Tengo presente, como
si lo viviera ahora mismo, el momento en que, junto con Gustavo Dessal, en el
vestíbulo de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, los tres comenzamos a pergeñar ese
espacio literario, Liter-a-tulia, que tantas satisfacciones nos entregó y seguirá entregando,
pues ese sería el deseo de Alberto. Allí vertió
alrededor de cincuenta y tantos artículos acerca de novelas, cuentos,
presentaciones de libros, etc., recopilados y que, como regalo de su cincuenta
cumpleaños, Gustavo y yo le entregamos en un libro que recibió emocionado.
Tampoco podré,
jamás, jamás, borrar su grandioso afecto. Aquella mañana de hace unos tres
meses, cuando recibo la llamada de Alberto para agradecerme el abrazo con el que
nos habíamos despedido el día anterior después de haber estado cenando y
hablando, junto con Gustavo, de los planes que teníamos los tres para
Liter-a-tulia. En ese momento se me estremeció el cuerpo. No lo podré olvidar
jamás.
Hace justamente un
año, por el mes de Julio, realizando un esfuerzo notable –peleaba ya con la
enfermedad— intervino en el curso Lengüajes,
invitado por Sergio Larriera, en la que creo que fue su última intervención
pública. Nos hablaba entonces, con su voz envolvente, con su dramatismo
inigualable, del último relato de Dublineses, Los muertos, de James Joyce. Su voz caía, entonces, suave, como aquella
nieve sobre los ponientes de los campos de Irlanda.
Desde la humildad
de su Estévez, evocaba otro apellido ilustre, el de John Houston, y la belleza
que éste supo extraer del texto de Joyce para convertirlo en película
memorable. Hoy, las comas, los puntos, las palabras, los verbos, que con tanta
delicadeza manejaba Alberto en su texto, se trastocan en los nuestros,
haciéndonos más difícil la comprensión de la vida. Sin caer en la inutilidad de
la maldición, aquella belleza nos hace sentir, en el momento en que recordamos
al amigo Alberto, el frío que contenía. Hoy, esa nieve final nos golpea dolorosamente el
cuerpo.
No podemos, por
menos, que sentir la ambigüedad de la pasión, de la vida que él evocaba en los
versos del poeta andaluz Juan Peña, inspirados en este mismo relato de James
Joyce:
“Pese a la enfermedad, la desgracia, el
cansancio,
Llevar en la mirada una pasión
Que la vida nos duela,
Que sea frágil y hermosa, como una nieve oscura
Cayéndote en los ojos.”
La poesía no es de
quien la escribe, sino de quien la necesita, como bien decía el protagonista de
El cartero, de Pablo Neruda. Tú
necesitaste esta poesía, y te tomamos la palabra Alberto, porque necesitamos,
más que nunca, dejarnos seducir por ella. Aunque es difícil, ahora, creer en la
vida, al menos mientras sigamos escuchando su canción, bella y triste, frágil y
hermosa, te recordaremos.
Hasta siempre
hermano.
Miguel Alonso
No hay comentarios:
Publicar un comentario