La primera sesión de Liter-a-tulia celebrada en el Instituto Italiano de Cultura de Madrid, el día 10 de Octubre de 2008, estuvo muy concurrida. Convocó alrededor de cincuenta personas, tanto del ámbito del psicoanálisis como del literario, para debatir acerca del libro de Ian McEwan, Chesil Beach. La tertulia se inició con una presentación y un saludo a todos los asistentes por parte de Alberto Estévez –el texto de la intervención está incorporado al blog en el apartado anterior a éste. A continuación se expuso de forma breve el marco general en el que se desarrolla la novela, y se hizo un despliegue de las características afectivas, además de otras circunstancias que ceñían las vidas de los protagonistas.
De forma mayoritaria, los tertulianos loaron la maestría del autor, su saber hacer, incluso el virtuosismo que vertía en su escritura magistral, fascinante y conmovedora, y también en el tratamiento que realiza de algunos temas, como por ejemplo, el del amor. Aunque también hubo críticas que, aunque menores en cantidad, fueron muy precisas. Incidían en una prosa que no fluía, que era cortada; y en cuanto al aspecto literario, muy decimonónico, describe mucho las cosas pero, por eso mismo, detiene un poco la acción. También se lanzó una crítica sobre la corta descripción que hace del acontecimiento final, cortedad que lo haría, según esa crítica, poco creíble. Se empleó una metáfora musical, era como si se ejecutase una técnica perfecta para tocar una mala partitura.
Las primeras palabras de la novela suscitaron un comentario que aludía a la capacidad y maestría de Ian McEwan para introducir el núcleo de la problemática en sólo dos frases. Situaba de entrada la contingencia, la particularidad de este momento histórico, aclarando que los protagonistas vivían en una época en la que la conversación sobre las dificultades sexuales era absolutamente imposibles, para, acto seguido, decir que nunca es sencillo. Ese deslizamiento de la época al nunca, daría en el centro de la cuestión. El problema, así, no remite a las condiciones particulares de una época, en tal caso, ella agudizaría una problemática esencial que trasciende las épocas: el siempre difícil encuentro entre un hombre y una mujer.
En el ámbito de esa dificultad, se dijo que el autor era diestro en mostrar el tránsito de los protagonistas de la niñez a la adultez, con el encuentro sexual en particular, y el pasaje de una sociedad en la que no se hablaba de “esas cosas”, a otra en la que los prejuicios se desvanecían. De esa manera, Ian McEwan cruzaría la estructura universal, la de siempre, aquí insertada en una época en la que se están empezando a producir cambios en la vida sexual de la gente, la cruzaría con lo que se experimenta como patología personal de cada uno los protagonistas. Sería la confluencia entre la vía universal expresada en la problemática sexual, encuentro que es desencuentro, y la estructura psicológica de cada uno de los protagonistas.
Una de las controversias que marcó el interés del debate fue el tema del acontecimiento, muy frecuente y recurrente en otras novelas del autor. Multitud de circunstancias, históricas, de lenguaje, familiares, etc., modeladoras de las estructuras subjetivas, tendrían el poder de marcar un destino trágico representado por los protagonistas en el escenario de un acontecimiento final en el que se desbarata una relación. Se evocó la dialéctica entre el determinismo y la libertad, entre el destino y la elección que en un momento determinado ha de hacer todo ser humano. Los dos protagonistas, hijos de su historia personal, de la historia de una época, en el momento del acontecimiento tienen que hacer una elección. Ella elige huir de la escena, y él elige dejarla perder. Es la dualidad destino/“libertad”, cada uno pudiera haber elegido una cosa, sin embargo, hicieron lo que hicieron: algo suyo.
Se subrayó el tipo de elección que se hizo. En ella intervendrían las determinaciones inconscientes que, aunque no son absolutas, hacen que esa elección no sea completamente voluntaria y libre. La sociedad cincela a sus individuos marcando unas pautas de las que es socialmente reprobable desviarse, sin embargo, los sujetos poseen un instante fugaz en el que pueden elegir frente a los grandes acontecimientos que nos convierten en marionetas de algo que está sucediendo. Esos pequeños instantes de nuestra vida, serían aquellos en los que sí podemos hacer algo.
Otro de los temas que se suscitó, con gran profusión y entusiasmo, fue el del amor y la dualidad amor/sexualidad. Por un lado se trajo a colación la cuestión del amor romántico, ese amor que sentiría cada uno por el otro. “Ellos”, como si fueran un ente, una sola persona, se va rompiendo a lo largo del libro para acabar siendo “uno y otro”. Se está contraponiendo el Amor romántico con mayúscula, ese amor que lo puede todo, a las pequeñas cosas cotidianas que se juegan en el primer encuentro sexual. En el momento histórico en el que principia a abrirse una puerta hacia la libertad, lo único que les plantea problemas es la cuestión sexual ante la que los dos protagonistas tienen un problema importante. Se establece así una dualidad entre amor y sexo. Por una parte, Florence sublima la cuestión del amor, que para ella tiene que ver con lo filial, con la pureza, de tal manera que no puede aunar amor y sexualidad. Habría una separación entre ambas categorías, el amor tendría que ver, para ella, con la pureza, y la relación sexual con la repugnancia. Por su lado, Edward sí aunaría el amor con el sexo, de tal manera que la proposición final le parece patética, aunque comprueba que la moralidad que sustentó su posición, se diluye con el paso de los años.
Respecto a estas posiciones problemáticas que ambos sustentan frente a lo sexual, sus funciones en relación al amor, al deseo, a la penetración, no serían cuestiones ideológicas, sino que lo experimentan como un síntoma. De hecho, los temores de cada uno, finalmente, se acaban produciendo. La diferencia es que ella evocaría la culpa, mientras que él se quedaría saboreando la delicia absoluta de la injuria y el insulto que ella le había inflingido. Es la diferencia de posiciones, él está en lo cierto y por eso no pudo rectificar en ningún momento, y ella se sintió culpable respecto a su déficit.
Pero se cuestionó la pureza de Florence. Habría un juego que el autor realiza con el lector, juego en el que da pistas, y hace referencia tácita a la relación incestuosa de Florence con su padre. Da pistas en algunos momentos, sin embargo no lo hace explícito. De una forma ambigua habla de algo secreto, misterioso, que ocurrió cuando viajaba con el padre, sin la madre. Es una escena en el camarote del barco en la que ella trata de cerrar los ojos para no ver nada. Va sugiriendo y al mismo tiempo velando. Cuando están en el hotel la noche de bodas, ella, boca arriba, acostada, recuerda la escena del camarote con su padre, éste iba quitándose el cinturón y ella cerraba los ojos y se dejaba ir. Pero resulta que el momento en el que recuerda esa escena –la escucha, no la mira— coincide con el momento en el que Edward se está desnudando. Si había alguna duda, el autor con el relato la disipa.
También aparecería el amor romántico en otro aspecto. Se casa un señor de clase baja con una señora de clase alta, pero se trata de un amor programado. En realidad ellos nos se quieren, están solamente preparando la boda. No hay una relación íntima entre los dos sino un arreglo igual al que existía en los amores de los matrimonios preparados, aséptico y completamente por fuera de la comunicación entre dos personas. Por eso cuando se lleva el matrimonio a cabo, pasa lo mismo que pasaba en el XVII y XVIII, que es un desastre, y que cada uno busca a otro. Se alude a Jacques Lacan, a su contraposición entre los matrimonios programados y los que se hacen por amor, pensaba cuánto mejor eran los matrimonios programados que no estos que se hacen ahora por amor y que son totalmente edípicos. Pero se concluye que la novela es una novela de amor, que hay muchos detalles de amor entre los dos.
En otro momento de la tertulia se sugiere que el desencuentro se produce, fundamentalmente, por la falta de comunicación. Pensaban algunos tertulianos que si hablasen uno con el otro podrían ayudarse, y que hasta el momento en que surge el acontecimiento existe esa esperanza. Hablan de todo menos del problema. Un aspecto importante que influiría en la falta de comunicación es la ignorancia sobre el tema y la imposibilidad de conseguir la información que les falta, porque la incomunicación existe no sólo a nivel de palabra sino también de codificación, porque entienden cosas contrarias a lo que el otro está sintiendo. Todo ello habla de la dificultad de tratar un tema tan difícil, decirlo en tan pocas palabras y tan ajustadas. Se siente la problemática, se reconoce una serie de datos que seguramente, de una u otra forma, todos pudimos vivir en carne propia.
A modo de síntesis, la falta de comunicación y la falta de amor fueron tratadas desde el punto de vista del psicoanálisis. Respecto a la primera, lo que haría verosímil esta ruptura es la idea de comunicación que aporta el psicoanálisis. Cuando dos personas tratan de expresarse, finalmente no dicen lo que les conviene ni lo que querrían decir. Y en el caso de los protagonistas, cuando se encuentran en la playa, ella no sabe por qué se le ocurre decir lo que dice cuando en realidad está sintiendo otra cosa. Y cuando quiere pedir excusas, lo que le sale de la boca son reproches, agresiones y humillaciones hacia él. Y a él le ocurre lo mismo. ¿Quién forja esas palabras? Esto mostraría que el sujeto no es agente de lo que dice sino que es hablado, y que la comunicación en el ser humano está condenada al malentendido. El ideal de comunicación, en cuanto a la posibilidad de aclararse, de entenderse, sería falso.
Respecto a la cuestión de la sexualidad tratada de forma particular y no en relación con el amor, se dijo que el autor lo había planteado muy bien, como una sexualidad siempre patológica. La novela sería, entonces, una demostración de que en la sexualidad no hay nada normal, que no habría que guiarse por ningún ideal de normalidad en el terreno de la sexualidad. Se ve claramente que cada uno está en su lógica. Ella, inclinada por la vertiente del síntoma, se divide, pero él no, lo cual sería indicativo de las posiciones que se corresponden con lo masculino y con lo femenino. Pero Edward terminaría estando menos a la altura de lo que podía estar. Hubo posibilidad de encuentro, es ese momento en el que la novela nos muestra la escena del vello púbico, momento en el que parece despertar el deseo sexual de Florence. Se propone como uno de los elementos esenciales de la novela porque es ahí cuando ella podía haber entrado en otra cuestión, pero no entra, ni él lo permite.
Y se polemizó mucho respecto a la forma en que la novela plantea el desenlace. Hubo dos posiciones, por un lado los que creían en ese acontecimiento porque había muchas circunstancias que lo precipitaban de forma inexorable. Pero también hubo tertulianos que expusieron su incredulidad respecto a que un momento pueda ser tan determinante en la vida de unas personas. En ese punto se les quebraba la novela porque les parecía un punto irreal. Según ellos, tantos detalles de amor que tienen lugar en la novela, lógicamente deberían de dar lugar a una segunda oportunidad y no a una ruptura tan radical.
La clave estaría en el primer párrafo. Al respecto, en esa época no se puede decir que no hay relación sexual, se cree en ella, se practica, se regala, se juega, se seduce, se disfruta. Eso podría ahondar en la profundidad de acontecimiento que a muchos les sorprendía, que un hecho nimio desencadenase ese acontecimiento. En ese contexto, en ese empuje cultural, ese acontecimiento tan viejo como el hombre, puede hundir una vida, una relación, o cambiar un destino.
Se evocó una frase de Hölderlin: “La imagen pierde al hacerse materia, la imagen del amor es deliciosa”. Aparte de los problemas de la época y de los protagonistas, cuando ella sale espantada del dormitorio en la noche de bodas, cuando lo ve a él con la erección, se produciría esto, “la imagen pierde al hacerse materia, la imagen del amor es deliciosa”. Si bien Edward lleva esa imagen introyectada dentro de sí porque es un hombre, lo que le pasaría a Florence es que la idea del amor que ella tiene no incorpora esa imagen. Aquí se produce un desencuentro de tal tamaño que ella no lo sabe expresar, no lo entiende.
También algún tertuliano planteó que, en el acontecimiento, no se trataría de un problema de creencia personal, sino de que no se cree en él porque el autor, que tiene que convencer acerca del universo que crea, no consigue hacernos creer en él al quedar un poco ficticio. Es decir, en la vida podría suceder eso, pero si ese acontecimiento se va preparando y luego no cuaja, es porque no es verosímil en la novela, porque en ella falla algo.
Como colofón, se puso en evidencia que cada uno de los protagonistas está en su propia problemática, que la comunicación no existe para nada y que lo único que les puede sacar del autismo en el que se encuentran, es el amor. Y la novela parece una historia de amor, aunque Edward mismo se da cuenta de que algo no pudo hacer con respecto a ese amor. El libro manifestaría un cierto virtuosismo al hablar del amor, de lo irreparable del amor, y de lo imposible que es a veces amar. Edward nunca amó a una mujer aunque Florence sí lo había amado. Y era la única historia de amor que podía haber tenido él, sin embargo llega a una edad adulta sin haber amado nunca a una mujer, llega a una edad adulta con una cierta sabiduría, pero una sabiduría irreparable. Eso es lo que finalmente parece transmitir la novela. Es un paso virtuoso porque hace el intento por comprender que cuando se pierde una oportunidad, se pierde, y hay algo de la sabiduría que se obtiene sólo a través del error y con el tiempo, quedando como resto algo irreparable. Por ejemplo, en la actualidad, es más notorio que en otras épocas, hay un error en el amar, porque amar es tener. Si Edward hubiera amado el vacío del otro, si hubiera dejado surgir algo de la verdadera condición del amor, estos hechos que estaban tan plasmados por los significantes del otro, no hubiesen sucedido. La pregunta que surge de este texto sería: ¿Qué es amar al otro?
Miguel Ángel Alonso
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