martes, 6 de abril de 2010

Sencillez y Grandeza: Por el Placer de Volver a Verla; un comentario de Vilma Coccoz


De Michel Tremblay
Dirección: Manuel González Gil


El título es simple, la escenografía es simple, la escena se reduce a un actor y a una actriz. Sin embargo, nos vemos llevados, al final de la representación, a exclamar: ¡qué grandeza! Así festejamos, en un aplauso emocionado, que haya ganado, durante un rato, lo que Miguel Angel Solá expresa como un deseo al presentar la obra: que el teatro le gane la partida a los móviles, a las prisas, a estar en conexión permanente. Pocos espacios obtienen este merecido respiro que nos cuesta tanto permitirnos para gozar de lo intemporal. Los imperativos actuales de la civilización nos han capturado de tal manera que, en muchas ocasiones, consiguen hacernos olvidar lo esencial. Y el teatro tiene la noble misión de recordárnoslo.

Ahí está el teatro para despertarnos del sueño del progreso, para recordarnos que la vida, que las cosas importantes de la vida, requieren nuestra atención, nuestra dedicación.

Por el placer de volver a verla presenta la relación entre una madre y un hijo en distintas épocas, tejida a través de episodios que pueden parecer intrascendentes pero que, de forma magistral, condensan los encuentros fundamentales que deciden la orientación de una vida. Sin escatimar las verdades y mentiras, los sentimientos encontrados, la ternura y la rabia, la admiración y el desdén entre dos seres unidos por uno de los lazos más poderosos que sólo conoce nuestra humana condición. Ese lazo tan particular se gesta en la palabra: “recuerda hijo, lo importante es hablar” dice ella, encarnada en la magnífica Blanca Oteyza: intensa, verdadera,sencillamente maravillosa.

Este precioso texto sobre una relación tan íntima enseña que no hace falta recurrir a la obscenidad ni a la grandilocuencia. Ellos hablan, hablan, en un intercambio de malentendidos que ambos afrontan, sin desesperación, cuando el muro del diálogo se evidencia. Resisten, se ponen a prueba, nombran los sentimientos, y perfilan dos maneras de entender el mundo. Ese mundo diverso y grande del que no se puede gozar sin los libros que lo han relatado e inventado: hablar sobre los libros despierta en el hijo el deseo de escribir.

Con sencillez, soberbio, Miguel Angel Solá puede hacernos creer que tiene once años, catorce, veinte… hasta ser un autor maduro que tiene la ocasión de presentar al mundo, con humildad, las pequeñas cosas que formaron su ser. Ese camino sin el cual no seríamos lo que estamos intentado ser. Un camino tejido con las personas y con los encuentros que nos enseñaron, nos decepcionaron, nos conmovieron y que hemos transitado en medio de trompicones, sollozos y saltos de alegría. Un camino en el que se va formando, también, lo que no sabemos de nosotros mismos, hasta el día en que comprendemos que algunos, que nos quisieron, nos brindaron el tiempo necesario para que pudiéramos equivocarnos aprendiendo a vivir.




VILMA COCCOZ

No hay comentarios: