viernes, 1 de julio de 2011

Comentario de María José Martínez en la tertulia sobre La Intrusa de J. L. Borges

Una cosa que me sorprendió. Y es que muchos de los relatos de Borges de esta serie, El informe Brodie, comienzan con el latiguillo, "otro me contó", "otro me dijo", etc. Me parecía que, de esta manera, Borges se libera de una especie de responsabilidad de contar. No se hace responsable de nada. Muchas veces, uno se da cuenta, por parte del autor, o del narrador, a quien prefiere en la novela, en el relato, por quien tiene más simpatías, qué enseñanza nos quiere dejar. Y aquí Borges no dice nada, no se inclina por nadie. Cuenta, narra, y nada más. Y ante esa especie de frialdad e indiferencia, me quedo pensando que el misterio es el propio Borges, no sabemos muy bien quien es.

El único sitio en donde me pareció que los sentimientos empiezan a aflorar en el relato es cuando dice que los dos estaban enamorados. Y esto, de algún modo los humillaba. Para mí, ahí hay una clave fundamental. En España, en el siglo XVI, nadie confesaba el amor. Confesaba los celos, el odio, el honor, los duelos –que había muchos— pero amor, ningún hombre lo confesaba. Como que no era cosa de hombres. El amor es siempre más femenino, de alguna forma les hacía mostrar una debilidad que no podía existir en ellos. De manera tal, matan a Juliana porque estaba estropeando lo que ellos eran en esencia. Yo, hasta le encuentro algo de humor negro. Me hace reír esa simpleza de estos señores.

A ese amor masculino que hay entre los hermanos, a esa pareja indisoluble, no le veo nada de homosexualidad. Veo que defienden a ultranza esa manera de ser masculina, muy machos, muy criollos, muy suyos, muy de navaja, pero nada más. En cuanto algo les rompe ese esquema, se acaba la historia.

Los hermanos constituyen todo un prototipo de pareja.

María José Martínez Sánchez

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