Henry James nació en Nueva York el 15 de abril de
1843, y murió en Londres en 1916. Referente definitivo de la literatura, fue
uno de los fundadores de la literatura psicológica. La profundidad de sus
personajes, la extraordinaria penetración en las raíces más hondas de los seres
humanos, lo sitúan entre los autores más destacados y universales, eso que han
logrado elevar su obra al plano de la eternidad.
Sus biógrafos coinciden en describirlo como un
hombre que mantenía una relación ambigua con el mundo. Aunque en apariencia se
comportaba de modo extremadamente sociable, en el fondo era un ser solitario,
que jamás se sintió integrado a ninguno de los numerosos círculos con los que
se relacionaba. Esa posición de observador externo, unida a su ausencia de
identidad sexual, fueron tal vez algunos de los factores que influyeron en
dotarlo de una visión radiográfica de la condición humana, que se refleja en
todos sus personajes.
A pesar de su brevedad, Lo real es una de
esas obras -como el Bartleby de Melville- que han dado origen a miles de
páginas y ensayos críticos. Y si me atrevo a esta comparación, es (como lo
sugeriré dentro de un momento) porque Lo real de Henry James tiene
algunas reminiscencias con el cuenco de Herman Melville.
Este es un relato triste. Hay en él, en esa atmósfera
tan especial, en ese ambiente del estudio artístico convertido en metáfora del
mundo por gracia del autor, que nos conmueve y nos deja en el pensamiento una
ligera herida, un escozor perfectamente soportable, pero lo bastante incómodo
como para que necesitemos un rato de meditación para aliviarlo.
¿De qué trata este cuento? De muchas cosas, pero en
especial trae al primer plano uno de los problemas más antiguos de la metafísica:
el problema de la representación, que tanto obsesionó a Platón, al
extremo de imaginar una República en la que los pintores y los poetas no tendrían
cabida, por ser meros especuladores y falsificadores de la realidad. En cierto
modo, Platón no se equivocaba, porque el arte no consiste en reflejar la
realidad, sino que la crea. Los seres humanos no tenemos ningún acceso a la
realidad, porque sencillamente ella no existe. El cuadro de Antonio López
donde vemos el comienzo de la Gran Vía madrileña en su encuentro con la calle
Alcalá, no es una representación perfecta y cuasi fotográfica de la realidad
llamada “Gran Vía”. Ese cuadro inventa la Gran Vía, la crea, del mismo
modo que los retratos de Chuck Close, uno de los más célebres exponentes del
hiperrealismo americano, no reproducen a sus modelos, sino que los hacen
existir.
En Lo real, Henry James nos cuenta sin
dramatismo alguno la pequeña tragedia de dos seres que ven cómo sus vidas han
llegado al borde del precipicio, y ya no hay camino de regreso. Tanto Bartleby
(obra que probablemente James había leído) como los Monarch se instalan de
manera parasitaria, son incomprensiblemente tolerados y aceptados por sus
respectivos empleadores (el pintor en este caso, y el dueño del despacho contable
en el cuento de Melville), y a pesar de que su desempeño resulta a todas luces
inadecuado a los fines por los que reciben una paga, sus empleadores no pueden
deshacerse de ellos.
No sabemos gran cosa sobre los Monarch (del mismo
modo que la vida y procedencia de Bartleby no es casi desconocida), un apellido
que James no elige al azar. Solo sabemos que por algún motivo su existencia ha
tocado el fondo de la desesperación. Les queda lo que llevan puesto, una lujosa
envoltura que alguna vez -suponemos- fue representativa de la vida que lograron
llevar. Pero en el momento en que los conocemos, eso que tienen (sus ropas, sus
objetos, su majestuosa figura), es todo lo que son. No hay más. Y aunque de
modo absolutamente intencional Henry James se obstina en no revelarnos nada de
su historia, comenzamos a sospechar que el verdadero problema no es económico,
que el drama no gira alrededor del tener, sino del ser. De allí el título: Lo
real. Porque lo real se refiere a eso, al problema del ser. La maestría de
H. James consiste en permitirnos recrear la historia de los Monarch mediante
apenas unos escasos datos, pero fundamentalmente empleando el contraste entre
estos seres que se enfrentan a su final, y dos personajes, otra pareja formada
por sus antagonistas: la señorita Churm y Oronte.
¿Qué buscan los Monarch? ¿Un trabajo? ¿La
subsistencia económica, dado que lo han perdido todo y solo les quedan unos
pocos disfraces? Sin duda. Pero me parece que James no se conforma con eso. Si
ese fuera el centro del asunto, el relato sería igualmente maravilloso pero no
alcanzaría la gloria de la inmortalidad literaria. Porque hay dos frases que en
mi lectura dan la clave de la historia, y que nos resumen el verdadero
problema. Una de ellas, es la confesión del pintor de que una de sus mayores “perversidades”
(es el término que emplea el autor) es que tiene una “preferencia innata por el
tema representado que por lo real”. El defecto de lo real es su falta de
representatividad: “Me gustan las cosas que aparentan”. Y la otra frase, la que
posiblemente constituya el núcleo de esta tragedia, es cuando el señor Monarch,
en un arrebato de discreta desesperación, suplica al pintor: “Tenemos que hacer
algo, y pensamos que un artista de su clase tal vez pueda hacer algo de
nosotros”. Este “podría hacer algo de nosotros” es el eje alrededor del
cual gira el drama de esta paradoja: que aquellos que se toman a sí mismos por
lo que son, los que creen ser quienes son, no solo no son lo real sino
que se enfrentan a su atroz falsedad, mientras que la señorita Churm y el
vulgar Oronte (que sin saberlo representan una comedia, incluso cuando no posan
para nadie, la humana comedia de representar lo que no son) son ellos lo verdaderamente
real de la historia.
No tengo tiempo de ahondar en este relato.
Simplemente quiero concluir recordando que lo más cuerdo que salió de la locura
del infeliz Rimbaud, fue su certidumbre de que “yo soy otro”. Lo que James nos
enseña es que tomarse por lo real es lo más cercano a la locura y la muerte.
“¿Por qué no emplea usted una mujer ya hecha?”,
pregunta el señor Monarch señalando a su mujer y contradiciéndose a sí mismo,
puesto que antes acaba de rogar “Haga usted algo de nosotros”. El pintor no le
contesta directamente, pero Henry James nos hace saber la respuesta.
Gustavo Dessal
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