viernes, 1 de julio de 2011

Semblanza sobre los gauchos realizada por Silvia Lagouarde en la tertulia sobre el relato de Borges La Intusa*.

Venía curiosa a la tertulia, pensando qué podemos decir de Borges. Porque estamos hablando de un genio, y los genios intimidan. Yo tuve la suerte de asistir a unas clases magistrales que dio Piglia sobre Borges en la Casa Encendida y, después de ver lo que él logró descifrar e interpretar de un relato de Borges, me di cuenta de que leer a Borges tiene tantas lecturas, entre ellas las filosóficas, que es muy difícil hablar de un hombre que tiene una inteligencia que, evidentemente, no todos nosotros tenemos. Y eso genera una admiración que intimida muchísimo. Pensaba en lo que yo podía aportar a la tertulia, y decidí no hablar de Borges sino de la cultura gauchesca. Especialmente me dirijo a las personas que están acá y son europeas, porque imagino que los argentinos quizá ya sepan lo que voy a decir.

¿Este relato tiene algo que ver con el gaucho del 2011, como cultura?

Quizá los europeos piensen que no. Sin embargo, es absolutamente perfecto en el 2011, porque la cultura de los gauchos en Argentina no se ha modificado, sobre todo en esa relación que se tiene con el concepto de libertad, de ser hombre, y el trato que tienen con el amor. Permanece intacto. Y el gaucho no puede formar una familia, porque la familia, como concepto burgués, para el gaucho es sinónimo de cárcel absoluta. Y creo que tienen bastante razón.

El gaucho también tiene una relación con su virilidad. Está la relación que tiene con el objeto femenino, en el que, si hay un enganche fantasmal, es ese en que la mujer que se enamora de un gaucho es, esencialmente, masoquista, y ello como concepción en la femineidad a través de la feliz vivencia de ese masoquismo.

Yo me crié con los gauchos, pertenezco a un pueblo de gauchos, uno de los más conocidos. Al lado de mi casa hay una pulpería, es un bar que mantiene sus condiciones estéticas idénticas a las de 1800, donde todos los caballos están en la puerta, y en el que entran los gauchos vestidos de gauchos. Siempre están tomando ginebra en medio de la oscuridad. Y si entra una mujer se hace el silencio y se preguntan cómo ha osado entrar una mujer, si ese lugar es absolutamente masculino. Se piensan, entonces, que es una extranjera.

Y por ejemplo, las personas que pertenecemos a esta cultura gauchesca, sabemos que hay diseminados, sin exagerar, multitud de niños de los que se sabe quién es la madre, pero no se sabe quien es el padre. Puede ser cualquiera de los siete gauchos famosísimos que hay en todo el pueblo. Porque tienen esa relación con el objeto femenino, y no se enteran de que tienen el hijo. También hay una incestuosidad muy interesante. Todo esto forma parte de la cultura de los pueblos gauchos. El mío se llama Capilla del Señor, lo pueden ver en Internet, y estoy al lado de otro más famoso al que va mucho turismo europeo. En ellos, la cultura gauchesca sigue estando instalada. En mi pueblo es normal encontrar cinco caballos en un semáforo.

Pero nosotros, pequeños burgueses, desde nuestras concepciones, estamos muy disociados de esa cultura gaucha. Hay una gran división cultural. Eso no quiere decir que su cultura no sea asumida. Como digo, hay una gran disociación entre la cultura gaucha y la pequeño burguesa, si bien hay muchas fiestas gauchas.

Pero lo que quería nombrar, y es por lo que Borges me parece un genio, es que en estas pequeñas páginas ha relatado y ha dejado sellada la cultura del gaucho y ese sentido que tienen de la libertad, y también del amor como humillante. Es esa cosa viril que roza el machismo, pero es su cultura.

Creo que no va a cambiar nunca. El gaucho no evoluciona como lo hace el objeto técnico, el gaucho no tiene nada que ver con Internet. Eso no les interesa. Están todo el día con los caballos, con las vacas, y tienen una manera de comer que todavía está vigente.

Silvia Lagouarde

*A continuación del comentario de Silvia, Gustavo Dessal ofrece una explicación acerca de por qué hay culturas que cambian y otras que no lo hacen. El comentario de Gustavo es el siguiente:

A la luz de lo que acaba de comentar Silvia, recuerdo que, en los cincuenta, Levy-Strauss escribió un texto extraordinario donde se interrogaba por qué existen civilizaciones que cambian y otras que no.

Las civilizaciones, las culturas, se dividen en dos grandes categorías, las que se modifican con el paso del tiempo y de la historia, y las que son inmutables, esas que solemos llamar, desde el punto de vista de la referencia eurocentrica, pueblos primitivos.

La respuesta que da Levy-Strauss a su pregunta es que los pueblos que no cambian son aquellos que están organizados, sustentados, por relatos, por una historia, por una mitografía capaz de satisfacer todas las necesidades existenciales y espirituales de esa cultura. Es decir, que no dejan nada librado a la incógnita.

Por el contrario, solamente pueden cambiar aquellas civilizaciones cuyo relato deje algún espacio abierto y, por lo tanto, introduzca la necesidad de una búsqueda, de algo que esté más allá de lo que está dado.

La conjunción de este cuento con el recuerdo de lo que plantea Levy-Strauss, me ha hecho pensar que no por nada, estas culturas inmodificables –estaba pensando en los gitanos, que tienen también algo de lo gauchesco en el sentido de la separación nítida de los roles y papeles entre hombre y mujer— son culturas en donde hay una necesidad, un imperativo de mantener un lugar perfectamente delimitado para la mujer.

Porque la mujer es la que verdaderamente puede introducir una fisura, puede perforar ese sistema de autoabastecimiento que constituye la pervivencia de una cultura. Es decir, hay culturas que perviven gracias a que nada les falta, por así decirlo. Y para que nada siga faltando, es preciso que lo femenino esté muy bien encerrado. De lo contrario, lo femenino es siempre la puerta abierta hacia la posibilidad de introducir una diferencia que desestabilice el sistema.

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