lunes, 2 de septiembre de 2013

Comentario de Graciela Amorín sobre el relato La Hoguera, de Jack London

El hombre de este relato se aparta de sus compañeros porque, según dice, deseaba dar un rodeo antes de llegar al punto de reunión, un campamento en una antigua localidad minera. La razón de su recorrido solitario era averiguar si había buenos troncos en las islas del Yukon. Tal vez sea con este propósito que el caminante mira, desde lejos, el paisaje con abetos de tales islas. Lo importante es que se había apartado del grupo e iba a solas con un perro, que parece suyo, aunque en la relación con él hay poco afecto. Cuando leemos que le ayuda a quitarse el hielo de las patas, aún no sabemos que eso no indica cariño. De la soledad y la angustia del perro nos enteramos más adelante.

Su lazo humano más importante durante el relato, por las palabras que de recuerda, es el veterano de Sulphur Creek, al que en algún momento, incluso, se siente agradecido. El veterano es el único, en cuanto a su conocimiento de lo que ocurriría a 60º bajo cero, que estaba a la altura de la sabiduría instintiva del perro.

El hombre del cuento tenía poca imaginación y no deseaba pensar, pero el autor va describiendo con minucia los efectos del frío sobre el cuerpo humano a los que este hombre está atento. Aún así, a partir de cierto momento empieza a suceder todo lo que el veterano de Sulphur Creek le había advertido y era conveniente evitar.

Al retomar el camino después de comer, sucede lo peor: se hunde hasta las rodillas en el agua que la nieve ocultaba. El veterano le había advertido que no debía viajar solo cuando el termómetro estuviese a menos de 50º bajo cero. Era una ley que el hombre sabía que estaba transgrediendo, aunque no lo recordara o, en otros momentos, pensara en ello con orgullo, pues “cualquier hombre digno de este nombre podía viajar solo”.

Lo que le sucede al personaje del cuento no es una catástrofe de la que no pudiera haber escapado. Sabía que corría peligro y siguió adelante con su plan de viajar solo, sin sus compañeros y con ese frío. Podría pensarse en un suicidio por inconsciencia, por rechazo de la sabiduría de quien le aconsejaba, el veterano de Sulphur Creek.

Pero no se sabe lo que puede deparar el aislarse y seguir a solas. La consecuencia no tiene por qué ser siempre la muerte. Tampoco se sabe si en compañía la vida es menos peligrosa. 

Hay un pequeño párrafo en el prólogo del libro de Ferdinand von Schirac, Crímenes, al  cual pertenecía el cuento La espina, del que se habló en esta tertulia, que me parece que viene muy al caso:

Nos pasamos la vida danzando sobre una fina capa de hielo; debajo hace frío, y nos espera una muerte rápida. El hielo no soporta el peso de algunas personas, que se hunden. Ese es el momento que me interesa. Si tenemos suerte, no ocurre nada y seguimos danzando. Si tenemos suerte.”

Graciela Amorín

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