Desde
la pregunta, cargada de curiosidad, que se me impuso ya desde antes de comenzar
la lectura: ¿qué será lo real en
Henry James?, afronté el relato convencido de que iba a asistir al desarrollo
de un pensamiento profundo del autor sobre el arte de la pintura y su
problemática acerca de la representación. Pero, siendo eso, creo que Lo real es, sobre todo, una reflexión
acerca del sujeto, signada por diversas vertientes del saber que,
tradicionalmente, se acercaron a esa misma reflexión. Por un lado, encontramos
reminiscencias metafísicas por el juego que el relato ofrece en cuanto a traer
la esencia, la sustancia de la cosa, a la presencia, es decir, si aquello que
el relato nombra como dama puede encontrar la esencia que la justifique como
tal en su ser. En segundo lugar, intuimos una reflexión implícita muy potente
sobre el lenguaje. En este caso, la pregunta es si la palabra nombra la cosa. La
palabra no parece encontrar un objeto único e inequívoco, cualquiera puede
ocupar esa función de dama. Por otro lado, Lo
real, en efecto, puede inducirnos a considerar el enigma del arte y la
problemática de la representación. Y aquí nos encontramos con el mismo
problema, la pregunta acerca de si lo representado es alcanzado por la
representación en la coincidencia entre apariencia/esencia. No lo parece, de
tal manera que lo que se impone es una creación a partir de un vacío esencial,
que también aquí lleva el nombre de lo real. Y por último, tratándose de Henry
James, no podemos olvidar el aspecto social, donde encontramos la división de clases
entre aristócratas y plebeyos, pero también la permeabilidad de las fronteras
que las separan, más permeable del lado de los aristócratas hacia los plebeyos
que al contrario.
Con
tantas variaciones, lo que me parece más sustancial de Lo real es su capacidad para señalar nuestra insustancialidad y la
evanescencia del ser. Si la dama, la
Sra. Monarch, muestra su inconsistencia para revelar la esencia de la cosa
Dama, si esa esencia no es alcanzada por su impostura, que tiene que ver con la
moda, con un codo doblado de determinada manera, o la cabeza inclinada según el
uso, ahí no hay más que una cáscara vacía. Hasta el punto de que el mismo
narrador habla de ese aspecto de vacuidad de la dama. En oposición a ella, la
plebeya, que ni por asomo soñaría ser incluida socialmente dentro del significante
aristócrata o dama, vemos que es capaz de adquirir una esencia, que no sabemos
exactamente cuál es, pero que nada tiene que ver con su imagen.
Esto
nos conduce a una reflexión inmediata, que el yo de cada sujeto puede ser la
instancia que acoge la mentira, porque en realidad, no coincide con ninguna
esencia, adoptando cualquier identidad. Y por otro lado, que en la
representación pictórica, al igual que en la representación yoica, no se alcanza
la cosa ni la coincidencia entre apariencia y esencia. De tal manera, lo
verdaderamente importante en Lo real
es que nos damos de bruces con nuestro real, con nuestro ser vacío sin
sustancia, sin esencia. Por eso es susceptible de ser llenado con cualquier
identidad, con cualquier cosa que consideremos esencia. En este sentido, Lo real nos trae reminiscencias del
relato Amorcito de Chejov, comentado
también en esta tertulia, cuando la protagonista Ólenka llenaba su vacío con el
saber de cada marido con el que se casó.
Por
lo tanto, si no se puede tocar una única esencia de la cosa Dama, Henry James
nos sitúa en un terreno movedizo. La impostura de la identidad es una
consistencia lábil. En Lo real nadie es. Hasta el punto de que objetivar no
es alcanzar la cosa, por el contrario, objetivar es, simplemente, crear. Cada
acto de pintura es un acto de creación que no alcanza el objeto representado.
Podemos decir que la misma palabra, sea dama o cualquier otra, contiene ese
defecto irrepresentable de lo real.
Dice al respecto:
“El sujeto representado sobre lo real; de
este modo el defecto de lo real podía ser solamente la falta de representación”
Lo real, entonces,
ilustra, más que otra cosa, lo que supone ser seres de lenguaje. Vemos quizá en
él la metáfora como una de las posibilidades que el lenguaje ofrece para
construir una existencia. Los plebeyos del cuento de Henry James saben
escribirse como tales figuras metafóricas, es decir, saben ser creativos. Esa es su existencia. Los que se creen esencia, como
los señores Monarch, por el contrario, sólo pueden vivir en un delirio de ser.
Evocando
una reflexión de Fernando Pessoa, pienso que la dama y el mayor pretenden ser los paisajes. Los plebeyos, en
cambio, muestran su vacío, no son paisaje, y pueden constituirse como metáfora
de él. Muestran que un estado del alma es un paisaje. Si Amiel decía que un
paisaje era un estado del alma, Fernando Pessoa contravenía esta afirmación en
su Libro del desasosiego diciendo que ese pensamiento era el de un soñador
débil, que más valdría decir que un estado del alma es un paisaje, al menos eso
tenía el valor de una metáfora. Esto sería lo que pinta el pintor, un estado
del alma, una metáfora, pues lo real del paisaje no puede pintarse, no puede
representarse. Eso es, verdaderamente, lo máximo que podemos alcanzar en la
objetivación.
Miguel Alonso
No hay comentarios:
Publicar un comentario