martes, 26 de noviembre de 2013

El núcleo sórdido de lo humano. Comentario de Miguel Ángel Alonso sobre Un vasto y desierto paisaje, de Kjell Askildsen

Zaratustra: “El mundo es profundo, y más profundo de lo que el día ha pensado”. 

Hay relatos como Un vasto y desierto paisaje que, al contrario de lo que es frecuente en este género literario, no tienen un desarrollo enigmático, su núcleo no está cifrado, el sentido no hay que buscarlo en arduas elucubraciones, sino que aparece a la luz de manera inmediata ya desde su comienzo. ¿Dónde reside su potencia literaria? La respuesta encierra, al menos, una paradoja bien conocida. Tendría que ver con lo que se quiere ignorar, con algo que los “bien pensantes”, los amantes del día y, a la vez, detractores de la noche del mundo, quieren borrar de la faz de lo humano, y que, como bien dice Santiago Gerchunoff, hace a los cuentos de Askildsen, en general, antipáticos, a saber, un núcleo sórdido, pero universal, que está siempre presente en el interior de los vínculos humanos.

Es decir, en los relatos de este autor, uno advierte cierto nihilismo que cuestiona la bondad de los afectos y deseos que gobiernan los lazos más tradicionales, como familia, matrimonio, lo cual hace que uno se reafirme en la certeza de que en el interior de toda organización humana late un centro mezquino, pero profundo y tenaz. Reitero que pocos se atreven a escucharlo, y los más se empeñan en ignorarlo.

Por eso resulta sorprendente la unanimidad de la crítica literaria y de tantos lectores empedernidos ante Un vasto y desierto paisaje. Crítica de la que se desprende un amor inconmensurable por lo que llegan a denominar la “verdad cotidiana”. No me cabe duda de que, salvo honrosas excepciones, esas mismas palabras rechazarían con ahínco la “verdad cotidiana” si fuese mostrada, no en la literatura, sino en ellos mismos, o en la vida misma, cuando no en disciplinas diferentes de la literatura, por ejemplo, en el psicoanálisis. Lo cual me hace pensar que sus palabras no pasan del elogio intelectual carente de verdadera sustancia. Un exceso de palabra vacía, todo lo contrario del ejercicio literario que realiza Askildsen.     

Porque las precisas y sutiles percepciones que se proyectan en estos relatos suelen atraer el repudio, la infamia y las acusaciones de perversión moral sobre un observador que no sea literato. Pero aquí, como digo, fascinan, seducen, y se convierten en motivo de enaltecimiento de la verdad, de manera que la hipocresía cede su trinchera de resistencia para mostrar que en la matriz primordial de nuestra civilización, es decir, en la misma familia, mora un goce perverso de contenido sexual que circula entre sus componentes. Eso es una premisa universal. Está bien que lo recoja la Literatura, que nunca tuvo problemas para merodear por los excesos del deseo humano. Pero está todavía mejor que el sujeto que sostiene la crítica literaria también lo acepte de una manera tan general. Se ve que la relación con la verdad va ganando adeptos. Quizá está próximo el momento en que todos los seres hablantes podamos reconocer lo que plantea Askildsen, y de forma todavía más directa planteaba Remy de Gourmont en sus Relatos sombríos. Historias mágicas cuando dice:

¡Todo esto es muy sucio!
–Como la vida querida alma mía, como la vida”.

Podemos ahora demorarnos en algún comentario sobre la forma narrativa, muy peculiar en Askildsen, hasta el punto de que algunos críticos lo encasillan como minimalista. Askildsen protesta cada vez que lo tachan de escritor minimalista:

Pero yo no soy para nada minimalista, si lo dicen, protesto

Si acaso, Askildsen, como escritor, como artista, sepa que en cualquier arte se trata de merodear alrededor de ese núcleo problemático, sórdido, al que anteriormente nos referíamos, no para borrarlo –tarea asignada a los bien pensantes— sino para evocarlo. Pienso que ese es el motivo de su técnica narrativa, de sus frases escuetas y nunca superficiales ni banales. Sólo parece prestar su escucha para una palabra breve, sin profusión numérica, pero plena en su función de evocación. Son palabras que no nos ofrecen apenas ningún plus en relación al sentido, no tienen la ligereza de la dialéctica, sino que parecen cargar con la nitidez de los objetos, son palabras que pesan como cosas, pues sólo se afanan por atrapar objetos muy peculiares.

Pude ver uno de sus pechos

Cuestión de poder, cuestión de objetos, cuestión de goce sexual. Ninguna palabra que pretenda tocar al otro para amarlo, sino solamente para agarrar un trozo de su cuerpo. Es la aridez de Un vasto y desierto paisaje, la misma que reside detrás de todas las historias simbólicas de todos los seres hablantes. Historias que Askildsen da por sabidas, historias que, seguramente, ya atravesó. Es por eso que, más que encasillarlo en el minimalismo, diría que detrás de la novela histórica de cada ser humano encontró muy poca sustancia, solamente palabras estáticas, petrificadas, desconectadas, alusivas a la miseria que conforma, como verdad,  nuestro vasto y desierto paisaje. El de todos, también el de los bien pensantes.

Miguel Ángel Alonso 

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