Zaratustra:
“El mundo es profundo, y más profundo de
lo que el día ha pensado”.
Hay
relatos como Un vasto y desierto paisaje
que, al contrario de lo que es frecuente en este género literario, no tienen un
desarrollo enigmático, su núcleo no está cifrado, el sentido no hay que
buscarlo en arduas elucubraciones, sino que aparece a la luz de manera
inmediata ya desde su comienzo. ¿Dónde reside su potencia literaria? La respuesta
encierra, al menos, una paradoja bien conocida. Tendría que ver con lo que se
quiere ignorar, con algo que los “bien pensantes”, los amantes del día y, a la
vez, detractores de la noche del mundo, quieren borrar de la faz de lo humano,
y que, como bien dice Santiago Gerchunoff, hace a los cuentos de Askildsen, en
general, antipáticos, a saber, un núcleo sórdido, pero universal, que está siempre
presente en el interior de los vínculos humanos.
Es
decir, en los relatos de este autor, uno advierte cierto nihilismo que
cuestiona la bondad de los afectos y deseos que gobiernan los lazos más
tradicionales, como familia, matrimonio, lo cual hace que uno se reafirme en la
certeza de que en el interior de toda organización humana late un centro mezquino,
pero profundo y tenaz. Reitero que pocos se atreven a escucharlo, y los más se
empeñan en ignorarlo.
Por
eso resulta sorprendente la unanimidad de la crítica literaria y de tantos
lectores empedernidos ante Un vasto y
desierto paisaje. Crítica de la que se desprende un amor inconmensurable
por lo que llegan a denominar la “verdad cotidiana”. No me cabe duda de que, salvo
honrosas excepciones, esas mismas palabras rechazarían con ahínco la “verdad
cotidiana” si fuese mostrada, no en la literatura, sino en ellos mismos, o en
la vida misma, cuando no en disciplinas diferentes de la literatura, por
ejemplo, en el psicoanálisis. Lo cual me hace pensar que sus palabras no pasan
del elogio intelectual carente de verdadera sustancia. Un exceso de palabra
vacía, todo lo contrario del ejercicio literario que realiza Askildsen.
Porque
las precisas y sutiles percepciones que se proyectan en estos relatos suelen
atraer el repudio, la infamia y las acusaciones de perversión moral sobre un
observador que no sea literato. Pero aquí, como digo, fascinan, seducen, y se
convierten en motivo de enaltecimiento de la verdad, de manera que la
hipocresía cede su trinchera de resistencia para mostrar que en la matriz
primordial de nuestra civilización, es decir, en la misma familia, mora un goce
perverso de contenido sexual que circula entre sus componentes. Eso es una
premisa universal. Está bien que lo recoja la Literatura, que nunca tuvo
problemas para merodear por los excesos del deseo humano. Pero está todavía mejor
que el sujeto que sostiene la crítica literaria también lo acepte de una manera
tan general. Se ve que la relación con la verdad va ganando adeptos. Quizá está
próximo el momento en que todos los seres hablantes podamos reconocer lo que
plantea Askildsen, y de forma todavía más directa planteaba Remy de Gourmont en
sus Relatos sombríos. Historias mágicas
cuando dice:
“¡Todo esto es muy sucio!
–Como la vida
querida alma mía, como la vida”.
Podemos
ahora demorarnos en algún comentario sobre la forma narrativa, muy peculiar en
Askildsen, hasta el punto de que algunos críticos lo encasillan como
minimalista. Askildsen protesta
cada vez que lo tachan de escritor minimalista:
“Pero
yo no soy para nada minimalista, si lo dicen, protesto”
Si acaso, Askildsen, como escritor, como
artista, sepa que en cualquier arte se trata de merodear alrededor de ese
núcleo problemático, sórdido, al que anteriormente nos referíamos, no para
borrarlo –tarea asignada a los bien pensantes— sino para evocarlo. Pienso que
ese es el motivo de su técnica narrativa, de sus frases escuetas y nunca
superficiales ni banales. Sólo parece prestar su escucha para una palabra breve,
sin profusión numérica, pero plena en su función de evocación. Son palabras que
no nos ofrecen apenas ningún plus en relación al sentido, no tienen la
ligereza de la dialéctica, sino que parecen cargar con la nitidez de los
objetos, son palabras que pesan como cosas, pues sólo se afanan por atrapar objetos
muy peculiares.
“Pude
ver uno de sus pechos”
Cuestión de poder, cuestión de objetos,
cuestión de goce sexual. Ninguna palabra que pretenda tocar al otro para
amarlo, sino solamente para agarrar un trozo de su cuerpo. Es la aridez de Un vasto y desierto paisaje, la misma que reside
detrás de todas las historias simbólicas de todos los seres hablantes. Historias
que Askildsen da por sabidas, historias que, seguramente, ya atravesó. Es por
eso que, más que encasillarlo en el minimalismo, diría que detrás de la novela histórica
de cada ser humano encontró muy poca sustancia, solamente palabras estáticas,
petrificadas, desconectadas, alusivas a la miseria que conforma, como
verdad, nuestro vasto y desierto
paisaje. El de todos, también el de los bien pensantes.
Miguel Ángel Alonso
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