domingo, 12 de octubre de 2008

Un comentario de Miguel Ángel Alonso acerca del texto que constituyó el motivo de la primera tertulia literaria.

Chesil Beach de Ian McEwan

Introducción

Chesil Beach narra la historia de un desencuentro, el que se produce entre dos sujetos, Florence y Edward. Desencuentro que se consuma, en último término, ante la inminencia de la relación sexual, ante la exigencia de satisfacción que plantea el deseo sexual, ello aderezado por una carencia estructural, un no saber hacer con la sexualidad –“la falta de un derecho o de experiencia”, (pág 109) —, derivado de la no existencia de una ley inequívoca que asegure una universalidad, un para todos, al que pueda referirse ese deseo:

Se sentía atrapado entre la presión de su deseo y el fardo de su ignorancia”, (pág. 102)… “por no saber interpretar los signos(pág. 103) del deseo sexual.

La emergencia de sentimientos contradictorios produce tensiones que la voluntad no puede atemperar porque, verdaderamente, las posiciones subjetivas de Florence y Edward, están determinadas por múltiples factores, por elementos no siempre conscientes, tales como, experiencias antiguas (históricas) (pag. 109), enigmáticas palabras, influencias familiares, una moral victoriana que pone en juego la represión, e, incluso, aspectos mitológicos relacionados con la pureza. El padecimiento, la angustia, la inquietud, la intimidación, la soledad, la ignorancia, son los afectos y entidades más visibles que contaminan una relación en la que tratan de confluir, sin nunca conseguirlo, posiciones singulares y particulares frente a lo sexual. Todo ello configura las vidas de los protagonistas, vidas con un carácter marcadamente sintomático, en especial la de Florence, significativa, además, porque ilustra uno de los destinos que el ser humano puede dar a las exigencias de la sexualidad: la sublimación.

Estructura de la obra

A lo largo de la obra se aprecia una línea divisoria entre espacios o posiciones que se oponen, y que nunca confluyen para conciliarse, el mundo de Florence y el de Edward, dos vidas, dos destinos, dos familias, dos morales, dos concepciones del amor, dos soledades. En definitiva, dos deseos que van determinando un desencuentro, un lugar imposible de convivencia común.

“¿Y qué se interponía entre ellos? Su personalidad y sus pasados respectivos, su ignorancia y temor, su timidez, su aprensión, la falta de un derecho o de experiencia o desenvoltura, la parte final de una prohibición religiosa, su condición de ingleses y su clase social, y la historia misma(pág. 109).

El escenario social

En el escenario social de Chesil Beach, la vida cotidiana está marcada por una moral victoriana, represiva, restrictiva, sobre todo con lo sexual, evocadora de la culpa (pág. 29). Es un escenario propicio para una palabra silenciada (pág. 28), y consiguientemente, para el malentendido, para el desencuentro, y para las contradicciones irresolubles que, sin precisar tanto aderezo, ya de por sí conllevan las exigencias de la sexualidad.

Vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible (pág. 11).

Este panorama dibuja un terreno abonado para el surgimiento de elementos clásicos del psiquismo, como la represión, el sentimiento de culpa, o ciertos sentimientos paranoicos como la mirada del Otro, o la de Dios, que los rectores de las sociedades regidas por morales religiosas estrictas, como sucede en este caso, saben tocar con especial aptitud.

“… Edward… había nacido demasiado tarde en aquel siglo, en 1940, para creer que estaba dañando su cuerpo, que perdería la vista o que Dios le observaba con una incredulidad severa cuando él ponía manos a la obra cotidiana. O incluso que todo el mundo se lo notaba en el semblante pálido y retraído” (Pág. 29).

Este escenario social, o cualquier otro, como norma general, constituye un marco simbólico, legal, que se le ofrece a las vidas como cauce, y, por supuesto, también a la sexualidad, que en esta obra aparece como la cuestión sobresaliente. El marco simbólico, siempre susceptible de cambio, puede ser determinante de un destino, ya sea porque son aceptadas las leyes que se proponen, ya porque uno se rebela contra ellas. En el caso que nos ocupa, parece ser un marco social asumido casi de forma plena por ambos protagonistas, aunque de diferentes formas.
Las consecuencias del sometimiento al escenario social simbólico, se hacen visibles en muchos lugares y episodios de esta historia, sintetizándose en los destinos que finalmente toman las vidas de los sujetos. Una propuesta final lanzada por Florence en el momento de la ruptura, es rechazada por Edward en consideración a la moral imperante. No aceptar la propuesta implica la ruptura. Cuando las costumbres se relajan, cuando las leyes que regían el escenario social antiguo, pierden valor, la antigua propuesta no parece descabellada. Pero es tarde, el destino cayó irremediablemente sobre ellos:

Podemos establecer nuestras normas… viviríamos juntos… y si tú quisieras… siempre que ocurriera… yo lo entendería… porque quiero que seas libre y feliz. Nunca estaría celosa…(pág. 171-2)Ahora, por supuesto, veía –Edward— que la propuesta retraída de Florence era totalmente intrascendente. Lo único que ella había necesitado era la certeza de que él la amaba y la tranquilidad de que él le hubiera dicho que no había prisa porque tenían toda la vida por delante. Con amor y paciencia... sin duda los dos habrán salido adelante(pág. 183)

Como veremos en el apartado siguiente, el que corresponde específicamente a lo sexual, en lo que sí tiene gran influencia el escenario social, la época, la cultura vigente, es en los modos y formas que toman las posiciones adoptadas ante la sexualidad, y las características de los padecimientos subjetivos que ella provoca, lo cual se hace patente en las subjetividades de los protagonistas. Quiero decir que ese escenario social influye en las formas, pero la esencia de lo sexual permanece inconmovible trascendiendo épocas y tiempos.

La sexualidad

Constituye el centro de gravedad de la novela, el lugar alrededor del cual gravitan las demás circunstancias personales de las vidas de los protagonistas. La sexualidad es lo más deseado y lo más temido, y tiene al silencio, a la soledad, al temor, al “no saber hacer”, como subsidiarios. Dos sujetos, cada uno a su manera, incapaces de afrontarla, imbuidos de timidez e inocencia, sumidos en el temor al encuentro, y no sabiendo acerca de la sexualidad (pág. 30, 31), dibujan dos vertientes, dos posiciones que, por ser habituales en cualquier época y lugar, son ilustrativas de la dificultad, de la problemática que conlleva la falta de naturalidad en la relación sexual, característica que en esta novela se hace muy evidente:

No era tan sencillo. Su combate con la timidez de Florence…el velo convencional de una sexualidad intensa… la reticencia de ella convenía a la ignorancia y la inseguridad de él… (pág. 30).

A: Edward

La sexualidad constituía lo que más deseaba:

“… lo único en que pensaba era en él y Florence tumbados juntos desnudos encima o dentro de la cama de la habitación contigua, afrontando por fin aquella experiencia imponente que parecía tan alejada de la vida cotidiana…” (pág. 29) “… podríamos tumbarnos en la cama… le proponía lo que sabía que él más deseaba y ella más temía” (pág. 36).

La posición particular y singular de Edward nos muestra una problemática sexual subjetiva ligada a la falta de saber”:

Se sentía atrapado entre la presión de su deseo y el fardo de su ignorancia(pág. 102)por no saber interpretar los signos(pág. 103) que le venían desde el deseo de Florence.

Las circunstancias que nos muestran esta posición particular, salpican continuamente las páginas de la novela. Edward es un personaje bastante convencional. Por ejemplo, ante su primera experiencia sexual, que la época ordena posponer al aceptado matrimonio, practica la abstención para estar en forma:

La única y más importante aportación de Edward a los preparativos de boda había sido abstenerse durante más de una semana (pág. 30).

Y ante la inminencia de una relación siempre pospuesta, siente inquietud, nervios, miedo al fracaso, a la eyaculación precoz, a no responder ante su partener. Todo este cuadro nos ilustra acerca de la falta de naturalidad consustancial a ese no saber característico de la sexualidad humana. Es estructural e inevitable, porque va más allá de las palabras cotidianas, de las definiciones:

El noviazgo había sido una pavana, un desarrollo majestuoso, delimitado por protocolos no convenidos ni enunciados, pero en general observados. Nada se hablaba nunca; tampoco notaban la falta de conversaciones íntimas. Eran cuestiones más allá de las palabras, de definiciones… no era todavía habitual considerarse uno mismo, en términos cotidianos, como un enigma, como un ejercicio de narrativa histórica, como un problema aún por resolver… los permisos tácitamente otorgados para ampliar lo que se consentía ver o acariciar, fueron una conquista gradual…(pág. 31).

En definitiva, y sintetizando, Edward está solo, nadie tiene el saber que le pueda informar acerca de lo que precisa para llegar a la consecución de un buen fin.

B: Florence

La sexualidad constituía lo que más temía (pág. 36).

1. Si en Edward encontramos una sexualidad del lado del no saber, en Florence, en cambio, se hace más evidente la vertiente del síntoma, de la inhibición, y de la repeticiónm provocadas porque no soporta el vacío, la falta de palabras, la falta de respuestas, la falta de definiciones que la sexualidad conlleva. Ella prefería abordar problemas solubles, en donde las palabras fuesen capaces de modificar los problemas que se planteasen. En lo sexual, como digo, siempre encuentra un vacío, una imposibilidad, una falta de palabras:

Cuando se sentía infeliz se preguntaba qué era lo que más le gustaría estar haciendo. En aquel momento lo supo de inmediato. Se vio a sí misma… con el estuche de violín en la mano… rumbo a un ensayo con el cuarteto, hacia una cita con la dificultad y la belleza, con problemas que podían resolver unos amigos trabajando juntos. Por el contrario, allí, con Edward, no concebía ninguna solución” (pág. 166).

Y ante la falta de palabras, adopta una posición llena de cautelas, de reticencias, de “tácticas dilatorias” que tratan de ganar tiempo (pág. 91, 93) y rebajar las expectativas de Edward, posición afectada de aversión, de angustia, y, sobre todo, de padecimientos en el cuerpo –claustrofobia, asfixia, repugnancia, arcadas (pág. 39), torpeza de movimientos (pág. 24), tics, tales como el ademán de separarse un mechón imaginario (pág. 26, 36).
Es la configuración de la soledad sintomática de un sujeto dividido ante la fuerza de las exigencias pulsionales. Porque, esa sexualidad en la que no quiere implicarse, sin embargo, no se puede soslayar, produce irremediablemente una división que se hace palpable en el cuerpo en forma de síntomas:

“Es vergonzoso a veces que el cuerpo no quiera, o no pueda, ocultar emociones. ¿Quién por decoro, ha frenado alguna vez el corazón o sofocado un rubor? Indisciplinado, el músculo de Florence brincaba y se agitaba como una polilla atrapada debajo de su piel” (pág. 99).

2. Otra de las facetas que podemos observar en la relación de Florence con su sexualidad está relacionada con el saber. Si los síntomas portan un saber que nos habla del deseo subjetivo, en el caso de Florence se puede decir que ella no quiere saber nada acerca de sus síntomas:

“… no tengo remedio, soy un caso perdido para el sexo. No sólo soy una nulidad, sino que no parece que lo necesite como otras personas como tú… no forma parte de mi ser. No me gusta. No sé por qué es así…” (pág. 170)

Es decir, no sabe por qué es así, pero tampoco quiere saberlo. No querer saber nada de su inhibición implica que Florence no participa del síntoma que padece, no indaga el porqué del mismo. Consiguientemente, no puede producir ninguna rectificación subjetiva que modifique su relación con el deseo. Toda su acción queda derivada a una vida exitosa en el campo más abstracto de lo artístico, es decir, transfiriere al campo del arte todo su deseo.
Se podría decir que sólo hay un momento en el que se produce una rectificación, pero sin consecuencias, es el momento en que se besan, y encuentra una verdad, una responsabilidad propia, ella había dado su consentimiento a que la sexualidad tuviese lugar, aceptando el casamiento con Edward, se da cuenta de que ella era culpable de la situación. Pero más allá de eso, no investiga las defensas sintomáticas que elevó contra el deseo sexual.

3. Florence es algo así como un alma bella que se queja de la impureza de la vida, sin alcanzar a implicarse en esa impureza de la cual se queja. ¿Qué significan ciertas palabras para ella? ¿Por qué las trae a colación para impedir la realización del deseo sexual? Palabras insoportables –significantes, pues no sabemos en realidad su verdadera significación, el verdadero sentido al que están ligadas— palabras como “penetración”, “membrana mucosa”, “glande”, “tumefacto”, “ahí abajo”, “Repugnancia como una intervención quirúrgica”, “la virgen María” (pág. 17), etc. Todas ellas están ligadas a la repulsión, a las náuseas, y consiguientemente, a la pureza, en definitiva, a la angustia que provoca la exigencia de satisfacción sexual en Florence.

4. De todo lo anterior podemos colegir que la novela realiza una exhaustiva exploración que va poniendo a la luz elementos fundamentales de una problemática subjetiva que, a la vez, son esencias constitutivas de de la sexualidad del ser humano en general. Las resumo en la siguiente enumeración:

A: La sexualidad supone una problemática subjetiva de carácter universal.

En esta novela, lo sexual es planteado como una categoría subjetiva problemática que, aunque esté centrada en el escenario social que acabamos de describir, influida y delimitada por costumbres y convenciones sociales de carácter disciplinario, y por inamovibles prejuicios, en realidad trasciende épocas y lugares. Es lo que se revela en la siguiente frase:

Vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil”. (pág. 1)

Es decir, en cualquier tiempo, en cualquier lugar, en cualquier escenario social, sean cuales sean las convenciones que rijan en él, la sexualidad, por sí misma, plantea una problemática de carácter universal. Creo que es la reflexión que puede derivarse de la palabra “nunca”.

B: Una sexualidad no instintiva.

La sexualidad no es presentada en un contexto de naturalidad, sino todo lo contrario. La novela expone la falta de un instinto natural como guía inequívoca que sirva para todos, y que permita alcanzar el fin sexual que se podría considerar normal, la satisfacción en el partener:

“¿Y qué se interponía entre ellos?..., su ignorancia…, la falta de un derecho o de experiencia o desenvoltura… (pág. 109).

C: La posición sexual: una singularidad y una particularidad subjetiva

La falta de un instinto tiene implicaciones subjetivas. Al no haber una ley general, para todos, como puede ser característico del instinto animal, cada sujeto humano, y en concreto Florence y Edward, han de encontrar por sí mismos un destino para las exigencias de satisfacción que requiere la pulsión sexual. Y ese destino ha de ser, forzosamente sintomático. Ha de envolver ese vacío de saber que, como esencia, conlleva la sexualidad.

C: La pulsión sexual es una exigencia constante, e ineludible, de satisfacción

La sexualidad tiene como una de sus principales características la de que supone una exigencia de satisfacción constante. Esta exigencia de satisfacción se muestra en la novela con dos caras. Por un lado la que representa Edward. No pudiendo llevar a cabo la satisfacción que exige el empuje pulsional, ha de atenerse a un principio de realidad que obliga a posponer la satisfacción y soportar una insatisfacción. Pero la exigencia no cesa y produce una sobreexcitación que muestra el empuje constante de la pulsión sexual.
Por otro lado, está la vertiente que representa Florence. Ante esa exigencia pulsional sufre momentos de angustia, y levanta barreras, reprime la consecución de los fines que esa exigencia de satisfacción exige, y para ello produce un síntoma relacionado con la repugnancia, con el rechazo, con la pureza, etc. Estas características se resaltan en la novela:

Nunca podemos estar felices. Hay una presión constante. Siempre quieres algo más de mí. Es una solicitación interminable”. (pág. 162). “Cruzara la frontera que cruzase, siempre había otra nueva esperándola. Cada concesión que hacía aumentaba la exigencia y luego el desencanto(pág. 162)

D. El Otro es el que sabe sobre el goce.

En relación al saber sobre lo sexual, Edward nos deja ver una característica muy importante respecto a la cuestión del goce. Su falta de goce propiciada por ese no saber hacer –que es el de cualquiera— induce a pensar que es el otro el que tiene el saber acerca de cómo gozar de la sexualidad. Y acude al otro en sus múltiples versiones para conseguir ese saber (pág. 102). Edward cree que fuera de su círculo subjetivo, el otro goza sin límites:

“Edward daba a veces un paseo experimental desde el departamento de historia hasta el de inglés con la esperanza de descubrir pruebas del paraíso en la tierra” (pág. 50).

Los antecedentes. Dos familias

La situación familiar de los protagonistas arroja mucha luz sobre el desencuentro de Florence y Edward, y nos ilustra acerca de la determinación que sufren los destinos subjetivos por mor de influencias sobre las cuales uno no tiene auténtica conciencia. En las primeras páginas se alude ya, de forma explícita, a la separación entre los dos mundos, se dibuja una frontera:

“Los padres de ella no se habían mostrado condescendientes con los de él, como habían temido, y la madre de Edgar no se había comportado llamativamente mal ni había olvidado por completo el objeto de la reunión” (pág. 12).

Veremos a continuación cómo se van configurando, por un lado, una abstracción de la vida, y por otro, una aproximación concreta a ella.

A: Florence

Una vida regida por lo abstracto. Además de un ambiente familiar sometido a una moral represiva, Florence tenía una madre intelectual, literata, filósofa, que nunca se ocupaba de nimiedades (pág. 95), esos pequeños detalles, más acá de los altos ideales, pero que, sin embargo, dan grandes significaciones a una verdadera vida. Florence sentía una cierta hostilidad de la madre hacia ella (pág. 60). La vida familiar le resultaba opresiva. Su madre la decepcionaba por sus opiniones políticas (pág. 65). Nunca había sido abrazada, ni tocada por la madre, ni siquiera en su infancia. Y de mayor era ya demasiado tarde.
Con respecto al padre, tenía Florence una ambivalencia de sentimientos:

Su padre le despertaba emociones conflictivas… Había veces que lo encontraba repulsivo(pág. 61).

Pero también tenía hacia él un sentimiento protector y de “amor culpable”. Después de acariciarlo, se aborrecía por haberlo hecho (pág. 62).
Una vida abstracta. Todo, en ella, va configurando un marco ideal alejado de lo vital, signado por la abstracción, en la música, en la veneración que siente por sujetos idealizados que sostienen valores ya anticuados, y por músicos que dan sustento a su universo Ideal:

“… el ansia de la humanidad por la magnífica abstracción de la música, con el genio de la armonía representado como una bola de fuego eterno. Veneraba a los personajes de otra época, que tardaban minutos en apearse de un taxi, los últimos victorianos, que se dirigían a sus asientos renqueando sobre sus bastones, para escuchar con un silencio crítico, alerta…” (pág. 51).

Esa separación de la vida la podemos comprobar en algunos párrafos. Es experta en ocultar sus sentimientos (pág. 62), en no complicar las cosas, en no entrar en conflictos, y experta en sentimientos de culpa (pág. 62). Se puede decir que la vida concreta resulta muy problemática para Florence:

“Enamorarse era revelarse a sí misma lo extraña que era, la frecuencia con que se enclaustraba en sus pensamientos cotidianos… Le faltaba un simple resorte mental que todo el mundo tenía, un mecanismo tan normal que nadie lo mencionaba siquiera, una inmediata conexión sensual con la gente y los sucesos, y con sus propias necesidades y deseos… Todos aquellos años había vivido aislada dentro de sí misma y, extrañamente, también aislada de sí misma, sin querer nunca mirar atrás ni atreverse a hacerlo” (pág. 73)

Podría decirse que Florence conforma una especie de Alma bella, sólo guardiana del Ideal proyectado en su sublimación, guardiana de un mundo interno. Retraída de las pasiones, se concentra en lo abstracto y rechaza el contacto con la vida verdadera. Piensa incluso en el antiguo Amor cortés (pág. 112), quizá fuese también un ideal suyo, ese vasallaje distante del enamorado hacia la dama ideal.

B: Edward:

Una vida concreta: Un ambiente familiar algo sórdido, con una madre afectuosa, pero sufriendo una incapacidad debido a un accidente producido a partir de los cinco años de Edward, incapacidad que la sumía en un mundo propio (pág. 55, 77, 79). Sentía atracción por la música, por la pintura, y su acción, dentro de la incapacidad, estaba constituida por unos particulares arrebatos de amor hacia sus hijos, particulares porque quizá nos hablen de la relación que tuvo con su hijo:

Estos arrebatos podrían haber obedecido a algún fragmento de su antiguo serse contentaba con la idea, de hecho un complejo cuento de hadas, de que era una esposa y madre abnegada, que el orden reinaba en la casa gracias a su trabajo y que merecía un poco de asueto cuando completaba todas sus tareas (pág. 79, 80)

Fantasía con la que colaboraban todos en la casa, nadie la contradecía hasta el punto de que le daban las gracias. Es un modelo de tratamiento de un delirio, aunque quizá, más que delirio parece la reviviscencia de una vida anterior.

“No eran falsedades, sino expresiones de lo que su madre era realmente, y estaban obligados a protegerla, en silencio” (pág. 81)

Un padre casi siempre afable, poco religioso (pág. 83), que no llevaba a cabo, casi nunca, las directrices severas de la moral victoriana. Funcionó como una buena institución simbólica para sus hijos, aunque también tenía sus momentos de tiranía. (pág. 86)
Vemos que se va configurando una vida concreta. Se sentía concernido por el anhelo del fragor de una vida más pasional. Hasta sus lecturas estaban contaminadas por la vida, ya desde el comienzo, en el que el padre le contaba las vicisitudes de la guerra que había padecido (pág. 73), lecturas fascinantes para él, que le informaban acerca de desvaríos, insanias, y violencias provenientes de lo humano en diferentes épocas de su devenir (pág. 55). Además, sentía el gusto vital por cultivar la amistad, la relación con el otro (pág. 54), tanto en el ambiente familiar como en el de la vida cotidiana. En contraposición a Florence, se inclinaba por la música Rock, Blues (pág. 48), ese tipo de música que representaba su apogeo cultural, y que, en palabras del mismo Edward, determinó su vida (pág. 49). Y algo importante, sabía que tenía que separar su vida familiar de su entorno doméstico (pág. 75), paso imprescindible para una verdadera vida. Esto podría contraponerse con la posición de Florence, para quien, de una forma inconsciente, sigue rigiendo la determinación de lo familiar.

El lenguaje. Las palabras primordiales y sus significados

“El poder de las palabras (pág. 84). Chesil Beach ofrece un saber acerca de la función del lenguaje como una estructura que resulta fundamental y determinante en el destino de los protagonistas. Podemos observar la función del lenguaje en la vida de los dos sujetos:

A: Florence y el deseo del otro

1. Escuchamos palabras que parecen privilegiadas en cuanto a su significación, puesto que no parecen ir unidas a los significados habituales propios del contexto en el que se evocan. Son palabras que irremediablemente se repiten, y que parecen tener una importancia fundamental en su posición sintomática e inhibitoria. Por ejemplo, la palabra penetración. De ella, todos podríamos derivar una significación en el contexto sexual, sin embargo en Florence parece adquirir connotaciones bélicas que, como no puede ser de otro modo, influyen a la hora de dar cauce a su deseo sexual. Tanta influencia tiene que determina su acción deteniéndola.

Penetración: “… ella sintió su lengua… como un matón que se abre camino en un recinto. Penetrándola”: “… sólo acertaba a encogerse y concentrarse en no forcejear”. (pág. 38)
No era un cordero para que la acuchillaran sin quejarse. O para que la penetrasen

Lo sexual, en esta palabra, parece condensar un sentido de pelea, de combate. O quizá, los prolegómenos del combate. De tal manera que el deseo del otro, tan importante para Florence, pues siempre se pregunta por él, parece configurar para ella “una máquina de guerra(pág. 97)
2. Otro rasgo distintivo es que Florence no quiere saber nada de las carencias del lenguaje, de la falta de palabras que signifiquen de forma inequívoca lo sexual. Ella se adhiere, como vimos en otro apartado, a la palabra que puede solventar dificultades, la que encuentra de una u otra manera la significación. Pero no puede con la sexualidad, porque allí el lenguaje no da soluciones:

Cuando se sentía infeliz se preguntaba qué era lo que más le gustaría estar haciendo. En aquel momento lo supo de inmediato. Se vio a sí misma… con el estuche de violín en la mano… rumbo a un ensayo con el cuarteto, hacia una cita con la dificultad y la belleza, con problemas que podían resolver unos amigos trabajando juntos. Por el contrario, allí, con Edward, no concebía ninguna solución (pág. 166).

B: Edward

Vemos también la función del lenguaje cuando la novela nos habla del significante, de la palabra que le falta a Edward para referirse a la dolencia de su madre. Cuando no se tiene una palabra, no puede haber reconocimiento del objeto, y eso da lugar a contradicciones que no se resuelven hasta que, por algún motivo, se encuentra esa palabra que llena un vacío:

“La falta de un término para el estado de su madre le había mantenido en un estado de inocencia. Nunca había pensado que ella estuviera enferma y al mismo tiempo siempre había aceptado que era distinta. La contradicción la resolvía ahora aquel simple enunciado, el poder de las palabras para hacer visible lo que no se veía… y un espacio súbito comenzaba a abrirse.” (pág. 84). Ese es “el poder de las palabras“… sintió que su propio ser, el núcleo sepultado del mismo al que nunca había prestado atención, cobraba una existencia repentina y cruda…” (pág. 85) “… ahora él interpretaba un papel a sabiendas…” (pág. 87)

El amor

En Edward parece que nos encontramos ante un amor bastante convencional, sería algo así como una entidad asociada a las pasiones del cuerpo. En Florence, en cambio, resulta más problemático. Para ella, el amor no se rige por la líbido, es independiente de lo físico, de lo material, de lo carnal. Se revela como una entidad separada de las pasiones y exigencias que emanan de ciertas zonas del cuerpo. El suyo es un amor identificado con la pureza virginal y con lo filial, de manera que, a veces se sitúa en la posición de hija, otras como madre. En ese sentido parece que desea ser amada tal como ella lo fue por el padre, o bien, desea amar con un sentido maternal. (pág. 18, 93)

La sublimación

Constituye el destino que Florence da a su líbido. Es un proceso que se puede observar en su evolución, cómo se va produciendo una desexualización para volcar su vida en una actividad alejada de lo sexual, pero con una energía lo mismo de intensa que la que se supone reprimida en el campo de lo sexual.

“… no tengo remedio, soy un caso perdido para el sexo. No sólo soy una nulidad, sino que no parece que lo necesite como otras personas como tú… no forma parte de mi ser. No me gusta. No sé por qué es así…” (pág. 170)

Como decíamos en el apartado referido a la sexualidad, no sabe por qué es así, pero tampoco quiere saberlo. No necesita rectificar esa posición, no quiere saber nada de su síntoma, de su inhibición, no quiere indagar el porqué. Toda su energía la deriva hacia una vida exitosa en el campo más abstracto de lo artístico, es decir, transfiriere al campo del arte todo su deseo. El arte es el terreno sobre el que construye su seguridad y su saber hacer.

Era líder indiscutida y siempre decía la última palabra en sus numerosas discrepancias musicales…(pág. 24)

Si el marco del deseo sexual no puede encontrar cauce en el terreno de las pasiones, ha de encontrar una derivación en otro lugar, por ejemplo, en el terreno simbólico del arte. Porque el deseo, de una u otra forma, ha de encontrar por donde fluir. Es decir, el fin y el objeto propios de lo sexual son dejados de lado para procurar otro objeto y otro fin diferentes de lo propiamente sexual. Eso es lo que supone la sublimación. Una desexualización y el encuentro con otros objetos y otros fines, ya no relacionados con la sexualidad, sino con lo que podríamos llamar, en este caso, el Ideal con mayúscula, el conjunto de ideas elevadas conformadas en el terreno de lo social, y que permiten una canalización de aquel deseo que, en el otro lugar, es reprimido:

Yo te amaría y haría música, es todo lo que quiero hacer en la vida (pág. 172)

Pero como dijimos anteriormente, también un amor sublimado, amar con pureza, con blancura, manteniendo la virginidad, como la Virgen María, lo más sublime de la pureza. A ella hace referencia para significar su posición en la vida.
Así sucedió el devenir de Florence, con una entrega total a la música:

“… leía la partitura con una expresión imperiosa, casi altiva… Aquella expresión contenía una gran certeza, una gran conocimiento del camino hacia el placer(pág. 24)ignorante de todo lo que no fuera el instrumento que tocaba…”. (pág. 53)

Efectivamente, el placer, la satisfacción, como decíamos, a través de caminos diferentes de los que corresponderían a un fin y un objeto sexual considerados normales. En Florence, la sublimación se da como contrapartida a la emergencia de un deseo sexual intolerable que, pese a las apariencias, es desmesurado y productor de síntomas en el cuerpo cuando se halla cercano a él. En todas sus palabras, en todas sus acciones aparece la desmesura como una entidad común. Esta desmesura se manifiesta de forma elíptica, pero hay que intuirla por la gran cantidad de diques que Florence precisa construir para contenerla y sentirse segura, y por el destino tan exitoso, tan excluyente, que consigue con la sublimación. Muchas significaciones parecen confluir en el concierto final:

Siguió un adagio de una expresividad abrasadora, consumada belleza y potencia espiritual. La señorita Ponting, por la ternura cadenciosa de su tono y la delicadeza lírica de su fraseo, tocó, si se me permite la expresión, como una mujer enamorada, no sólo de Mozart, de la música, sino de la vida misma”.

¡Cuán próxima aparece la belleza de lo real insoportable! Como un velo que lo recubre.

El deseo

Es la categoría que fluye por debajo de toda la historia, en su vertiente de insatisfacción y en relación a los tortuosos caminos que ha de transitar para, de una u otra forma satisfacerse, ya sea directamente en el fin y objeto relacionados con lo propiamente sexual, bien indirectamente, en el sufrimiento que acarrean los síntomas, o en último término, bajo otras formas desexualizadas y sublimadas, más aceptadas socialmente por los ideales de la época.
En lo que a Florence respecta es como si el deseo, en el terreno del juego con el otro, no tuviese que ver con ella y necesitase encontrar otro terreno para su desarrollo:

“¿Tanto le había costado descubrir que le faltaba un simple resorte mental que todo el mundo tenía, un mecanismo tan normal que nadie lo mencionaba siquiera, una inmediata conexión sensual con la gente y los sucesos, y con sus propias necesidades y deseos?” (pág. 72, 73)

Sólo dos veces se manifiesta el deseo en Florence como una sensación no abstracta, sino del cuerpo, de la vida. Una fue antes de la estampida final, en un acercamiento de los cuerpos de los dos sujetos, y la otra en la infancia. Ambas veces estaban relacionadas con un importantísimo descubrimiento sensorial. Lo que habla de la dificultad de Florence con todo lo que provenga del cuerpo:

Por primera vez, su amor por Edward estuvo asociado a una definible sensación física, tan irrefutable como un vértigo. Antes sólo había conocido un caldo reconfortante de emociones cálidas, un espeso manto invernal de bondad y confianza. Aquello le había parecido suficiente, un logro en sí mismo. Ahora despuntaban por fin los albores del deseo, preciso, y ajeno, pero claramente suyo… el alivio de ser igual que todo el mundo… A los catorce años, desesperada por su tardío desarrollo y por el hecho de que todas sus amigas ya tenían pechos mientras que ella parecía todavía una niña de nueve años gigantesca, tuvo un instante de revelación semejante delante del espejo, la noche en que por vez primera discernió y sondeó una nueva y tirante turgencia alrededor de los pezones. Si su madre no hubiera estado preparando su clase sobre Spinoza en el piso de abajo, Florence habría gritado de júbilo. Era innegable: ella no era una subespecie aislada de la especie humana(pág. 100, 101)

En definitiva, una obra en la que se muestran los avatares del deseo y las consecuencias que ellos tienen en el destino de las vidas de los sujetos.

Miguel Ángel Alonso


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