sábado, 5 de abril de 2014

Lo real, de Henry James. Comentario de Miguel Alonso

Desde la pregunta, cargada de curiosidad, que se me impuso ya desde antes de comenzar la lectura: ¿qué será lo real en Henry James?, afronté el relato convencido de que iba a asistir al desarrollo de un pensamiento profundo del autor sobre el arte de la pintura y su problemática acerca de la representación. Pero, siendo eso, creo que Lo real es, sobre todo, una reflexión acerca del sujeto, signada por diversas vertientes del saber que, tradicionalmente, se acercaron a esa misma reflexión. Por un lado, encontramos reminiscencias metafísicas por el juego que el relato ofrece en cuanto a traer la esencia, la sustancia de la cosa, a la presencia, es decir, si aquello que el relato nombra como dama puede encontrar la esencia que la justifique como tal en su ser. En segundo lugar, intuimos una reflexión implícita muy potente sobre el lenguaje. En este caso, la pregunta es si la palabra nombra la cosa. La palabra no parece encontrar un objeto único e inequívoco, cualquiera puede ocupar esa función de dama. Por otro lado, Lo real, en efecto, puede inducirnos a considerar el enigma del arte y la problemática de la representación. Y aquí nos encontramos con el mismo problema, la pregunta acerca de si lo representado es alcanzado por la representación en la coincidencia entre apariencia/esencia. No lo parece, de tal manera que lo que se impone es una creación a partir de un vacío esencial, que también aquí lleva el nombre de lo real. Y por último, tratándose de Henry James, no podemos olvidar el aspecto social, donde encontramos la división de clases entre aristócratas y plebeyos, pero también la permeabilidad de las fronteras que las separan, más permeable del lado de los aristócratas hacia los plebeyos que al contrario.

Con tantas variaciones, lo que me parece más sustancial de Lo real es su capacidad para señalar nuestra insustancialidad y la evanescencia del ser. Si la dama, la Sra. Monarch, muestra su inconsistencia para revelar la esencia de la cosa Dama, si esa esencia no es alcanzada por su impostura, que tiene que ver con la moda, con un codo doblado de determinada manera, o la cabeza inclinada según el uso, ahí no hay más que una cáscara vacía. Hasta el punto de que el mismo narrador habla de ese aspecto de vacuidad de la dama. En oposición a ella, la plebeya, que ni por asomo soñaría ser incluida socialmente dentro del significante aristócrata o dama, vemos que es capaz de adquirir una esencia, que no sabemos exactamente cuál es, pero que nada tiene que ver con su imagen.  

Esto nos conduce a una reflexión inmediata, que el yo de cada sujeto puede ser la instancia que acoge la mentira, porque en realidad, no coincide con ninguna esencia, adoptando cualquier identidad. Y por otro lado, que en la representación pictórica, al igual que en la representación yoica, no se alcanza la cosa ni la coincidencia entre apariencia y esencia. De tal manera, lo verdaderamente importante en Lo real es que nos damos de bruces con nuestro real, con nuestro ser vacío sin sustancia, sin esencia. Por eso es susceptible de ser llenado con cualquier identidad, con cualquier cosa que consideremos esencia. En este sentido, Lo real nos trae reminiscencias del relato Amorcito de Chejov, comentado también en esta tertulia, cuando la protagonista Ólenka llenaba su vacío con el saber de cada marido con el que se casó.

Por lo tanto, si no se puede tocar una única esencia de la cosa Dama, Henry James nos sitúa en un terreno movedizo. La impostura de la identidad es una consistencia lábil. En Lo real nadie es. Hasta el punto de que objetivar no es alcanzar la cosa, por el contrario, objetivar es, simplemente, crear. Cada acto de pintura es un acto de creación que no alcanza el objeto representado. Podemos decir que la misma palabra, sea dama o cualquier otra, contiene ese defecto irrepresentable de lo real. Dice al respecto:

El sujeto representado sobre lo real; de este modo el defecto de lo real podía ser solamente la falta de representación

Lo real, entonces, ilustra, más que otra cosa, lo que supone ser seres de lenguaje. Vemos quizá en él la metáfora como una de las posibilidades que el lenguaje ofrece para construir una existencia. Los plebeyos del cuento de Henry James saben escribirse como tales figuras metafóricas, es decir, saben ser creativos. Esa es su existencia. Los que se creen esencia, como los señores Monarch, por el contrario, sólo pueden vivir en un delirio de ser.

Evocando una reflexión de Fernando Pessoa, pienso que la dama y el mayor pretenden ser los paisajes. Los plebeyos, en cambio, muestran su vacío, no son paisaje, y pueden constituirse como metáfora de él. Muestran que un estado del alma es un paisaje. Si Amiel decía que un paisaje era un estado del alma, Fernando Pessoa contravenía esta afirmación en su Libro del desasosiego diciendo que ese pensamiento era el de un soñador débil, que más valdría decir que un estado del alma es un paisaje, al menos eso tenía el valor de una metáfora. Esto sería lo que pinta el pintor, un estado del alma, una metáfora, pues lo real del paisaje no puede pintarse, no puede representarse. Eso es, verdaderamente, lo máximo que podemos alcanzar en la objetivación.    


Miguel Alonso

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