jueves, 8 de abril de 2010

Miguel Ángel Garrido nos envía el siguiente artículo sobre Bartleby el escribiente de Melville


Bartleby, el escribiente, es el título de un inquietante relato de Herman Melville. Una trama sencilla: Un abogado de Well Stret, un hombre que desde la juventud ha sentido profundamente que la vida más fácil es la mejor, requiere contratar un nuevo escribiente. “En contestación a su aviso, apareció un joven inmóvil, ¡de figura pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada!” Era Bartleby.

El relato, tranquilo, con humor en la descripción de sus personajes, introduce de pronto un plus de tensión. El abogado observaba encantado el trabajo de Bartleby, “como si hubiera padecido un ayuno de algo que copiar, trabajaba día y noche”. Pero al tercer día, sin mirarlo le hizo llamar súbitamente en la justificada expectativa de una obediencia inmediata. La respuesta de Bartleby fue como una losa: ¡Preferiría no hacerlo!

Sorpresa, consternación, perplejidad.

Repetí la orden y se repitió la respuesta:

¡Preferiría no hacerlo!

“Lo miré con atención. Su rostro estaba tranquilo; sus ojos grises, vagamente serenos. Ningún rasgo denotaba agitación...no había manifestación normalmente humana, lo que le impide reaccionar aumentando su confusión. ¿Qué hacer? El abogado intenta encontrar explicación a tan sorprendente respuesta y a su repetición. La busca reflexionando y la busca preguntando a Bartleby, pero siempre recibe la misma respuesta: ¡Preferiría no hacerlo!

El silencio de su respuesta plena, lleva al abogado a preguntarse sobre la idoneidad de sus requerimientos, todos están de acuerdo con el jefe, pero esto no conmueve en absoluto a Bartleby que habita en un silencio sonoro, y que poco a poco coloca al abogado, entre el asombro y la indignación, entre el impulso y la comprensión. La perplejidad en que le deja la respuesta de Bartleby, le impulsa a la búsqueda desesperada de alguna clave que le permita comprender, a la que vez que un sentimiento de piedad le lleva a sacarlo de tal estado, en una especie de amor al prójimo y esperanza de que su benevolencia y paciencia, le dará los frutos deseados.

Pero, el “No” de Bartleby, no es el “No” de la denegación, que siempre supone una inscripción simbólica, un entre paréntesis, un modo de acceder a un saber a través de la negación. No, el “No” de Bartleby, es un “No” sin dialéctica, sin posibilidad de enredarse en ninguna conversación. Es un “no”, como pura pulsión negativa, una atracción por la nada, hasta el punto de dejarse morir; Es el “no” desabonado del inconsciente, que supone una ruptura con el Otro, Es un No absoluto, un no que no acepta que haya un “Si” relativo, que no lo diga todo. El sujeto Barteby prefiere el No sin ambages, no quiere saber nada de una vida huérfana de equilibrio y de armonía, prefiere la certeza a la incertidumbre.

Bartleby dice el abogado- es uno de esos seres de quienes nada es indagable, sin biografía conocida, salvo el nebuloso rumor de que había sido un empleado subalterno en la Oficina de Cartas Muertas de Washington, de la que fue bruscamente despedido por un cambio en la administración. Concebid –nos dice- un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza manejando continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas. Cartas con mensajes de vida, que se apresuran hacia la muerte.

“Al final de la batalla,
Y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “¡No mueras, te amo tanto!
Pero el cadáver ¡ay, siguió muriendo...!

(Cesar Vallejo)

Miguel Ángel Garrido

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