo ímpetu, nuestra falla esencial y hacerse la ilusión de que, por fin, la sagrada ciencia y la no menos sagrada tecnología escriben la verdad redentora que terminará con mitologías, metafísicas, literaturas, etc. Ni siquiera en Un mundo feliz, como el que intuyó Aldous Huxley, aquellos horribles restos vivientes de lo humano conseguían eliminar la página blanca. Los habitantes de aquel mundo futuro seguían siendo mortales.
Lo inalterable de nuestra condición es lo que nunca se escribe: la verdad. Y nuevamente recurro a la literatura para encontrar en ella los cimientos en los que sostener mi reflexión. Fernando Pessoa es una de las fuentes inagotables que toca, en su literatura, la esencia del ser humano. Dice en el Libro del desasosiego:
“Si conociésemos la verdad la veríamos... Nos basta, si pensamos, la incomprensibilidad del universo; querer comprenderlo es ser menos que hombres, porque ser hombre es saber que no se puede comprender”
Verdaderamente, su tedio existencial es toda una sabiduría que, por serlo, se sitúa jerárquicamente por encima del conocimiento, pues éste, como bien muestra Fernando Pessoa, no es más que una nota al pie de una página blanca.
Miguel Ángel Alonso
Ninguna universalidad conseguirá jamás tener la consistencia que tiene la página blanca. En verdad, esa imposibilidad es la única unanimidad que poseemos en relación con el otro. Y bajo ella escribimos y escribimos notas más o menos consistentes desde tiempos inmemoriales. Creer en una página ya escrita bajo la cual se garabatean notas menores, es incubar el germen de la renuncia a ser hombres, o a no querer aceptar que lo somos.
En nuestra época resulta muy común rechazar, con todo ímpetu, nuestra falla esencial y hacerse la ilusión de que, por fin, la sagrada ciencia y la no menos sagrada tecnología escriben la verdad redentora que terminará con mitologías, metafísicas, literaturas, etc. Ni siquiera en Un mundo feliz, como el que intuyó Aldous Huxley, aquellos horribles restos vivientes de lo humano conseguían eliminar la página blanca. Los habitantes de aquel mundo futuro seguían siendo mortales.
Lo inalterable de nuestra condición es lo que nunca se escribe: la verdad. Y nuevamente recurro a la literatura para encontrar en ella los cimientos en los que sostener mi reflexión. Fernando Pessoa es una de las fuentes inagotables que toca, en su literatura, la esencia del ser humano. Dice en el Libro del desasosiego:
“Si conociésemos la verdad la veríamos... Nos basta, si pensamos, la incomprensibilidad del universo; querer comprenderlo es ser menos que hombres, porque ser hombre es saber que no se puede comprender”
Verdaderamente, su tedio existencial es toda una sabiduría que, por serlo, se sitúa jerárquicamente por encima del conocimiento, pues éste, como bien muestra Fernando Pessoa, no es más que una nota al pie de una página blanca.
Miguel Ángel Alonso
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