Estos días leí algunos comentarios sobre Alice Munro en relación a su último libro Demasiada felicidad. Es una autora que, en su madurez, hizo un intento de dejar la literatura pero no pudo hacerlo y finalmente volvió a escribir. En uno de los textos la comparaban con Chejov, más concretamente decían que en su país la habían bautizado como “nuestra Chejov”.
He escuchado las intervenciones de los compañeros y sus distintas lecturas del cuento. Todas me han parecido muy interesantes. He participado de ellas casi al modo de Amorcito, diciendo mentalmente a cada una, “sí, es cierto”, “si, es cierto”.
En lo que atañe a mi propia lectura, en la primera pensé que estaba ante un sujeto vacío, loco. En una lectura posterior recordé a Bartleby, el escribiente de Melville. Eso me dio la oportunidad de contraponer dos sujetos vacíos. Creo que Amorcito es, en un sentido, el envés de Bartleby. Éste aparece descrito en un primer momento como un hombre tranquilo y sereno, pero en el transcurso del relato va mostrando que está animado por un negativismo, por una fuerza autodestructiva con la que va vaciándose o llenándose de destrucción, hasta que no hay más, hasta que llega a la muerte. Bartleby es el sujeto que dice no. Es indiscutible que si la palabra “no” o “preferiría no” tiene como referencia a alguien, éste es Bartleby. Por el contrario, Amorcito es un sujeto que dice sí a todo. Es un sujeto tan vacío como Bartleby, pero realiza el camino contrario. Si aquél avanza en el “no” hacia la autodestrucción, esta mujer no quiere la autodestrucción (tal vez realiza lo contrario). Ella avanza en el “sí” llenándose por la vía del amor, adueñándose de los rasgos, de los gustos de sus partenaires, devorándolos, podríamos decir, hasta el final.
En relación al final, creo que no es tan ambiguo como inquietante, aunque entiendo que preferimos pensar en lo ambiguo porque lo poco que dice resulta insoportable. Si uno lee atentamente el texto, por lo menos en la edición que yo he utilizado (Ed. Edhasa, traducido por H. Zernask), está bastante claro:
“Ah, bueno, no es nada, gracias a Dios”, piensa ella.
Poco a poco cae el peso de su corazón y vuelve a sentirse bien; se acuesta y piensa en Sasha, quien duerme profundamente en la habitación vecina y, de vez en cuando, dice en sueños:
- ¡Te voy a dar! ¡Vete! ¡No me toques!”
Ella está despierta, se acuesta y piensa. Es Sasha el que duerme en la habitación vecina y habla en sueños. No hay ninguna ambigüedad, por lo menos en cuanto a quién es el que dice las palabras finales.
He escuchado las intervenciones de los compañeros y sus distintas lecturas del cuento. Todas me han parecido muy interesantes. He participado de ellas casi al modo de Amorcito, diciendo mentalmente a cada una, “sí, es cierto”, “si, es cierto”.
En lo que atañe a mi propia lectura, en la primera pensé que estaba ante un sujeto vacío, loco. En una lectura posterior recordé a Bartleby, el escribiente de Melville. Eso me dio la oportunidad de contraponer dos sujetos vacíos. Creo que Amorcito es, en un sentido, el envés de Bartleby. Éste aparece descrito en un primer momento como un hombre tranquilo y sereno, pero en el transcurso del relato va mostrando que está animado por un negativismo, por una fuerza autodestructiva con la que va vaciándose o llenándose de destrucción, hasta que no hay más, hasta que llega a la muerte. Bartleby es el sujeto que dice no. Es indiscutible que si la palabra “no” o “preferiría no” tiene como referencia a alguien, éste es Bartleby. Por el contrario, Amorcito es un sujeto que dice sí a todo. Es un sujeto tan vacío como Bartleby, pero realiza el camino contrario. Si aquél avanza en el “no” hacia la autodestrucción, esta mujer no quiere la autodestrucción (tal vez realiza lo contrario). Ella avanza en el “sí” llenándose por la vía del amor, adueñándose de los rasgos, de los gustos de sus partenaires, devorándolos, podríamos decir, hasta el final.
En relación al final, creo que no es tan ambiguo como inquietante, aunque entiendo que preferimos pensar en lo ambiguo porque lo poco que dice resulta insoportable. Si uno lee atentamente el texto, por lo menos en la edición que yo he utilizado (Ed. Edhasa, traducido por H. Zernask), está bastante claro:
“Ah, bueno, no es nada, gracias a Dios”, piensa ella.
Poco a poco cae el peso de su corazón y vuelve a sentirse bien; se acuesta y piensa en Sasha, quien duerme profundamente en la habitación vecina y, de vez en cuando, dice en sueños:
- ¡Te voy a dar! ¡Vete! ¡No me toques!”
Ella está despierta, se acuesta y piensa. Es Sasha el que duerme en la habitación vecina y habla en sueños. No hay ninguna ambigüedad, por lo menos en cuanto a quién es el que dice las palabras finales.
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